HORA SANTA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
   
XII De los apóstoles de vida interior 
   
Especialmente dedicada a aquellas almas que, deseando ardientemente ser 
“apóstoles del Corazón de Jesús”, y no pudiendo por razones de salud, de
 edad o de situación ejercer un apostolado activo, de acción exterior, 
pueden y deben ser apóstoles del Reinado Social del Corazón de Jesús, 
mediante la Oración, el Sacrificio, la Eucaristía y el Amor. Esta Hora 
Santa la recomendamos y ofrecemos muy particularmente a aquellas 
Comunidades religiosas que se interesan con tanto celo en extender o en 
afianzar el Reinado Social del Sagrado Corazón. 
   
LAS ALMAS: Jesús adorable y 
amantísimo. Tú mismo, en tu gran misericordia, nos has escogido y nos 
llamas amorosa e imperiosamente para que participemos de la gloria 
incomparable de los predicadores y misioneros de tu Corazón adorable... 
   
¡Gracias, Jesús! 
   
Sin merecerlo nosotros, lejos de ello, Señor, nos has elegido a fin de 
que, íntimamente y sólo a tu vista, seamos en secreto, sin parecerlo 
exteriormente, pescadores de almas y conquistadores de familias para el 
Rey de amor que Tú eres... 
   
¡Gracias, Jesús! 
    
En tu nombre, pues, Señor, e investidos de tu omnipotencia redentora...,
 creyendo con una fe inmensa en tu amor y en tus promesas soberanas, 
arrojaremos en plena noche, y sin trepidar, las redes de tu caridad... y
 ciertos estamos que un día, a la hora marcada por tu misericordia, esas
 redes se romperán al peso abrumador y delicioso de la pesca milagrosa 
prometida... Sin ver tal vez ostensiblemente, sin constatarlo siempre 
exteriormente, estamos convencidos, ¡oh, Amor de amores!, que el gran 
milagro lo harás, Jesús... El éxito sobrenatural, divino, de nuestro 
apostolado será un hecho... un hecho el prodigio de tu gracia y de tu 
amor... Esto porque eres Jesús... porque vivimos la hora providencial y 
espléndida de tu Sagrado Corazón..., y porque este Pentecostés 
victorioso que debe entronizarte como Rey de amor en las almas, en las 
familias y en las sociedades, Tú lo prometiste, Maestro divino, a tu 
confidente Margarita María... 
        
Ella, Jesús, desempeñó su misión, hablando apenas..., pero la realizó 
maravillosamente, amando y sufriendo, dándose toda a tu Divino Corazón, y
 por este camino oscuro y misterioso fue el dócil instrumento de tus 
adorables designios... Como ella, pues... por ese mismo camino... 
imitando a tu discípula muy amada, queremos, con un apostolado intenso e
 íntimo, predicar e irradiar la gloria de tu Corazón misericordioso. 
      
Y aunque no lo merecemos, Jesús, otórganos la gracia inapreciable de 
alistarnos todos, ¡oh, sí, todos!, en las filas de aquella falange, mil 
veces escogida, que en nuestros tiempos lucha resueltamente para 
apresurar el triunfo íntimo y social de tu Corazón adorable, en los 
corazones, en los hogares y en los pueblos todos de la tierra... 
      
Te lo pedimos por María Inmaculada, Medianera indispensable y Reina del 
Cenáculo... Por Ella te rogamos que multipliques donde quiera el núcleo 
predestinado de aquellas almas que, como Moisés, tienen por misión el 
sostener los brazos fatigados de los soldados, de los apóstoles de la 
vida activa, soldados que luchan sin tregua ni reposo... y que seguirán 
luchando sin desmayo mientras no ondee victoriosamente entronizada tu 
bandera en millares de hogares y en las naciones cristianas... 
       
A eso venimos esta tarde, Maestro de luz, para aprender de tus labios 
divinales la lección magnífica, suprema de apostolado... A través de las
 rejas de la prisión de tu Sagrario, contempla, pues, y bendice esta 
falange de oración y sacrificio... Mira complacido esta legión de 
Cireneos-apóstoles... Consagra, Tú mismo, para tu gloria, Jesús-Hostia, 
estas partículas de hostia... No calles, Señor, pues se trata de tu 
gloria, comprometida en esta gran empresa de amor... Habla, Maestro de 
caridad, y derrama sobre nosotros, las luces y las llamas prometidas a 
los apóstoles de tu Divino Corazón... Habla, Maestro adorable. 
      
(Pidamos con gran fervor la gracia inestimable de saborear y de 
penetrarnos de las sublimes enseñanzas que el Señor quiere darnos en 
esta Hora Santa, de tanto y tan excepcional interés para el reinado de 
su Sagrado Corazón... En silencio, pues, hagamos a este efecto una 
breve, pero fervorosa oración). 
       
JESÚS: Levantad los ojos, 
amigos del alma, y contemplad la cosecha que os espera, madura ya y 
dorada... Esos campos os aguardan... Sí, sabedlo vosotros, ya que tantos
 lo ignoran, por desgracia: el apostolado no es el privilegio exclusivo,
 ¡oh no!, de sembradores y de obreros activos... ¿Sabéis quiénes son los
 que de veras trabajan en los campos de mi Padre celestial?... Aquellas 
almas cálidas que, llenas hasta los bordes de mi sangre y de mi vida, 
rebasan y derraman a raudales la superabundancia de sus corazones hechos
 ascuas... 
    
¡Ea!... Venid, pues, vosotros todos..., seguidme y os daré trabajo de 
apostolado en mi viña... ¡Oh!, pedidme en esta Hora Santa que encuentre 
en todas partes y que envíe para redención del mundo gran número de 
apóstoles como vosotros, apóstoles de acción interior y silenciosa... 
    
No creáis, hijitos míos, que lo que falta principalmente para hacer el 
bien, sean hombres de ingenio y de palabra fácil y elocuente, no... Me 
faltan apóstoles en cuyos corazones, en cuya vida interior más intensa, 
resuene victoriosa la Palabra eterna, el Verbo Divino que soy Yo 
mismo... Más que lenguas de brillo, quiero, pido, necesito, almas de 
fuego... 
   
Sabedlo y decidlo: aquellas almas que me aman con amor ardiente, 
apasionado, irradian siempre, sin saberlo ellas mismas muchas veces, el 
amor que las devora... Yo mismo siembro a distancia el fuego que consume
 la zarza ardiente de esos corazones... Meditad, si no, hijitos, el 
apostolado del Corazón de mi Madre... ¿Quién más que Ella me dio a 
conocer y me hizo amar?... ¡Esto porque ningún corazón como el suyo supo
 amar!... 
      
¡Oh!, aprended esta lección de fecundidad divina: se me predica..., se 
me da inmensa gloria, se trabaja en el verdadero espíritu de mi 
apostolado, no siempre en la medida en que es grande el trabajo, y el 
vértigo de la acción exterior..., pero sí, siempre, en proporción con la
 intensidad de vida íntima, de vida interior... Entronizadme en ella 
sobre todo... Meditad, apóstoles míos, esta gran palabra: En la medida 
en que un alma se me da y se consagra a Mí... Yo me doy por ella y a 
través de ella a muchas almas... 
    
Ella, la interesada en mi gloria, no lo sabe siempre, es cierto, no lo 
siente ni lo ve, pues yo le oculto con cuidado el secreto de su 
fecundidad maravillosa... Se la revelaré después, con gran sorpresa 
suya, en los umbrales de mi cielo... 
    
El Apostolado ejercido por la oración abre el surco, engendra nuevas vocaciones, convierte muchos y grandes pecadores. 
   
Oídme con amor, hijitos... ¿Quiénes creéis que son los esforzados 
obreros de mi viña que abren el surco y preparan el terreno que debe ser
 sembrado? ¿Lo sabéis?... ¡Ah, son aquéllos, sobre todo, que poseen la 
ciencia de saber orar en unión muy íntima con mi Sagrado Corazón!... 
¡Oh, qué obreros aquéllos! ¡Qué bien hacen la difícil labor de despejar y
 de abonar el terreno..., de agrandarlo y extenderlo, comprando, con el 
tesoro de sus fervientes oraciones, nuevos y magníficos campos para mi 
gloria!... Mis ángeles son, invisiblemente, los instrumentos de esta 
labor espléndida... de verdadero prodigio... ¡Ah, pero son las almas 
interiores, las almas de oración, las que en realidad han obrado ese 
prodigio! 
     
Por desgracia son muchos más, en general, los que trabajan en el afán 
exterior de las obras, que los que las fecundizan con la oración... Por 
esto acudo esta tarde a vosotros mis predilectos, a vosotros, que por 
gracia de misericordia tenéis luz divina para comprender estas cosas, 
para apreciar y utilizar la lección de apostolado sublime que os di en 
Nazaret... 
      
¡Ah, en la casita humilde de mi Madre y a su lado, en Nazaret, he 
predicado durante treinta largos años!... Ahí, en ese santuario de 
silencio era ya el Salvador, y en unión con María preparaba ya mi 
apostolado público y mis milagros. 
           
Sí, en Nazaret hice la elección de mis futuros apóstoles y eché las 
bases de mi Iglesia... En Nazaret, orando constantemente a mi Padre, 
preparé la Pascua de la Cena y del Calvario; en Nazaret dispuse la 
Pascua eterna y gloriosa de mis santos, mis mártires y mis apóstoles... 
       
¡Ah!... Si supieseis qué deseo siento que esta gran idea sea el alimento
 cotidiano y sólido de las casas de oración y de retiro... el pan de 
cada día de las almas que me estáis especialmente consagradas. 
          
¡Cuánto anhelo que se alimenten con este pan substancial mis amigos de 
Betania, aquellos hogares que son el santuario de mi Divino Corazón!... 
¡Sí, Yo quiero y pido que en esas Betanias de mi amor se comprenda y se 
ejerza, a imitación mía, el Apostolado de Nazaret!... 
      
Orad, pues, hijos y amigos de mi Sagrado Corazón... orad a fin de 
transformaros todos, absolutamente todos, en apóstoles, en precursores 
de mi gran victoria social; preparadla orando. 
        
Orad..., orad constantemente, porque este apostolado vuestro, prepara 
ya, y engendrará mañana en los hogares de mi Divino Corazón los 
pregoneros y heraldos de su gloria... 
      
Orad..., orad con una confianza a toda prueba, inmensa, pues vuestras 
plegarias se convertirán, no lo dudéis, en un Pentecostés de fuego que 
inflamará a muchos tibios... que despertará a un sinnúmero de apáticos e
 indiferentes... Y más todavía, mucho más; vuestra oración fervorosa y 
sostenida romperá el granito, el corazón endurecido de grandes 
pecadores... 
       
No siempre veréis o palparéis sensiblemente este milagro..., pero Yo lo 
haré, os lo prometo... Os ocultaré con frecuencia esta maravilla para 
aumentar con el mérito de vuestra fe, la gracia, la fuerza sobrenatural 
mediante la cual redimiréis un gran número de extraviados..., de 
pródigos desventurados... 
     
Orad con fe inquebrantable... Orad en unión con mi Divino Corazón y 
salvad a un mundo que perece, no por faltarle Profetas, que ya no 
necesita, sino almas de oración... Rogad, pedid que mi Padre envíe esos 
obreros indispensables a mi viña... Obtened esos apóstoles de fuego, a 
fuerza de gemidos y de súplicas... Ahí tenéis la tierra..., os la confío
 para conquistarla por la potencia irresistible de vuestras plegarias y 
de vuestra vida interior... 
      
Hablad a mi Padre, vuestro Padre; hacedle violencia en el secreto de 
vuestras habitaciones y a los pies del santo Tabernáculo... 
      
¡Oh, hijitos y apóstoles míos!... orad con fe y amor capaces de 
transportar montañas... orad y labraréis la gloria que me es debida... 
gloria que depende de vosotros y que confío a vuestro celo como un 
depósito sagrado... 
      
(Pausa) 
    
LAS ALMAS: Señor
 Jesús, al recibir de tus labios de verdad y de amor la lección que 
acabas de darnos, nuestras almas, sedientas de gloria divina y que 
anhelan tu reinado, han sentido despertarse emociones, alientos y 
esperanzas que sólo Tú puedes provocar... 
    
Bien sabes, Maestro, cuán intenso es nuestro deseo de servir en la 
cruzada que está realizando los designios de tu gran misericordia. 
    
Te confesamos, Señor, ingenuamente que hasta ahora, habíamos sentido una
 legítima envidia al contemplar a distancia de nosotros, y desde nuestra
 impotencia, aquellos gigantes del apostolado exterior... tantos 
trabajadores esforzados de tu viña... tantos dichosos sembradores de 
amor que, de un tiempo a esta parte, recorren el mundo como un huracán 
de fuego divino... “Quién pudiera lo que ellos”, nos decíamos, Jesús, 
sedientos de gloria... 
      
¡Oh!, gracias, Señor, por habernos asentado en una paz deliciosa al 
asegurarnos Tú mismo que, aunque no podamos servir como ellos en la 
tarea activa..., como ellos, y si lo queremos, mejor que ellos, podemos 
contribuir a dilatar las conquistas de tu amor, y que, en silencio y en 
acción muy íntima, contaremos entre los mejores apóstoles del Cenáculo, 
bajo el manto y bajo las inspiraciones de María, la primera sembradora 
de tu amor... 
        
Te bendecimos con efusión del alma por ellos, Señor, y en testimonio 
sentido por gracia tan insigne como inmerecida, dígnate aceptar ahora 
mismo una plegaria como las primicias de nuestro apostolado de 
oración... 
        
“Hijo dulcísimo de María Inmaculada, escúchanos benigno, Jesús de 
Nazaret, Salvador del mundo desde el seno de la Virgen Madre... dígnate 
aceptar como una oración de apostolado ardiente nuestros más íntimos 
deseos, todos nuestros pensamientos, las palpitaciones todas de nuestros
 corazones pobrecitos, y toda aquella vida secreta del alma que escapa a
 la vista y al juicio de los hombres, y que Tú sólo puedes penetrar... 
Tómala de manos de la divina Nazarena y recíbela en petición de tu 
gloria, ¡oh, Rey del amor!; pero, en cambio: ¡venga a nos tu reino, así 
en la tierra como en el cielo!”. 
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo. 
     
Jesús de Nazaret, Pacificador del mundo desde la cuna de Belén en la 
noche venturosa de Navidad y en el trono amoroso de los brazos de María,
 dígnate aceptar como una oración de apostolado ardiente, las sonrisas y
 las lágrimas de los niños... sus primeras sonrisas y besos y aquellas 
primeras plegarias que los pequeñitos aprenden a balbucear en las 
rodillas de sus madres... Acepta de manos de la divina Nazarena ese 
néctar de cariño, inocente, ¡oh Rey de amor!, que brota de los labios de
 tus Benjamines, tus preferidos, porque pequeñitos, pero, en cambio: 
¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo! 
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo. 
    
Jesús de Nazaret, Libertador del mundo desde el taller humilde de tu 
Padre adoptivo, acepta como una oración de apostolado ardiente nuestra 
vida cotidiana... tantos trabajos y preocupaciones corrientes, 
inevitables, de la vida familiar... En unión con la divina Nazarena, te 
ofrecemos aquellas cruces insignificantes... aquellos éxitos sin brillo,
 y los demás detalles, incidentes y quehaceres que constituyen el camino
 vulgar y ordinario de la vida... Acepta, ¡oh Rey de amor!, todo cuanto 
en ella sea hermoso y bueno, sencillo y pobre; pero, en cambio: ¡venga a
 nos tu reino, así en la tierra como en el cielo! 
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo. 
    
Jesús de Nazaret, Redentor de un mundo desde las soledades del desierto,
 rescatando ya las almas en aquel retiro misterioso de cuarenta días...,
 dígnate aceptar como una oración de apostolado ardiente todas nuestras 
oraciones... todas las inspiraciones y movimientos de la gracia... 
Jesús, para Ti, para tu gloria, ¡oh Rey de amor!, ese tesoro pobrecito, 
te lo ofrecemos por manos de la Inmaculada, la divina Nazarena...; pero,
 en cambio: ¡venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo! 
(Todos) Venga a nos tu reino, así en la tierra como en el cielo. 
     
(Y ahora ratifiquemos este ofrecimiento en el silencio de una plegaria fervorosa e íntima). 
(Pausa) 
Apostolado doliente de sacrificio. Con sangre del alma se riega y 
fecundiza la simiente. Con él se completa y perfecciona la labor de 
predicadores y misioneros. 
    
Nadie, por cierto, mejor que Margarita María podrá revelarnos tanto la 
belleza como la fecundidad divina del apostolado doliente; esto es el de
 inmolación y sufrimiento por el reinado del Corazón de Jesús... El 
Salvador en persona enseñó a su confidente y apóstol esta ciencia 
altísima; Él mismo la instruyó acerca de la aplicación misteriosa y del 
mérito inmenso de este apostolado de sacrificio y de cruz, apostolado 
característico y propio de la devoción a su Sagrado Corazón. 
      
Escuchemos, pues, a Margarita María con la santa emoción con que ella a 
su vez escuchó las enseñanzas de Jesús mismo; las palabras de la 
confidente mil veces venturosa, serán por cierto, el eco fiel de la voz 
del Maestro muy amado. 
   
ENSEÑANZAS DE MARGARITA MARÍA:
 Ya que me llamáis, aquí estoy... Pero al mismo tiempo que vosotros, el 
Rey de amor me pide y me manda que me acerque a vosotros, los apóstoles 
de su Sagrado Corazón, a vosotros mis hermanos en la misma vocación de 
amor y de apostolado... 
       
Quiero repetiros, pues, la lección maravillosa y fecunda que, en su gran
 misericordia, quiso el Señor hacer a ésta su humilde discípula. 
¡Oídme!... ¡Ahí, si pudiera yo revelaros la gloria, toda la inmensa 
gloria con que el Rey de reyes ha querido cubrirme por eternidad de 
eternidades, y esto porque Él mismo se dignó inclinarse hacia mí y poner
 sus ojos en la pequeñez y pobreza de su sierva!... 
     
En verdad, Aquel que es la grandeza me ha hecho grande, recogiéndome de 
entre el polvo para convertirme en el instrumento de sus designios 
misericordiosos... Y qué hice yo?... Darle mi corazón, dárselo entero en
 cambio del suyo adorable, a fin de que hiciese conmigo, 
incondicionalmente, lo que Él deseara para establecer y dilatar en el 
mundo entero el reinado de amor de su Sagrado Corazón... 
    
Y porque Él es la misma bondad dignóse aceptar la ofrenda de mi corazón 
con todos sus inmensos deseos, y con él, mi amor y mi vida, ofrecida y 
consagrada sin reservas a su gloria... 
    
¿Queréis saber ahora, hermanos muy amados, lo que hizo Jesús conmigo 
para adaptarme a la misión que había de confiarme?... Me inspiró, al 
mismo tiempo que una sed abrasadora de inmolarme, la capacidad divina de
 sufrir..., de vivir muriendo de amor para hacer conocer y amar al Amor 
que no es amado. 
           
Desde ese momento hasta mi último suspiro todo mi apostolado consistió 
principalmente en abrazarme gozosa a la cruz y en abandonarme 
amorosamente al Crucificado divino con gratitud de alma y con sed 
inmensa de su gloria. 
           
Que si a veces quiso el Señor que escribiera pidiendo y reclamando en 
nombre suyo el homenaje de amor a su Corazón adorable, esas cartas 
fueron victoriosas, y siguen siéndolo para su gloria, únicamente porque 
hube de escribirlas con sangre del alma y en el martirio de mi corazón 
crucificado. 
      
Por ese mismo camino, sobre todo por ese camino, vosotros también, no lo
 dudéis, labraréis a pesar de Satán y sus secuaces, el pedestal de 
victoria del Rey de amor... Apóstoles del Corazón de Jesús, bendecidlo, 
pues Él mismo os ha elegido para que coronéis, en forma espléndida, la 
misión inicial que me fue confiada a mí... 
        
Que si por una dignación de misericordia incomparable, quiso el Señor 
designarme para instrumento de su gloria en la primera etapa, cuando el 
sol del Corazón de Jesús se levantaba apenas en su primera aurora..., 
ahora que ese Sol divino ha rasgado las nubes, sois vosotros, sabedlo, 
sí, vosotros los felices precursores de su Reinado social, los que por 
senda de inmolación amorosa debéis afianzar su victoria... ¡Ah, pero no 
os engañéis; vuestro apostolado será maravillosamente fecundo sólo en la
 medida en que os penetréis vosotros mismos del Evangelio que el Maestro
 Divino nos predicó, a vosotros y a mí, en el Calvario y en Paray le 
Monial..., evangelio de cruz, abnegación y sacrificio!... 
      
¡Oh, aprended, pues, ante todo, la ciencia sublime de sufrir..., sí, de 
sufrir amando y de cantar sufriendo para gloria del Divino Corazón!... 
¿Recordáis cuánto deseaba Él ser bautizado con bautismo de sangre..., y 
ser levantado en el patíbulo de una Cruz para atraerlo irresistiblemente
 todo desde ese trono de sangre a su Sagrado Corazón? 
       
Pues proceded así también vosotros los dichosos mensajeros de su amor, 
dejaos atraer desde el Calvario a su Calvario, sin vacilaciones ni 
cobardías..., ceded al imán de su Corazón crucificado... Y no temáis...,
 porque Aquel que os ha inspirado el deseo ardiente, y el querer, sabrá 
también daros el poder con gracia superabundante... 
         
Acercaos, pues, al Tabernáculo del Rey de amor..., venid, llevándole 
gozosos, en ofrenda de apostolado, las dolencias del cuerpo enfermo... 
Ofrecedle como rico tesoro... flaquezas dolorosas de una salud 
quebrantada... Presentadle este precioso obsequio, y colocándolo en la 
herida de su Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo 
ardiente y con amor apasionado: “Acepto confundido, Señor, la gloria 
inmerecida de sufrir por amor..., y el honor incomparable de ser una 
partícula de la Hostia redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en 
recompensa, sana las almas enfermas, y en cambio de este nuestro 
Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”.        
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús. 
      
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... y trayéndole gozosos en 
ofrenda de apostolado tantas torturas de vuestro espíritu... Ofrecedle 
como rico tesoro vuestras ignorancias... vuestras tinieblas y tantas 
zozobras crueles. Presentadle confiados este obsequio precioso, y 
colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda 
resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto 
confundido, Jesús, la gloria inmensa de sufrir por amor... y el honor 
incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres Tú 
mismo, Jesús... Pero, en recompensa, cura a tantos ciegos de 
espíritu..., ¡oh!, dales tu luz salvadora..., y en cambio de este 
nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria, Jesús”. 
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús. 
     
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor, venid trayéndole gozosos en 
ofrenda de apostolado todas las penas, y las amarguras todas del 
corazón... Ofrecedle como rico tesoro las tristezas y los duelos, las 
decepciones y las injusticias... Presentadle confiados este obsequio 
precioso y colocadlo en la herida de su Corazón adorable... Decidle con 
toda resignación, con celo ardiente y amor apasionado: “Acepto, 
confundido, Señor, la gloria inmerecida de sufrir por amor..., y el 
honor incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora que eres 
Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, sana y convierte tantos 
Corazones extraviados, pervertidos, que mueren lentamente, distanciados 
de Ti, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu gloria,
 Jesús”. 
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús. 
     
Acercaos al Tabernáculo del Rey de amor... venid trayéndole gozosos en 
ofrenda de apostolado las muchas y continuas preocupaciones que os 
asedian en el orden moral y también material..., ofrecedle 
especialmente, todos nuestros sinsabores de hogar... Presentadle 
confiados ese obsequio precioso, y colocándolo en la herida de su 
Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con 
amor apasionado: “Acepto confundido la gloria inmerecida de sufrir por 
amor..., y el honor incomparable de ser una partícula de la Hostia 
redentora que eres Tú mismo, Jesús... Pero, en recompensa, cura a los 
pródigos del hogar querido, bendice con ternura esas familias 
atribuladas, y en cambio de este nuestro Calvario, sube al Tabor de tu 
gloria, Jesús”. 
(Todos) Sube al Tabor de tu gloria, Jesús. 
       
(Pausa) 
      
Escuchad todavía una palabra de vuestra hermana en el apostolado del Divino Corazón.... Os ama tanto para su gloria... 
      
Sabed que si en Paray-le-Monial fui yo la confidente y la venturosa 
mensajera del Corazón de Jesús, mucho más que entonces, que en aquel 
Getsemaní de su agonía mística, sigo siendo ahora en el Paraíso de su 
gloria eterna, la misma confidente y más que nunca su Margarita... el 
instrumento dócil de su triunfo en el Reinado de ese adorable Corazón. 
         
Escuchadme con afecto; soy Margarita María, vuestra hermana. Cantad en 
paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros los enfermos y los que lleváis un 
corazón herido..., sembrad el fuego del amor divino por el apostolado 
doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz. 
     
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas afligidas, vosotros
 que sufrís la amargura de tribulaciones inesperadas... sembrad el fuego
 del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la 
inmolación y de la cruz. 
         
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, los azotados por reveses de 
fortuna y los que habéis sufrido quebrantos materiales..., sembrad el 
fuego del amor divino por el apostolado doliente y tan fecundo de la 
inmolación y de la cruz. 
     
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotros todos, grandes y 
pequeños, que libráis el combate secreto, inevitable, asaltados por las 
creaturas o el infierno..., sembrad el fuego del amor divino por el 
apostolado doliente y tan fecundo de la inmolación y de la cruz. 
         
Cantad en paz, ¡oh!, cantad con amor, vosotras almas consagradas, 
escogidas, que, deseando ser fervientes y aun santas, padecéis arideces 
provechosas y mil congojas de conciencia..., sembrad el fuego del amor 
divino por el apostolado doliente, fecundo por excelencia, apostolado 
victorioso como el de los santos..., ¡oh!, seguid sembrando el fuego del
 amor divino con la fuerza del dolor y de la cruz. 
     
Sí, mal que pese al mundo y al infierno, el Corazón de Jesús triunfará 
por el Calvario..., reinará por el amor de sus apóstoles dolientes y 
crucificados.
     
(Tres veces) ¡Por tu cruz, Jesús, y nuestras cruces, venga a nos tu reino! 
        
(Aquí un cántico cualquiera, pero apropiado a esta idea). 
       
Apostolado por la divina Eucaristía.
    
Las almas eucarísticas multiplicarán, acrecentarán el poder sobrenatural
 de expansión de aquellos apóstoles que luchan en el ministerio de la 
vida activa. 
     
Esas almas son fuente secreta y poderosa de irradiación, derraman a 
distancia la luz y el calor del corazón de Jesús Eucaristía. 
       
LAS ALMAS: Mucho antes de 
verte bajar, Jesús, con gloria y majestad sobre las nubes del cielo como
 Juez tremendo de vivos y muertos en el último día del mundo...; mucho 
antes de contemplarte esplendoroso, amenazando con tu cruz a los que 
fueron tus hijos rebeldes y culpables..., queremos nosotros tus 
apóstoles, gozarnos en otra majestad y en otra gloria; la de tu 
misericordia infinita. 
      
No rasgues, Señor, si Tú no lo quieres, no rasgues el velo de la Hostia 
divina que te oculta...; pero preséntate radiante a nuestros ojos, 
iluminados por la fe, ¡oh, Rey de amor!, y desciende hasta nosotros 
envuelto en la dulce majestad de tu ternura victoriosa.... 
       
¡Oh, sí! Queremos verte tal como te contempló un primer viernes nuestra 
hermana Margarita María... Como a ella, preséntate a nosotros ostentando
 sobre tu pecho anhelante y envuelto en llamas el Sol de vida: tu Divino
 Corazón... Y así, en esa actitud dulcísima de amor... deja por un 
instante tu trono, inclínate..., confíate a nosotros; muéstrate Rey 
conquistador, Rey irresistible y victorioso en la omnipotencia de tu 
sacrosanta Eucaristía... 
          
Te pedimos estas gracias de luz y misericordia porque sabemos que tu 
voz, suplicante y rica de promesas, partió desde esa Hostia, resonó 
desde el Sagrario... Y porque comprendemos también, Jesús Eucaristía, 
que es tu voluntad que el torrente de almas, de familias y de 
sociedades, sacudidas y transformadas por el Pentecostés de tu Divino 
Corazón, venga a morir en paz de cielo aquí..., convergiendo a tu 
Sagrario. 
         
Jesús-Hostia, tu hora providencial ha sonado, y en ella has de restaurar
 tu Reino, el Israel de la Ley de gracia, el Reino espiritual de las 
almas, el Israel cristiano de las sociedades, que son, por derecho 
divino, tu heredad en el tiempo, tu bien y tu conquista para la 
eternidad... 
       
Jesús-Hostia, bien sabemos, porque Tú lo dijiste, que el origen de tu 
realeza no radica en esta tierra miserable... Tú vienes de lo alto. 
¡Ah!... pero puesto que quisiste ser el Hermano mayor de la familia 
humana... puesto que resides y seguirás residiendo bajo tienda con 
nosotros entre las arenas del desierto de esta vida..., pedimos, 
reclamamos con la fuerza de tu derecho soberano, que reines acá abajo en
 esta tierra, tan realmente tuya y tan de veras tu morada, como es tuyo 
el Paraíso, mansión de tu Padre celestial... 
         
Mientras llegue, pues, el día de justicia en que vengas a sentenciar 
definitivamente a los vivos y a los muertos, ¡sal, oh, Jesús-Eucaristía!
 sal de tu Sagrario silencioso; sal radiante, desde ahora y para 
siempre, sentencia de caridad y de vida, sentencia de misericordia, de 
resurrección moral en favor de tantos muertos del espíritu... Di, Jesús,
 que vivan, y vivirán de vida inmortal, fruto de la victoria íntima de 
tu Sagrado Corazón en ellos... 
        
Señor, la Iglesia no sólo lo desea, tu Iglesia nos urge, nos apremia a 
que pidamos con grandes instancias tu reinado íntimo y social, mediante 
su sacrosanta Eucaristía... 
        
Asómate pues, ¡oh Prisionero divino!, a las rejas de esa Cárcel-Sagrario
 para escuchar benigno el grito, el clamor espontáneo y unánime de esta 
vanguardia de tus amigos-apóstoles... Más que su voz, sus corazones 
vienen a suplicarte, en nombre de todas las almas y de todas las 
empresas eucarísticas del mundo entero, que apresures nuestra redención,
 precipitando la hora de tu suprema victoria sobre el mundo... Déjate 
vencer, Señor Jesús, por la amorosa violencia de tus íntimos... 
      
Atiéndenos, Señor, con clemencia y con magnanimidad de Rey... Corazón de
 Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por las misas
 celebradas por tus sacerdotes... por el Santo Sacrificio, ofrecido 
incesantemente de un polo a otro de la tierra... ¡Oh!, no quieras que se
 pierda, que se esterilice ni una sola gota de tu sangre preciosísima...
 Te pedimos por esa sublime plegaria, que es el éxtasis de amor de tu 
Iglesia Santa, que te dignes santificar a los ministros del altar, los 
heraldos y los dispensadores de tu amor: 
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus ministros. 
         
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por
 las Comuniones frecuentes, cotidianas y tan fervorosas de millones de 
almas escogidas que, en el mundo o en el claustro, te han ofrecido con 
juramento de amor el holocausto de su vida... Haz que todas ellas se 
conviertan en la zarza ardiente de tu caridad... pero ordena que tus 
incendios abrasen totalmente y consuman esa zarza viva... Por el fuego 
devorador de esas almas predestinadas, aumenta la virtud, la belleza 
sobrenatural de tus esposas. 
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus esposas. 
      
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por
 las Comuniones admirables de fervor de tantos que, viviendo entre las 
llamas de una sociedad mundana y frívola, te alaban, sin embargo, luchan
 por Ti, y te sirven con una fidelidad maravillosa... ¡Cuánto desean 
esas almas heroicas unirse a tu Sagrado Corazón en vínculo cada día más 
fuerte y más estrecho! Haz, Jesús, que esas almas esforzadas sean el 
instrumento de tu gloria... Multiplica el número y, sobre todo, aumenta 
la fe y la confianza de esos amigos tan leales. 
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a tus amigos. 
       
Corazón de Jesús, aumenta, extiende y afianza tu reinado universal por 
las Comuniones fervientes de aquel ejército innumerable de almas 
crucificadas y de corazones dolientes y torturados... Sólo Tú sabes algo
 que el mundo no imagina: el número incalculable de aquellos que te aman
 y que se gozan sobre todo, porque los crucificaste para su bien y para 
tu gloria... ¡Ah!, y no satisfechas con ese caudal de amor en 
sacrificio... anhelan abrasarse en amor más ardiente, atizando gozosas 
la hoguera de un sacrificio más alto y más intenso... Esas almas de 
hermosura incomparable las encuentras, Jesús, en todos los caminos; las 
hay numerosas en aquellos hogares predestinados, que son las Betanias de
 tu Corazón...; las encuentras también en los claustros, en los 
hospitales y en los mismos tugurios de miseria... Y bien sabes Tú con 
qué pasión de caridad esas almas víctimas se adhieren a Ti, la Víctima 
de amor. Hazlas, Señor, cada vez más tuyas, más ardientes... Y por ellas
 siempre a lo lejos, las llamas de tu amor... Bendice, pues, y colma de 
tus gracias de predilección dondequiera que viven muriendo de amor esas 
almas-víctimas. 
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando las almas-víctimas. 
     
Corazón de Jesús-Eucaristía, extiende y afianza tu reinado universal por
 la Comunión fervorosa de tus grandes amigos los niños... Mira con qué 
entusiasmo se alistan por millares en las filas de los apóstoles de tu 
Sagrado Corazón esos benjamines de tu amor... ¡Oh!, pasa con frecuencia,
 Jesús, entre ellos; pasa bendiciendo a esos apóstoles pequeñitos en el 
hogar y en la escuela...; bendícelos, desde la cuna, para tu gloria de 
mañana... Y al pasar al lado de esas florecitas perfumadas de candor, de
 celo y de inocencia, sonríeles, acarícialas, Jesús, en obsequio a la 
Virgen María, su Madre, porque es la Tuya... Al pasar bendiciendo los 
niños de tu Sagrado Corazón, consagra para Ti solo, Señor, su cariño, 
sus pensamientos, sus miradas y sus besos, y, sobre todo, la hermosura 
primaveral de esos lirios... Al acariciarlos, Jesús, arrebátales el 
corazón, encadenándolo para siempre al tuyo adorable... Haz de todos 
ellos tus amigos fieles, tus defensores..., tus apóstoles... 
(Todos) Rey de amor, triunfa, santificando a los niños-apóstoles. 
        
(Y ahora prometamos todos amar con llama ardiente al Sagrado Corazón en 
su divina Eucaristía... Y pidámosle que acepte este amor como un 
apostolado eficaz por la extensión de su reinado social). 
      
Y en fin, el apostolado de amor intensifica la acción de los apóstoles 
activos. El amor hace durables y asegura los frutos ya cosechados. 
            
LAS ALMAS: Escrito está, 
Maestro amabilísimo: “¡Qué hermosos son los pies de aquellos que 
evangelizan la paz y el bien!”. Ello es verdad, Jesús; pero en toda 
confianza nos atrevemos a pensar, Señor, que mucho más hermosos, por 
cierto, son los corazones de aquellos que, no pudiendo recorrer el mundo
 antorcha en mano, han resuelto confiar a María, la Reina de los 
apóstoles, la antorcha viva de sus propias almas, para incendiar la 
tierra en los ardores de tu caridad. 
       
No todos pueden predicar, Maestro, ni todos pueden trabajar 
exteriormente... Más aún... ¡cuántos son, Jesús, los que ni siquiera 
pueden comulgar en la medida de sus deseos!... ¿Y quién es aquel que 
podría sufrir constantemente sin tregua ni reposo?... Tú mismo ni lo 
quieres ni lo permites siempre, por razones de sabiduría. 
         
¡Ah, pero amar, sí, lo podemos todos!... ¿Y quién no puede felizmente, 
Jesús, atizar y desarrollar en cada palpitación de alegría o de pena 
esta llama divina?... ¡Oh, sí!: amar nos es posible siempre, nos es 
posible a todos... esto, al pie de los altares, como en el santuario del
 hogar, en Betania..., en la vida como en la muerte, el amor es llama 
que se alimenta de grandes deseos y de obras pequeñas, de flores y de 
espinas... 
         
¡Qué consuelo inmenso, Señor Jesús, saber que, en realidad de verdad, 
podemos amarte todos y amarte en todo: en pleno mundo y en el 
claustro..., en las horas de júbilo y en el camino de amargura!... Y 
esto todos: grandes y pequeños..., los pobrecitos y los ricos..., los 
inocentes y los arrepentidos... ¡Y decir que este incomparable bien no 
depende sino de nosotros: puedo amarte, Jesús, en la medida en que yo lo
 quiera!... 
         
Sí, nadie, ¡oh!, nadie puede, ni Tú mismo, Dios de amor; nadie puede 
impedirme el amar con delirio tu Corazón, todo amor... Las alegrías y 
las amarguras siguen el camino que Tú les trazas, Jesús...: no vienen y 
desaparecen según nuestros deseos... Y aun, Señor, aquellas 
manifestaciones obligadas de nuestra adoración y fe, como son retiros y 
confesiones, oraciones y obras, bien sabes Tú que muchas veces no 
dependen de nosotros, de nuestros deseos más sinceros y ardorosos... 
Porque eres el Amo, y sólo Tú juegas con tu bien, que somos nosotros...;
 dispones de él como te place... Pero, Dios y todo, no podrías, 
Jesús-Amor, prohibirnos el amarte en las luchas de la vida ni en las 
luchas de la muerte... 
        
¡Qué..., ni siquiera cuando, por designios secretos de tu Providencia, 
pareces retirarte y abandonarnos en pleno desierto, en pleno campo de 
batalla, cuando nos sentimos abatidos, creyéndonos desamparados..., 
menos que nunca entonces, estás Tú, Jesús, lejos de nosotros... y en esa
 brega dolorosa podemos como nunca amarte...! La muerte misma, cruel, 
implacable, cortará, Señor, un día, por orden tuya, el árbol, poniendo 
la segur a la raíz... Y al herirnos agotará el manantial de todas 
nuestras energías, agostando la fuente misma de la vida... 
      
¡Oh! Aún, y sobre todo entonces, Jesús, nuestro morir puede y debe ser 
el acto supremo del amor que te debemos, dándote todo, absolutamente 
todo, al devolverte con caridad perfecta, el don prestado de la vida. 
        
¡Qué gracia de misericordia poder morir amándote..., y, al expirar, caer
 por eternidad de eternidades en el abismo del Corazón de un Dios que es
 infinito amor! 
        
Magníficat!... Nuestras almas te alaban, te bendicen, te cantan con 
inmensa gratitud, por habernos enriquecido con un poder que sobrepuja y 
sobrevive a todo lo terreno..., poder inmortal, divino, depositado en 
nuestros corazones pobrecitos y de arcilla... Magníficat!... ¡Gracias te
 sean dadas, Jesús!... 
      
Y ahora, Maestro adorable, dinos al terminar esta Hora Santa una palabra
 todavía... Instruye con una última lección de vida a esta legión de 
apóstoles de acción amorosa e íntima... ¿Quién sino Tú, Rey de amor, 
puede enseñarnos a predicar y a trabajar con las irradiaciones 
maravillosas y fecundas del amor?... 
      
Habla, pues, Jesús, y confíanos no fuera sino una palabra de aquel 
diálogo dulcísimo entre tu Corazón y el de Juan en la última Cena... 
¡Queremos tanto ser como él los amigos leales y los sembradores de 
fuego! 
         
(Hágase un gran silencio..., que haya un profundo recogimiento, a fin de
 que nuestras almas puedan oír y comprender las palpitaciones del 
Corazón de Jesús). 
     
JESÚS: “¡Sitio!”, dadme de 
beber el amor..., el inmenso amor que reclamo con derecho de los amigos y
 de los apóstoles de mi Divino Corazón... 
   
No olvidéis, hijitos míos, que el verdadero apostolado, el único 
fecundo, es el de un amor, incendio incontenible, que por naturaleza 
propia estalla el exterior..., que irradia fuego... ¡Ah!... Pero 
cabalmente, para que ese amor sea capaz de comunicarse y de irradiar, es
 preciso amar con una caridad apasionada, vehemente, ilimitada, amando 
con los ardores de mi Sagrado Corazón... 
    
¡Cuántos más apóstoles habría si en las casas de retiro y de oración...,
 si en las empresas y en las familias de mi Divino Corazón se 
comprendiera que un alma, una sola, pobre, ignorada y pequeñita, pero 
que ame con incendios de amor, predica más y hace mejor la obra de mi 
gloria..., extiende ella sola y afianza mejor mi reinado, que todo un 
ejército activo que se afana mucho en muchas cosas, pero que no ama sino
 con amor vulgar!... 
       
¡Oh..., sin estas almas redentoras porque amantes..., sin esos sagrarios
 vivos y escogidos, sin esas almas de fuego que han comprendido, tanto 
la hermosura como el poder sobrenatural, expansivo, de María de Nazaret y
 de María de Betania..., sin ellas, el mundo, ya tan pervertido, estaría
 vecino a su sepulcro!... Será siempre, pues, verdad que María ha 
elegido la óptima parte para mi gloria y para la suya..., y también la 
óptima parte para tantas almas que ella redime con su apostolado secreto
 de caridad... 
        
En esta hora providencial estoy preparando y sigo multiplicando por esto
 la falange venturosa, y cada vez más fuerte, de aquellas almas de 
fuego, las únicas capaces de servir de barrera salvadora a un mundo que,
 al enfriarse en mi amor, rueda al abismo... La caridad y sólo la 
caridad salva... redime y santifica. ¡Oh!, no olvidéis, amigos 
fidelísimos, que un acto de amor perfecto, ardiente, de un alma sencilla
 y desconocida, equivale a una misión... 
       
¿Y quién de entre vosotros, enriquecidos con las luces y los tesoros de 
mi corazón, no será capaz de amar así, con ese incendio de amor fecundo?
 Y puesto que Yo mismo en mi sabiduría repartí diferentemente mis 
propios dones, ¿quién mejor que Yo sabe, apóstoles míos, que no todos 
podéis ser del mismo modo, y por el mismo camino los obreros de un 
apostolado activo? El secreto de vuestra vocación será siempre mi 
secreto. 
        
¡Ah..., pero no olvidéis que así como mi Divino Corazón os fue dado a 
todos por amor..., así espero y exijo de vosotros todos, cualquiera que 
sea vuestra vocación, un amor sin límites: éste debe ser el más sencillo
 y el más fecundo de los apostolados..., éste será siempre el apostolado
 por excelencia!... Pedidle a la Reina del Amor Hermoso, a mi Madre, que
 os comente esta enseñanza: amar es sembrar, es predicar, es redimir. 
      
“¡Sitio!” Apagad, pues, mi sed devoradora, dándome el amor que reclamo 
de vosotros todos, quienquiera que seáis: pequeños y pobres..., 
enfermos, inválidos y tristes..., combatidos por la tentación, 
atribulados o favorecidos por mi gracia... Sí, dadme amor vosotros, los 
que habéis penetrado en mi Evangelio..., los mimados por mi ternura..., 
los colmados por mi amable Corazón, todos.
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
         
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón en llamas, pues 
por ellas quiero convertir y transformar a tantos desventurados que, 
empeñándose en no ver en Mí al Padre ni al Salvador, pretenden, con 
odio, derrocarme del trono del altar y de las almas... 
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora dándome el corazón, sin reservas, en 
reparación por tantos hijos colmados de mercedes y que, hoy día, 
habiendo dilapidado los tesoros que les había confiado, viven en la 
miseria y perecen de hambre. 
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora amándome con pasión del alma, en 
lugar de tantos de los míos a quienes Yo había dado, junto con mi 
Corazón, nobilísimos sentimientos y aspiraciones..., anhelos de nobleza 
divina... ¡Oh, dolor!... Toda esa fortuna moral la han derrochado, la 
han quemado como incienso ante los ídolos de las creaturas... Y aquí me 
tenéis, a Mí, que así quiero enriquecerlos, pospuesto, olvidado, por 
esos ingratos; aquí me tenéis, con las manos vacías y amargado el 
Corazón... 
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora devolviéndome amor por amor... Así 
conquistaréis para mi Corazón tantos hijos ingratos y débiles que me 
abandonaron cuando los visité con la Cruz...; tantos que renegaron de mi
 Ley a causa de sus tribulaciones...; tantos que me desconocieron bajo 
el ropaje sangriento de mis dolores y de mi Calvario... Pretendieron 
amarme bebiendo el cáliz de gloria..., huyeron de mi lado cuando les 
presenté el cáliz de amargura... 
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
        
“¡Sitio!” Apagad mi sed devoradora con un amor ardiente que os devore el
 alma, y así conquistaréis a tantos que se alejaron temblando... y con 
temor exagerado...; a tantos que, no queriendo ver ni saborear las 
inefables bellezas, las ternuras de mi amor, no quisieron ver en Mí sino
 al Juez tremendo..., al Señor cuyos rigores ponen espanto en el alma...
 
(Todos, con vehemencia) ¡Oh, déjanos morir de amor, Jesús! ¡Te amamos, Jesús, porque eres Jesús! 
        
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y 
gustosos quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre si tu amor lo 
consintiera... Nos vamos, llevando paz, mucha paz, consuelos divinos y 
nueva vida... ¡Ah!, pero sobre todo, nos despedimos con la satisfacción 
de haberte dado a Ti, amadísimo Maestro, alivio de caridad, desagravio 
de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos, a tu 
confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge, manso y
 bueno, nuestra última oración. 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de inocencia de los niños que comulgan...; sé su Amigo! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el amor de la multitud que sufre, de los pobres que trabajan...; sé su Rey! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé consuelo de los padres del hogar cristiano...; sé su Vida! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la dulcedumbre de los afligidos, de los tristes...; sé su Hermano! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé la fortaleza de los tentados, de los débiles...; sé su Victoria! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el fervor y la constancia de los tibios...; sé su Amor! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el centro de la vida militante de la Iglesia...; sé su Lábaro triunfante! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé el celo ardiente y victorioso de tus apóstoles...; sé su Maestro! 
¡Corazón agonizante de Jesús, triunfa... y sé en la Eucaristía la 
santidad y el cielo de las almas..., sé su paraíso de amor...; sé su 
Todo!
     
Y mientras llega el día eterno y venturoso de cantar tus glorias, 
déjanos, dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial 
herida del Costado; murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, 
esta palabra triunfadora: ¡venga a nos tu reino! 
    
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes. Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores. Padrenuestro y Avemaría pidiendo
 el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria,
 la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en 
hogares, sociedades y naciones). 
     
(Cinco veces) ¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!