Esta maravillosa tradición, cuyo origen se remonta al siglo XVI, 
consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San 
José a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para 
expresarle cariño y pedirle mercedes. Los ejemplos que se presentan a 
consideración fueron tomados del libro 
El devoto josefino, de la autoría del padre Enrique de Ossó.
   
INDULGENCIAS
El
 Sumo Pontífice Gregorio XVI, mediante decreto del 22 de Enero de 1836 
concedió a todos los fieles que, a lo menos con corazón contrito, recen 
devotamente las oraciones de los Gozos y Dolores en siete domingos 
continuos, las siguientes Indulgencias: 300 días en cada uno de los seis
 primeros domingos; plenaria en el séptimo confesando y comulgando.
   
Su
 Santidad Pío IX, mediante decretos de la Sagrada Congregación de 
Indulgencias del 1 de Febrero y el 22 de Marzo de 1847, se dignó 
conceder una Indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de
 San José, si se observan las condiciones de confesión, comunión y 
visita en cualquier templo, rogando por las necesidades de la santa 
Iglesia.
 
  
El
 Santo Padre Pío XI, mediante decreto de la Sagrada Penitenciaría 
Apostólica del 23 de Mayo de 1936, amplió la Indulgencia parcial a 5 
años cada domingo, y ratificó la Indulgencia Plenaria, con las 
condiciones de rigor.
  
Se pueden rezar también en 
cualquier época del año; pero se exige que sean siete domingos seguidos,
 sin interrupción, y que en cada domingo se recen todos los Dolores y 
Gozos de San José; y quien no sabe leer rece siete veces el 
Padrenuestro, Avemaria y Gloria. Se recomienda a la piedad de los fíeles
 que en cada domingo lean una de las meditaciones que van a 
continuación.
   
Las indulgencias son aplicables por las Benditas Almas del Purgatorio, con las condiciones acostumbradas.
  
SIETE DOMINGOS EN HONOR A SAN JOSÉ
   
  
Por
 la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ 
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu 
Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DOMINGOS
¡Dios
 y Señor mío, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas 
las cosas! Al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato 
que he sido yo a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a 
exclamar: ¡Piedad, Señor, para este hijo rebelde y perdonadle sus 
extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que 
volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido
 por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo
 abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor 
necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de 
mi alma. Amén.
  
PRIMER DOMINGO
DOLOR:
 Cuando estaba dispuesto a repudiar a su inmaculada esposa. - GOZO: 
Cuando el Arcángel le reveló el sublime misterio de la Encarnación.
   
MEDITACIÓN
María
 y José, fieles al voto de virginidad que habían hecho, vivían como 
ángeles en su pobre casa de Nazaret; cuando por obra del Espíritu Santo 
concibió María en sus castísimas entrañas al Hijo de Dios, José ideó el 
proyectó de separarse de su esposa, y de hacerlo ocultamente, para que 
no resultase infamia para María. Aunque en general los Doctores explican
 esta resolución fundándola en que José ignoraba el misterio de la 
Encarnación.
   
Turbado
 con estos pensamientos, pensaba el humilde José huir de su casa y de su
 esposa virginal, cuando he aquí que el ángel del Señor se le aparece, y
 le dice; «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María 
tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su seno es obra del 
Espíritu Santo».
    
San
 Juan Crisóstomo nos declara que el arcángel Gabriel llamó a José por su
 nombre para infundirle confianza, y le recordó su origen de David para 
que tuviera en cuenta el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho
 al Rey Profeta: que el Mesías nacería de su descendencia.
   
Las
 palabras del ángel inundaron el corazón de José de inefable júbilo. 
Recobrado de su turbación, fue tan grande su gozo, que exclamaría como 
el Salmista: «Vuestros consuelos, oh Señor, me han regocijado tanto el alma cuanto era grande la muchedumbre de mis padecimientos».
 Así pues, en un instante apaciguó Dios la tormenta que agitaba el 
corazón de José, y le restituyó acrecentada con mucho su dulce 
tranquilidad. Ved aquí lo que acontece a las almas que se someten a la 
voluntad de Dios con entera confianza. «Por obra de vuestra 
misericordia, oh Señor, habéis querido que a la tempestad siga la calma,
 y que después de la aflicción y de las lágrimas, venga la alegría a los
 corazones». Así se expresaba en su agradecimiento aquel santo varón
 Tobías, tan afligido con trabajos, y tan grandemente consolado por el 
Señor.
    
¡Oh
 Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la
 gracia de conformarnos siempre y en todas las cosas con la justísima, 
altísima y amabilísima voluntad de Dios. Amén.
    
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si 
debíais abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla! Pero ¡cuál no fue 
también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la
 Encarnación! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro 
corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida 
justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y
 de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y 
salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
  
EJEMPLO:
 Una distinguida señora escribía con fecha 29 de enero de 1866, a una 
amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José.
   
Una
 persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía
 en un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía 
más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni 
practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de 
varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a 
aquella oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón 
empedernido. Cayó enfermo el infeliz, y puso se de cuidado: entonces fue
 cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su 
querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma, 
que tanto había costado al divino Redentor; y acordándose del grande 
poder del Patriarca Señor San José (de quien era muy devota) para 
socorrer a los moribundos, le suplicó que viniese en su ayuda, y llena 
de fervor le prometió hacer la devoción de los Siete Domingos en memoria
 de sus dolores y gozos, esperando que le alcanzase la conversión del 
enfermo que ella tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer domingo
 sintió la eficacia de su oración: fue un sacerdote a visitar al 
enfermo; éste lo recibió muy bien; le insinuó que quena confesarse; hizo
 en efecto una confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen
 los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema 
debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a 
quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de 
demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, 
pero la recobró y con ella una prenda de la gloria.
   
Ojalá
 este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete 
Domingos, mueva a otras buenas almas a practicarla para conseguir la 
conversión de aquellas personas por las cuales se interesan!
   
OBSEQUIO: Callaré y sufriré sin replicar cuando me culpen sin motivo.
JACULATORIA: Glorioso Señor San José, sed mi abogado en esta vida mortal.
   
Abundantísimo
 fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos 
consagrados a honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los 
obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado en 
todos los días de la semana.
    
GOZOS DEL GLORIOSO PATRIARCA Y ESPOSO DE MARÍA, SAN JOSÉ
   
Pues sois santo sin igual
Y de Dios el más honrado:
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Antes que hubiéseis nacido,
Ya fuisteis santificado,
Y ab ætérno destinado
Para ser favorecido:
Nacísteis de esclarecido
Linaje y sangre real.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Vuestra vida fue tan pura
Que en todo sois sin segundo:
Después de María, el mundo
No vio más santa criatura;
Y así fue vuestra ventura
Entre todos sin igual.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Vuestra santidad declara
Aquel caso soberano,
Cuando en vuestra santa mano
Floreció la seca vara;
Y porque nadie dudara,
Hizo el Cielo esta señal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
A vista de este portento,
Todo el mundo os respetaba,
Y parabienes os daba
Con alegría y contento;
Publicando el casamiento
Con la Reina celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Con júbilo recibísteis
A María por esposa,
Virgen pura, santa, hermosa,
Con la cual feliz vivísteis,
Y por Ella conseguísteis
Dones y luz celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Oficio de carpintero
Ejercitásteis en vida,
Para ganar la comida
A Jesús, Dios verdadero,
Y a vuestra Esposa, lucero,
Compañera virginal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Vos y Dios con tierno amor
Daba el uno al otro vida,
Vos a Él con la comida,
Y Él a Vos con su sabor:
Vos le disteis el sudor,
Y Él os dio vida inmortal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Vos fuisteis la concha fina,
En donde con entereza
Se conservó la pureza
De aquella Perla divina,
Vuestra Esposa y Madre digna,
La que nos sacó de mal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Cuando la visteis encinta,
Fue grande vuestra tristeza;
Sin condenar su pureza,
Tratábais vuestra jornada;
Estorbóla la embajada
De aquel Nuncio celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
“No tengáis, ¡oh José!, espanto
–El Paraninfo decía–:
Lo que ha nacido en María
Es del Espíritu Santo”:
Vuestro consuelo fue tanto,
Cual pedía caso tal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Vos sois el hombre primero
Que visteis a Dios nacido;
En vuestros brazos dormido
Tuvisteis aquel Lucero,
Siendo Vos el tesorero
De aquel inmenso caudal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Por treinta años nos guardásteis
Aquel Tesoro infinito
En Judea, y en Egipto
A donde lo retirásteis;
Entero nos conservasteis
Aquel rico mineral.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Cuidado, cuando perdido,
Os causó y gran sentimiento
Que se os volvió en contento
Del Cielo restituido;
De quien siempre obedecido
Sois con amor filial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
A vuestra muerte dichosa,
Estuvo siempre con Vos
El mismo humanado Dios,
Con María vuestra Esposa:
Y para ser muy gloriosa,
Vino un coro angelical.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Con Cristo resucitásteis
En cuerpo y alma glorioso,
Y a los Cielos victorioso
Vuestro Rey acompañasteis,
A su derecha os sentasteis
Haciendo coro especial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Allá estáis como abogado
De todos los pecadores,
Alcanzando mil favores
Al que os llama atribulado:
Ninguno desconsolado
Salió de este tribunal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
     
Los avisos que leemos
De Teresa nuestra madre,
Por Abogado y por Padre
Nos exhorta que os tomemos:
El alma y cuerpo sabemos
Que libráis de todo mal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
   
Vio vuestro poder, y un día
El Pontifice Pío noveno
A Vos como a su Patrono
Toda la Iglesia confía;
Humilla, pues, la osadía
Del ejército infernal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
   
Pues sois santo sin igual
Y de Dios el más honrado,
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
Antífona:
 ¡Oh feliz Varón, bienaventurado San José! A quién le fue concedido no 
sólo ver y oir al Hijo de Dios, a quién muchos quisieron ver y no 
vieron, oir y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y 
custodiarlo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurado San José.
℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
      
ORACIÓN
Oh
 Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San José para
 Esposo de tu Santísima Madre: haz, te suplicamos, que al que veneramos 
en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los 
cielos. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu 
Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
    
SEGUNDO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR:
 Ver nacer el niño Jesús en la pobreza. - GOZO: Escuchar la armonía del 
coro de los ángeles y observar la gloria de esa noche.
    
MEDITACIÓN
Llegados
 María y José a Belén para cumplir el mandato de César Augusto, buscan 
en vano de puerta en puerta el abrigo de un techo hospitalario: el mundo
 cierra sus moradas a los huéspedes pobres, y niega asilo a la santidad y
 a la inocencia, como lo refiere el santo Evangelio, que dice: «El Hijo 
de Dios vino a los suyos, y los suyos rehusaron recibirle». José se vio 
reducido a buscar un establo abandonado; y en tal lugar plugo al Hijo 
del Eterno nacer, lejos de los resplandores de la gloria en que reina.
   
¡Cuál
 sería el dolor del corazón de José, mirando al divino Niño en lugar 
propio de bestias, y como ellas reclinado en pajas húmedas y heladas por
 los rigores del invierno! ¡Cómo se conmovería lo íntimo de sus 
paternales entrañas con aquel primer llanto del Salvador, ocasionado por
 el padecimiento! Si fueron tiernas, no fueron en verdad menos amargas 
las lágrimas que el Patriarca mezcló con las que derramaba el Niño Dios 
en expiación de nuestras culpas. José inclina la frente al suelo y adora
 como a su Dios, como a Criador del cielo y de la tierra y como a 
Salvador y Redentor del mundo a aquel niño tan pobre, tan humillado, tan
 débil y tan rechazado de los hombres; ofrécele su corazón, su alma, su 
vida; le bendice mil y mil veces y le da gracias por haber sido escogido
 y adoptado como padre.
   
María,
 tomando al Niño en sus brazos, lo pondrá en los de José, quien lo 
estrechará contra su corazón, lo bañará con sus lágrimas, le besará los 
sagrados piececitos, y lo ofrecerá al Padre Eterno como víctima, por la 
salvación del mundo. ¡Oh, qué feliz fue aquel instante para el 
Patriarca, hijo de David, a pesar de su pobreza y de sus penas; y ¡cómo 
le deleitaron los cantos angélicos que celebraban el nacimiento del 
niño, a quien José podía llamar hijo suyo! Más opulento en su pobreza 
que sus reales ascendientes, poseía el tesoro infinito de los cielos; y 
su gloria, aunque escondida al mundo, estaba eclipsando á toda la que 
brilló en el trono de sus progenitores. ¡Oh dicha! ¡Oh sumo bien! ¡Oh 
delicias escondidas en apariencias de miseria y de dolores!
   
Por
 este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos, oh Patriarca Señor San José, la
 gracia de apartar nuestro corazón de las pompas y vanidades del mundo, y
 poner nuestra dicha en la posesión de Jesús, que es el único bien 
durable y verdadero. Amén.
   
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón en la perplejidad de no poder procurar al Creador
 un lugar digno de su majestad! Pero ¡cuál no fue también vuestra 
alegría al escuchar a los ángeles alabar con hosannas al Dios de los 
Ejércitos! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro 
corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida 
justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y
 de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y 
salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
  
EJEMPLO:
 Una piadosa señorita muy devota del santo Patriarca, a quien obsequiaba
 con las prácticas de piedad más gratas al Santo, como son la oración, 
confesión y comunión frecuentes, cayó en una grave y penosa enfermedad, y
 a pesar de distar más de ocho meses de su fiesta, le pedía al Santo 
tres gracias: 1ª morir en su fiesta; 2ª morir con todo el conocimiento e
 invocando los nombres de Jesús, María y José, y 3ª que le sistiese en 
su última hora quien esto escribe. Pues todo se lo concedió el bendito 
Santo. Contra él parecer de los médicos, alargóse su enfermedad hasta el
 día del Santo (19 de marzo); conservó claro el conocimiento hasta el 
último instante, invocando con gran devoción los dulcísimos nombres de 
Jesús, María y José; y, cosa providencial, para que nada faltase a sus 
súplicas, retirándose el confesor para tomar un poco de alimento, quien 
esto escribe tuvo precisión de quedarse para consolar a la enferma y 
animarla en aquella última hora y no dejarla sola, y contra la previsión
 de todos expiró en el mismo día del Santo, en nuestros brazos, con la 
paz de los justos, yendo sin duda, piadosamente pensando, a cantar con 
los bienaventurados las misericordias del Señor San José en el Cielo en 
su misma fiesta.
    
¿A
 quién no animan estos hechos? En otros devotos de San José hemos visto 
lo mismo, esto es, morir plácidamente o el día de San José, o en días 
que en algún modo están consagrados a San José. Animémonos con nuestras 
buenas obras a merecer del Santo bendito este favor de morir bajo su 
amparo, el más grande de todos sus favores.
   
OBSEQUIO: Mortificaré principalmente mi vista y mi lengua, para merecer la dicha de ver y alabar en el cielo a Jesús, María y José.
JACULATORIA: Bondadoso Señor San José, hacedme niño por la pureza, sencillez y candor. 
   
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
     
TERCER DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR: Ver la sangre del Niño Salvador derramada en su circuncisión. - GOZO: Imponerle el nombre de Jesús.
    
MEDITACIÓN
Habiendo
 venido el Mesías para dar cumplimiento a la ley, quiso someterse 
humildemente al martirio de la circuncisión: Terminada la ceremonia, 
impuso al Niño Dios el adorable nombre de Jesús, según mandato que de lo
 alto había recibido.
    
Y
 ¡con qué dulzura, con qué amor, con qué afectos de confianza, con qué 
reverencia pronunciaría José, por vez primera, este nombre de salud, 
consuelo de nuestra vida y esperanza de nuestra muerte! Jesús, nombre 
dulcísimo, nombre sobre todo nombre, por el cual nos será concedido todo
 lo que pidamos; nombre obrador de milagros, que al oírlo, se postran en
 adoración los Cielos, salta de júbilo y esperanza la tierra, tiemblan 
de pavor los Infiernos. Jesús, nombre del que brota leche suavísima y 
casto vino para las almas puras, pan de fortaleza para los débiles, 
manantial de delicias infinitas para los santos, y esperanza y amor y 
salud de todos. Grábese este nombre en nuestras almas, palpite en 
nuestros corazones, sea la miel de nuestros labios, el adiós de nuestra 
despedida del mundo, y el saludo y principio de nuestra glorificación 
perdurable.
   
¡Oh
 Patriarca, Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos 
la gracia de cumplir en todo con nuestros deberes, por grandes que sean 
los sacrificios que en ello hayamos de hacer; y otorgadnos también el 
favor dé pronunciar siempre con mérito el santísimo y dulcísimo nombre 
de Jesús. Amén.
     
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón al ver al Verbo Encarnado someterse humildemente 
al martirio de la circuncisión! Pero ¡cuál no fue también vuestra 
alegría al imponerle al Niño Dios el adorable nombre de Jesús! Por este 
dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en 
nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una 
santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la
 gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de 
nuestras almas. Pater, Ave y Gloria. 
       
EJEMPLO:
 Uno de los asuntos más importantes de la vida es sin duda alguna la 
elección de estado, pues de su acierto depende casi siempre la felicidad
 temporal y aun eterna de los hombres. San José, socorredor en toda 
necesidad, no se hace sordo a sus devotos, que de él quieren 
aconsejarse, como lo demuestra el caso siguiente, escogido entre 
millares.
   
Una
 joven suspiraba por acertar en la elección de estado, y no sabiendo qué
 resolver, si abrazar el estado religioso, o dar su mano en ventajoso 
matrimonio, determinó con el consejo de su confesor hacer los Siete 
Domingos a San José para conocer con certeza su vocación. No se hizo 
sordo el Santo bendito; pues tan suavemente la inclinó a seguir la 
vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía ligarla al mundo, que 
ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad. Mas no era esto 
lo más difícil. Los padres de la joven, mirando, como sucede casi 
siempre, antes a su conveniencia que a la felicidad temporal y eterna de
 sus hijos, no quisieron darle su consentimiento de ningún modo para 
hacerse religiosa. «Cásate, le decían, te daremos buen dote, y así estarás siempre a nuestro lado».
 Pero como cuando es de Dios el llamamiento, si no le resistimos, al fin
 se vence todo, así sucedió en esta ocasión por intercesión de San José.
 Hizo la joven otra vez los Siete Domingos, y antes de concluirlos, el 
padre de la joven, que era el que más se oponía, estaba, como escribía 
un devoto de San José, chocho de alegría, porque su hija había escogido 
la mejor parte, haciéndose religiosa. Quedaron todos maravillados de tan
 inesperada mudanza, mas no la joven devota, que agradecida al Santo 
decía con gracia: «¿Por qué se maravillan? Nombré agente de este 
negocio a mi Padre y Señor San José, y él lo había de hacer y lo ha 
hecho mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a San José!».
       
OBSEQUIO: Haré actos de caridad espiritual o corporal con el prójimo.     
JACULATORIA: ¡Bondadoso Señor San José, maestro de oración! Enseñadme a orar y conversar con Jesús. 
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
    
CUARTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR:
 La profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María. -
 GOZO: La predicción de la salvación y gloriosa resurrección de 
innumerables almas.
    
MEDITACIÓN
El
 Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para 
padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente
 más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres
 de la tierra. Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor 
que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón 
profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de
 contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y 
con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio
 que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles 
clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que 
aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con 
sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, 
sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con
 una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya 
recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo 
esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga 
soledad y abandono.
  
Pero
 este dolor tan acerbo de San José se convirtió luego en gozo 
deliciosísimo, cuando consideró el copioso fruto de la Redención, y vio 
como de lejos innumerables ejércitos de mártires que llevaban palmas de 
triunfo, coros brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales 
guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron sus estolas en la Sangre 
redentora, doctores de la Iglesia, santos levitas, e inmensa muchedumbre
 de todas las naciones y lenguas, cantando en celestiales himnos las 
glorias de Jesús y las alabanzas de María.
   
¡Oh
 Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la
 gracia de inflamarnos de tal modo en el celo de la gloria de Dios y la 
salvación de las almas, que para ganarlas, tengamos en nada las penas de
 la tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.
   
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón al escuchar la profecía de Simeón, al predecir 
los sufrimientos de Jesús y María! Pero ¡cuál no fue también vuestra 
alegría al enterarte de la predicción de la salvación y gloriosa 
resurrección de innumerables almas! Por este dolor y este gozo os 
pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, 
con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la 
vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si 
es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria. 
       
EJEMPLO:
 El siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que han de tomar 
estado de matrimonio, mayormente en nuestros días en que sólo se atiende
 a los intereses y a las cualidades exteriores, cuando del acierto 
depende el bienestar en la presente vida y muchísima veces la salvación 
eterna.
    
Un
 joven noble, hijo de padres virtuosos que nada omitieron para formarle 
un corazón sólidamente piadoso, después de haber rogado mucho a Dios 
para conocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado al 
sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho fervor sus 
devociones particulares, confesando y comulgando cada semana, y siendo 
exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una 
distinguida familia, relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre
 de aquellas diversiones peligrosas, en las que muchos jóvenes, 
atolondrados se dejan seducir del brillo exterior que tan fácilmente se 
pierde, y comprometen su porvenir, eligiendo sin ningún consejo, como 
objeto de su amor un corazón que no conocen, ligando ya el suyo con 
lazos difíciles luego de deshacer. Bien convencido de que los buenos 
matrimonios están ya escritos en el Cielo, este excelente joven no se 
olvidaba cada día de rogar a San José que le hiciese encontrar una 
compañera de una piedad sólida y a prueba de las seducciones del siglo. 
Cierto día, con motivo de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo 
que avistarse con una respetable señora, que con sus dos hijas vivía muy
 cristianamente. Al verlas, experimentó cierto presentimiento de ser una
 de aquellas dos jóvenes la destinada por Dios para compartir con él su 
suerte; en su consecuencia la pidió a su madre, la cual, constándole las
 buenas prendas que adornaban a aquel joven, dio gustosa su 
consentimiento. La señorita confesó después sencillamente, que ella 
desde mucho tiempo hacía la misma súplica, y que el entrar aquel joven, 
presintió a la vez que Dios se lo enviaba como a quien había de ser su 
futuro esposo. Pero fue el caso que, repugnándole muchísimo al padre de 
la señorita aquel enlace e interponiendo toda clase de obstáculos, pura 
vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta 
trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de los Siete 
Domingos en honor de San José a últimos de mayo. El favor de este 
glorioso Patriarca no se hizo esperar, pues en el siguiente agosto se 
celebró el casamiento con gran contento de ambas partes. Lo que prueba 
que el Cielo se complace en bendecir aquellos desposorios para cuyo 
acierto se ha pedido su luz y gracia, en especial si ha mediado la 
eficaz intercesión de aquel Santo a quien Jesucristo se complació en 
estar sujeto sobre la tierra.
   
OBSEQUIO: Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna, decir: Viva Jesús, mi amor.
    
JACULATORIA: Poderoso protector y padre mío Señor San José, asistidme y amparadme en la vida y en la muerte.
   
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
    
QUINTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR: La huida a Egipto. - GOZO: Tener siempre con él a Dios mismo, y viendo la caída de los ídolos de Egipto.
    
MEDITACIÓN
Pocos
 días después de la presentación de Jesús en el templo, un ángel se 
apareció a San José, y le ordenó que huyera a Egipto para librar al Niño
 divino de la persecución de Herodes. Riguroso era entonces el invierno,
 largísimo el viaje y muchos eran los peligros que en él se ofrecían; 
por otra parte, la pobreza de San José y la premura con que había de 
ponerse en camino la santa Familia, le impidieron hacer provisión 
siquiera de lo más necesario. María Santísima era doncella de poco más 
de quince años, Jesús estaba recién nacido; y sin embargo tuvieron que 
salir al punto, y a toda prisa para poner en salvo el gran tesoro que se
 les había confiado. La Santa Escritura no nos refiere ninguna 
circunstancia de este viaje; pero su silencio mismo nos está diciendo 
que en él hubo de padecer la sagrada Familia las penas del cansancio y 
fatiga, del hambre y de la sed, del calor y del frío, del destierro y 
del abandono.
    
Largos
 días tardaron en llegar al sitio de su refugio, y allí ¡cuánto padeció 
el corazón de San José, al ver a los 14 demonios adorados como dioses, 
desconocida la verdadera religión y reinante una groserísima idolatría! 
Pero esta amargura se cambió en júbilo cuando, a la presencia del Niño 
Dios, cayeron los ídolos por tierra; vacilaron sus templos y los 
oráculos callaron, dando así testimonio claro de la divinidad de 
Jesucristo nuestro Señor. En esa región de destierro oyeron también 
María y José por vez primera la voz dulcísima del Redentor, que se 
desataba en tiernos acentos con los nombres de madre y de padre, dichos 
con la dulzura de niño y con el amor del corazón de Dios.
    
¡Oh
 Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la
 gracia de huir prontamente no sólo del pecado, sino de las ocasiones de
 cometerlo, por remotas que sean, para que, derribados en nuestra alma 
los ídolos de los vicios; reine en ella sólo y sin competencia el divino
 Jesús, nuestro Rey y nuestro Dios. Amén.
   
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón al tener que dejar tu hogar y huir a tierra 
desconocida con el Hijo de Dios y tu Castísima Esposa! Pero ¡cuál no fue
 también vuestra alegría al ver caer a los ídolos de Egipto! Por este 
dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en 
nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una 
santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la
 gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de 
nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
    
EJEMPLO:
 De una persona que nos merece toda confianza por su carácter y por la 
amistad con que nos honra, publicamos la siguiente carta que no es de 
poca edificación para todos los devotos josefinos:
  
«Sé, nos escribe, que
 trata Ud. de recoger ejemplos en honra de San José, y yo se los puedo 
suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena, sino de la 
propia. Con más razón tal vez que la santa josefina Teresa de Jesús, 
puedo decir que me cansaría y cansaría a todos, si hubiese de referir 
muy por menudo las gracias que debo a San José. Apuntaré algunas. 
Molestado de una grave tentación contra la santa pureza, acudí al Santo,
 y hasta hoy no me ha molestado más, pareciendo haberse extinguido el 
estímulo de la carne. Pedíle conocimiento, amor y trato íntimo con 
Jesús, y hallo mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz 
interior, que sin sentirlo, me hallo todo movido a alabanzas y amor de 
Dios. Cada año en su día le pido alguna gracia, y siempre la veo 
cumplida mejor que yo la he sabido pedir. En dos o tres graves 
enfermedades, el Santo bendito me ha dado salud mejor que los médicos y 
cuidados de los hombres. En algunos apuros de honra, y fama y 
necesidades temporales, San José me ha socorrido siempre, y a veces de 
un modo casi portentoso, que, hasta los mismos que tienen poca fe, se 
han visto obligado a confesarlo. Una vez, sobre todo, que todos los 
caminos en lo humano estaban cerrados, el Santo mostró gallardamente que
 ninguno de los que han acudido con confianza a su protección, ha 
quedado burlado. Creo que esto basta, para que pueda servirle en algo 
para mover a la devoción del santo Patriarca, toda vez que a mí, pecador
 ruin y miserable, así me ha asistido siempre. Otro día, concluye, le daré más detallada relación de algunas gracias bien singulares que me ha dispensado el glorioso San José».
    
¡Quién no se anima con estos ejemplos a acudir con confianza a la protección del Santo!
    
OBSEQUIO: Huir de las malas compañías y de las ocasiones de pecar.
JACULATORIA: Glorioso Señor San José, guardadme; del enemigo maligno defendedme.
   
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
     
SEXTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR:
 A pesar de poder regresar a su querido Nazaret, surge el miedo al 
tirano Arquelao. - GOZO: Regresar con Jesús de Egipto a Nazaret y la 
confianza establecida por el Ángel.
       
MEDITACIÓN
En
 los siete años que duró el destierro de la santa Familia, iba creciendo
 el Niño Jesús; y al cabo de este  período, el ángel del Señor se 
apareció de nuevo a San José, y le avisó que el cruel Herodes había 
muerto y que podía volver sin recelo a Nazaret. «Volvamos, se dijeron, volvamos a la casa del Señor llenos de gozo».
 ¡Qué dulce es el regreso a la patria, después de largos y amarguísimos 
años de destierro! ¡Con qué santos afectos Jesús, María y José 
desandarían aquel largo camino tan penoso, acortado ahora con la 
esperanza de volver al suelo natal, regado ya con la sangre preciosísima
 de Jesús!
  
Este
 gozo se turbó con la inquietud que inspiraba a José la tiranía de 
Arquelao, hijo de Herodes, que reinaba en Judea, quien ciertamente 
hubiera dado muerte al Niño Jesús, si le hubiera descubierto. José 
determinó por esto establecerse con su divino Hijo y su castísima Esposa
 en Galilea para librar al Niño de la persecución, y el Cielo aprobó la 
prudencia de José y premió el celo paternal con que le defendía. Así es 
cómo las almas piadosas de delicada conciencia andan siempre temerosas 
de perder a Jesús.
   
¡Oh
 Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la
 gracia de caminar alegres hacia la Patria celestial, iluminados con una
 fe viva, alentados con una esperanza firme, abrasados con una ardorosa 
caridad, uniendo estas virtudes con aquel temor saludable que debe nacer
 en nosotros del conocimiento de nuestra flaqueza y miseria. Amén.
    
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia
 la de vuestro corazón al saber que el hijo de Herodes podía amenazar la
 vida del Divino Redentor! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al 
saber que contaban con la asistencia de Dios, como te lo indica el 
Ángel! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón 
ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y 
de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de 
María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y 
salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
    
EJEMPLO:
 El siguiente caso infundirá valor a las almas débiles que, después de 
haber tenido la infelicidad de caer en culpa grave, dominadas por la 
vergüenza de confesarla, huyen del único remedio para su eterna vida, 
que es una buena y contrita confesión. Acudan estos infelices al amparo 
de San José, y en su protección hallarán fuerza para vencer esa cobarde 
timidez y mal entendida vergüenza. Esta gracia recibió un pecador 
vergonzante de la bondad del santo Patriarca, según lo refirió el mismo 
favorecido al P. Barry, en tiempo que éste escribía la vida de San José.
   
Habiendo
 dicha persona tenido la desgracia de cometer un enorme sacrilegio, 
violando un voto con que estaba ligada al Altísimo, no supo, o mejor, no
 quiso vencer la maldita vergüenza de confesarlo, para salir del 
precipicio en que había caído. De este modo permaneció algún tiempo 
enemistada con Dios, siempre destrozada por los remordimientos de 
conciencia, agitada de continuo por fundados temores de perderse, 
consecuencia inevitable de la culpa. Bien sabía ella que para el que ha 
infringido gravemente la ley de Dios no hay término medio: o confesión o
 condenación; que no podía sanar, sin querer eficazmente descubrir su 
llaga al médico espiritual; que no podía apagar el dolor y los 
torcedores de su alma, sin arrancar la espina que le hería; pero la 
cobardía la alejaba de la piscina de salud, y la vergüenza cerraba 
tristemente sus labios. ¿Qué hacer en lance tan apurado? Por la divina 
misericordia ocurrióle llamar a San José al socorro de su miserable 
debilidad, e invocarlo contra las repugnancias que le atormentaban y le 
impedían triunfar de sí misma. Con esta mira resolvió obsequiar al 
Santo, consagrando nueve días continuos al rezo del himno y oración 
propios del ayo del Salvador. Dios bendijo sus buenos deseos; pues 
terminado el novenario se sintió el sacrílego completamente trocado, y 
revestido de tal fuerza y valor que, sobreponiéndose a sus locas y 
temerarias repugnancias, fue a arrojarse a los pies de un confesor, al 
cual, sin dudas, ambages ni reserva, manifestó la más íntimo de su 
atribulada conciencia. Con esto respiró su alma; y desde este feliz 
momento reverenció a San José como a su libertador y consuelo, le confió
 el difícil cargo de su espíritu y se impuso el deber de llevar siempre 
consigo la imagen del Santo, a fin de que le sirviera de impenetrable 
escudo contra los ataques luciferinos. No hay duda que esta filial 
devoción fue por mucho en la paz y fervor de que gozó en lo sucesivo. 
San José le recompensó su devoción y fidelidad con favores señalados, y 
en especial librándole de los peligros que rodeaban su alma.
   
OBSEQUIO: Fidelidad en las prácticas espirituales.    
JACULATORIA: San José mío, haga yo lo que debo, y suceda lo que Dios quiera.
   
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
   
SÉPTIMO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
      
DOLOR:
 Cuando sin culpa pierde a Jesús, y junto a su Castísma Esposa lo buscan
 con angustia por tres días. - GOZO: Al encontrarlo en medio de los 
doctores en el Templo.
    
MEDITACIÓN
¿Quién
 podrá concebir lo acerbo del dolor de San José cuando al regresar del 
templo echó de menos a Jesús? Consideren los que son padres, qué 
amargura sentirían en su alma al perder un hijo tierno y muy querido; y 
si ese hijo es el único, y si es la hermosura, la bondad, la sabiduría 
mismas, ¿qué palabras habrá que expresen lo sumo del padecimiento? 
Madres ha habido que, habiendo desaparecido su hijo por sólo una hora, 
llegaron a perder el juicio de dolor. Orígenes asegura que San José, en 
los tres días que perdió al divino Jesús, padeció más que todos los 
mártires; pero en aflicción tan grande ni murmuró, ni perdió la paz del 
alma, ni la parte superior de su espíritu se vio turbada por movimientos
 de impaciencia o de tristeza desordenada. Los dolores de María 
acrecentaban los del santo Patriarca, y solícito y diligente buscó al 
divino Niño noche y día, preguntando por Él con las palabras del Cantar 
de los Cantares: «¿No habéis visto al amado de mi alma? Conjuróos, oh
 hijas de Jerusalén, que si hallareis á mi amado, le digáis cómo 
desfallezco de amor».
   
A
 medida de tan grande pena fue el gozo que experimentó San José, cuando 
halló al sapientísimo Niño en el templo disputando con los doctores. Con
 qué ternura le abrazaría bañado en lágrimas de amor y gratitud; con qué
 palabras afectuosas le declararía los padecimientos de su Madre 
santísima y los suyos propios; con qué vigilante cuidado le llevaría a 
la paterna casa, sin apartar los ojos del tesoro infinito que acababa de
 recobrar. ¡Oh gloriosísimo Patriarca Señor San José! Por este dolor y 
gozo vuestro, alcanzadnos a nosotros los pecadores la gracia de buscar a
 Jesús con amor y dolor de perfecta contrición; y la de hallarle para no
 perderle jamás, mediante el don preciosísimo de la perseverancia final.
    
ORACIÓN
Oh
 castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué martirio para 
vuestro corazón al perder al Rey de Reyes! Pero ¡cuál no fue también 
vuestra alegría al encontrarlo manifestando públicamente que es la 
Sabiduría Eterna y Encarnada Jesucristo! Por este dolor y este gozo os 
pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, 
con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la 
vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si 
es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
    
EJEMPLO:
 De la venerable Sor Prudencia Zañoni, una de las heroínas más eminentes
 en virtud, del orden de San Francisco, se dice que después de haber 
venerado durante su vida a San José, recibió en su muerte la gracia más 
singular que jamás hubiese podido desear; pues que en ella, según cuenta
 su Vida, se le apareció el Santo y se le acercó a la cama, llevando en 
sus brazos al Niño Jesús. Es imposible referir la abundancia de afectos 
que inundaron el corazón de Prudencia. Baste decir que llegó a 
difundirse en el corazón de aquellas religiosas compañeras que la 
asistían, al oírla hablar, ya con el Santo anciano, ya con el dulce 
Niño; con aquél, dándole gracias porque se había dignado visitarla y 
hacerla disfrutar anticipadamente de la gloria del Paraíso: con éste, 
porque con tanta amabilidad se había dignado invitarla a ir consigo á 
las celestiales nupcias. En la actividad de las manos y del rostro se 
conocía que San José había puesto en los brazos de su devota el 
celestial Niño, concediéndole aquella muerte feliz que tuvo él en los 
brazos de Jesús en su casa de Nazaret.
   
OBSEQUIO: Conformidad con la voluntad de Dios.   
JACULATORIA: Glorioso padre mío San José, ¿cuándo os contemplaré en el Cielo?
   
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.