"Evita la impiedad de las vanas palabrería y las objeciones de la falsa 
ciencia, ya que por haberla profesado, algunos han apostatado de la fe".
 (I Timoteo 6, 20-21)
   
A fin de comprender la causa de la encíclica, recomendamos leer:
 LA "NUEVA TEOLOGÍA", UN NOMBRE NUEVO AL VIEJO MODERNISMO 
   
CARTA 
ENCÍCLICA "Humáni géneri in rebus", SOBRE LOS ERRORES DE LA "NUEVA 
TEOLOGÍA" QUE AMENAZAN MINAR LOS FUNDAMENTOS DE LA DOCTRINA CATÓLICA
     
Siervo de los Siervos de Dios
Para perpetua memoria
   
Venerables Hermanos, Salud y Bendición apostólica:
   
INTRODUCCIÓN
   
1. Están amenazados los principios cristianos
Las disensiones y errores del género humano en las cuestiones religiosas
 y morales han sido siempre fuente y causa de intenso dolor para todas 
las personas de buena voluntad y, principalmente, para los hijos fieles y
 sinceros de la Iglesia; pero en especial lo es hoy, cuando vemos 
combatidos aun los principios mismos de la cultura cristiana.
No es de admirar que haya siempre disensiones y errores fuera del redil 
de Cristo. Porque, aun cuando realmente la razón humana, con sus fuerzas
 y su luz natural, pueda en absoluto llegar al conocimiento verdadero y 
cierto de un Dios único y personal, que con su Providencia sostiene y 
gobierna el mundo, y asimismo de la ley natural impresa por el Creador 
en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a
 la razón el empleo eficaz y fructuoso de esta su potencia natural. 
Porque las verdades, que se refieren a Dios y a las relaciones entre los
 hombres y Dios, rebasan completamente el orden de los seres sensibles y
 cuando entran en la práctica de la vida y la informan, exigen el 
sacrificio y la abnegación propia. Ahora bien, el entendimiento humano 
encuentra dificultades en la adquisición de tales verdades, ya por la 
acción de los sentidos y de la imaginación, ya por las malas 
concupiscencias nacidas del pecado original. Lo cual hace que los 
hombres en semejantes materias fácilmente se persuadan ser falso o 
dudoso lo que no quieren que sea verdadero.
    
2. Necesidad de la Revelación Divina.
Por esto se debe sostener que la revelación divina es moralmente 
necesaria, para que, aun en el estado actual del género humano, todos 
puedan conocer, con facilidad, con firme certeza y sin ningún error, las
 verdades religiosas y morales que no son de suyo incomprensibles a la 
razón (1).
Más aún, a veces la mente humana puede encontrar dificultad aun para 
formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica, no 
obstante los muchos y admirables indicios externos ordenados por Dios 
para poder probar ciertamente, por medio de ellos, el origen divino de 
la Religión cristiana con la sola luz natural de la razón. Puesto que el
 hombre, o porque se deja llevar de prejuicios o porque le instigan las 
pasiones y la mala voluntad puede, no sólo negar la evidencia de esos 
indicios externos, sino también resistir a las inspiraciones 
sobrenaturales, que Dios infunde en nuestras almas.
    
I. DOCTRINAS ERRÓNEAS ACTUALES
   
1. ERRORES ACERCA DEL MAGISTERIO Y LA REVELACIÓN
   
3. Cuáles son los principales errores
Si miramos fuera del redil de Cristo fácilmente descubriremos las 
principales direcciones, que siguen no pocos de los hombres de estudios,
 nos admiten sin discreción ni prudencia el sistema evolucionístico que 
aun en el mismo campo de las ciencias naturales no ha sido todavía 
probado indiscutiblemente, y pretenden que hay que extenderlo al origen 
de todas las cosas, y con osadía sostienen la hipótesis monística y 
panteística de un modo sujeto a perpetua evolución. De esta hipótesis se
 valen los comunistas para defender y propagar su materialismo 
dialéctico y arrancar de las almas toda noción de Dios.
Las falsas afirmaciones de semejante evolucionismo, por las que se 
rechaza todo lo que es absoluto, firme e inmutable, han abierto el 
camino a una moderna seudofilosofía, que, en concurrencia contra el 
idealismo, el inmanentismo y el pragmatismo, ha sido denominada 
existencialismo, porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y 
no se preocupa más que de la existencia de cada una de ellos.
Existe igualmente un falso historicismo, que se atiene sólo a los 
acontecimientos de la vida humana y, tanto en el campo de la filosofía 
como en el de los dogmas cristianos, destruye los fundamentos de toda 
verdad y ley absoluta.
     
4. Áspero desprecio del magisterio de la Iglesia
Entre tanta confusión de opiniones, Nos es de algún consuelo ver a los 
que hoy no rara vez, abandonando las doctrinas del racionalismo en que 
habían sido educados, desean volver a los manantiales de la verdad 
revelada, y reconocer y profesar la palabra de Dios conservada en la 
Sagrada Escritura, como fundamento de la ciencia sagrada. Pero al mismo 
tiempo lamentamos que no pocos de esos, cuanto más firmemente se 
adhieren a la palabra de Dios, tanto más rebajan el valor de la razón 
humana; y cuanto con más entusiasmo enaltecen la autoridad de Dios 
Revelador, tanto más ásperamente desprecian el Magisterio de la Iglesia,
 instituido por Nuestro Señor JESUCRISTO para defender e interpretar las
 verdades reveladas. Este modo de proceder no sólo está en abierta 
contradicción con la Sagrada Escritura, sino que aun por experiencia se 
muestra ser equivocado. Pues los mismos disidentes con frecuencia se 
lamentan públicamente de la discordia que reina entre ellos en las 
cuestiones dogmáticas, tanto que se ven obligados a confesar la 
necesidad de un Magisterio vivo.
  
2. ACTITUDES PELIGROSAS DENTRO DE LA IGLESIA
   
5. Obligación de los teólogos y filósofos católicos.
Los teólogos y filósofos católicos, que tienen el grave encargo de 
defender e imprimir en las almas de los hombres las verdades divinas y 
humanas, no deben ignorar ni desatender estas opiniones, que más o menos
 se apartan del recto camino. Más aún, es necesario que las conozcan 
bien, pues no se pueden curar las enfermedades, que antes 
suficientemente no se conocen; además en las mismas falsas afirmaciones 
se oculta a veces un poco de verdad; y por último, esas falsas opiniones
 incitan la mente a investigar y ponderar con más diligencia algunas 
verdades filosóficas o teológicas.
Si nuestros filósofos y teólogos solamente procurasen sacar este fruto 
de aquellas doctrinas, estudiándolas con cautela, no tendría por qué 
intervenir el Magisterio de la Iglesia. Pero, aunque sabemos que los 
doctores católicos en general evitan contaminarse con tales errores, Nos
 consta, sin embargo, que no faltan hoy quienes, como en los tiempos 
apostólicos, amando la novedad más de lo debido, y también temiendo que 
los tengan por ignorantes de los progresos de la ciencia, intentan 
sustraerse a la dirección del sagrado Magisterio, y por este motivo 
están en peligro de apartarse insensiblemente de la verdad revelada y 
hacer caer a otros consigo en el error.
     
6. Arrebata a algunos un imprudente "irenismo"
Existe también otro peligro, que es tanto más grave cuanto que se oculta
 bajo capa de virtud. Muchos, deplorando la discordia del género humano y
 la confusión que reina en las inteligencias de los hombres, y guiados 
de un imprudente celo de las almas, se sienten llevados por un interno 
impulso y ardiente deseo a romper las barreras que separan entre sí a 
las personas buenas y honradas; y propugnan una especie de irenismo, 
que, pasando por alto las cuestiones que dividen a los hombres, se 
proponen, no sólo combatir en unión de fuerzas el combatiente ateísmo, 
sino también reconciliar opiniones contrarias aun en el campo dogmático.
 Y, como hubo antiguamente quienes se preguntaban si la apologética 
tradicional de la Iglesia constituía más bien un impedimento que una 
ayuda para ganar las almas a Cristo, así también no faltan hoy quienes 
se han atrevido a proponer en serio la duda de si conviene, no sólo 
perfeccionar, mas aún reformar completamente la teología y el método que
 actualmente, con la aprobación eclesiástica, se emplea en el 
enseñamiento teológico, a fin de que se propague más eficazmente el 
reino de Cristo en todo el mundo, entre los hombres de todas las 
civilizaciones y de todas las opiniones religiosas.
Si los tales no pretendiesen más que acomodar, con algo de renovación, 
el enseñamiento eclesiástico y su método a las condiciones y necesidades
 actuales no habría casi de qué temer; pero algunos de ellos, 
arrebatados por un imprudente irenismo, parece que consideran como óbice
 para restablecer la unidad fraterna, lo que se funda en las mismas 
leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por El 
fundadas, o lo que constituye la defensa y el sostenimiento de la 
integridad de la fe; cayendo lo cual se unirían sí, todas las cosas, mas
 sólo en la común ruina.
    
7. Escándalo de muchos, sobre todo del clero joven
Los que, o por reprensible deseo de novedad, o por algún motivo 
laudable, propugnan estas nuevas opiniones, no siempre las proponen con 
la misma graduación, ni con la misma claridad, ni con los mismos 
términos, ni siempre con unanimidad de pareceres: lo que hoy enseñan 
algunos más encubiertamente, con ciertas cautelas y distinciones, otros 
más audaces lo propalan mañana abiertamente y sin limitaciones, con 
escándalo de muchos, sobre todo del clero joven y con detrimento de la 
autoridad eclesiástica. Más cautamente se suelen tratar estas materias 
en los libros que se dan a la luz pública; con más libertad se habla ya 
en los folletos distribuidos privadamente y en las conferencias y 
reuniones. Y no se divulgan solamente estas doctrinas entre los miembros
 de uno y otro clero y en los seminarios y los institutos religiosos, 
sino también entre los seglares, sobre todo entre los que se dedican a 
la enseñanza de la juventud.
    
3. EL RELATIVISMO TEOLÓGICO Y DOGMÁTICO
    
8. Pretenden adaptar el significado de los dogmas.
En cuanto a la teología, lo que algunos pretenden es disminuir lo más 
posible el significado de los dogmas; y librarlos de la manera de hablar
 tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos usados por 
los doctores católicos; a fin de volver, en la exposición de la doctrina
 católica, a las expresiones empleadas por la Sagrada Escritura y por 
los Santos Padres. Esperan que así el dogma, despojado de elementos, que
 llaman extrínsecos a la revelación divina, se pueda comparar 
fructuosamente con las opiniones dogmáticas de los que están separados 
de la unidad de la Iglesia, y por este camino se llegue poco a poco a la
 asimilación del dogma católico con las opiniones de los disidentes.
Reduciendo la doctrina católica a tales condiciones, creen que se abre 
también el camino, para obtener, según lo exigen las necesidades 
modernas, que el dogma sea formulado con las categorías de la filosofía 
moderna, ya se trate del inmanentismo o del idealismo o del 
existencialismo o de cualquier otro sistema. Algunos más audaces afirman
 que esto se puede y se debe hacer también por la siguiente razón: 
porque, según ellos, los misterios de la fe nunca se pueden significar 
con conceptos completamente verdaderos, mas sólo con conceptos 
aproximativos y que continuamente cambian, por medio de los cuales la 
verdad se indica, si, en cierta manera, pero también necesariamente se 
desfigura. Por eso no piensan ser absurdo, sino antes creen ser del todo
 necesario que la teología, según los diversos sistemas filosóficos, que
 en el decurso del tiempo le sirven de instrumentos, vaya sustituyendo 
los antiguos conceptos por otros nuevos; de suerte que en maneras 
diversas y hasta cierto punto aun opuestas, pero, según ellos, 
equivalentes, haga humanas aquellas verdades divinas. Añaden que la 
historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas, que 
sucesivamente ha ido tomando la verdad revelada, según las varias 
doctrinas y opiniones que a través de los siglos ha ido apareciendo.
     
9. La Iglesia no puede ligarse a cualquier efímero sistema filosófico.
De lo dicho es evidente que estos conatos, no sólo llevan al relativismo
 dogmático, sino ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la 
doctrina tradicional y de su terminología favorece ese relativismo y lo 
fomenta. Nadie ignora que los términos empleados, tanto en la enseñanza 
de la teología como por el mismo Magisterio de la Iglesia, para expresar
 tales conceptos, pueden ser perfeccionados y perfilados. Se sabe 
también que la Iglesia no ha sido siempre constante en el uso de unos 
mismos términos. Es evidente además que la Iglesia no puede ligarse a 
cualquier efímero sistema filosófico; pero las nociones y los términos, 
que los doctores católicos, con general aprobación, han ido componiendo 
durante el espacio de varios siglos, para llegar a obtener alguna 
inteligencia del dogma, no se fundan sin duda en cimientos tan 
deleznables. Se fundan realmente en principios y nociones deducidas del 
verdadero conocimiento de las cosas creadas: deducción realizada a la 
luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba, como
 una estrella, la mente humana. Por eso no hay que admirarse que algunas
 de estas nociones hayan sido, no sólo empleadas por los Concilios 
Ecuménicos, sino también aprobadas por ellos; de suerte que no es lícito
 apartarse de ellas.
Abandonar, pues, o rechazar o privar de valor tantas y tan importantes 
nociones y expresiones, que hombres de ingenio y santidad no comunes, 
con esfuerzo multisecular, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y 
con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y 
perfeccionado, para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor 
exactitud; y sustituirlas con nociones hipotéticas y expresiones 
fluctuantes y vagas de una moderna filosofía que como la flor del campo 
hoy existe y mañana caerá; no sólo es suma imprudencia, sino que 
convierte el dogma en una caña agitada por el viento. El desprecio de 
los términos y las nociones, que suelen emplear los teólogos 
escolásticos, lleva naturalmente a enervar la teología especulativa, la 
cual, por fundarse en razones teológicas, ellos juzgan carecer de 
verdadera certeza.
   
4. FALSO CONCEPTO DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
    
10. El Magisterio de la Iglesia y las Encíclicas.
Por desgracia, estos amigos de novedades fácilmente pasan del desprecio 
de la teología escolástica a tener en menos y aun a despreciar también 
el mismo Magisterio de la Iglesia, que tanto peso ha dado con su 
autoridad a aquella teología. Presentan este Magisterio como impedimento
 del progreso y obstáculo de la ciencia; y hay ya católicos, que lo 
consideran como un freno injusto, que impide el que algunos teólogos más
 cultos renueven la teología. Y aunque este sagrado Magisterio, en las 
cuestiones de fe y costumbres, debe ser para todo teólogo la norma 
próxima y universal de la verdad (ya que a él ha confiado Nuestro Señor 
JESUCRISTO la custodia, la defensa y la interpretación del depósito de 
la fe, o sea de las Sagradas Escrituras y de la tradición divina); sin 
embargo, a veces se ignora, como si no existiese, la obligación que 
tienen todos los fieles, de huir aun de aquellos errores, que más o 
menos se acercan a la herejía, y por tanto de observar también las 
constituciones y decretos, en que la Santa Sede ha proscrito y prohibido
 las tales opiniones falsas(2).
Hay algunos que de propósito desconocen cuanto los Romanos Pontífices 
han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la
 Iglesia, a fin de hacer prevalecer un concepto vago, que ellos profesan
 y dicen haber sacado de los antiguos Padres, sobre todo de los griegos.
 Porque los Sumos Pontífices, dicen ellos, no quieren determinar nada en
 las opiniones disputadas entre los teólogos; y así hay que volver a las
 fuentes primitivas y con los escritos de los antiguos explicar las 
modernas constituciones y decretos del Magisterio.
Este lenguaje puede parecer elocuente, pero no carece de falacia. Pues 
es verdad que los Romanos Pontífices en general conceden libertad a los 
teólogos en las cuestiones disputadas entre los más acreditados 
doctores; pero la historia enseña que muchas cuestiones, que un tiempo 
fueron objeto de libre discusión, no pueden ya ser discutidas.
Ni hay que creer que las enseñanzas de las Encíclicas no exijan de suyo 
el asentimiento, por razón de que los Romanos Pontífices no ejercen en 
ellas la suprema potestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del 
Magisterio ordinario, del cual valen también aquellas palabras: El que a
 vosotros oye, a Mí me oye(3), y la mayor parte de las veces, lo que se 
propone e inculca en las Encíclicas, ya por otras razones pertenece al 
patrimonio de la doctrina católica. Y si los Sumos Pontífices en sus 
constituciones de propósito pronuncian una sentencia en materia 
disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos 
Pontífices, esa cuestión no se puede tener ya como de libre discusión 
entre los teólogos.
    
11. El Magisterio de la Iglesia y la fuentes de la doctrina revelada.
Es también verdad que los teólogos deben siempre volver a las fuentes de
 la revelación; pues a ellos toca indicar de qué manera se encuentre 
explícita o implícitamente(4), en la Sagrada Escritura y en la divina 
tradición, lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos fuentes de 
la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de verdad 
que nunca realmente se agotan. Por eso con el estudio de las fuentes 
sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias; mientras 
que, por el contrario, una especulación, que deje ya de investigar el 
depósito de la fe, se hace estéril, como vemos por experiencia. Pero, 
esto no autoriza a hacer de la teología, aun de la positiva, una ciencia
 meramente histórica. Porque, junto con esas sagradas fuentes, Dios ha 
dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar 
lo que en el depósito de la fe no se contiene más que obscura y como 
implícitamente. Y el Divino Redentor no ha confiado, la interpretación 
auténtica de este depósito a cada uno de los fieles, ni aun a los 
teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia. Y si la Iglesia ejerce 
este su oficio (como con frecuencia lo ha hecho en el curso de los 
siglos, con el ejercicio ya ordinario ya extraordinario del mismo 
oficio), es evidentemente falso el método que trata de explicar lo claro
 con lo obscuro; antes es menester que todos sigan el orden inverso. Por
 lo cual Nuestro Predecesor de inmortal memoria Pío IX, al enseñar que 
es deber nobilísimo de la teología el mostrar cómo una doctrina definida
 por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió 
aquellas palabras: con el mismo sentido con que ha sido definida por la 
Iglesia.
   
5. EQUIVOCADA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
    
12. Disminuyen la Autoridad Divina y de la Sagrada Escritura.
Volviendo a las nuevas teorías, de que tratamos antes, algunos proponen o
 insinúan en los ánimos muchas opiniones, que disminuyen la autoridad 
divina de la Sagrada Escritura. Pues se atreven a adulterar el sentido 
de las palabras, con que el Concilio Vaticano define que Dios es el 
autor de la Sagrada Escritura, y renuevan una teoría ya muchas veces 
condenada, según la cual la inerrancia de la Sagrada Escritura se 
extiende sólo a los textos que tratan de Dios mismo o de la religión o 
de la moral. Más aún, sin razón hablan de un sentido humano de la 
Biblia, bajo el cual se oculta el sentido divino, que es, según ellos, 
el solo infalible(5). En la interpretación de la Sagrada Escritura no 
quieren tener en cuenta la analogía de la fe ni la tradición de la 
Iglesia; de manera que la doctrina de los Santos Padres y del sagrado 
Magisterio debe ser conmensurada con la de las Sagradas Escrituras, 
explicadas por los exégetas de modo meramente humano; más bien que 
exponer la Sagrada Escritura según la mente de la Iglesia, que ha sido 
constituida por Nuestro Señor JESUCRISTO.
Además, el sentido literal de la Sagrada Escritura y su exposición, que 
tantos y tan eximios exégetas, bajo la vigilancia de la Iglesia, han 
elaborado, deben ceder el puesto, según las falsas opiniones de éstos, a
 una nueva exégesis. que llaman simbólica o espiritual; con la cual los 
libros del Antiguo Testamento, que actualmente en la Iglesia son una 
fuente cerrada y oculta, se abrirían finalmente para todos. De esta 
manera, afirman, desaparecen todas las dificultades, que solamente 
encuentran los que se atienen al sentido literal de las Escrituras.
     
13. Frutos venenosos que estas novedades han producido.
Todos ven cuánto se apartan estas opiniones de los principios y normas 
hermenéuticas, justamente establecidos por Nuestros Predecesores de 
feliz memoria: LEÓN XIII, en la Encíclica "Providentíssimus Deus", y 
BENEDICTO XV, en la Encíclica "Spíritus Paráclitus", y también por Nos 
mismo, en la Encíclica "Divino afflánte Spíritu".
    
6. DIEZ ERRORES TEOLÓGICOS MODERNOS
   
Y no hay que admirarse de que estas novedades hayan producido frutos 
venenosos en casi todos los tratados de la teología. Se pone en duda si 
la razón humana, sin la ayuda de la divina revelación y de la divina 
gracia, pueda demostrar la existencia de un Dios personal con argumentos
 deducidos de las cosas creadas; se niega que el mundo haya tenido 
principio, y se afirma que la creación del mundo es necesaria, pues 
procede de la necesaria liberalidad del amor divino; se niega, asimismo,
 a Dios la presencia eterna e infalible de las acciones todas contrarias
 a las declaraciones del Concilio Vaticano(6).
Algunos también ponen en discusión si los Ángeles son personas; y si la 
materia difiere esencialmente del espíritu. Otros desvirtúan el concepto
 de gratuidad del orden sobrenatural, sosteniendo que Dios no puede 
crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión 
beatífica. No sólo, sino que, pasando por alto las definiciones del 
Concilio de Trento, se destruye el concepto de pecado original, junto 
con el de pecado en general en cuanto ofensa de Dios, como también el de
 la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros. Ni faltan quienes 
sostienen que la doctrina de la Transubstanciación, basada como está 
sobre un concepto filosófico de sustancia ya anticuado, debe ser 
corregido; de manera que la presencia real de Cristo en la Santísima 
Eucaristía se reduzca a un simbolismo, en el que las especies 
consagradas no son más que señales externas de la presencia espiritual 
de Cristo y de su unión íntima con los fieles, miembros suyos en el 
Cuerpo Místico.
Algunos no se consideran obligados a abrazar la doctrina que hace 
algunos años expusimos en una Encíclica, y que está fundada en las 
fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo de Cristo y la Iglesia
 Católica Romana son una misma cosa(7). Algunos reducen a una vana 
fórmula la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para conseguir
 la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de 
la credibilidad de la fe cristiana.
    
Resumen
Sabemos que éstos y otros errores semejantes se propagan entre algunos 
hijos Nuestros, descarriados por un celo imprudente o por una falsa 
ciencia; y Nos vemos obligados a repetirles, con tristeza, verdades 
conocidísimas y errores manifiestos, y a indicarles, no sin ansiedad, 
los peligros de engaño a que se exponen.
    
II. LA EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA CATÓLICA
   
RESPECTO DE LA FILOSOFÍA
    
a) Recto juicio sobre la razón
14. La razón, nutrida por la filosofía cristiana
Es cosa sabida cuánto estime la Iglesia la humana razón, a la cual atañe
 demostrar con certeza la existencia de un sólo Dios personal comprobar 
invenciblemente los fundamentos de la misma fe cristiana por medio de 
sus notas divinas, expresar por conveniente manera la ley que el Creador
 ha impreso en las almas de los hombres y, por fin, alcanzar algún 
conocimiento, y por cierto fructuosísimo, de los misterios(8).
b) La filosofía tradicional
Mas la razón sólo podrá ejercer tal oficio de un modo apto y seguro si 
hubiere sido cultivada convenientemente, es decir, si hubiere sido 
impregnada con aquélla sana filosofía, que es ya un patrimonio heredado 
de las presentes generaciones cristianas y que por consiguiente, goza de
 una autoridad de un orden superior, por cuanto el mismo Magisterio de 
la Iglesia ha utilizado sus principios y sus principales asertos, 
manifestados y definidos paulatinamente por hombres de gran talento, 
para comprobar la misma divina Revelación. Esta filosofía, reconocida y 
aceptada por la Iglesia, defiende el verdadero y recto valor del 
conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos -a saber, los
 de razón suficiente, causalidad y finalidad- y la consecución de la 
verdad cierta e inmutable.
    
c) El genuino progreso filosófico
15. Lo que la Iglesia deja a la libre disputa
Cierto que en tal filosofía se exponen muchas cosas que, ni directa ni 
indirectamente, se refieren a la fe o a las costumbres y que, por lo 
mismo, la Iglesia deja a la libre disputa de los peritos; pero en otras 
muchas no tiene lugar tal libertad, principalmente en lo que toca a los 
principios y a los principales asertos que poco ha hemos recordado. Aun 
en esas cuestiones esenciales se puede vestir a la filosofía con más 
aptas y ricas vestiduras, reforzarla con más eficaces expresiones, 
despojarla de ciertos modos escolares menos aptos, enriquecerla 
cautelosamente con ciertos elementos del progresivo pensamiento humano; 
pero nunca es lícito derribarla, o contaminarla con falsos principios, o
 estimarla como un grande monumento, pero ya en desuso. Pues la verdad y
 su expresión filosófica no pueden cambiar con el tiempo, principalmente
 cuando se trata de los principios que la mente humana conoce por sí 
mismos o de aquellos juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los 
siglos como en el consenso y fundamento de la divina revelación. 
Cualquier verdad que la mente humana, buscando con rectitud, 
descubriere, no puede estar en contradicción con otra verdad ya 
alcanzada, pues Dios, Verdad suma, creó y rige la humana inteligencia, 
de tal modo que no opone cada día nuevas verdades a las ya adquiridas, 
sino que, apartados los errores que tal vez se hubieren introducido, 
edifica la verdad sobre la verdad, de modo tan ordenado y orgánico como 
aparece formada la misma naturaleza de la que se extrae la verdad. Por 
lo cual el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y
 ligeramente cualquier novedad que en el decurso del tiempo se proponga 
sino que ha de sopesarla con suma detención y someterla a justo examen, 
no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, con grave 
peligro y detrimento de la misma fe.
     
d) La doctrina de Santo Tomás
16. Una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado
Si bien se examina cuanto llevamos expuesto, fácilmente se comprenderá 
por qué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en 
las disciplinas filosóficas, según el método, la doctrina y los 
principios del Doctor Angélico(9), puesto que con la experiencia de 
muchos siglos conoce perfectamente que el método y el sistema del 
Aquinate se distinguen por su singular valor, tanto para la educación de
 los jóvenes como para la investigación de las más recónditas verdades, y
 que su doctrina suena al unísono con la divina revelación y es 
eficacísimo para asegurar los fundamentos de la fe y para recoger de 
modo útil y seguro los frutos del sano progreso(10).
Es, pues, altamente deplorable que hoy día algunos desprecien una 
filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado, y que imprudentemente 
la apelliden anticuada en su forma y racionalística, así dicen, en sus 
procedimientos. Pues afirman que esta nuestra filosofía defiende 
erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera, 
mientras ellos sostienen, por el contrario, que las verdades, 
principalmente las trascendentes, sólo pueden expresarse con doctrinas 
divergentes que mutuamente se completan, aunque entre sí parezcan 
oponerse. Por lo cual conceden que la filosofía que se enseña en 
nuestras escuelas, con su lúcida exposición y solución de los problemas,
 con su exacta precisión de los conceptos y con sus claras distinciones,
 puede ser apta preparación al estudio de la teología, como se adaptó 
perfectamente a la mentalidad del medioevo; pero creen que no es un 
método que corresponda a la cultura y a las necesidades modernas. 
Añaden, además, que la filosofía perenne es sólo una filosofía de las 
esencias inmutables, mientras que la mente moderna ha de considerar la 
existencia de los seres singulares y la vida en su continua fluencia. Y 
mientras desprecian esta filosofía, ensalzan otras, antiguas o modernas,
 orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que 
cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole algunas 
correcciones o complementos, si fuere menester, puede compadecerse con 
el dogma católico; lo cual ningún católico puede dudar ser del todo 
falso, principalmente cuando se trata de los falsos sistemas llamados 
inmanentismo, o idealismo, o materialismo, ya sea histórico ya 
dialéctico, o también existencialismo, tanto si defiende el ateísmo como
 si al menos impugna el valor del raciocinio metafísico.
Por fin, achacan a la filosofía que se enseña en nuestras escuelas el 
defecto de atender sólo a la inteligencia en el proceso del 
conocimiento, sin reparar en el oficio de la voluntad y de los 
sentimientos. Lo cual no es verdad, ciertamente; pues la filosofía 
cristiana nunca negó la utilidad y la eficacia de las buenas 
disposiciones de toda el alma para conocer y abrazar plenamente los 
principios religiosos y morales; más aún, siempre enseñó que la falta de
 tales disposiciones puede ser la causa de que el entendimiento, ahogado
 por las pasiones y por la mala voluntad, de tal manera se obscurezca 
que no vea cuál conviene. Y el Doctor Común cree que el entendimiento 
puede percibir de algún modo los más altos bienes correspondientes al 
orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto experimente en 
el ánimo cierta afectiva connaturalidad con esos mismos bienes, ya sea 
natural, ya por medio de la gracia divina(11); y claro aparece cuánto 
ese conocimiento subconsciente, por así decir, ayude a las 
investigaciones de la razón. Pero una cosa es reconocer la fuerza de los
 sentimientos para ayudar a la razón a alcanzar un conocimiento más 
cierto y más seguro de las cosas morales, y otra lo que intentan estos 
novadores, esto es, atribuir a las facultades volitiva y afectiva cierto
 poder de intuición, y afirmar que el hombre, cuando con el discurso de 
la razón no puede discernir qué es lo que ha de abrazar como verdadero, 
acude a la voluntad, mediante la cual elige libremente entre las 
opiniones opuestas, con una mezcla inaceptable de conocimiento y de 
voluntad.
     
e) La tarea de la teodicea y de la ética
17. La teodicea y la ética en peligro
Ni hay que admirarse de que con estas nuevas opiniones se ponga en 
peligro a dos disciplinas filosóficas que, por su misma naturaleza, 
están estrechamente relacionadas con la doctrina católica, a saber, la 
teodicea y la ética, cuyo oficio creen que no es demostrar con certeza 
algo acerca de Dios o de cualquier otro ser trascendente, sino más bien 
mostrar que lo que la fe enseña acerca de Dios personal y de sus 
preceptos es enteramente conforme a las necesidades de la vida y que, 
por lo mismo todos deben abrazarlo para evitar la desesperación y 
alcanzar la salvación eterna: todo lo cual se opone abiertamente a los 
documentos de Nuestros Predecesores León XIII y Pío X y no puede 
conciliarse con los decretos del Concilio Vaticano. No habría, 
ciertamente, que deplorar tales desviaciones de la verdad si aun en el 
campo filosófico todos mirasen con la reverencia que conviene al 
Magisterio de la Iglesia, al cual corresponde por divina institución no 
sólo custodiar e interpretar el depósito de la verdad revelada, sino 
también vigilar sobre las disciplinas filosóficas para que los dogmas 
católicos no sufran detrimento alguno de las opiniones no rectas.
    
RESPECTO DE LAS CIENCIAS POSITIVAS
    
18. Sobre el evolucionismo y el poligenismo.
Réstanos ahora decir algo acerca de algunas cuestiones que, aunque 
pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse positivas, sin embargo
 se entrelazan más o menos con las verdades de la fe cristiana. No pocos
 ruegan, con premura, que la Religión católica atienda lo más posible a 
tales disciplinas; lo cual es ciertamente digno de alabanza cuando se 
trata de hechos realmente demostrados, empero se ha de admitir con 
cautela cuando más bien se trate de hipótesis, aunque de algún modo 
apoyadas en la ciencia humana, que rozan con la doctrina contenida en la
 Sagrada Escritura o en la tradición. Si tales conjeturas opinables se 
oponen directa o indirectamente a la doctrina que Dios ha revelado 
entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno.
a) Problemas biológicos y antropológicos
Por eso el Magisterio de la Iglesia no prohíbe que en investigaciones y 
disputas entre los hombres doctos de entrambos campos se trate de la 
doctrina del evolucionismo(12), la cual busca el origen del cuerpo 
humano en una materia viva preexistente (pues la fe católica nos obliga a
 retener que las almas son creadas inmediatamente por Dios), según el 
estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, de modo 
que las razones de una y otra opinión, es decir, de los que defienden o 
impugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con la debida gravedad,
 moderación y templanza; con tal que todos estén dispuestos a obedecer 
al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de 
interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de defender los 
dogmas de la fe(13). Empero algunos, con temeraria audacia, traspasan 
esta libertad de discusión, obrando como si el origen mismo del cuerpo 
humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierta y 
demostrada por los indicios hasta el presente hallados y por los 
raciocinios en ellos fundados, y cual si nada hubiese en las fuentes de 
la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia.
Mas tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos
 de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos
 no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra 
verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural 
generación, o bien de que Adán significa el conjunto de los primeros 
padres; ya que no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con 
la que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del magisterio
 de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del 
pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose a 
todos los hombres por la generación es propio de cada uno de ellos(14).
    
b) Valor histórico del libro del Génesis
19. La interpretación de los libros históricos del Antiguo Testamento.
Del mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay 
algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y
 las cautelas establecidos por la Iglesia. Y de un modo particular es 
deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros 
históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esa tendencia para 
defender su causa invocan indebidamente la Carta que no hace mucho 
tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió al 
Arzobispo de París(15). Esta carta advierte claramente que los once 
primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el 
método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y 
modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido 
verdadero, que los exégetas han de investigar y precisar; y que los 
mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente 
del pueblo poco culto, contienen las verdades principales y 
fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y también una 
descripción popular del origen del genero humano y del pueblo escogido. 
Mas si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones 
populares (lo cual puede ser concedido), nunca debe olvidarse que ellos 
eran guiados y ayudados por el soplo de la imaginación divina, inmunes 
de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos.
Empero, lo que se insertó en la Sagrada Escritura, sacándolo de las 
narraciones populares, en modo alguno debe compararse con las mitologías
 u otras narraciones de tal género, las cuales más proceden de una 
ilimitada imaginación que de aquel amor a la simplicidad y la verdad, 
que tanto resplandece aún en los libros del Antiguo Testamento, hasta el
 punto que nuestros hagiógrafos deben ser tenidas en este punto como 
claramente superiores a los antiguos escritores profanos.
   
EPÍLOGO
    
20. Los deberes de las autoridades eclesiásticas y de los profesores.
Sabemos, es verdad, que la mayor parte de los doctores católicos, que 
con sumo fruto trabajan en las universidades, en los seminarios y en los
 colegios religiosos, están muy lejos de estos errores que hoy abierta u
 ocultamente se divulgan o por cierto afán de novedades o por un 
inmoderado deseo de apostolado. Pero sabemos también que tales nuevas 
opiniones pueden atraer a los incautos y, por lo mismo, preferimos 
oponernos a los comienzos que no ofrecer un remedio a una enfermedad 
inveterada.
Por lo cual, después de meditarlo y considerarlo largamente delante del 
Señor, para no faltar a Nuestro sagrado deber, mandamos a los Obispos y a
 los superiores religiosos, onerando gravísimamente sus conciencias, que
 con la mayor diligencia procuren que ni en las clases, ni en las 
reuniones, ni en escritos de ningún género se expongan tales opiniones 
en modo alguno, ni a los clérigos ni a los fieles cristianos.
Sepan cuantos enseñan en institutos eclesiásticos que no pueden en 
conciencia ejercer el oficio de enseñar, que les ha sido concedido, si 
no reciben religiosamente las normas que hemos dado y si no las cumplen 
escrupulosamente en la formación de sus discípulos. Y procuren infundir 
en las mentes y en los corazones de los mismos aquélla reverencia y 
obediencia que ellos en su asidua labor deben profesar al Magisterio de 
la Iglesia.
Esfuércense con todo aliento y emulación por hacer avanzar las ciencias 
que profesan; pero eviten también el traspasar los límites por Nos 
establecidos para salvaguardar la verdad de la fe y de la doctrina 
católica. A las nuevas cuestiones que la moderna cultura y el progreso 
del tiempo han suscitado, apliquen su más diligente investigación, pero 
con la conveniente prudencia y cautela; y, finalmente, no crean, 
cediendo a un falso irenismo que los disidentes y los que están en el 
error puedan ser atraídos con buen suceso, si la verdad íntegra que rige
 en la Iglesia no es enseñada por todos sinceramente, sin corrupción ni 
disminución alguna.
    
21. Bendición Apostólica
Fundados en esta esperanza, que vuestra pastoral solicitud aumentará 
todavía, impartimos con todo amor, como prenda de los dones celestiales y
 en señal de Nuestra paterna benevolencia, a todos vosotros, Venerables 
Hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo, la Bendición Apostólica.
    
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 12 de Agosto de 1950, año duodécimo de Nuestro Pontificado. Pío Papa XII
    
NOTAS:
(1)  Concilio Vaticano, D. B., Const. De Fide Cathólica, cap. 2, De revelatione, Denz-Umb nr. 1786
(2) Códex Iuris Canónici, can. 1324; cfr. Concilio Vaticano, D. B., 
1820, Const. De Fide Cathólica, post. canones, Denz-Umb. nr. 1820. 
(3) Luc., 10, 16. 
(4) Pío IX, Inter gravissimas, 28-X-1870, Pii IX Acta, vol. I, p. 260. 
(5) Dos errores se condenan aquí: por una parte, el de los que limitan 
la imposibilidad de errar de la Biblia (la inerrancia) a las cosas de la
 fe y la moral, y por otra, el que afirma que en la Sagrada Escritura se
 distinguen, así como dos autores, así también dos sentidos, el uno 
divino y por tanto infalible, y el otro humano y por eso sujeto a error.
 Dado que la inerrancia de la Biblia se basa en la inspiración trataron 
de restringir la inspiración para eliminar así los presuntos errores de 
la Biblia. Conceden que la Sagrada Escritura tiene a Dios por autor 
(Concilio Vaticano I, sesión III, cap. 2; Denz. Umb. 1787) pero 
disminuyen el significado de la palabra del Concilio que dice que son 
inspirados "los libros íntegros en todas sus partes".
Como ya señalamos en la "Introducción" a la Encíclica "Spiritus 
Paraclitus" (1920) de Benedicto XV, el Cardenal Newman, juzgando la 
inspiración -no por el origen divino que tiene sino por el fin que Dios 
con ella persiguió, escribió que "las cosas dichas de paso", "obiter 
dicta" no eran inspirados porque no eran necesarias para el fin que Dios
 se propuso al inspirar un libro, por cuanto lo único que interesaba a 
Dios era el aspecto religioso de la Revelación.
Lenormant y Mons. D'Hulst menos avanzados concedían la inspiración de la
 Biblia en todas sus partes, pero admitían -ilógicos consigo mismos- la 
posibilidad que algunas cosas hubieran sido tomadas del medio ambiente y
 no reveladas.
Ambos errores fueron condenados por León XIII en Providentíssimus Deus 
(Enchir. Biblic. nr. 109,; más claramente aun por Benedicto XV en la 
Encíclica Spíritus Paráclitus (Denz-Umb. 2186).
Pío XII renueva aquí primero la condenación de ambos errores y luego la 
extiende a una sutileza que afloró en la "Nueva Teología": Dios no 
siempre quiere decir las mismas cosas que el autor humano. El sentido 
que da Dios a las palabras de la Biblia es, naturalmente, infalible, 
pero "el sentido humano" o sea el que da el hombre a las mismas palabras
 es falible. Según esta teoría errónea no hay inconveniente en conceder 
que la Sagrada Escritura contenga errores, pues no fueron revelados por 
Dios sino que se deben al "sentido" que les dio el autor "humano". 
También este subterfugio es falso dice aquí Pío XII 
(6) Compárese Conc. Vat. I, Const. De Fide cath., cap. 1, De Deo rerum omnium creatore, Denzinger-Umb. nrs. 1782 ss. (volver)
(7) Compárese Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, 29-VI-1943, AAS. 35 (1943) 193-248.
(8) Compárese Conc. Vat. I De Fide Cath. cap. 4. Denzinger-Umb. nr. 1796. 
(9) Códex Iuris Canónici, can. 1366, 2. 
(10) Compárese Pío XII Alocución de los delegados al Capítulo General de
 los dominicos. 22-IX-1946. A. A. S. 38 (1946) 387;  en la Exhortación 
que el 14 de enero de 1958 dirigió Pío XII al Colegio "Angélicum" de 
Roma recalcó extensamente a Santo Tomás y su importancia refiriéndose 
especialmente a este paso de Humant Generis. La parte principal de esa 
alocución reza así, en versión del L'Osservatore Romano edic. argentina,
 año VII Nº 3 22, del 30-I-58:
"Columbramos vuestra alegría por la próxima celebración del 
cincuentenario de la inauguración y por la importancia del 
acontecimiento. Pues, en verdad, lo que entonces era una temblorosa 
esperanza y el comienzo del camino, ahora, bajo l a protección de 
vuestro valiosísimo Patrono Santo Tomás, ha llegado a ser un éxito 
felicísimo por el trabajo de tantos eximios doctores de vuestro 
Instituto. Ciertamente, si éste alcanzó tan preclara fama en la casa de,
 Dios... que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la 
verdad (I Timoteo 3, 15), precisamente y en gran parte sucede porque 
estudia con solicitud y divulga extensamente las enseñanzas de Santo 
Tomás de Aquino. Bueno es el camino que seguís, llevando a la cabeza el 
resplandor de éste vuestro gran protector, adornado de eximias virtudes.
 
En las preces litúrgicas que, en la fiesta de  Santo Tomás de Aquino se 
dirigen a Dios, se hacen estas dos principales e importantes peticiones:
 ...comprender lo que enseñó e imitar lo que hizo. (Oración de la 
fiesta).
Y bien, preguntamos: ¿qué enseñó sobre todo el Aquínate? ¿Dónde se 
centra a primera vista su excepcional magisterio apto para instruirnos? 
Esto salta a la vista con lúcida claridad: con la palabra y con los 
ejemplos de su vida enseñó, ante todo, a los estudiosos de las sagradas 
disciplinas y también a los amantes de la filosofía racional, la máxima 
sumisión y reverencia que se deben a la autoridad de la Iglesia 
Católica. (S. Th. 3 p. Sppl. q. 29, a, 3, Sed contra 2; y 2a 2ae p, q, 
10, a. 12 in c.). 
Esta total sumisión a la autoridad de la Iglesia tenía origen en su 
plena persuasión de que el magisterio vivo e infalible de la Iglesia es 
la regla próxima y universal de la verdad católica.
Siguiendo la senda de Santo Tomás de Aquino y de los eximios varones de 
la Orden dominicana que se distinguieron por la religiosidad y santidad 
de costumbres, doquiera resuene la voz del magisterio extraordinario de 
la Iglesia, escuchadla atentamente y recibidla con ánimo sumiso, 
principalmente vosotros, amados hijos, que, por especial favor de Dios, 
os dedicáis al estudio de las disciplinas sagradas en esta Alma Urbe 
junio a la Cátedra de Pedro e Iglesia principal, de donde nació la 
unidad sacerdotal. (San Cipriano Epist. 55c. 14-Ed. Harte!, Corp. 
Script. Eccl. Lat. vol. 3, p. 2, pdfif. 683). Ni tan sólo debéis asentir
 diligente y prontamente a las disposiciones y decretos del sagrado 
Magisterio que pertenecen a verdades divinamente reveladas, ya que fiel 
custodio e intérprete no falible del depósito de éstas es la sola 
Iglesia Católica, Esposa de Cristo; sino que también han de ser 
aceptados con humilde sumisión de la mente los documentos que versan 
sobre cuestiones pertenecientes a ternas naturales y humanos, pues los 
que profesan la Pveligión católica, especialmente los teólogos y 
filósofos, como es justo deben apreciar en mucho también éstos, dado que
 las cosas de un tal orden inferior se proponen, en cuanto conexas y 
unidas con las verdades de fe y con el fin sobrenatural del hombre.
Sea también ley para el varón teólogo, siguiendo el ejemplo del 
Aquinate, escrutar diligentemente y con asiduidad la Sagrada Escritura, 
de incomparable importancia y peso para los estudiosos de las 
disciplinas religiosas; ya que, como atestigua el mismo Santo Doctor, la
 ciencia sagrada usa en su argumentación la autoridad de los libros 
canónicos con toda propiedad y por necesidad... pues nuestra fe se funda
 en la revelación hecha a los Apóstoles y Profetas que escribieron los 
libros canónicos y no en la revelación qne pudieron tener otros doctores
 (S. Th. 1, p. q. 1 a. 8 ad 2). Así lo enseñó y practicó siempre. Sus 
comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, 
principalmente a las Epístolas del Apóstol San Pablo, gozan, según el 
pareecr de los más entendidos, de tal madurez, agudeza y diligencia que 
se pueden equiparar a sus mayores obras teológicas, estimándolas como un
 complemento bíblico, muy apreciable de éstas; por ello puede decirse 
que no tiene total y perfecta familiaridad con el Santo Doctor quien 
descuida estas obras. Nunca se echen de menos en vuestros estudios y 
prácticas de vida espiritual la investigación y el uso de las Sagradas 
Escrituras que continuamente estuvieron unidas a las meditaciones 
teológicas del Doctor de Aquino y que tan admirablemente alegraron su 
fin. Consideramos digno, por otra parte, de especial recomendación el 
estudio de la Teología Tomística especulativa que debéis estimar 
grandemente conforme a la prescripción de vuestro último Capítulo 
electivo: La Teología especulativa Tomista ha constituido siempre el 
singular patrimonio de la Orden (Acta Cap. Gen. eect. 1955, n. 113). 
Florezca, pues, en vuestro Ateneo, con gran influjo y estima la sagrada 
teología para la que el ilustre Aquinate justamente vindicó en su tiempo
 las prerrogativas de verdadera disciplina y sabiduría, concediéndole el
 primado entre todas las ciencia (S. Th. 1 p. q. 1 a. 5).
Nos mismo hemos abiertamente vindicado sus principales méritos en la 
Encíclica Humani generis contra algunos seguidores de novedades (Acta 
Ap. Sedis a. 42, 1950, pág. 573). Por lo que atañe a las varias 
cuestiones teológicas, aunque se ha de tener muy en cuenta, como es 
justo, el progreso de las ciencias históricas y experimentales, 
conviene, no obstante, que defendáis los principios y principales puntos
 de la doctrina de Sanio Tomás.
Esto mismo pensamos debe aplicarse, observando la comparación y proporción debidas, a las materias filosóficas.
Y ahora, después de haber admirado la casi angélica sabiduría de vuestro
 ínclito Protector y Maestro, meditad con Nos sus virtudes, que debéis 
procurar con empeño constante reproducir en vuestras costumbres. Él 
convirtió, sin duda alguna, en propio provecho espiritual las frases del
 Apóstol: cuando tuviere el don de profecía y penetrase todos los 
misterios y toda ciencia... no teniendo caridad, no soy nada (I 
Corintios 13, 2) y la ciencia hincha, la caridad es la que edifica (1 
Corintio 8, 2); pues aunque cultivó con todo ardor las doctrinas 
especulativas, comprendió que el primer puesto corresponde a la caridad,
 a la que sirven, como a reina coronada, las demás virtudes: de ella la 
fe saca vida y vigor los dones del Espíritu Santo: de ella se nutre 
también la escondida llama de la contemplación de los divinos misterios.
 Cultivad también vosotros con toda diligencia y esfuerzo la caridad y 
con ella el gozoso sentido de la religión y las demás virtudes 
convenientes a vuestro estado para que los severos estudios a que os 
dedicáis no sólo no no obstaculicen, sino más bien ayuden, a escalar los
 grados de la perfección evangélica. Y junto con las virtudes 
sobrenaturales observad con todo cuidado religiosos, las normas y leyes 
del propio Instituto: sea la liturgia vuestra casta delicia: salgan a 
menudo y fervientes, más de vuestro pecho rebosante que de vuestros 
labios, conversaciones espirituales: sean vuestras fidelísimas y 
estimulantes compañeras la caridad de la verdad y la verdad de la 
caridad". 
(11) Compárese S. Thom., Summa Theol., II-II quaest. 1. art. 1 ad 3 et quaest. 45 2, in c. .(volver)
(12) Sobre el evolucionismo y la unidad del género humano ya se habían 
pronunciado la Pontificia Comisión Bíblica en su "Respuesta 6ª sobre el 
carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis'', del 30 
de Julio de 1909 (AAS. 1 [1909] 567-569).
Luego Pío XII en un discurso a la Pontificia Academia de Ciencias, 
30-XI-1941 repitió la enseñanza dogmática sobre la espiritualidad del 
alma humana, y su inmediata creación por Dios, para conceder luego la 
competencia de las ciencias profanas en la procedencia del cuerpo 
humano:
"El día en que Dios plasmó al hombre, dijo el Papa, y coronó su frente 
con la diadema de su imagen y semejanza, constituyéndolo en rey de todos
 los animales vivientes, del mar del cielo y de la tierra (Gen. 1, 26) 
aquel día el Señor, Dios de toda sabiduría, se hizo su Maestro... 
Solamente del hombre podía venir otro hombre que le llamase padre y 
progenitor; y "la ayuda" dada por Dios al primer hombre viene también de
 él y es carne de su carne, formada como compañera, que tiene nombre del
 hombre porque de él ha sido sacada (Gen. 2, 23). En lo alto de la 
escala de los vivientes, el hombre, dotado de un alma espiritual fue 
colocado por Dios como príncipe y soberano del reino animal. Las 
múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología
 y de la morfología acerca de otros problemas referentes a los orígenes 
del hombre, no han aportado hasta ahora nada que sea positivamente claro
 y cierto. No queda, pues, sino dejar al futuro la respuesta a la 
cuestión de si un día la ciencia, iluminada y guiada por la revelación, 
podrá dar resultados seguros y definitivos sobre argumento tan 
importante... La verdadera ciencia no rebaja ni humilla al hombre en su 
origen, sino que lo eleva y exalta, porque ve, encuentra y admira en 
cada uno de los miembros de la gran familia humana la huella más o menos
 grande en ella estampada de la imagen y semejanza divinas".
El Papa rechaza aquí el transformismo materialista, toda otra 
transformación que salve la espiritualidad del alma humana, y por ello, 
la diferencia esencial entre el hombre y los demás animales es posible, 
pues nunca podrá llamar el hombre "padre" al animal, ni considerarse 
descendiente de él sino en cuanto al cuerpo que es lo específico en el 
hombre.
Aquí en Humani Generis Pío XII es más explícito todavía que en su discurso.
Relacionado con el origen del hombre narrado en la Biblia está la 
cuestión de si todos los hombres actuales, proceden de una sola pareja 
(monogenismo) o de varias parejas(poligenismo) Pío XII señala claramente
 que el poligenismo no es admisible, y esto a causa de la naturaleza y 
universalidad del pecado original que consta no en el Génesis sino en 
otros libros sagrados.
(13) Compárese Alocución Pontificia a los miembros de la Academia de Ciencias, 30 Novembris 1941. AAS. 33. 
(14) Compárese Rom. 5, 12-19; Concilio de Trento., sesión.V, cánones 1-4, Denz-Umb. nrs. 788-791. 
(15) 16 de enero de 1948; AAS. 40 (1948) 45-48.