NOTA: Téngase claro que 
Roncalli/Juan XXIII era un hereje contumaz, masón convicto y confeso por
 tanto NI ERA PAPA Y MUCHO MENOS BEATO. 
Traducción del artículo publicado primeramente por Fray Pedro de la Transfiguración, CRC, en LA CONTRARREFORMA CATÓLICA (aquí 
el original francés).
      
EL BEATO QUE NOS TRAJO LA DESGRACIA
Juan XXIII, "El papa del Concilio"
    
Angelo Giuseppe Roncalli, "Juan XXIII" 
 
    
INTRODUCCIÓN
    
El 3 de junio de 1963 a las 7:45 pm, mientras el Cardenal Traglia, Pro-Vicario de Roma, cantaba el Ite missa est
  cuando celebraba  la misa por el Papa agonizante, el “buen Papa Juan” 
 murió en paz, a la edad de 81 años. En la Plaza de San Pedro, la 
multitud aclamaba al sacerdote, cuya bondad natural había ganado su 
corazón. El mundo, incluyendo  Moscú, le rindió homenaje. Y su fama de 
santidad, defendida por los partidarios del Concilio Vaticano II,  
convocado por él, le llevó a la beatificación, declarada por el Papa 
Juan Pablo II, el 3 de septiembre de 2000.
      
Una
 de sus últimas palabras capta la ambivalencia de este Papa que fue el 
artífice de la apertura de la Iglesia al mundo. Después de recibir 
conscientemente la extremaunción, señaló al crucifijo en la cabecera de 
su cama, y  dijo a los presentes:
      
“El secreto de mi ministerio está en el crucifijo que yo siempre quise tener al lado de mi cama. Lo veo cuando me levanto y antes de dormir. Es allí donde puedo hablar con él durante las largas horas de la noche. Miradlo,
 cómo lo veo yo. Sus brazos están  abiertos al programa de mi 
pontificado: como está escrito, Cristo murió por todos, por nosotros. Nadie está excluido de su amor y de su perdón”.
 
       
Momentos más tarde, dijo:
     
“Tuve la gracia de ser llamado por Dios como un niño, nunca pensé en otra cosa, nunca he tenido otras ambiciones. (…) Por mi parte, yo no soy consciente de haber ofendido a nadie, pero si lo hice, pido disculpas. (…) En esta última hora, me siento tranquilo y seguro de que el Señor en su misericordia, no me rechaza. Indigno como soy,  yo quise
 servir y lo he hecho  con mis mejores esfuerzos para rendir homenaje a 
la verdad, la justicia, la caridad y mantener un 'cor mitis et humilis' [un corazón manso y humilde] del que nos habla el Evangelio”.
 
      
Juan
 XXIII quiso ser el apóstol del amor incondicional de Cristo por los 
hombres. Pero  los santos canonizados de los precedentes años de la 
Iglesia, ¿pensaban también que el amor de Cristo era incondicional? Para
 medir  lo que les separa del sucesor 261° de  San Pedro, basta recordar
 su vida,  siguiendo la informadísima biografía de  Peter Hebbletwhaite,
 académico británico, expulsado de la orden jesuita, experto en la 
historia de la Iglesia contemporánea.
          
JOVEN CLÉRIGO QUE APUNTABA A LIBERAL
       
Como San Pío X (según dice su biógrafo),
 Angelo Roncalli “nació pobre”, pero esta será la única cosa en común 
con su santo predecesor, porque no “vivió como pobre” ni su muerte “fue 
la de un pobre”. La “simplicidad” con que ponderaba  los 
tesoros de las iglesias en  donde celebraba, para hacérselos después 
donar, era conocida y temida por los sacristanes de ellas. Nació un 25 
de noviembre de 1881 en un pequeño pueblo cerca de Bérgamo, en 
Lombardía,  cuarto de doce hijos de una familia de aparceros, 
profundamente cristiana.
     
Angelo demostró ser un  niño piadoso, impermeable a la propaganda de la escuela laica, a la que se vio obligado a asistir.
 Esto hizo que  su primera comunión la recibiera excepcionalmente a la 
edad de ocho años. Fue el cura de su parroquia el que cayendo en la 
cuenta de su inteligencia convenció a sus padres para que prosiguiera  
los  estudios, lo que llevó a cabo  con determinación en condiciones muy
 duras, por lo menos en  el primer año.
     
Más
 tarde sin dudarlo, entró en el seminario de Bérgamo, donde recibió una 
formación tradicional de impronta contrarreformista. Fue un modelo de 
seminarista,  que seguía una regla de vida, a la que se mantuvo fiel 
toda su vida.
      
Su
 obispo Mons. Guindani, así  como el de Cremona, Mons. Bonomelli eran 
“acuerdistas” (conciliariste), es decir, estaban a favor  de la 
reconciliación entre el Papado y el nuevo Estado italiano. En
 los acalorados debates que agitaban el seminario sobre este tema, de 
manera espontánea Roncalli adoptó el punto de vista de su pastor. Uno de
 sus tíos se entregó con pasión al  trabajo social que la diócesis de 
Bérgamo desarrollaba.
         
En
 1900, durante un rápido viaje a Roma, el joven seminarista quedó 
impresionado no sólo por León XIII, sino también por el clima 
anticlerical de la Ciudad Eterna. Al año siguiente regresó a 
Roma, esta vez enviado por su obispo para estudiar teología. Allí se 
aprovechó del tomismo renovado, pero fue sobre todo la historia lo que 
le fascinó gracias a  su maestro, el padre Benigni, futuro auxiliar de 
San Pío X en la lucha contra el modernismo, quien le infundió su inmensa
 admiración por la Contra Reforma, sobre todo por  San Carlos Borromeo. 
La admiración por este santo, no disminuyó con los años llegando hasta 
el tiempo de su elección al pontificado.  Roncalli trabajaría en la 
edición crítica de los treinta y nueve volúmenes de  informes de las 
visitas pastorales ¡de su santo favorito!
Irónicamente, el modelo sacerdotal de Roncalli, ¡FUE SAN CARLOS BORROMEO!
      
 
Sus estudios fueron interrumpidos en noviembre de 1901 durante el año de servicio militar, lo cual le resultó muy doloroso. Regresó a su verdadera vocación, pero un tanto desilusionado por el estado de la humanidad. Pero, como escribió  a su familia,
 sintió, “una furia por querer saberlo todo, conocer todos los autores 
de valor, me puse al tanto del movimiento científico en sus múltiples 
direcciones”.
        
En
 Roma, fue compañero y amigo de Ernesto Buonaiuti, que sería más tarde 
excomulgado por modernista. Aunque Angelo no lo sigue en su mal espíritu
  y en su crítica de la formación que recibieron, sin embargo quiere, 
como él, una Iglesia más abierta al mundo moderno y que esté más interesada en la acción social.
Ernesto
 Buonaiuti fue excomulgado por apoyar el modernismo (doctrina condenada 
entre otros, por San Pío X), y cuestionar la divinidad de Cristo y la 
santidad de la Iglesia
       
 
Durante estos años, su
 espiritualidad evolucionó y permanecería así desde entonces. Después de
 haber sido educado en el temor al pecado, ahora toma esta resolución: 
“El sentimiento del amor de Dios y la completa entrega a su voluntad es 
 la que  tiene que absorber en mí  todo lo demás”.
    
Pero de
 este primer período romano, lo más importante que sacó para su futuro, 
 fue sin duda la relación estrecha que mantuvo, por recomendación de un 
amigo sacerdote, con el Obispo Tedeschi, capellán de la Obra del 
Congreso, es decir, la Acción Católica Francesa. Sin embargo, este 
prelado pertenecía al círculo de los partidarios del cardenal Rampolla, secretario de Estado de León XIII, muy liberal y vinculado a la masonería.
        
El
 joven Roncalli también  quedó deslumbrado por dos “victorias” de la 
diplomacia del Papa León XIII: la visita del rey de Inglaterra al 
Vaticano y poco después  la del emperador de Alemania. En su diario anotó:
      
“Es un signo de los tiempos  esta nueva aurora luminosa  que amanece en el Vaticano después de una noche de tormenta,
 el lento pero consciente y real retorno de las naciones a los brazos 
del Padre común que desde hacía tiempo las esperaba llorando su 
desvarío”. 
Además de la ingenuidad de esta reflexión  que 
 ignora el interés con que se beneficiaban los dos jefes de Estado al 
ser acogidos por el pontífice, sin beneficio real para el reino de 
Cristo, hay que señalar el uso por primera vez del término 'signo de los
 tiempos'. Uno de los futuros eslóganes de la próxima  
revolución conciliar ¿justificaba ya entonces la unión de la Iglesia con
 sus enemigos?
 
         
Por
 lo que se ve ésta ya es  una característica de Roncalli: su presteza  
para extasiarse ante  la apertura de espíritu a los enemigos de la 
Iglesia. El que cesara la lucha, el que no se anatemizara ya a nadie ¡le parecía  un avance  significativo!
       
REFRACTARIO A SAN PÍO X
       
El
 4 de agosto de 1903, el Cardenal Sarto fue elegido Papa,  y no el 
Cardenal Rampolla que había entrado en el cónclave como favorito, 
tomando  el nombre de Pío X. Una de sus primeras decisiones 
importantes sería la disolución de la "Obra del Congreso", minada por 
los errores de la Democracia Cristiana. No sería la única medida que 
golpearía  a los protegidos del Secretario de Estado del difunto Papa.
San Pío X ejerció su pontificado salvaguardado la Fe Católica Tradicional
        
En
 este ambiente de conmoción por su “familia espiritual”, Roncalli 
terminó su teología, justo antes de ser ordenado sacerdote el 10 de 
agosto de 1904. Su proyecto era  llevar a cabo estudios de derecho canónico, pero entonces sucedió el nombramiento de Mons. Tedeschi como obispo de Bérgamo, que inmediatamente lo llamó para que fuera su Secretario.
       
El
 nuevo obispo, apenas instalado en su diócesis, va en peregrinación a 
Francia con su secretario, no por razones de piedad, sino para ver por 
sí mismo el impacto de la política  de Pío X frente al gobierno francés 
anticlerical. Volvería convencido de que “¡Pío X perdió la batalla contra el Estado francés!”
        
Ya sabemos lo suficiente como para observar que el
 futuro Juan XXIII había recibido una huella imborrable en sus años de 
formación eclesiástica  en un medio muy opuesto a Pío X y a todo lo que 
representaba el santo pontífice.
           
Mantendría,
 sin embargo, una estima sin límites por el Obispo Tedeschi,  de quien 
más tarde escribiría la biografía, admirándolo, en particular, por su 
capacidad para adaptar la Iglesia a las “nuevas condiciones y necesidades de la época”. 
        
En
 medio de estas influencias iniciaría una fuerte amistad con el Cardenal
 Ferrari, arzobispo de Milán, también del clan liberal,  y cuando llegó a
 ser papa, abriría el proceso de su beatificación, que el Papa Juan Pablo II culminaría en 1987.
     
Cuando el 8 de septiembre de 1907 apareció  la encíclica  Pascendi de
 San Pío X, que condena enérgicamente el modernismo, los círculos 
liberales estaban devastados: lo ven como un golpe mortal para el 
estudio, la ciencia y la inteligencia en la Iglesia. No obstante, el 4 de diciembre, en el tercer centenario de la muerte del Cardenal Baronio, el
 Padre Roncalli dio una conferencia pública que causó un gran revuelo. 
Es una obra maestra de habilidad que, al tiempo que parece aprobar la 
encíclica,  hace una labor de zapa,  rindiendo homenaje a la curiosidad 
intelectual sin restricciones, fundamental para el libre cuestionamiento del conocimiento.
        
Su biógrafo cuenta que 
Roncalli
 no hubiera podido pronunciar esta conferencia sin estar seguro de la 
protección de personas poderosas, entre las cuales estaban, además del 
Cardenal Ferrari, el Cardenal Mercier, primado de Bélgica, que,  no ahorra  en secreto las más duras críticas a Pío X,  proclamando al mismo tiempo estar en perfecto acuerdo con él.
    
Desirée Mercier, Cardenal-Arzobispo de Malinas-Bruselas y Primado de Bélgica, un hipócrita
 
 
         
Es en este cenáculo cerrado  cuando 
en 1908 Roncalli oye al viejo obispo de Cremona, Arzobispo Bonomelli  la idea de un Concilio como dejará escrito en su diario: “
Un
 gran concilio ecuménico que debatirá con presteza, libre y 
públicamente,  los principales problemas de la vida religiosa, y tal vez
 atraerá la atención del mundo sobre la Iglesia, estimulará la fe y 
abrirá nuevas perspectivas para el futuro”. ¡Juan XXIII retomará la frase casi textualmente cincuenta y cinco años más tarde!
    
El Concilio Vaticano II fue imaginado en 1908 por Geremia Bonomelli, obispo de Brescia. ¡Y RONCALLI LO HARÍA REALIDAD EN 1962!
 
 
          
Una
 anécdota  ilustrará la oposición entre San Pío X y el futuro Juan 
XXIII. Es de fecha  de 18 de noviembre de 1908, cuando el santo 
pontífice recibió en audiencia a una delegación de la diócesis de 
Bérgamo que venía a  darle 25.100 liras en monedas de oro, por su 
aniversario. En su diario, Roncalli escribió que Pío X no les concedió 
ni una mirada, ni  siquiera las gracias por este regalo, pero dirigió a 
ellos con emoción una firme advertencia contra el modernismo y sus 
fatales consecuencias, concluyendo con esta frase: “Por supuesto santo, 
pero no totalmente perfecto, ya que se  dejaba invadir por la ansiedad y
 se mostraba  tan angustiado”.  Quizás era por su propia 
perfección por lo que  Juan XXIII ¡nunca se afligiría ni por la 
salvación de las almas, ni por su propia salvación!
         
Nótese sin embargo que, 
después
 de su retiro en 1910, cuando debía pronunciar el juramento 
anti-modernista, escribió en su diario el texto que su biógrafo describe
 como “incomprensible”,
        
“Las
 experiencias dolorosas que se han podido constatar aquí y allá este 
año, las graves preocupaciones del Santo Padre, el llamamiento a los 
pastores, me convencen, sin querer buscar más, que los
 vientos de modernismo soplan más fuerte  y más extensamente  de lo que 
me parecía a primera vista, y bien pueden alcanzar  y  hacer desviar a 
los que inicialmente no querían más que la adaptación de la antigua 
virtud del cristianismo a las necesidades modernas. Muchos incluso los buenos, se equivocaron, tal vez inconscientemente”. 
 
               
No
 obsta, sin embargo, que  su clase de historia en el seminario de 
Bérgamo fuera denunciada  a Roma como modernista. Para defenderse, 
escribió al Cardenal De Lai en junio de 1914, afirmando que él nunca 
leyó en sus clases al historiador modernista, Abbé Duchesne, lo cual es 
ni más ni menos que  mentira, como su biógrafo se ve obligado a reconocer.
      
Roncalli
 fue denunciado por enseñar las doctrinas de Luis Duchesne, que fue 
censurado por el Santo Oficio a causa de su lectura modernista de la 
historia de la Iglesia
 
 
         
Convenía
 haber hablado un tanto extensamente de sus años de formación, ya que 
fueron decisivos. Todo Juan XXIII ya está  en ellos. Él mantuvo hasta el
 final las ideas de aquel  cenáculo liberal, simpatizante con los 
modernistas, que creció a la sombra de León XIII,  y fue condenado por 
San Pío X, pero no erradicado puesto que resurgiría poco tiempo después,
 hasta llegar a las más altas esferas de la Iglesia.
          
LOS  LENTOS COMIENZOS DE UNA CARRERA
          
Durante
 la Primera Guerra Mundial, fue reclutado como capellán médico. La 
valentía y el heroísmo de los soldados corregiría sus impresiones sobre 
el servicio militar. También se congratulaba de que por las pruebas que 
estos hombres compartían con los sacerdotes alojados en los mismos 
pabellones, había desaparecido el anticlericalismo. El antagonismo entre la Iglesia y el patriotismo italiano moría en las trincheras.
          
Uno no se sorprende al saber que él  era un entusiasta partidario de la convocatoria por la paz lanzada por Benedicto XV.
           
Después de la guerra, el nuevo obispo de Bérgamo lo nombró director de la residencia de estudiantes, director espiritual del seminario y director de la Unión de Mujeres Católicas. Él
 es feliz en este ambiente muy receptivo a los principios de la 
democracia cristiana. Apoya  el Partito Popolare Italiano del sacerdote 
siciliano Sturzo; con el Cardenal Ferrari y otros, sueña con una 
teo-democracia bajo el magisterio de un papa abierto al mundo moderno.
        
En
 1920,  en el Congreso Eucarístico de Bolonia, cuando se temía una 
revolución comunista en Italia, pronunció un discurso muy aplaudido 
sobre la Virgen María y la Eucaristía, que terminaba dando una lección 
de serena confianza. Tras este éxito oratorio, el Cardenal Van Rossum, 
Prefecto de Propaganda, le solicita para el puesto de Director Nacional 
de la Propagación de la Fe. Él aceptó este nuevo papel que le valió el 
título de Monseñor, y allí se revelará muy eficiente.
          
Los acontecimientos de aquellos años  no tienen gran interés. Admirador
 de Benedicto XV, se muestra mucho más reservado con Pío XI, de quien no
 entiende, principalmente, la política de compromiso con Mussolini.
 Él es decididamente anti-fascista,  hasta el punto  que después de una 
predicación abiertamente contra el régimen, el gobierno reclama su 
alejamiento  de Roma.
Pío XI fue blanco de la desconfianza de Roncalli, por el sólo hecho de llegar a entendimientos con el Duce (Benito Mussolini)
 
       
Por esa razón, el
 17 de febrero de 1925, fue nombrado visitador apostólico en Bulgaria, 
donde viven sesenta y dos mil católicos, divididos entre  uniatas y 
latinos; están perdidos en medio de los ortodoxos que 
acababan de desgajarse del Patriarcado de Moscú por su [de ellos] 
anticomunismo y deseaban acercarse tanto a Constantinopla como a Roma. 
Se esperaba pues de él un informe sobre esta compleja situación.
         
En
 el último momento, Pío XI, que lo recibe poco antes de su partida, 
decide  hacerlo arzobispo, lo que no era necesario para esta misión. Fue
 consagrado el 3 de marzo 1925.
      
Fue
 entonces cuando conoció a Dom Lambert Beauduin y se convierte en 
partidario del ecumenismo de la caridad, como él decía, dejando de lado 
las condenaciones pasadas  hechas por no haber considerado antes que 
nada aquello que nos une.
Lambert Beauduin, fundador del monasterio ecuménico de Chevetogne
 
 
            
Se
 empezó a hablar de él como sucesor del Cardenal Ferrari en Milán, pero 
Mussolini se opuso a ello. Se quedaría por ello  diez años en Bulgaria, 
poniendo buena cara a la mala suerte, dedicándose de lleno a los 
católicos búlgaros y estrechando amistad con la familia real.
     
La
 amistad de Roncalli y la Casa Real de Bulgaria se debe a que él 
intercedió ante Pío XI para que la princesa católica Juana de Saboya se 
casara con el zar Boris III (que era cismático) 
 
 
     
A finales de 1934, 
fue enviado como delegado apostólico a Turquía,
 donde su predecesor había dado  la espalda  tanto al gobierno secular 
de Atatürk como al patriarcado de Constantinopla. Su bonhomía hizo  
maravillas, todo el mundo le apreciaba. 
Autoriza
 innovaciones que  fueron severamente juzgadas en Roma, pero que le 
valieron el  aprecio de los turcos, tales como permitir el uso de su 
lengua en la liturgia de  las invocaciones al Santísimo Sacramento o en 
las lecturas de la Misa.
  
Roncalli (el que no tiene barba), cuando fue Vicario Apostólico en Turquía
 
 
            
A
 la muerte de Pío XI, recibió las condolencias del Patriarca de 
Constantinopla, lo que nunca se había visto desde los días del cisma.
     
En 1939, Turquía, que era neutral, se convierte en un centro de actividad diplomática de los beligerantes. Roncalli
 se hizo amigo del embajador de Alemania, el católico Von Papen, que le 
proporcionará mucha información acerca de las intenciones pacíficas de 
Hitler. Roncalli lo transmite a  Roma como algo de alto valor en los documentos entregados. Pero
 en  el Vaticano, Monseñor Tardini, quien tiene la sartén por el mango 
en la diplomacia de la Santa Sede, no se dejó impresionar, y anotó al 
margen  de un informe del delegado apostólico en Turquía: “uno que no ha
 entendido nada”.
           
De hecho, su biógrafo, establece sin lugar a dudas: la
 actividad diplomática de Monseñor Roncalli supuso una serie de 
fracasos, si exceptuamos su capacidad para ser apreciado por todos. Por 
eso, él no tendrá una gran reputación en la Secretaría de Estado y en la
 Curia Romana. Su único éxito fue el rescate de veinte mil judios de 
Europa Central, a través de sus buenas relaciones con el rey de 
Bulgaria, y la complicidad de Von Papen.
        
NUNCIO APOSTÓLICO EN PARÍS
                  
El
 6 de octubre de 1944, fue nombrado nuncio apostólico en París -¡el 
puesto más prestigioso de la diplomacia vaticana!- para sustituir al 
obispo Mons. Valerio Valeri,  a quien De Gaulle no perdonaría  haber 
sido testigo  de la resistencia del mariscal Pétain a su detención por 
los alemanes. La situación entre Francia y la Santa Sede es muy tensa, por eso se necesitaba alguien que pudiera arreglar las cosas.
         
La
 nunciatura de Roncalli en Francia llevaba un proyecto secreto: eliminar
 la influencia del Mariscal Philippe Pétain en la diplomacia vaticana
 
       
De hecho, su
 biógrafo muestra que  desempeñó un papel muy secundario en la mejora de
 las relaciones entre De Gaulle y el Vaticano. Sonriendo, sin 
escrúpulos, muestra el apoyo oficial de la Iglesia al usurpador 
gaullista. El mariscal de Francia (Pétain) es visto como un interludio desafortunado, como él
 mismo dice sin rodeos en su primer discurso de bienvenida al nuevo 
gobierno: “Francia vuelve a tomar su tradicional fisionomía y el 
legítimo lugar que le corresponde entre las naciones”. ¡Para él la 
fisionomía tradicional de Francia era la de los Derechos Humanos y la de
 la Revolución!
         
Durante
 los nueve años de su estancia en París, sería muy popular entre los 
políticos franceses (que no son cristianos) por su sentido del humor que
  hace maravillas en las cenas ceremoniales. Su principio de 
acción es simple: “El mantenimiento de relaciones pacíficas entre la 
Iglesia y el Estado es el propósito mismo de la Nunciatura Apostólica”.
     
Si
 en algo se destacó Roncalli como Nuncio, fue en su capacidad de hacer 
amigos (Aquí platicando con unos políticos socialistas, mientras fuma un
 cigarrillo)
 
    
Aunque
  estuvo muy interesado en la historia de Francia, abandonó sin embargo 
el estudio de las ideas contemporáneas. En un primer momento parece 
preocuparse por la situación: “Francia es como el pueblo 
elegido, piensa,  y cree que porque es la “hija mayor de la Iglesia” 
desde hace siglos, puede permitirse cualquier cosa sin mostrar su fe en 
las acciones. Se equivoca, y temo por ella”. Sin embargo,  cambiaría rápidamente bajo la influencia  de las excelentes relaciones que mantenía con Mons. Montini,  que  era junto con Mons. Tardini, el principal colaborador de Pío XII en aquel momento.
       
Se puede  decir que en
 su estancia en Francia adquirió los rasgos que serían  notables durante
 su pontificado: un optimismo generalizado, con la convicción enraizada 
de que la Iglesia no tiene necesidad de condenar errores ya que “¡hoy en
 día la gente parece comenzar a condenarlos por  sí misma!”, “un gran 
interés en las acciones  humanitarias y una apertura  incondicional al 
mundo moderno”. Se muestra muy influenciado por el
 Cardenal Suhard, arzobispo de París, que desea una renovación de la 
Iglesia mediante un laicado revitalizado y un sacerdocio activo y 
adaptado a la vida moderna industrial.
  
Emmanuel
 Suhard, Cardenal Arzobispo de París. Ideó los "sacerdotes obreros" 
(precursores de la mal llamada "Teología de la Liberación")
      
 
El 29 de 
noviembre de 1952 fue nombrado Cardenal, y después de algunas pocas 
semanas fue nombrado Patriarca de Venecia. Allí sería muy feliz. Allí, 
como en otras ocasiones, su bonhomía  y sentido del humor  conquistarían
 enseguida el corazón de la gente.  Se encontró con una 
diócesis muy pobre. No duda en alejarse de los partidos políticos, lo 
que es inmediatamente interpretado como una desafección  a la Democracia
 Cristiana.
         
Cuando
 Roncalli fue nombrado cardenal, la birreta escarlata le fue impuesta 
por el presidente francés Vincent Auriol (ateo y francmasón del grado 
33° R.E.A.A.)
 
      
Imitando
 a San Carlos Borromeo y a San Pío X convoca un sínodo diocesano. Es 
entonces cuando empleó por primera vez la expresión aggiornamento de
 la Iglesia. A él le gustaba evocar la eterna juventud de la Iglesia, es
 decir, su capacidad para adaptarse constantemente al mundo en que vive.
      
Con
 Montini, ahora arzobispo de Milán, pero a quien  Pío XII  rehusó el 
cardenalato, mantiene  una extensa correspondencia, pero fue  una 
amistad la de ellos   “vivida con prudencia y discreción”, escribe su biógrafo.
       
EN EL TRONO DE PEDRO
A
 la muerte de Pío XII,  el 9 de octubre de 1958, era claro que el 
cardenal Roncalli era papable, dada la avanzada edad de los cardenales y
 su pequeño número. Pero, en general se aceptaba que el suyo sería un pontificado de transición.
Irónicamente,
 su biógrafo escribe: “Juan XXIII pudo escribir que él aceptó el honor y
 la carga del pontificado”, con la alegría de poder  decir que “no he 
hecho nada para conseguirlo, realmente nada, por el contrario, he 
tratado cuidadosa y concienzudamente  de no proporcionar, por mi parte, 
ningún argumento a mi favor”, pero en estas declaraciones se refiere al 
propio cónclave. “… porque ¡se había mostrado  muy activo en los días 
precedentes!”
En
 efecto, a diferencia del Cardenal Sarto, y del Cardenal Luciani, que 
habían logrado sólo asistir a las reuniones de cardenales estrictamente 
obligatorias, el Cardenal Roncalli  multiplicó las visitas y comidas con
 colegas y personas clave  en el Vaticano. En ausencia de 
Montini,  se presentó como el hombre adecuado para preparar el 
pontificado de este último. Tuvo tanto éxito en sus contactos que en la 
víspera del cónclave, estaba convencido de que sería elegido.
    
Sin embargo, las
 cosas no salieron según lo planeado. Los conservadores, a priori, no lo
 querían ya que él tenía mala reputación entre los cardenales de la 
Curia. En la víspera de la votación XI, los cardenales conservadores 
Ruffini, arzobispo de Palermo, y Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, 
fueron a su habitación y le transmitieron la necesidad de un Concilio  
para condenar los errores modernos. Roncalli diplomáticamente escuchó con interés,  pareciendo convencido, y consiguió aquellos votos influyentes.
    
Después de su elección, el 28 de octubre de 1958,  está sorprendentemente tranquilo. Cumpliría 77 años, un mes más tarde.
    
Antes de Roncalli, hubo un Juan XXIII: Baltasar Cossa, que fue antipapa cuando el Cisma de Occidente
      
Su primera decisión fue sorprendente: 
 Eligió al conservador y colaborador más cercano  de Pío XII, monseñor 
Tardini, para ser secretario de Estado, lo que agradó a  la Curia, pero 
al día siguiente, anunció el nombramiento de  veintitrés cardenales, 
exigiendo que Mons. Montini fuera el cabeza de la lista.
    
Roncalli
 (electo Juan XXIII), nombró cardenal a Montini, a sabiendas de la 
inhabilidad de éste por Pío XII (recuérdese que Montini trabajaba con 
Alighiero Tondi como espía para la Unión Soviética) 
 
Su
 reputación de simplicidad no impidió que Juan XXIII amara la pompa  
pontificia, que quiso  fuera respetada en los menores detalles.
 Sin embargo, será el primer Papa en hacer una homilía durante la Misa 
de entronización. Desarrolló el tema del Buen Pastor, tema que evocará 
frecuentemente en otras ocasiones.
Otra
 de las novedades después de la ceremonia, fue que el nuevo Papa hablara
  libremente con los periodistas, presentándose como  el 'José del 
Antiguo Testamento reconocido por sus hermanos'. Él ya había utilizado esta comparación en Bulgaria, Turquía, Grecia y París, y la repitió sin cesar. Así pues, da dos claves de su pontificado: la unidad en la vida de la iglesia y la paz del mundo.
LA INSPIRACIÓN DE UN CONCILIO
El
 25 de enero de 1959, durante un consistorio celebrado en San Pablo 
Extramuros después de la ceremonia de clausura de la semana de la  
Unidad,  anunció su determinación de convocar un concilio ecuménico.
 Ante eso, los Cardenales no tienen ninguna reacción, dejando a Juan 
XXIII, un poco decepcionado. Montini fue el primer sorprendido;  como 
escribió a un amigo: “El astuto santo viejo no parece  darse cuenta en 
que avispero se mete”.
Más tarde, 
en
 1962, Juan XXIII  lo presentará como una inspiración del cielo. Le 
habría venido súbitamente durante una charla con Mons. Tardini el 20 de 
enero de 1959: 
     
“Súbitamente,
 una gran idea surgió en Nos e iluminó nuestra alma. Nos la acogimos  
con  una confianza inefable en el  Divino Maestro, la palabra vino a 
nuestros labios, como un imperativo solemne. Nuestra voz lo expresó por 
primera vez: un Concilio”.
 
     
En
 su diario, que sabía  iba a ser publicado después de su muerte, 
escribió el 15 de septiembre de 1962,  tres semanas antes de la apertura
 del Concilio:
         
“Sin 
haber pensado antes en ello, en mi primera conversación con el 
Secretario de Estado, el 20 de enero de 1959, pronuncié las palabras de 
Concilio Ecuménico,  Sínodo Diocesano y  revisión del Código de Derecho 
Canónico, y  esto sucedió sin que yo hubiera hecho antes  hipótesis o  
proyecto alguno.  El primero en ser sorprendido por esta sugerencia que 
hice, era yo mismo, ¡cuando nadie me había dado una pista!”
 
        
Su
 biógrafo benevolente habla de “reorganización  inconsciente de sus 
recuerdos”, ¡con que elegancia se dicen las cosas! Esto es simplemente 
una mentira obvia.
Pero honesto como era, Pedro
 Hebbletwhaite recordó  que fue Mons. Ruffini quien tuvo esa idea en 
1939, incluso antes de que fuera cardenal, pero Pío XII no la consideró.
 Cuando llegó a  arzobispo de Palermo, volvió a la carga en 1948, con el
 apoyo del cardenal Ottaviani, a fin de obtener la condena de los 
errores modernos; esta vez, el Papa ordenó secretamente prepararlo. Pero
 Pío XII abandonó unos meses más tarde la idea, viendo  que las 
reacciones de los prelados consultados comenzaban a mostrar grandes 
divisiones en el seno del episcopado. Finalmente, en el último cónclave, los dos cardenales se dirigieron a aquél a  quien se orientaba el voto.
    
El
 30 de octubre de 1958, dos días después de su elección, el Papa Juan 
XXIII habló con su secretario y se hizo traer los documentos guardados 
en los  archivos de la preparación hecha por Pío XII en 1948.  Después de tener conocimiento de ellos,
 decidió que su concilio tendría  un espíritu diferente: su principal 
objetivo sería pastoral, no doctrinal, el concilio era necesario para 
satisfacer las necesidades cambiantes de la Iglesia y el mundo. La  
decisión fue definitivamente tomada  el 28 de noviembre.
    
El 9 de enero, habló bajo  secreto con Dom Rossi, antiguo secretario del Cardenal Ferrari.
    
- “Esa noche, le dijo, vino a mí una gran idea:  hacer  un concilio”.
- Don Rossi respondió: “Es una hermosa idea.”.
- ¿Sabes? No es cierto que  el Espíritu Santo asiste al Papa.
- ¿Cómo dice Santo Padre?
- No es el Espíritu Santo el que asiste al Papa. Soy yo quien no soy más que su asistente. Es Él quien hace todas las cosas. El Concilio es su idea”.
 
Por
 la lectura de estas líneas, comprendemos  la finalidad de estas 
mentiras pontificales: para este concilio pastoral, que no se 
preocuparía por la doctrina y abandonaría los procedimientos  que le 
garantizarían la asistencia del Espíritu Santo, hubo  que inventar una 
“súper-infalibilidad” al  afirmar que  es el Espíritu Santo el que 
actuaba directamente. Esto es lo que el abate de Nantes llamó “el 
iluminismo del Concilio”. La duplicidad de Juan XXIII esta ahí clara, y 
también explica su actitud en los años siguientes, hasta su muerte.
La
 "súper-infalibilidad que inventó Roncalli/Juan XXIII para legitimar el 
conciliábulo, encuadra con la profética observación de un prelado 
francés: “La peor de las herejías será la exageración del debido respeto
 al Papa, por una extensión ilegítima de su infalibilidad”
 
 
UN CONCILIO PUEDE OCULTAR OTRO CONCILIO.
  
Efectivamente, en primer lugar, él  comienza por confiar la preparación a una comisión presidida  por el Cardenal Tardini. El 30 de junio 1959, abrió sus trabajos con la presentación de su concepción del Concilio. Retomando
 la sugerencia del obispo de Cremona en 1908, o sea, que basta con que 
la Iglesia debata públicamente, para que la humanidad, muestre simpatía 
por su decisión y vuelva  a Cristo, él esboza  un “Concilio espectáculo”.
 Sin embargo, el discurso es lo suficientemente ambiguo como para ser 
interpretado como una invitación a anunciar ante la faz del mundo las 
verdades de la fe para que  la sociedad moderna se beneficie, ya que 
corría hacia el extravío.
En
 realidad, la preparación del concilio tuvo dos niveles: el oficial 
asignado a la Curia romana, y el que se iba a forjar  en el entorno del 
Papa,  o sea “el espíritu del Concilio” que nació en el seno de un 
pequeño grupo de fieles, de iniciados,  que sostienen la  visión de una 
iglesia que quiere abrirse al mundo. Tres figuras dominan 
este círculo: el Cardenal Montini, por supuesto, el Cardenal Bea y el 
Cardenal Suenens, primado de Bélgica.
        
Paralelamente
  a esta fase preparatoria, Juan XXIII convocó un sínodo de la diócesis 
de Roma. La rapidez de los debates y la naturaleza reaccionaria de los 
decretos sinodales dan confianza a los conservadores en cuanto al 
desarrollo del Concilio próximo, sin alarmar a los liberales que saben 
que todo podría ser revisado más adelante. Por otra parte, estas 
decisiones del sínodo acabarán después prácticamente en letra muerta.
           
En
 1959, la reputación de bondad del nuevo Papa provoca el cuestionamiento
 público del celibato clerical, y el número de solicitudes de exención 
recibidas por la Santa Sede se incrementa sustancialmente. Ciertamente, Juan XXIII recordó entonces la ley del celibato, pero no hizo nada contra los teólogos que lo cuestionaban.
       
A
 lo largo del año 1960, a los obispos del mundo se les consultaría sobre
 el futuro Concilio. El 76% contestó, sin embargo, con sugerencias en 
gran medida conservadoras. La minoría progresista se alarmó, por lo que 
 el cardenal Bea, sugiere a Juan XXIII el establecer por iniciativa 
propia una Secretaría para la  Unidad de los Cristianos. Esta
 organización se ocuparía exclusivamente de ecumenismo, pero estaría 
dotada de amplios poderes, permitiendo así  al cardenal  poner a 
trabajar bajo su batuta   a los jóvenes  teólogos  excluidos por el 
Santo Oficio. 
Pronto se interrumpirán los 
trabajos preparatorios, dando prioridad a un nuevo criterio en la 
redacción de los patrones  conciliares: “el deseo de no disgustar a 
nuestros 'hermanos separados'”.
El
 actual Consejo deuterovaticano para la "Unidad de los Cristianos" fue 
fundado el 5 de Junio de 1960 para contrarrestar la voz tradicionalista 
de los obispos 
 
   
Sin embargo, es
 a partir de este punto cuando los medios de comunicación de todo el 
mundo están empezando a interesarse en los trabajos de preparación y se 
hacen eco ampliamente de obispos y teólogos como el joven e impetuoso 
Hans Küng, que deseaban  un Concilio más  democrático y colegial.
Este
 año 1960 debería ser también el año de la publicación del Secreto de 
Fátima. Ahora sabemos lo suficiente para que no nos sorprenda la 
negativa de  Juan XXIII  a  publicarlo,  al declarar  enfáticamente que 
no concernía a su pontificado, dar publicación a  la voluntades del 
Cielo, por ser demasiado pesimistas. Los “profetas de calamidades” están
 desde entonces prohibidos en la Iglesia  eternamente joven y simpática 
 del “buen Papa Juan”.
     
Nuestra
 Señora ordenó que el Tercer Secreto de Fátima debía ser "publicado 
después de Pío XII y antes de 1960". Pero Roncalli/Juan XXIII NO 
OBEDECIÓ ¡PORQUE NO QUERÍA SER "PROFETA DE DESGRACIAS"!
    
LOS PREPARATIVOS FINALES PARA LA REVOLUCIÓN
Juan XXIII también iba a cambiar la posición de la Santa Sede en los asuntos temporales.
    
Bajo
 Pío XII, la política de la Santa Sede era anti-comunista. En Italia, 
después de quince años de poder indiscutible, el partido de la 
Democracia Cristiana con una disminución de su electorado a la que Aldo 
Moro, su jefe, quería hacer frente con la apertura a sinistra. La Secretaría de Estado se opone por el temor de  que se beneficiara el Partido Comunista.
Pío
 XII se mostró temeroso de que la "Democracia Cristiana" se aliara con 
el Partido Comunista, con el beneficio de éste último (como sucedió con 
la alianza entre Aldo Moro y Enrico Berlinguer)
 
“La originalidad del papa  Juan, dice su biógrafo, estaba
 en aparecer desde el principio como un papa espiritual, un pastor, que 
hacía una clara distinción entre el papado y la República Italiana. Ya 
no están en competencia, podrían vivir juntos en armonía en este 
espíritu de cooperación que él llamó convivenza. En 
consonancia con esta distinción, la política italiana de Juan era una 
política de separación y de reserva. (…) Él quiere que la Iglesia se 
aleje  del campo de batalla inmediato  de los partidos políticos”. Por tanto, al negarse  a intervenir en el debate, Juan XXIII permitió la apertura a la izquierda de los  católicos.
El 15 de julio de 1961, durante las vacaciones de la Curia, publicó su encíclica Mater et Magistra sobre la cuestión social, inmediatamente interpretada como una bendición de la política de Aldo Moro.
El
 30 de julio, el cardenal Tardini muere repentinamente. Para 
reemplazarlo, Juan XXIII hizo un llamamiento al Cardenal Cicognani, 
personaje anodino.
Los trabajos oficiales de la Curia avanzan. Ocho
 centenares de expertos, todos ellos acreditados por el Santo Oficio, 
han hecho sus sugerencias, por lo que  se precisaba que un “comité 
central”, redactase el  texto para su presentación a los obispos. Con 
motivo de su primera reunión, el Papa insiste en “la actualización de la
 Iglesia”. “El Concilio, dijo, no es una asamblea 
especulativa, es un organismo dinámico y vivo que ve y abraza a todo el 
mundo”. Él habla de aggiornamento.
Las
 reuniones del Comité Central son muy animadas, ya la autoridad y el 
prestigio del cardenal Ottaviani son contestadas y todos los arbitrajes 
del Papa son en favor de los innovadores.
Durante
 el verano de 1962, el Vaticano negoció en secreto con Moscú para que 
los obispos católicos de los países comunistas y representantes del 
Patriarcado de Moscú pudieran participar en el Concilio. Para dar su 
conformidad, Moscú exige una promesa formal de que no habrá condena del 
comunismo, a lo que Juan XXIII se pliega, puesto que en cualquier caso, ha sido ya decidido que el Concilio no condenaría nada.
El
 23 de septiembre de 1962, cuando terminó su retiro anual, Juan XXIII, 
se entera de los resultados de sus últimos exámenes médicos. Le detectan
  un cáncer que le concederá, como máximo, un año de vida.
LA REVOLUCIÓN EN ACCIÓN
Una
 Iglesia en gran medida conservadora, una minoría activa progresista, un
 Papa muy popular, pero gravemente enfermo, que tiene  como principio  
no condenar a nadie,  una iglesia que quiere agradar a todo el mundo, 
este es el contexto de la primera sesión del Concilio Vaticano II.
Las sesiones se abren 11 de octubre 1962, bajo la mirada de 1.200 periodistas acreditados. El
 Papa preside  este día memorable con su bonhomía habitual. Pronuncia su
 famoso discurso, que se dice  haber sido preparado por Montini, aunque 
el biógrafo afirma que no, que es de la pluma de Juan XXIII, pero que 
sea lo que sea, el Abbé de Nantes, identificó en él ocho herejías.
Pronto,
 la minoría progresista toma el control de los debates. Todos los 
esquemas propuestos por la comisión central, excepto el de  la liturgia,
 fueron rechazados. Los padres piden una nueva redacción de los textos 
que reflejen  sus comentarios. Es la revolución.
La
 actitud del Cardenal Léger, arzobispo de Montreal, es emblemática. 
Aquel que se presentó como el hijo espiritual de Pío XII, intervino con 
los contestatarios (los tradicionales). Pero por la noche, visita al Papa temiendo su reacción, porque no quiere disgustarlo. Fue
 al día siguiente de haber encontrado el silencio benevolente del Papa, 
 cuando él opta por el cambio, en voz baja alentado por su vecino, el 
Cardenal Montini.
Él
 papa dijo a los obispos franceses: “Hay discusiones,  esto es es 
necesario:  pero hay que hacerlo con un sentimiento fraternal y todo irá
 bien. En cuanto a  mí, soy optimista”. 
Como
 lo demostraría la correspondencia entre Juan XXIII y Montini, hecha 
pública en 1983, ellos ya habían acordado en secreto que el proyecto de 
Cardenal Ottaviani de que en una  sola sesión del Concilio se  aprobaran
 los textos preparados, debía ser reemplazada por uno más vasto que se 
alargaría  al menos tres sesiones. No hay duda de que Juan XXIII quiso esta revolución conciliar contra su curia, él fue  uno de los principales responsables.
No hay que olvidar que durante
 el mismo mes de octubre de 1962, la Crisis de los Misiles de Cuba, que 
enfrentó los EE.UU. con la URSS, pudo desembocar en una guerra nuclear. 
Roma hizo de un intermediario entre Washington y Moscú. Cuando el 26 de 
octubre, Pravda reprodujo la petición de paz lanzada por Juan XXIII, fue
 una señal de que Khrushchev accedía a retirar los misiles soviéticos de
 Cuba.
Sería
 necesario todo un capítulo acerca de la política de apertura al este de
 Juan XXIII, en el contexto de la Guerra Fría que entonces  se imponía. 
Incluso llegaría a desear un feliz cumpleaños  al líder soviético, por 
medio  del jefe del partido comunista italiano.
 Khruschev, también deseoso de  mejorar su imagen en Occidente, se 
prestó con gusto a ¡enviar un telegrama al Papa! El Papa no es 
insensible a ello,  exactamente como cuando  se extasiaba al ver que el 
emperador prusiano visitaba a León XIII.
La
 masonería internacional también ensalza a Juan XXIII. La revista Time, 
le nombra “Hombre del Año 1962, porque había dado al mundo entero el 
sentido  de la familia humana!”
Roncalli fue honrado por la revista Time por su "colaboración al entendimiento humano"
 
Mientras
 tanto, el cardenal Bea, pone a punto con el consentimiento del Papa, la
 primera versión de la Declaración sobre la libertad religiosa (Nostrae Aetate), lo que provocaría acalorados debates.
En
 marzo de 1963,  las autoridades comunistas  otorgan el premio Balsan  
de la paz… ¡al Papa Juan XXIII! Montini le aconsejó que lo aceptase, 
aunque la Secretaría de Estado recomendó encarecidamente  lo contrario 
por miedo a que los católicos italianos se desorientaran con provecho de
 los comunistas. El Papa escuchó a Montini; tras las elecciones, el Partido Comunista Italiano ¡ganó un millón de votos!
El 9 de abril de 1963, Juan XXIII, revestido con la estola para dar una dimensión religiosa al caso, firma la encíclica Pacem in Terris ante las cámaras de televisión. El
 abbé de Nantes, denunció la utopía: “El Santo Padre predica un mundo 
ideal futuro que debe  ser construido con la buena voluntad de todos los
 hombres”, que es como decir que es legítima la contestación del orden 
actual y da un cheque en blanco a la revolución. ¡Los comunistas 
tendrían que ofrecerle un premio!
Ante
 el progreso de la enfermedad, Juan XXIII debe reducir su trabajo, poco 
después debe guardar cama. Pero, contrariamente a lo que informaron los 
medios tradicionales papistas, jamás pronunció una sola palabra de 
arrepentimiento por el giro tomado por el Concilio.
Contrario a cuanto creen algunos tradicionalistas, Roncalli JAMÁS se arrepintió del Vaticano II y su liberalismo
 
En cambio, el 24 de mayo, dictó este mensaje a su secretario de Estado que es la mejor expresión de su pensamiento:
       
“Ahora más que nunca, más que en siglos anteriores por cierto, estamos
 llamados a servir al hombre como tal, y no sólo los católicos, ahora 
debemos defender por encima de todo, todos los derechos de la persona 
humana, y no sólo los de la Iglesia Católica. Las necesidades
 actuales del mundo salidas  a la luz en los últimos cincuenta años y 
una comprensión más profunda de la doctrina nos han llevado a una 
situación nueva, como ya he dicho en mi discurso de apertura del 
concilio. No es que el evangelio  haya cambiado, es que hemos comenzado a
 comprenderlo. Quienes han vivido tanto como 
yo, han confrontado tareas nuevas en el orden social a principios de 
este siglo. Quienes  han pasado como yo  veinte años en el Este y ocho 
en Francia, podrán  comparar las diferentes culturas y tradiciones y 
saben que ha llegado la hora de discernir los signos de los tiempos, la 
hora de aprovechar la oportunidad y mirar al futuro”. 
      
Al
 día siguiente, recordando el lenguaje injurioso contra el papa oído en 
 Roma durante la agonía de León XIII, Juan XXIII,  hace esta  
observación: “¡Los tiempos han cambiado para mejor!”
Murió
 el 3 de junio de 1963 "en paz", dispuesto a comparecer ante su Juez. 
"Juan Pablo II" le declaró "beato"… nuestro Padre (Abbé Georges de 
Nantes) demostró que fue nuestra desgracia. Concluyo citando su [del 
abate de Nantes] "Carta a mis amigos", de 25 de septiembre de 1964.
      
“Juan XXIII la quiso [la revolución]. Él proclamó los principios de este movimiento, hizo detener  el sistema y, como
  los hombres sólo cambian  las  instituciones  cuando  son malas y 
corrompen a  los hombres, la Asamblea conciliar  tenía que  llegar allí 
donde él la quiso llevar. La procesión de todos los obispos del mundo 
era admirable a la vista el 11 de octubre de 1962, cuando se dirigía a 
San Pedro.  Pero entró en terrible estado.
       
La
 obra del Concilio debía, en efecto, estar de acuerdo con las decisiones
 soberanas del Papa, lo opuesto a las preocupaciones tradicionales. Ella
 iba  en tres directivas, imprecisas y locamente  prometedoras: la 
reforma de la Iglesia,  el diálogo ecuménico, y la apertura al mundo. El
 integrismo pasaba a  estar mal visto y todo lo que obstaculizaba este 
impulso generoso [el del concilio] se consideraba grosero e inapropiado. Se acordaría  un premio a todos los programas marcados por la audacia y la novedad”. 
Juan
 XXIII quiso abrir la iglesia al mundo, pero de hecho, este hombre, que 
 se quería bueno, pero que anhelaba alabanzas, ¡la vendió al mundo!