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jueves, 31 de octubre de 2019

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA TRIGESIMOPRIMERO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
   
CAPÍTULO XXXV. LA LETANÍA
La poderosa lógica del tiempo con que las obras de Dios florecen y se perfeccionan, ha venido a coronar el Rosario con la recapitulación o epílogo de la Letanía o Letanías lauretanas, maravillosa conclusión altamente digna de tan grandes principios.
  
No sabríamos decir qué tan reciente respecto de los orígenes del Rosario, sea la época de su adición y perfeccionamiento con la Letanía lauretana; lo que nos incumbe es hacer notar estas palabras de Nuestro Santísimo Padre León XIII en su bienhadada encíclica de este asunto: «Decretamos por lo mismo y ordenamos que en todo el Orbe católico se celebre solemnemente en el corriente año (1883) con esplendor y pompa la festividad del Rosario, y que… se recen en todas las iglesias curiales, y si los Ordinarios lo juzgaren oportuno, en otras iglesias y capillas dedicadas a la Santísima Virgen, al menos cinco dieces del Rosario, añadiendo las letanías lauretanas».
  
Parécenos, por eso, que insensiblemente ha venido a coronar la gran obra, ese como himno de penitencia y aclamación gloriosa a la Santísima Trinidad, al Verbo hecho carne, Cordero de Dios, y a la Virgen, gloriosa Reina, Madre del Cordero, que son los mismos personajes celestiales a quienes el Rosario se ha dirigido. Y este hecho, gran obra de los tiempos bajo la acción de sapientísima Providencia, tan adecuado a la intención, materia y estructura del Rosario, es el que nuestro gran Pontífice reconoce como derecho, en esas importantes palabras a que hemos llamado la atención. 
   
¿Qué es, pues, la letanía lauretana, que, recitada en sus principios a honra de esa santa casa de Loreto, cuya historia y glorias damos por sabidas, ha venido a ser una recitación universal a honra de María, como un complemento delicioso de su inspirado y mil veces bendito Rosario?
  
Mejor que nosotros, dará la respuesta el sabio polonés, Padre Justino Miechow, de la Orden de Predicadores:
«Es un homenaje piadoso y muy lógico a la Santísima Virgen. Ante todo, se invoca a Dios y a la Santísima Trinidad, como fuente, autor y dispensador de todas las gracias. Se invoca después a la Santísima Virgen bajo su nombre propio. Después se la invoca bajo diversos títulos propios o metafóricos… Cada uno de estos títulos contiene una doctrina cierta y sana, alabanzas y elogios verdaderos a la Virgen». (Discúrsus prædicábiles super litanías Lauretánas de Beatíssimæ Vírginis Maríæ*).
Y ese homenaje a la Reina del cielo, añadiremos nosotros, ciérrase con la invocación del Cordero divino mediador para con el Padre Celestial, de toda petición u homenaje.
   
Vemos, por eso, en epílogo tan excelente, abreviadísima la misma fórmula del “Padre nuestro” y del “Ave María”, y, además, otra vez el “Gloria Patri”, como cumple, no a los salvos o comprensores, sino a los viadores, en tono de súplica y de invocación para el combate.
  
Y así, cuanto se contiene en esas tres grandes fórmulas de oración, el “Padre nuestro”, “Ave María” y “Gloria Patri”, cuanto hemos meditado de los gozos de la Encarnación, Visitación, Nacimiento, Presentación y Hallazgo del Niño perdido, dolores del Huerto, Pretorio, Vía de la Cruz y del Calvario, y glorias de la Resurrección, Ascensión, Pentecostés y Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, todo eso se compendia, aún más, se sintetiza, se sublima en exclamaciones finales, en llenos de armonía que dan fin solemnísimo a tan delicioso salterio: ¡Piedad, Padre celestial, piedad Verbo divino, piedad oh Jesucristo, piedad Señor Dios, piedad Trinidad Santa! ¡Piedad, oh María, oh Santa Madre de Dios!, pero piedad, vos Santa Virgen, como nuestra Intercesora para con el Hijo, no como Autora primera de Redención: «Ruega por nosotros».
  
Y esos epítetos tan justos como variados y abundantes, aluden a cuanto se contiene en las recitaciones y meditaciones del Rosario. Esos epítetos convienen a la Madre que concibe al Verbo divino, Santa Madre de Dios, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre virgen, Madre admirable; convienen a la que visitando a Isabel es saludada, «dichosa tú que creíste», Virgen prudentísima, Virgen fiel; convienen a la que da a luz al Verbo divino en Belén, Madre del Salvador, Causa de nuestra alegría, Estrella de la mañana; convienen a la que presenta al divino Niño en el Templo, Arca de la alianza, Madre del Salvador; convienen a la que gozosa le recobra en el Templo tras la angustia de su pérdida, Virgen prudentísima, Virgen fiel. Los misterios de sus gozos responden, pues, admirablemente a esos epítetos de honor.
   
Así también los de sus dolores: la Virgen prudentísima, fiel, poderosa y misericordiosa, acompañará en su mente al Salvador divino en las angustias del Huerto, y de alguna manera mental o de presencia en los tormentos del Pretorio, de la Vía Sacra y del Calvario; al ver a su Hijo en la Cruz la Virgen poderosa y misericordiosa, se dolerá pero no se acobardará; Virgen prudentísima y fiel sabrá corresponder en la hora de la prueba a su gran destino de Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de la divina gracia, Madre admirable y Madre del Salvador, Vaso de verdadera devoción, Torre de David, Torre de marfil, Consoladora de los afligidos y Reina de los mártires.
  
Así, no menos, en los misterios gloriosos, aluden cumplidamente al asunto las alabanzas de las letanías: La Madre de Cristo, digna como es de serlo de Cristo en el pesebre, dignísima lo es de Cristo Crucificado y no menos de Cristo resucitado, de Cristo ascendido a los cielos, de Cristo dispensador de su Espíritu Santo; digna es la Santa Madre de Dios, la Madre de Cristo, la Madre del Salvador, la verdadera Arca de la alianza, la Reina de los ángeles y de los mártires, de los Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Confesores, Vírgenes, y de todos los Santos; digna es de ser llevada a los cielos, y sentarse a la diestra del trono de su Hijo, y reinar para siempre con el Cordero Dominador. 
  
Bajo otros aspectos también luminosísimos y deliciosos, los títulos de grandeza de nuestra amabilísima Señora, son abismos que invocan abismos. El abismo de grandeza de Madre de Dios, ¿qué no invocará? ¡Santa María, Santa Madre de Dios! ¡Qué bien se corresponde con este otro título: Santa Virgen de las Vírgenes, Madre siempre Virgen, y al fin con este definitivo: Reina concebida sin pecado original!
  
¿Qué será más grande entre toda grandeza de criatura, la que por digna Madre de Dios es digna de ser siempre Virgen aun cuando Madre, o la que por digna Virgen de Vírgenes digna es de ser Madre de Dios? ¿La que por eso es digna de ser la Corredentora y la Dolorosa, o la que por esto digna es de ser la Madre del Salvador, como en la secuencia del Stabat Mater se arguye cariñosamente: «Virgo vírginum præclára / Mihi jam non sis amára: / Fac me tecum plángere»?
  
¿Qué será más grandiosa: la humildad prudentísima (Virgo prudens) que por eso retarda el aceptar la honra de Madre del Salvador, o la caridad y devoción (Vas insígne devotiónis) que sabe atraer con la suavidad de su olor los amores del Espíritu divino y conciliarse el ser la Madre de su Creador?
  
Todos estos abismos vienen a absorberse en otro anchurosísimo que los invoca, el abismo de este gran concepto que enajenaba en transportes de dulzura al dichoso San Alfonso María de Ligorio: ¡María, Madre amabilísima: (Mater amábilis), Madre amabilísima, la calificación quizá más bella de la Madre de Dios, quizá la más expresiva de su grandeza y de sus glorias. Por que, ¿no es también amabilísima como Virgen y como Reina? Sí, pero el de Madre (de Dios y de los hombres) que todo lo bueno lo supone, reclama por excelencia tal calificativo de amabilísima. Porque si es amabilísima como Madre verdadera de Dios, ¿no lo es en extremo como Madre adoptiva nuestra, con el parto místico dolorosísimo del Calvario, en que la causa de sus dolores fue semejante a la del “Varón de dolores”?
  
Hay, pues, en esos títulos de las letanías una síntesis de admirable ingenio de las glorias de la Madre de Dios.
  
Títulos de Madre con todos los esplendores de sus consecuencias: Madre de Dios, luego Madre de la Divina gracia, purísima, castísima y siempre Virgen; Madre de Dios, luego Madre del Criador y Madre del Salvador: Madre de Dios, luego amabilísima y admirable.
  
Títulos de Virgen con todos los esplendores de sus consecuencias: Virgen de Vírgenes, luego prudentísima y humildísima, digna de toda veneración y alabanza, fiel a su santo voto aun ante la proposición de ser Madre de Dios, poderosa y esforzada tanto como humilde, clemente y misericordiosa no menos que esforzada.
  
Títulos calificativos de las virtudes en que fructificó esa Madre Virgen: Tanta humildad y fe, caridad y prudencia, virginidad y misericordia, ¿no son el espejo de la justicia o santidad (Spéculum justítiæ)?
  
La que llevó al Verbo humanado en su seno, ¿no es el Trono de la Sabiduría eterna? ¿no es el Arca animada de la alianza?
  
La que con su fiat prudentísimo aceptó el ser madre del Redentor, ¿no es la causa de nuestra alegría? «¿Quién fue despedido de María enfermo o triste o ignorando los misterios celestiales?», dice un Santo (Beato Amadeo de Silva, citado por el P. Miechow).
  
¿No es por excelencia un vaso espiritual, un vaso de elección, digamos, un instrumento de los designios divinos, la que fue hecha digna ele concebir al Verbo humanado? San Pablo, en la Santa Escritura es llamado vaso de elección, como decirse vaso espiritual; ¿en qué sentido supremo no lo será la Reina de los escogidos, la Madre de Dios? 
  
San Pablo, a los predestinados, llama vasos de honor; ¡con cuánta excelencia no lo será la Reina de ellos, vaso el más precioso de la divina gracia!
  
Abismo de milagros de gracia que ha recibido, y de virtudes que con esta ha producido la mejor de las criaturas: tanto así vale decir vaso insigne de devoción.
  
Hay no menos admirables títulos tomados de metáforas bíblicas, símbolos y profecías también de la Escritura Santa, que cumplen magníficamente a nuestra excelsa Reina. Es uno el de Rosa mística o misteriosa. No hay belleza de flor que no simbolice a la bellísima y encantadora Virgen Madre de Dios; pero, de las flores, ninguna tan simbólica como la del Rosal; compite con la azucena en el reinar de esas lindas obras de nuestro buen Dios; de tallo que no carece de espinas, brota blanca o purpurina o amarilla flor de gratos olores, hija de la primavera, símbolo delicioso de aquella Flor celeste, blanca o gozosa, encarnada o dolorida, áurea o gloriosa Reina del Rosario: belleza excelente, caridad consumada, paciencia probada, que se premió con frutos de cumplido gozo.
  
Es otro título el de Torre de David y el de Torre de marfil, tan fuerte como bella, tan fuerte como suave; contraste cumplidísimo en la Madre insigne de Jesucristo, en la que se ve realizada la maravilla de una criatura la más excelsa, esforzada y magnánima, a la vez que humilde y de manso corazón, a la vez que hermosa y sapientísima que pudo idear la mente divina.
  
Otro título: Casa de Oro o sea el sagrado, espléndido y suntuoso Templo de Salomón, cubierto de láminas de oro, símbolo excelente de ese Templo animado, enriquecido del oro de la caridad, en que tomó asiento la majestad y gloria del divino Verbo.
  
Otro más: Arca de la alianza, tan sagrada como el Templo y aún más quizá, el Sancta Sanctórum de ese Templo; allí el maná milagroso del cielo, allí las Tablas santísimas de la ley. Ella albergó en su seno al Verdadero Maná y al mismo Santísimo Legislador y juez. Este símbolo del Arca es por eso uno de los más triunfadores y gloriosos del culto sapientísimo de María: «Beáta Mater, munere, cujus supérnus Ártifex, mundum pugíllo cóntinens, ventris sub arca clausus est!» (Dichosa Madre, en el arca de cuyo vientre Virginal, fue guardado el Artífice Supremo cuya palma de su mano tiene el mundo).
  
Otro, no menos apropiado, hermoso y dichosísimo: Puerta del cielo. La Iglesia le consigna en su gran himno Ave maris Stella… Félix cœli Porta. Dichosa Puerta del Cielo. ¡Gran epíteto que no cesa de encontrarse en boca de los Doctores y Santos! La Salvación por Jesucristo e intercesión de María. La apertura del cielo se hizo por María: la entrada sigue Ella facilitándola.
  
Mas, así como Ella es la Puerta y el Puerto de salvación, es también la estrella que anuncia al amanecer la salida del sol de justicia; símbolo puesto en la misma obra de la Creación, prefigurando ya la obra mayor de la Redención: «Invisibília ipsíus a creatúra mundi, per ea quæ facta sunt intellécta conspiciúuntur» (Romanos I, 20).
  
Vienen después los títulos de los grandes beneficios de esta Madre, Virgen y Reina, Madre de Dios, siempre Virgen aun cuando Madre y Reina de todo lo creado. Son sus beneficios, ser la Salud de los enfermos, del alma y del cuerpo; ser, después de Jesús Salvador, la Salvadora de lo perdido.
  
Son sus beneficios ser el Refugio de los pecadores; después del Cordero de Dios que quita los pecados, es Ella la Madre de la misericordia, principalmente con los pecadores, de los que se compadece no menos que de todos los que sufren males, hasta el punto de que es proverbio justificadísimo cada día más y más, lo que una vez ha observado un gran sabio y gran santo, San Agustín o San Bernardo: «jamás se ha oído decir que alguno que recurriese a Vos, ¡oh María!, haya sido desamparado». 
  
Son, pues, sus beneficios el consolar a cuantos afligidos acuden a Ella y el auxiliar a sus hijos predilectos, los cristianos que combaten por la santa causa del Cordero Dominador. Consoladora de los afligidos, Auxilio de los Cristianos. Millones y millones de ex-votos, miríadas de auténticas historias de convertidos por María, y los grandes triunfos de Lepanto, Belgrado y Viena, pregonan sin cesar esos títulos, aparte de proezas mucho mayores que la gran historia de la Iglesia irá esclareciendo y reconociendo.
   
A esta Madre, a esta Virgen, a esta celeste Reina, tipo de excelentísimas bellezas, Maestra de soberanas virtudes, Dispensadora de los mayores beneficios del Cordero de Dios, de la Trinidad Santísima, cantemos ese himno armonioso de la Letanía santa, porque esa es el epílogo providencial de las insignes oraciones vocales del inspirado Rosario y la peroración de las insignes meditaciones de los quince misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, con que por María damos honra al Cordero de Dios y por él a la Augusta Trinidad, de la que esperamos el perdón, la salud y la eterna gloria por la abundancia de sus misericordias. Amén.
  
* Su obra sobre las Letanías, ignorada según nos parece desde que se inscribió en latín hace más de dos siglos, ha visto últimamente la luz pública en lengua española. Hasta después de concluidos los precedentes capítulos, vino a nuestro conocimiento libro tan recomendable, del cual nos hemos ayudado en parte para escribir este capítulo final.

miércoles, 30 de octubre de 2019

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA TRIGÉSIMO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
CAPÍTULO XXXIV. EL REINADO DE JESUCRISTO EN EL CIELO Y SOBRE TODO LO CREADO, POR MEDIO DE MARÍA
A semejanza de lo que hemos notado en todos los misterios, en cuanto a su objeto, lo notamos finalmente en este último, con más razón quizá que en todos los otros; contemplar y amar la coronación de María, el reinado de María en todos los siglos, es conocer y amar mejor la coronación de Jesucristo. Mas, por lo mismo, esforzándonos en conocer ese último misterio de María por medio del conocimiento de Jesucristo, y en amar ese mismo misterio por amor de Jesucristo, acabaremos por conocer y amar más a Jesucristo y con él y con el Espíritu Santo al Padre, que es el fin de toda la Religión y la consecución de toda dicha.
  
Todos los triunfos del Nazareno sobre el error y sobre el pecado, han sido por María. ¡Cuánto más lleno de sabiduría y caridad se nos ofrece así Jesús!
   
Nada se ha hecho sin María en el Antiguo Testamento, nada en esos tiempos figurativos y proféticos. Desde que los cielos han desplegado sus grandezas, estaba allí María y aun antes, ya en la preparación, ya en la previsión de todo lo creado, María estaba presente (quando præparábat cœlos áderam… cum ea eram cuncta compónens). Fue creado el cielo y en segundo lugar la tierra (in princípio creávit cœlum et terram). Fue creado el sol, fue creada la luna (lumináre majus, lumináre minus) Jesucristo y María; criado Adán, criada Eva (non est bonum esse hóminem solum); se hizo la salvación de Noé por un Salvador, pero la salvación fue en el Arca; hubo una voz que anunció a Noé saliese ya salvo a suelo enjuto, en donde ya el olivo le daría fruto y sombra, pero antes la paloma había hecho el anuncio y portado un ramo de olivo; Moisés no está sólo, cantando su triunfo sobre los egipcios también María su hermana encabeza el coro de las doncellas para celebrar el triunfo de su hermano; no sólo Gedeón y Sansón serán libertadores de Israel, también serán caudillos Débora y Jael, dos mujeres insignes; no está sólo Booz, abuelo del gran Rey, Noem le dará la esposa que asegure la sucesión del Mesías; Judit y Esther se asociarán a la acción del Señor para triunfar de un segundo satanás, de un segundo soberbio y homicida.
  
Todas esas figuras son de María la que ha de venir, asociada siempre a la acción y al triunfo de el que ha de venir, de su futuro Hijo Jesucristo. He ahí, pues, a María reinando ya, compartiendo ya el reinado con su Divino Hijo para que más resalte la gloria de Él.
  
Si es cuando el mundo tiene ya en su seno a esa Luz que es tan poco vista aunque está ya en el mundo, el Candelera de oro no cesa de prestarle su sostenimiento; en toda la carrera de ese sol, el día y la noche lo comparte con la luna, o más bien, ambos luminares brillan sin eclipsarse, y sí prestando la luna al sol la manera de más brillar; y sí en el segundo período de la vida de la Reina, en los veinticuatro años de su viudez para con su Hijo ya ascendido a los cielos, su Hijo desde los cielos cuenta con su Madre en todas las grandes proezas de su diestra. Esteban alcanzará la primera palma del mártir por la oración de la Reina; Pablo no menos deberá a María su conversión prodigiosa, y así todos sus triunfos los apóstoles; los Evangelistas recibirán por ella su inspiración; San Lucas recibirá de ella el testimonio regio de la Encarnación, y San Juan los sublimes conceptos de la eternidad del Verbo y de la caridad del Padre, no menos que los de las grandezas del Espíritu Santo. No hay duda que la estancia vuestra en el mundo, ¡oh viuda incomparable del Resucitado!, ha sido para desempeñar como sucesora suya su poderosísimo gobierno.
    
Mas, durante los siglos todos desde la asunción de nuestra Madre hasta el presente, ninguna de tantas diarias maravillas del poder de Jesucristo sobre la fe y sobre el error, sobre los corazones de buenos y de malos, sobre santos y sobre reyes, se ha hecho sin María. Los santos Padres, unánimes y a porfía, nos presentan a la gran Reina instruyendo, inspirando, consolando, fortaleciendo, cultivando la viña del amorosísimo Jesús, de suerte que cuando ha pasado el gran invierno de los tres siglos de mártires, el Nazareno es reconocido y amado como Dios de Dios, y su ley santa como el mayor tesoro de esta vida, con el que lucramos las dichas eternas.
   
Por su parte, el divino Jesús no consiente que sus triunfos sean diversos de los de la Madre admirable, y no sólo, sino que parece que todo el conato del infierno al combatir la verdad evangélica, se concentra en negar a la Madre la gloria singularísima de haber llevado a Dios en su vientre, es decir, de haber tenido el Verbo un cuerpo verdadero; con lo que la verdad de la Encarnación se desvanecería como el humo. Todas las herejías de los tres primeros siglos tuvieron a María por blanco de sus tiros de hipócrita astucia, y a la vez las apologías del gran mártir San Ignacio, de San Justino, de San Ireneo, San Arquelao y San Cipriano, se concentran todas en hacer el encomio de «La que es causa de la salvación del género humano» (San Ireneo), de «el que es carnal y espiritual nacido de María y de Dios» (San Ignacio mártir), de la que es llamada por San Clemente, por excelencia, Iglesia.
     
En los días del Concilio de Éfeso la gran verdad de que Jesucristo es Dios y hombre, pero una sola persona, es decir, el problema vital de nuestra religión santa, se transforma en este otro que arrebata el interés de los potentados de la sabiduría y de los humildes de las turbas: ¿es María madre de Dios? ¡Qué debate tan hermoso y tan glorioso! ¡Qué encumbrada se vio María en ese día, en esa noche memorable, del Concilio de Éfeso! (Quasi cedrus exsaltáta sum in Líbano et quasi cípressus in monte Sion). La gloria de ella no tanto, la gloria de su Hijo; esa era la cuestión; sabios y pequeños así lo entendían, pero quería el Hijo no ser glorificado sino por la Madre, sino por la Reina: «¡Te saludamos, María, Madre de Dios! —dicen llenos de fe los insignes Padres de ese dichoso Concilio al que seguirá el aplauso de todos los fieles— te saludamos, María, Madre de Dios, venerable tesoro del Universo entero, antorcha que no puede extinguirse, corona de la virginidad, cetro de la fe ortodoxa, templo incorruptible, morada de Aquél que no tiene morada, por la que se nos ha dado Aquél que se ha llamado bendito por excelencia y que ha venido en nombre del Señor. Por ti es glorificada la Trinidad, celebrada la Cruz y adorada por toda la tierra; por ti los cielos se estremecen de júbilo, se regocijan los ángeles, huyen los demonios, el demonio tentador cayó del cielo, y la criatura caída se puso en su lugar». Y concluyen con estas palabras: «Adoremos a la Santísima Trinidad, celebrando en nuestros himnos a María siempre Virgen y a su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, a quien es debido todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos».
    
Nunca los sucesos han fallado; las cuestiones de Cristo se vuelven cuestiones de María; el dedo de Dios está aquí: el que no está por ella, no está por Jesucristo: el que no está contra ella, no está contra Jesucristo.
   
Este es el gran criterio de la sabiduría y del amor, del sabio y del sencillo. Este es el cumplimiento de la profecía del Paraíso: El Hijo es el Señor de toda gloria y el vencedor de Satanás, pero no querrá serlo sino en cabeza de la Reina; ella será quien quebrante la cabeza del Dragón: contra ella será el ataque formidable, contra su calcañar se revolverá el Padre de la mentira, el homicida antiguo; no habrá lucha en que ese estandarte no sea el emblema de la defensa y el objetivo del ataque enemigo y del triunfo. No hay hipérbole, es históricamente exacto: María es la vencedora de todas las herejías, y sólo ella, por dispensación del Rey su Hijo.
   
Vendrá después más grave y pavorosa tormenta, no sólo de nueva herejía sino de gran depravación de costumbres. Dos grandes caudillos al servicio del celeste Rey levantan el estandarte, dos grandes ejércitos de fieles alístanse: Domingo y los apostólicos hermanos predicadores; Francisco y los evangélicos hermanos menores; el error se ve confundido, la depravación corregida; son muertas las raposas, las verdades y las virtudes florecen por todas partes. ¡Es que la Reina ha enseñado a Domingo a derretir el bronce del cielo con el ruego de una invención sublime, es que María ha revelado a Domingo la incomparable institución del Rosario; y la peste desaparece, la peste horrible de la herejía albigense, ese anticristianismo hipócrita, retardado de entonces hasta su nueva aparición en estos días de nuevo diluvio, en que las verdades y las virtudes han disminuido tanto entre los hombres.
  
¿Pero fallaría aun después de esos tiempos la profecía insigne? ¿Dejaría el Dragón de atacar el calcañar de la mujer? El furor del Dragón es implacable y lo enconoso y ciego de sus ataques serán siempre contra la Reina. El carácter distintivo de la llamada Reforma protestante, es decir, de la deformidad del Protestantismo, como le llama también Bossuet, es la inconsecuencia más monstruosa entre aceptar a María como Madre (de Dios) y negarle todas las consecuencias de vocación y dignidad tan superior a todo favor divino posible. Los protestantes no niegan que María sea Madre de Dios, pero, no obstante, la odian a tal grado, que sólo así se explica hayan acabado por negar la dignidad del Hijo de esa Madre de Dios, de ese Jesucristo del que blasonaban ser tan depurados adoradores, y depurados nada menos que con abatir a María. ¡Así es como el Hijo ha vuelto por la gloria de la Madre! ¡Así es como se pone de manifiesto con escarmientos colosales, que María es la que ha de reportar como Reina, los triunfos con que el Rey quiere para sí la honra definitiva!
   
Hoy por hoy, ese estandarte al cual se hará contradicción, es siempre María, y los triunfos son esplendorosos, inauditos. María es hoy más que nunca el Caudillo, la Reina de la verdad, la vencedora, la sola vencedora de la herejía, de la pavorosa herejía racionalista, de ese diluvio de satánica mentira en que el mundo ha naufragado ya. Jesucristo es negado por soberanos y pueblos, que, en mucha parte, han entrado con ellos en la apostasía, en esa apostasía que tan claramente profetizó el Apóstol.
  
Entretanto, Jesucristo calla; pero la Reina habla. La Reina ha reportado triunfos como nunca. La Reina se ha aparecido, así como en otro tiempo junto a México en el Tepeyac, para confundir con la imagen portentosa a los iconoclastas calvinistas de allende los mares, así hoy en la Salette y Lourdes, para confundir a los volterianos, a los comunistas y a ciertos racionalistas peores que ellos.
  
María se ha aparecido en pleno siglo XIX, ha hecho brotar una fuente, tan célebre en diarias curaciones milagrosas, que ha venido a dejar confundidos a los modernos fariseos, a tal grado que no ha habido uno, uno siquiera, que aceptase la apuesta de diez mil francos depositados en París, para el que demostrase no ser verdadero el milagro que eligiese de entre los que narra la historia de Nuestra Señora de Lourdes, escrita por uno de los milagrosamente curados (Joseph-Henri Lasserre de Monziem).
   
María reina ahora más que nunca; el combate ha asumido ahora gigantescas proporciones; parece que los tiempos del gran desenlace se acercan, y Cristo vence más y más esplendorosamente. A un San Pío V vencedor del gran turco, por el Rosario, ha sucedido a poco más de dos siglos, un Pío VII vencedor de los volterianos por María “Auxilio de los Cristianos”; un Pío IX vencedor de los racionalistas por María Inmaculada, por María de la Salette, por María de Lourdes, por la pastorcita que, rezando su rosario, ha visto a la Francia y ha visto a Europa y América, Asia y África, preconizar “dichoso” a ese rosario, a esa pastorcita y otra vez como “dichosísima” a la Madre de Dios. María reina y su reinado aún va a brillar más: el sucesor de Pío IX no será eclipsado por su antecesor: hay algo nuevo, como sucede con cada triunfo sucesivo de la Iglesia, algo nuevo en León XIII, que reporta para la Reina la expectativa de una gran victoria; aún queda otra victoria de Lepanto contra enemigos más numerosos y enconados que los mahometanos, y la orden del día de parte del caudillo sucesor de Pedro, es digna de un Domingo de Guzmán y de un Pío V: ¡el Rosario es nuestra voz de combate y será nuestro himno de victoria! ¡Invoquemos a nuestra Reina con esas preces dichosísimas y el triunfo será nuestro!

martes, 29 de octubre de 2019

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA VIGESIMONOVENO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
CAPÍTULO XXXIII. MISTERIO QUINTO: LA CORONACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA COMO REINA DE TODO LO CREADO
Ha entrado ya a su reino la Esposa del Rey de los reyes. Ese reino es fundado desde la Eternidad para darlo a todos los escogidos y como Reina de ellos a la humilde María, para gloria del Cristo Hijo suyo, para gloria del Padre, Dios por todos los siglos con el Cristo y el Espíritu Santo.
  
La esclarecida Virgen y Madre ha sido llamada del Líbano para ser coronada. Ya se le aclama como «la gloria de Jerusalén, como la alegría de Israel, como la honra más preciosa de su pueblo». A semejanza de lo que en el día de su entrada en los cielos al Verbo humanado, le ha dicho el Padre: «ven, siéntate a mi diestra y yo pondré uno por uno a tus enemigos por escabel de tus pies». «El trono tuyo ¡oh Verbo! permanece por siglos; el cetro de tu reino, es cetro de rectitud»: así a la Inmaculada, a la humilde Madre suya dice el glorioso Nazareno, Verbo de Dios hecho hombre: «Madre mía, cúmplase hoy lo que de mi boca ha salido siglos ha en salmo de gloria, que en letra consignó y en cantar mi siervo David, que de entonces no ha cesado ni cesará nunca: “Asistirá la Reina a tu derecha, ricamente vestida de oro y de toda variedad de adornos”. ¡Oh Hija de Abrahán y de David, el Rey te ama como a ninguna, las grandes almas de tus hermanas, vírgenes escogidas entre millares, te son presentadas para tu séquito de honor; los pueblos cantarán tus alabanzas por siglos de siglos».
  
Entonces el Dios de las alturas hace pregonar las supremas prerrogativas de su excelsa Madre. Voces de ángeles, fulgores celestes vivísimos de claridad, de ciencia y de amoroso fuego, hacen entender y sentir todo lo que importa el reinado que va a darse, que está dándose, que se ha dado a María, y como todo lo que se hizo, por Ella se hizo, y todo lo que por bueno se hizo entrar al servicio de la gloria del Dios, infinito en toda bondad, por Ella fue bueno, previa la primera causa de las bondades, Jesucristo.
  
Esa incomparable Criatura, a quien se debe que la inocencia y la justicia hayan renacido en el mundo, que un Salvador se haya presentado en él, que el invierno haya pasado, que hayan vuelto a verse flores en la tierra y aves en los cielos, retirándose las aguas que todo lo cubrían, de un diluvio que todo lo ahogaba, esa incomparable criatura, que ya ha presidido y gobernado tantos sucesos convirtiendo cuantos corazones ha querido Cristo mover, una Magdalena, un Mateo, un Pedro, un Esteban, un Pablo, un Areopagita, no ha hecho sino comenzar un reinado asombroso de misericordia y de gracia, de salvación y de santidad, de triunfos de sabiduría y virtudes.
  
Por eso en tal día en que ya los ángeles y los humanos del Empíreo vislumbran y presienten prodigios tantos, la gloria de los cielos excede a la que pudieran concebir los bienaventurados, excepto sólo la gloria de la Divinidad y de la humanidad santa del Hijo de la humilde. Por eso el piadosísimo San Alfonso, reuniendo los dichos de los más notables santos panegiristas de la Incomparable Reina, nos consigna, que al subir la Madre de Dios al cielo, «aumentó el gozo de todos sus moradores», palabras de San Bernardino de Siena, por lo que San Pedro Damián y San Buenaventura dicen, que los bienaventurados no tienen mayor gloria en el cielo, después de Dios, que gozar de la vista de esta hermosísima Reina.

Esta coronación de María, Madre de Dios, es tan puesta en razón, como todo lo que de grandezas tiene que discurrirse tratándose de esta obra suprema, de esta creación aparte en que el poder divino pone el colmo y el coronamiento a cuanto de él es de concebirse, y en que el querer divino se excede a todo, por decirlo así.
   
Así, por tanto, como está dicho, «en el nombre de Jesús dóblese toda rodilla en cielos, tierra y abismos, y confiese toda lengua que el señor Jesús está en la gloria de su Padre»; dígase también que «en el nombre de María, y para honrar a ese su Jesús, se haga otro tanto, y que toda lengua confiese que Ella es la Reina, la dispensadora de cuantas gracias concederá su Hijo».
  
San Bernardo ofrecerá a la Iglesia, que lo consignará en eminente lugar de su admirable oficio del Breviario, ese resumen de los poderes magníficos y en extremo amables de la humilde esclava del Señor:
«Oh tú, cualquiera que seas, que cruzando por el mundo, conoces que más bien navegas por un mar tempestuoso de tormentas y borrascas, fluctuando en medio de sus embravecidas olas, que caminar por la tierra firme, en donde el que anda pueda fijar el pie y afirmarse en el camino, mira, no apartes la vista de María Sacratísima; si se levantaren contra ti los vientos de las tentaciones, si te vieres cercado de tribulaciones, no pierdas de vista la estrella del mar, invoca a María: si te hallas combatido de la murmuración y envidia, no pierdas de vista la estrella, invoca a María: si te perturba la ira, si te oprime la avaricia, si los deleites de la carne te persiguen, mira la estrella, invoca a María; si la gravedad de las culpas te hace desfallecer, si la conciencia te confunde y el juicio te causa pavor, no pierdas de vista la estrella, invoca a María; si la desesperación, la desconfianza, la pusilanimidad o la tristeza, tiran a precipitarte en los abismos, no pierdas de vista la estrella, invoca a María; no se aparte de tus labios, no falte de tu corazón María, y si quieres conseguir su intercesión, no te olvides de su vida y conversación; siguiendo a María, estás en el camino; rogando a María, no desesperas: siendo tu pensamiento y consideración en María, no yerras; teniendo a María, no caerás; gozando de su protección, no temerás; llevando por guía a María, no te fatigarás y con su patrocinio llegarás a puerto seguro».
  
Sentada la Reina en ese trono de la misericordia. Reina de la vida, de la dulzura y de la esperanza, para que los mortales obtengamos el santo temor, el dichosísimo arrepentimiento del pecado, de todo pecado, y el perdón definitivo, la perseverancia en el bien y las seguridades de no recaer, es Ella la delicia del Dios que la creó y a la vez de todo lo creado; allí está sentada en lo más alto como el mayor de todos los prodigios, en esplendores como un sol, en apacible claridad como luna en su plenitud después que se ha elevado tranquila y llena de encantos de sobre las olas tempestuosas de océano horroroso; sentada está allí muy más agraciada que Ester, quien a fuerza de modestia y de belleza ablanda el corazón del majestuoso Rey de los asirios; sentada está en el trono dando ese dichosísimo espectáculo que, vislumbrado apenas, hizo exclamar al vidente de Patmos: «Un gran prodigio ha aparecido en el cielo, una Mujer, la Mujer, vestida del sol, y la luna bajo sus plantas, en su cabeza una corona de doce estrellas»; madre del Rey eterno, madre del varón fortísimo, madre de todos los escogidos (que equivale a lo del Apocalipsis, cap. XII, v. 5: «y en esto dio a luz un hijo varón»). «Es Ella, dice Ausberto, y no hay que extrañarlo, el tipo de toda la Iglesia, porque habiendo concebido en su dichoso vientre al que es cabeza de la Iglesia, Cristo Jesús, en quien la Iglesia tiene su unidad, mereció que toda la Iglesia fuese como el parto suyo. Ella ha dado á luz un parto de virilidad, no de afeminamiento, no de torpe debilidad, sino de cuerpo esforzado, para combatir contra las potestades del abismo, cuerpo viril y robusto».
  
Oíd de nuevo a San Bernardo explicando este gloriosísimo pasaje del Apocalipsis y aplicándolo con razón a esa Reina coronada en los cielos y sentada en ese trono superior a todo lo criado: «La Virgen María ha sido hecha toda para todos; para todos está patente ese sagrado seno de misericordia, a fin de que todos reciban de su plenitud: el cautivo, la redención: el enfermo, la curación; el triste, su consuelo; su perdón, el delincuente; su gracia, el justo; su alegría, el ángel; y finalmente toda la Trinidad, la gloria, y, en la persona del Hijo, la susbtancia de la humana carne, para que no haya quien quede excluido de su calor… Con razón, por eso, María es preconizada como revestida del sol. siendo así que ha penetrado en el abismo profundísimo de la sabiduría divina, más allá de lo que se puede conceptuar. Con ese fuego suyo es con el que fueron purificados los labios de los Profetas; en ese fuego es en el que los serafines han sido inflamados. De muy diversa y superior manera ha merecido María no ya ser tocada de él en la superficie, sino cubrirse y rodearse de él por todas partes, penetrarse y como sumergirse en él».
  
Gran prodigio es ella, porque, como dice San Buenaventura, «es tan grande, que mayor no podía Dios hacerla; podría Dios hacer un mundo mayor y un cielo más grande; pero mayor Madre que la Madre de Dios no podría Dios hacer».

Esa Madre de Dios y por bondad de ambos Madre nuestra, es tan buena porque es tan grande, y no es tan grande sino porque es tan buena. Dichosa porque ha creído, dichosa porque ha confiado, dichosa porque ha amado. Si al comenzar, si en su primer instante de ser, la gracia ha sido el todo y toda para Ella, todos los otros instantes han sido de correspondencia, ha sido Ella toda para la gracia, toda para toda gloria. Este es el portento de María, el mayor de cuantos pueden idearse o discurrirse; gran verdad que por sí sola acredita de verdadera a sólo la religión Católica, porque es la mayor belleza, el esplendor más puro que surgir pudiera de la verdad, así como el esplendor del diamante acusa que es de diamante y no de falsificación de quebradiza piedra diáfana.
  
Por eso, todo triunfo para la verdad y todo triunfo para el bien, no se hace sino a las órdenes de María. Judit fue para vencer a Holofernes; Ester para vencer a Amán; nuestra Reina es necesaria en todo combate contra todo error y todo pecado, si se quiere triunfar; porque sin Ella, no quiere el Rey que se triunfe. Bien sabe la Iglesia Católica, y en esto no se engaña, como en nada se engaña, por qué a María la pregona y adjudica la palma de vencedora de todas las herejías, así como el título de Refugio de todos los pecadores y por lo mismo vencedora de todos los pecados.
  
No hay contraste más hermoso ni glorioso que el de nuestra Reina; ¡tan blanda, amable, misericordiosa, clemente, piadosa y dulce para todos los que quieren ser salvos! Tan aborrecida de los inicuos que por nada quieren dar gloria al Rey. No hay enemigos más enconados de Dios, que los enemigos de María. Creemos que el Infierno no aborrece tanto a Dios, sino por odio a María.
  
¡Qué dicha la de los que, si bien miserables, tenemos resuelto dar gloria a nuestra Reina, para ganar la voluntad y así congraciarnos con nuestro Rey! Ya sabemos, Señora, que rogarás por nosotros para que el gran Rey tu Hijo tenga piedad de nosotros.

lunes, 28 de octubre de 2019

EXMAFIOSO: «PAUL MARCINKUS ENVENENÓ A JUAN PABLO I»

Traducción del Comentario de los Padres de TRADITIO, ampliada en algunos lugares.
  
El antipapa Juan Pablo I Luciani Tancon yace muerto en su catafalco. Él reinó por sólo 33 días en 1978, y siempre ha habido gran suspicacia sobre cómo murió.
Ahora un mafioso ha admitido una conspiración para inyectar el té del antipapa con cianuro porque Luciani amenazó con exponer el fraude masivo de acciones en el Banco vaticano, encabezado por el cardenal corrupto Paul Marcinkus.
Los conspiradores fueron capaces de conseguir un médico interno para declarar que la muerte fue por un ataque cardíaco, pero nunca se hizo ninguna necropsia.
La evidencia aún está en el cadáver sepultado.
  
La pronta muerte del antipapa Juan Pablo I Luciani Tancon, “el antipapa sonriente”, el 29 de Septiembre de 1978, sólo 33 días después de su elección, causó sorpresa alrededor del mundo. No ayudó tampoco que el Vaticano contase muchas fábulas sobre su muerte, que fueron en poco tiempo expuestas como mentiras. Luciani había sido un crítico abierto del control de la mafia del banco vaticano y pidió desarraigarla inmediatamente después de su elección. El libro “En nombre de Dios”, de David Yallop, sugirió en 1984 sugirió la teoría de que Luciani fue probablemente ultimado por la mafia, con fuerte complicidad de la curia vaticana.
  
Ahora, en su nuevo libro, “When the Bullet Hits the Bone” (Cuando la bala golpea el hueso), el mafioso Anthony Luciano Raimondi, sobrino del famoso padrino Charles “Lucky” Luciano y miembro de la familia criminal Colombo, admite que estuvo involucrado en un complot para asesinar a JPI Luciani con cianuro en su té porque Luciani amenazó con exponer el fraude masivo de acciones por internos del Banco vaticano y despedir a varios cardenales y obispos (y eventualmente extraditarlos a Estados Unidos e Italia). Raimondi afirmó que a sus 28 años, él fue reclutado para el asesinato por su primo, el cardenal Paul Casimir Marcinkus, que manejaba el corrupto Banco vaticano. Su rutina era aprender los hábitos de Luciani y observar cómo Marcinkus noqueaba a Juan Pablo I al tomar su taza de té con Valium, y después Marcinkus le administró el cianuro. Por connivencia de los conspiradores, que incluían a dos cardenales (Pietro Palazzini Conti y António Ribeiro Gonçalves, también primos de Marcinkus), la muerte fue declarada como de un ataque cardíaco por un médico interno.
  
Anthony Luciano Raimondi (izquierda) y la portada de su libro (derecha).
   
Raimondi dice que si Luciani «hubiera mantenido la boca cerrada, podría haber tenido un pontificado largo», y que incluso, se planeaba matar a JPII Wojtyła Katzorowski, pero al desistir éste de investigar el fraude, se quedaron en el Vaticano durante una semana celebrando con cantidades navegables de alcohol, «con cardenales vestidos de civil y muchas chicas». A los críticos, que lo comparan con la trama de “El Padrino III”, responde: «Fue una película terrible. A decir verdad, no la recuerdo realmente. Lo que dije en el libro lo sostengo hasta el día que me muera. Si toman [el cuerpo del papa] y le hacen cualquier prueba, todavía encontrarán trazas del veneno en su sistema» [Parte de la información para este Comentario proviene del New York Post].
   
Verdaderos Católicos, la corta saga de JPI Luciani fue llenada con posibilidades tentadoras. El fundador del Movimiento Católico Tradicionalista en 1964, el renombrado padre Gommar DePauw, reportó en 1978 que Luciani lo había llamado desde Nueva York a la Roma modernista para ser parte de una comisión para restaurar la Misa Latina Traditional, pero antes de que pudiera establecerse la comisión, Luciani murió (o fue asesinado). En algunos círculos se decía que Luciani estaba a favor del retorno al Catolicismo tradicional. En ese entonces la “Nueva Misa” sólo tenía diez años, así que una reversion pudo haber sido práctica antes de que la Iglesia Conciliar se hubiera instalado. Uno puede solamente asombrarse.

MES DE OCTUBRE AL SANTÍSIMO ROSARIO - DÍA VIGESIMOCTAVO

Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre, de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas (actual Tampico).
         
CAPÍTULO XXXII. JESUCRISTO EN LA ASUNCIÓN DE SU AMADA MADRE.
Ahora es a la inversa; nuestras consideraciones vamos a ponerlas en los pensamientos y afectos de ese Hijo divino para con la asunción de su Santa Madre; así la entenderemos y amaremos mejor, y así de consiguiente entenderemos y amaremos mejor a nuestro Dios.

Comienza el Cántico de los cánticos, con que se celebran los galardones, los triunfos de la Madre de Dios. Todo lo que puede el amor decir de alabanza a la hermosura criada por ese amor; todo lo que puede Dios hacer, intentando lo supremo de los favores que Asuero quería hacer a su fiel subdito Mardoqueo, se hace en la asunción de la humilde María; todo lo que Salomón con la Madre suya, si Salomón hubiese sido Dios; todo lo que Asuero con la escogida Ester, si Asuero hubiese podido disponer de mejores dones, eso hace Jesucristo Dios, con la Madre de Dios, madre suya.
  
Tanto amó Dios al mundo, que le dió a su Hijo Unigénito; más que a ninguno del mundo, que a ninguno de los ángeles, amó Dios a la excelsa María; pues, ese Unigénito ciado al hombre y al ángel, se da principalmente a María.

«En mi Unigénito está todo mi amor», dice Dios Padre; pues, de una manera semejante dirá también: «todo mi amor está en esa humilde María, en esa Madre de mi Unigénito». El Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, dice, pues, a Ella y por Ella a todas las almas sus escogidas: «Ven del Líbano, Esposa mía; ven, serás coronada». «Hija de Sión, toda eres hermosa y suave, como la luna hermosa, como el Sol escogida». «Como cedro en el monte Líbano te levantas, como ciprés en Sión, como mirra selecta has dado olor de suavidad, como cinamomo y bálsamo de perfume». «¡Qué hermosa eres, amiga mía y cuán bella eres; son tus ojos de inocencia y mansedumbre como de paloma!». «Miradla: ¿quién es ésta que se levanta como el sol, hermosa como Jerusalén? Las hijas de Sión la contemplan y la llaman dichosa, las reinas prorrumpen admiradas en su alabanza». «De rosas va circundada como en días de primavera, de lirios de los valles». «El Señor le ha prestado su ayuda, la ha llenado de gracia, con todo el favor de su semblante, jamás vacilará porque el Señor está con Ella». «María es llevada a los cielos; los ángeles se regocijan y todo es en alabanza del Señor».
   
¿Qué es todo esto sino la voz difusa de una gran palabra, la luz difusa de un gran luminar? «La llena de gracia», «la bendita entre todas las mujeres», «la que todas las generaciones llamarán dichosa»; esos tres encomios todo lo compendian.
  
El buen Dios, el Omnipotente, el Omniciente, amó a sus criaturas, amó al hombre; gran verdad, bendita verdad. Pero en las obras del Bueno, del Omnipotente, del Sabio, se reclaman lo sencillo y lo profundo, lo uno y lo vario. Es tan verdadero que Dios ama a los humanos, que nada menos una criatura humana puede entender dicho a sólo Ella, y a sólo Ella con singularísima aplicación, cuanto es aplicable a cualquier otro humano, a quien Dios dispense su amor y sus favores. Por eso los amorosos afectos y deliquios de Dios misericordioso, con verdad aplicables a todas las almas buenas y a cualquiera buena, lo son singularísima y únicamente en toda su plenitud a la única, a la escogida, a la predilecta María.

Con ésto, discurramos y admiremos, no sólo si en verdad ha habido asunción de María a los cielos, sino en ella el mayor triunfo que a humana criatura haya podido concederse. Ese Hijo de Dios, ese Verbo divino que tanto amor ha tenido a la Inmaculada y humilde, a la Dolorosa, a la magnánima, ¡con qué dádivas de amor y omnipotencia no la habrá colmado al resucitarla y hacerla subir en cuerpo y alma a los cielos! Cómo no la diría: «¡Madre perfectísima, Madre ameritadísima; yo todo lo puedo, yo todo os lo debo; pedid, que puedo daros, no ya como el hombre que es sólo hombre, que no puede donar, si es rey, sino la mitad de su reino y un reino en que todo cede a cuenta, peso y medida, sino mucho más; yo os doy todo mi reino, todo mi gozo; entrad a él, Madre mía. Ya no os diré sólo “mujer”, como en Caná y en el Calvario; ya no os argüiré como el día que me hallastéis en el Templo, ya de perdido; ya puedo deciros ahora: “Paloma mía, Inmaculada mía. Hermana mía, Esposa mía, y, sobre todo, Madre mía; que eso sólo si apenas lo insinué en mi Cántico de los cánticos, que hoy plenamente comienza en toda su gloria, oh humilde Madre de este verdadero Dios hombre”!».
 
Pensemos, amables lectores, si en equivalentes expresiones que en la otra vida sabremos en su exactitud deliciosa, ¿no sería este el lenguaje de los conceptos y afectos de Jesucristo glorificado para con la Santísima Virgen, el día luminosísimo de su asunción a los cielos? Y siendo esto así, ¡cuán hermoso aparece Dios en su amor al hombre y al género humano, a las almas buenas, y, por excelencia, a la Bendita entre todos los humanos, a la Reina de todos los buenos!

«Siendo la recepción de María en el cielo por su divino Hijo —dice el sabio apologista de Ella en este siglo— en razón de la que Ella le dispensó en la tierra, debía superar a la de todos los elegidos. Como María le ha recibido la primera, y de un modo inefable, en la Encarnación; también la primera, y de un modo inefable, ha debido ser recibida en su Asunción. No sólo le ha recibido Ella, sino le ha atraído, atraído por la humildad, la fe, la pureza, la caridad de su alma; y esta es la razón de por qué María debió ser atraída por un misterio especial de gracia y de gloria; y ha debido ser atraída, elevada en su cuerpo y en su alma, porque Ella le atrajo por su alma y su cuerpo. Ha debido llevar al cielo el sello sensible de su maternidad, que es el título de su belleza, el cuerpo en que concibió a Dios por el mayor de los prodigios. Ha debido llevar a la gloria el seno que ha llevado a Jesús en su humillación, que le ha alimentado en su infancia, a fin de ser honrado por los bienaventurados en su prerrogativa de Madre de Dios, como Jesús ha querido serlo en su título de Hijo del Hombre» (Juan Santiago Augsto Nicolás, La Virgen María y el plan divino, parte III).

Ese Hijo agradecido que, cuando la prueba, que cuando niño, que cuando pobre y cuando huésped, fue objeto de la más santa y meritoria recepción de su humilde Esclava, ¡cómo no será hoy el objeto de los agradecimientos del que agradece y paga toda buena obra, cuando esa buena obra de María es la más buena y excelente que darse pudiera en humana criatura y en criatura alguna! Hoy se ve lo que es Dios-hombre obligado, agradecido y dispuesto a pagar lo que debe: esta es la gloria de la Asunción.

«Ven, hácele exclamar a ese Dios un piadoso discípulo de San Bernardo, ven ¡oh, mi muy amada! Pues nadie en mi humildad ha dádome tanto como tú, a nadie como a ti quiero colmar de los bienes de mi gloria. Me comunicaste en mi Encarnación la naturaleza del hombre, y quiero comunicarte en tu Asunción la grandeza de Dios. Admitiste al Dios Niño en tu seno; recibirás al Dios inmenso en su gloria. Fuiste morada de Dios en su peregrinación; serás palacio de Dios en su reino. Fuiste la tienda de Dios mientras combatía; serás el carro de triunfo de Dios Vencedor. Fuiste lecho del Esposo encarnado: serás trono del Rey coronado».

¡Cuánto de virtudes y de dones no ha inspirado el Hijo en la Madre! Si hubiera de suprimirse el cielo como goce, y quedase y pudiese verse en sí mismo y no en sus efectos de gloria el mérito de la virtud y de sus buenas obras, ¿no fuera ya un mar inmenso, un cielo de belleza la de esos dones con que el Hijo ha enriquecido a la Madre Santísima? ¡Esa humildad, esa prudencia, esa discreción, esc callar, esa palabra oportuna, esa constancia, esa firmeza, esa dulzura, esa fortaleza, esa abnegación, esa magnanimidad, esa paz, esa paciencia, esa contrición, ese contento, esa alegría, esa fe, esa esperanza, esa caridad la más ordenada de todas, esa misericordia, de la que es constituida la Madre y la Reina!

Eso ha dado el Hijo a la Madre; a eso ha correspondido con el céntuplo la Incomparable… ¿En dónde estás, admirador de lo bello y arguyente de lo verdadero, que no proclames en la Asunción de la Reina de las virtudes a la Reina de todas las glorias?
  
Sí, Jesús Dios Nuestro, te saludamos, te felicitamos, te amamos, te glorificamos, te damos gracias por ese gozo de tu corazón con que das lleno a los deseos de tu agradecimiento a la Reina de todas las madres, en ese gran día en que asombras a los cielos por tu ternura y tu magnificencia de Hijo de la Virgen Santísima. Ahora vemos una vez más y la mejor de las veces, que no hay Dios como el Señor Dios Nuestro, el que habita en la altura y atiende a los humildes tanto como en la tierra así en el cielo.
  
Fe, esperanza, amor: eso es, oh Cristo, lo que te pedimos por la intercesión de aquella que tanta fe, esperanza y amor abrigó para ti. Danos esas tres dádivas para conocer y amar cada día más y más, por ti a tu dulce Madre y por ella otra vez a ti.

domingo, 27 de octubre de 2019

EL DESTRONAMIENTO CONCILIAR A CRISTO REY EN EL BREVIARIO Y EL MISAL

  
Algo extraño debe estar pasando en el mundo si muchos conciliares presumen de la fiesta novusordiana de Cristo Rey y citan la encíclica Quas Primas del Papa Pío XI, como si las dos fueran compatibles en alguna forma. Para los que seguimos el ciclo litúgico romano tradicional, la Fiesta de Cristo Rey llega casi un mes antes, y en la forma en que Pío XI la estableció.
 
En la Misa de Nuestro Señor Jesucristo Rey (y el Divino Oficio del día), la Oración dice: «Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, universórum Rege, ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo subdántur império: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum» [Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal quisiste restaurarlo todo: concédenos propicio que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos]. Amen.
  
En cambio, la Oración en el Novus Ordo para la Cristo Rey del Universo dice: «Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, universórum Rege, ómnia instauráre voluísti, concéde propítius, ut tota creatúra, a servitúte liberáta, tuae maiestáti desérviat ac te sine fine colláudet. Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum» [Dios todopoderoso y eterno, que quisiste recapitular todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que la creación entera, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos]. Amen.
 
Como se puede ver, la Colecta fue mutilada intencionalmente. Aunque no hay nada de malo con la nueva oración, no coincide con la intención del Papa Ratti, cuyo lema era precisamente «Pax Christi in regno Christi» (La paz de Cristo en el reino de Cristo): proclamar el Reinado de Cristo EN LA SOCIEDAD. La nueva colecta lo que hace es esperar un reinado celestial que sólo se cumplirá al Fin de los Tiempos, como se hace ver en las lecturas de la fiesta modernista:
  1. Ciclo A:
    • Primera lectura: Ezequiel 34, 11-12, 15-17
    • Segunda lectura: 1 Corintios 15, 20-26, 28
    • Evangelio: San Mateo 25, 31-46
  2. Ciclo B:
    • Primera lectura: Daniel 7, 13-14
    • Segunda lectura: Apocalipsis 1, 5-8;
    • Evangelio: San Juan 18, 33-37 -el mismo de la Misa tradicional-.
  3. Ciclo C:
    • Primera lectura: 2 libro de Samuel 5, 1-3;
    • Segunda lectura: Colosenses 1, 12-20 -la lección de la Misa tradicional-;
    • Evangelio: San Lucas 23, 35-43.
¿Por qué este cambio de perspectiva? ¿Qué implicaciones tiene? ¿Quién está detrás de estos cambios? Volveremos después sobre esto.  
Es indiscutible, por otro lado, que Dignitátis Humánæ, la Declaración del Concilio Vaticano II sobre Libertad Religiosa, no reafirmó la auténtica enseñanza papal sobre el reinado social de Cristo Rey. Es ciertamente indiscutible que también contradice la enseñanza papal sobre la Iglesia y el estado expuesta, entre otras, por Inocencio III y Bonifacio VIII, en Annum SacrumImmortále Dei, Sapiéntiæ Christiánæ y Libértas præstantíssimum (de León XIII), Veheménter nos (San Pío X),  Ubi arcáno Dei consílioQuas Primas, Divíni Redemptóris, Mit brennender Sorge y Non abbiamo bisogno (de Pío XI), y Summi Pontificátus (de Pío XII). Enseñanza, Arma veritátis, que el cardenal Ottaviani describió como «parte del patrimonio de la doctrina católica».
 
La defensa más académica de Dignitátis Humánæ fue escrita por un presbítero conciliar australiano, Brian W. Harrison OS. Harrison, convertido del presbiterianismo, es un erudito de integridad completa, que no intenta defender lo que es indefendible. Él escribe:
«Aún más llamativo que la omisión de Dignitátis humánæ de cualquier reiteración obvia de la obligación de las autoridades públicas de reconocer el catolicismo como únicamente verdadero (sin mencionar la posterior eliminación de oraciones e himnos que expresan esta enseñanza de la nueva Misa y el oficio de Cristo Rey), es la afirmación de la Declaración conciliar de ciertas ideas que tienen al menos una apariencia prima facie de contradecir declaraciones papales anteriores. [Religious Liberty and Contraception (Melbourne, 1988), pág. 14].
Las alteraciones litúrgicas con relación a la fiesta a que hace referencia el padre Harrison en el párrafo anterior, son incluso más chocantes en el breviario. Por ejemplo, apartes de Quas Primas que fueron originalmente asignados para su lectura en Maitines han sido removidos en favor de una exhortación esjatológica del sacerdote Orígenes Adamancio de Alejandría (Texto latino tomado de https://brewiarz.pl/latin/rex/officium_lectionis.php3; traducción tomada de la Colección ‘Los Santos Padres’, nº 54. Madrid, Ed. Apostolado Mariano, 1999 https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=pa_o12790):
  
LATÍN
«Si regnum Dei, juxta verbum Dómini et Servatóris nostri, cum observatióne non venit, neque dicent: Ecce hic aut ecce illic; sed regnum Dei intra nos est, nam prope est verbum valde in ore nostro et in corde nostro: procul dúbio is qui regnum Dei adveníre precátur, de eo quod in se habet regno Dei recte orat, ut oriátur et fructus ferat et perficiátur. Nam in quólibet sanctórum Deus regnat et quílibet sanctus spiritálibus obséquitur légibus Dei, qui in ipso hábitat ut in recte administráta civitáte. Præsens ei Pater adest et conrégnat Patri Christus in illa ánima perfécta juxta illud: Ad eum veniémus, et mansiónem apud eum faciémus.
 
Tunc ergo id quod in nobis est regnum Dei perpétuo procedéntibus nobis ad summum pervéniet, cum illud implétum fúerit quod Apóstolus ait, Christum subjéctis sibi ómnibus inimícis traditúrum regnum Deo et Patri, ut sit Deus ómnia in ómnibus. Propter hoc indesinénter orántes ea ánimi affectióne, quæ Verbo divína fiat, dicámus Patri nostro, qui in cœlis est: Sanctificétur nomen tuum, advéniat regnum tuum.
 
Id quoque de regno Dei percipiéndum est: sicut non est participátio justítiæ cum iniquitáte, neque socíetas lucis ad ténebras, neque convéntio Christi ad Bélial: sic regnum Dei cum regno peccáti stare non posse.
  
Ergo si Deum in nobis regnáre vólumus, nullo modo regnet peccátum in nostro mortáli córpore, sed mortificémus membra nostra, quæ sunt super terram et fructificémus Spíritu; ut in nobis, quasi in spiritáli paradíso, Deus obámbulet regnétque solus in nobis cum Christo suo, qui sédeat in nobis a dextris virtútis illíus spiritális, quam optámus accípere: sedeátque donec inimíci ejus omnes, qui in nobis sunt, fiant scabéllum pedum ejus et evacuétur in nobis omnis principátus et potéstas et virtus.
  
Possunt enim hæc in unoquóque nostrum fíeri et novíssima inimíca déstrui mors; ut et in nobis Christus dicat: Ubi est, mors, stímulus tuus? Ubi est, inférne, victória tua? Jam nunc ígitur corruptíbile nostrum induátur sanctitátem et incorruptiónem; et mortále, evacuáta morte, patérnam induátur immortalitátem, ut in nobis, regnánte Deo, in regeneratiónis jam resurrectionísque bonis versémur». (ORÍGENES ADAMANCIO, Tratado de la Oración, cap. XXV: Venga tu reino. En MIGNE, Patrología Græca XI, cols. 495-499)
TRADUCCIÓN
«1. El reino de Dios, según palabras de nuestro Señor y salvador, “viene sin dejarse sentir. No dirán: ‘Vedlo aquí o allí’ sino que el reino de Dios está ya entre vosotros” (Lc 17,20-21). “Porque la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica” (Dt 30,14; Rm 10,8). Según esto, es claro que quien ora lo hace para que el reino de Dios nazca dentro de él, lleve fruto y se perfeccione. Porque toda persona santa es guiada por Dios, cumple sus leyes espirituales y permanece en sí mismo como en ciudad bien ordenada. Presente en él está el Padre y reina con el Hijo en aquel alma perfecta, según el versículo un poquito antes citado: “Y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23; Mt 13,23; Mc 4,20; Lc 8,15). Pienso que ha de entenderse por reino de Dios el bienestar espiritual de la mente que regula y ordena los sabios pensamientos. El reino de Cristo consiste en las sabias palabras dirigidas a quienes escuchan y en las buenas obras y otras virtudes que llevan a cabo. “Porque el Hijo de Dios es para nosotros sabiduría y justicia” (1Cor 1,30). El pecador, en cambio, está bajo la tiranía del príncipe de este mundo (1Cor 2,6. 8; 2Cor 4,4). Todo pecador se hace amigo de este mundo, porque no se entrega a aquel “que se entregó a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este perverso mundo conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre”, como se dice en la Carta a los gálatas (Ga 1,4). Quien libremente se somete a la tiranía del príncipe de este mundo está dominado por el pecado. Por lo cual, Pablo nos pide que no permanezcamos más en pecado, pues nos esclaviza. Nos amonesta en los siguientes términos: “No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias” (Rm 6,12).
 
2. Con relación a las dos peticiones “santificado sea tu nombre” y “venga tu reino” dirá alguno que si llega el momento en que su oración es escuchada, según queda dicho, habrá llegado el tiempo en que sea santificado el nombre de Dios y, por tanto, habrá llegado su reino. Si esto sucede, ¿cómo podrá continuar pidiendo razonablemente por lo que ya está presente como si aún estuviese ausente y seguir diciendo “santificado sea tu nombre, venga tu Reino”? A esto se responde. Quien pide “palabras de ciencia o palabras de sabiduría” (1Cor 12,8) siempre lo pide con rectitud, pues siendo escuchado acrecentará su sabiduría y ciencia. Pero conocerá “en parte” solamente por mucho que pueda conseguir en la vida presente. Y lo perfecto, que hace desaparecer “lo que es en parte” aparecerá “entonces” cuando la mente contemple “cara a cara” las realidades inteligibles por encima de las percepciones sensibles (1Cor 13,9-12). De igual modo ninguno de nosotros podrá lograr que sea santificado el nombre de Dios y que venga su reino mientras no alcance la perfección del conocimiento y sabiduría, y probablemente de otras virtudes también.
  
Nos hallamos en camino de perfección siempre que “olvidando lo que está detrás nos lanzamos a lo que está por delante” (Flp 3,14). A medida que progresamos alcanzaremos la cima del reino de Dios cumpliéndose la palabra del apóstol: “Cuando Cristo entregue a Dios Padre el Reino... para que Dios sea todo en todo” (1Cor 15,24-28). Por lo cual oremos “sin cesar” (1 Tes 5,17) como divinizados por el Verbo y digamos a nuestro Padre que está en el cielo: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino”.
  
3. Aclaremos un punto sobre el reino de Dios. Como no hay “relación entre la justicia y la iniquidad, ni entre la luz y las tinieblas, ni armonía entre Cristo y Belial” (2Cor 6,14-15) no pueden darse en el mismo sujeto reino de Dios y reino del pecado. Por tanto, si queremos que Dios reine en nosotros, “no reine en modo alguno el pecado en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6,12) ni sigamos sus preceptos cuando llama a nuestra alma para obras de la carne y cosas contrarias a Dios. Antes bien “mortifiquemos nuestros miembros terrenos” (Col 3,5) y produzcamos frutos del Espíritu (Ga 5,22; Jn 15,8. 16) para que el Señor se pasee dentro de nosotros, como si en realidad fuésemos un paraíso espiritual (Gn 3,8; 2Cor 6,16). Reine él solo sobre nosotros con su Cristo entronizado en el alma a la derecha del poder espiritual que deseamos alcanzar. Allí reine hasta que todos sus enemigos lleguen a ser escabel de sus pies. Desaparezcan sus enemigos con su autoridad y poder (1Cor 15,24; Mt 26,64; Mc 14,62; Lc 22,69; Sal 110,1; Is 66,1). Esto puede suceder en cada uno de nosotros llegando a destruir el último enemigo que es la muerte, para que Cristo pueda decir en nosotros: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” (1Cor 15,26. 55). Que lo corruptible en nosotros se vista de “incorruptibilidad”. “Que este ser mortal se revista de inmortalidad” (1Cor 15,53-54) para que reinando Dios en nosotros participemos de los bienes de la “regeneración y resurrección” (Mt 19,28)».
La Iglesia nunca ha dejado de pedir la venida del Reino de Dios, como quiera que en la Oración Dominical se dice: «Advéniat regnum tuum». Pero a continuación dice: «Fiat volúntas tua, sicut in cœlo et in terra». Y la voluntad de Dios es que Él debe reinar en todo hombre, aspecto, nación y lugar (incluso en el mismo Infierno), y ante su Santo Nombre se doble toda rodilla. La Voluntad de Dios también es que la Santa Madre Iglesia defina e interprete la Sana Doctrina, que se establezca el Orden Social Católico en todas las naciones, y que los Estados nacionales reconozcan que de Dios han recibido toda autoridad.
  
En cuanto a los himnos para el Divino Oficio en honor a Cristo Rey, el padre Vittorio Genovesi SJ compuso en 1925 el “Ætérna Imágo Altíssimi”, que se recita (o canta) en las Maitines:
  
LATÍN
Ætérna Imago Altíssimi,
Lumen, Deus, de Lúmine,
Tibi, Redémptor glória,
Honor, potéstas regia.
  
Tu solus ante sǽcula
Spes atque centrum témporum,
Cui jure sceptrum géntium
Pater supremum crédidit.
  
Tu flos pudícæ Vírginis,
Nostræ caput propáginis,
Lapis cadúcus vértice
Ac mole terras óccupans.
  
Diro tyránno súbdita,
Damnáta stirps mortálium,
Per te refrégit víncula
Sibíque cœlum víndicat.
  
Doctor, Sacérdos, Légifer
Præfers notátum sánguine
In veste «Princeps príncipum
Regúmque Rex Altíssimus».
  
Tibi voléntes súbdimur,
Qui jure cunctis ímperas:
Hæc cívium beátitas
Tuis subésse légibus.
    
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.
  
TRADUCCIÓN
Eterna imagen del Altísimo,
Oh Dios, Luz de Luz,
A Ti, Redentor, sea la gloria,
El honor y la potestad real.
 
A Ti solo, antes de todos los siglos,
Esperanza y centro de los tiempos,
A Ti, por derecho el Padre
Te confió el cetro de las naciones.
  
Tú, Flor de la Virgen castísima
Y Cabeza de nuestro linaje:
Tú, Piedra que cae del monte
Y Mole que ocupa las tierras.
  
Sometida a un cruel Tirano,
La raza condenada de los mortales,
Por Ti pudo romper las cadenas
Y vindicar el Cielo para sí.
  
Doctor, Sacerdote, Legislador,
Llevas en el vestido, marcado a Sangre:
«Príncipe de los príncipes
Y Altísimo Rey de los reyes».
  
A Ti, que por derecho gobiernas sobre todos,
Nos sometemos de todo corazón:
Que la felicidad de esta ciudad
Está en la sumisión a tus leyes.
  
A Ti, Jesús, que gobiernas los cetros del mundo,
Sea la gloria a Ti, con el Padre
Y el Espíritu Santo,
Por los siglos sempiternos. Amén.
  
De “Ætérna Imágo Altíssimi”, los modernistas en la Liturgia de las Horas remplazaron el segundo hemistiquio de la segunda estrofa por un admonitorio «Tibi voléntes súbdimur/Qui jure cunctis ímperas» (A ti, que por derecho imperas sobre todos, Queramos obedecer) y suprimieron las dos últimas estrofas.
   
Y aún más lejos llegaron al suprimir el himno “Vexílla Christus Ínclita” (también de la autoría del padre Genovesi, a partir del “Vexílla Regis” del Viernes Santo) de las Laudes:
  
LATÍN
Vexílla Christus ínclita
Late triúmphans éxplicat:
Gentes adéste súpplices,
Regíque regum pláudite.
  
Non Ille regna cládibus:
Non vi metúque súbdidit
Alto levátus stípite,
Amóre traxit ómnia.
  
O ter beáta cívitas
Cui rite Christus ímperat,
Quæ jussa pergit éxsequi
Edícta mundo cœ́litus!
  
Non arma flagrant ímpia,
Pax usque firmat fœ́dera,
Arrídet et concórdia,
Tutus stat ordo cívicus.
  
Servat fides connúbia,
Juvénta pubet íntegra,
Pudíca florent límina
Domésticis virtútibus.
  
Optáta nobis spléndeat
Lux ista, Rex dulcíssime:
Te, pace adépta cándida,
Adóret orbis súbditus.
  
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.
  
TRADUCCIÓN
Cristo triunfante despliega
Su ínclito estandarte:
Naciones, venid suplicantes,
Aplaudid al Rey de los reyes.
  
Él no reina es por los combates,
Ni somete por la fuerza o el miedo:
Elevado sobre una alta columna,
Atrae a todos por el amor.
   
¡Oh tres veces bienaventurada la ciudad
Donde Cristo impera plenamente,
Y que se emplea en obedecer las leyes
Que el Cielo dicta al mundo!
  
No arden las armas impías,
La paz confirma todas las alianzas,
Sonríe la concordia
Y se asegura el orden cívico.
  
La fidelidad guarda los matrimonios,
La juventud crece en la integridad,
Y florecen radiantes e intachables
Las virtudes domésticas.
    
Esta luz deseada, que brilla para nosotros,
Oh Rey dulcísimo:
Adórete el mundo sumiso,
Gozando de una paz radiante.
  
Y el himno “Te sæculórum Príncipem” (también del padre Genovesi), recitado en las Primeras y Segundas Vísperas de la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey:
  
LATÍN
Te sæculórum Príncipem,
Te, Christe, Regem géntium,
Te méntium, te córdium
Unum fatémur árbitrum.
  
Scelésta turba clámitat:
Regnáre Christum nólumus:
Te nos ovántes ómnium
Regem suprémum dícimus.
  
O Christe, Princeps Pácifer,
Mentes rebélles súbice:
Tuóque amóre dévios,
Ovíle in unum cóngrega.
  
Ad hoc cruénta ab árbore
Pendes apértis brácchiis,
Diráque fossum cúspide
Cor igne flagrans éxhibes.
  
Ad hoc in aris ábderis
Vini dapísque imágine,
Fundens salútem fíliis
Transverberáto péctore.
  
Te natiónum Prǽsides
Honóre tollant público,
Colant magístri, júdices,
Leges et artes éxprimant.
  
Submíssa regum fúlgeant
Tibi dicáta insígnia:
Mitíque sceptro pátriam
Domósque subde cívium.
  
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.

℣. Data est mihi omnis potéstas.
℞. In cœlo et in terra.

(In secundas Vesperas:
℣. Multiplicábitur ejus impérium.
℞. Et pacis non erit finis).
    
ORACIÓN
Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, universórum Rege, ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo subdántur império: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula sæculórum. Amen
  
TRADUCCIÓN
A Ti, Príncipe de los siglos,
A Ti, oh Cristo, Rey de las gentes,
A Ti te confesamos único Señor
De las inteligencias y de los corazones.
  
Una turba criminal vocifera
“¡No queremos que reine Cristo!”,
Pero nosotros, con nuestras ovaciones,
Te proclamamos Rey supremo.
  
¡Oh Cristo, Príncipe de la Paz!
Somete a las almas rebeldes,
Y a los extraviados reúnelos con tu amor
En un solo redil.
    
Para eso estás colgado de un árbol
Sangriento con los brazos abiertos,
Y muestras tu Corazón por cruel lanza
Traspasado y ardiendo de amor.
  
Para eso te ocultas en los altares,
Bajo la figura del vino y del pan,
Derramando la salvación para tus hijos
Por tu traspasado pecho.
  
A Ti los que mandan en las naciones,
Te ensalcen con públicos honores,
Te honren los maestros y los jueces,
Te reproduzcan las leyes y las artes.
  
Las insignias regias,
Sumisas, a Ti se dediquen:
Y somete a tu suave cetro
La patria y las casas de los ciudadanos.
  
A Ti, Jesús, que gobiernas los cetros del mundo
Sea la gloria, con el Padre
Y el Espíritu Santo,
Por los siglos sempiternos. Amén.
   
℣. Me ha sido dado todo poder.
℞. En el cielo y en la tierra.

(En las segundas vísperas:
℣. Se multiplicará su imperio.
℞. Y la paz no tendrá fin).
  
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal quisiste restaurarlo todo: concédenos propicio que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
  
En “Te sæculórum Príncipem”, la Iglesia pide a Cristo que reúna a los extraviados en un solo redil (la Iglesia), por la cual murió en la Cruz, permanece oculto en la Divina Eucaristía e hizo brotar la gracia de la salvación, expesando en forma explícita la doctrina de Extra Ecclésiam Nulla Salus; y señala que la causa de todos los males sociales es el rechazo del mundo a la Realeza de Cristo (cf. Salmo II, 2-3), que por derecho debe gobernar sobre los poderes seculares y atrae la bienaventuranza a quienes se someten de grado a Sus mandatos (como lo expresa el himno “Ætérna Imágo Altíssimi”). Los modernistas hicieron en 1968 suprimir las palabras Scelésta turba (“Turba criminal”, o también “Turba depravada”) de la estrofa 2; y en 1971, cuando salió publicada la Liturgia de las Horas, suprimieron del todo la estrofa 2 y las tres últimas, además del cambio señalado arriba en la Oración.
     
Habíamos dicho al comienzo que luego del Vaticano II, toda referencia al Reinado Social de Cristo desapareció de un plumazo, sustituyéndola por un reinado venidero de carácter esjatológico. Y entonces, para ellos, ¿quién debe reinar hic et nunc (aquí y ahora) en la tierra? La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, la Declararación Universal de los Derechos Humanos (y sus distintas versiones regionales en la OEA, la UE y la OUA), en última instancia, las Naciones Unidas (a la que Bergoglio dice que hay que obedecer). O lo que es lo mismo, ¡la Francmasonería (y la Judería Internacional, que está detrás de ella), que inspiró a todo lo anterior!. El padre Denis Fahey escribió:
«Que la preparación y el triunfo de la Revolución Francesa fueron obra de la francmasonería no necesita pruebas, puesto que los mismos masones presumen de ello [La Franc-Maçonnerie française et la Préparation de la Révolution, por el H∴ Gaston Martin. Cf. La dictadure des Puissances Occultes, por Léon de Poncins, págs. 80-95]. Consecuentemente, la Declaración de los Derechos del Hombre es un producto masónico. “Cuando cayó La Bastilla”, dijo Monsieur Bonnet, orador en la Asamblea del Gran Oriente en 1904, “la masonería tuvo el honor supremo de dar a la humanidad la carta que había elaborado amorosamente. Fue nuestro hermano, [Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, Marqués] de la Fayette, quien primero presentó el ‘proyecto de una declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano viviente en sociedad’, para ser el primer capítulo de la Constitución. El 25 de agosto de 1789, la Asamblea Constituyente, de la cual más de 300 miembros eran masones, adoptó definitivamente, casi palabra por palabra, en la forma determinada en las Logias, el texto de la inmortal Declaración de los Derechos del Hombre”. Dado el naturalismo de la francmasonería, la Declaración, entonces, es simplemente una renuncia formal a la lealtad a Cristo Rey, a la Vida Sobrenatural, y a la membresía de su Cuerpo Místico. Por tanto, el Estado francés oficialmente declaró que no reconocía más ningun deber hacia Dios a través de Nuestro Señor Jesucristo, y no reconocía más la dignidad de miembro de Cristo en sus ciudadanos. Así se inauguró el ataque a la organización de la sociedad bajo Cristo Rey, que ha continuado hasta nuestros días» [Prólogo a Mons. GEORGE F. DILLON, Grand Orient Freemasonry Unmasked (Londres 1965), págs. 16-17].
Los cambios conciliares no sólo se reflejaron en la Misa y el Oficio de Cristo Rey, sino también en la Intercesión general del Viernes Santo: Originalmente, la invitación a orar por la Iglesia era: «Orémus, dilectíssimi nobis, pro Ecclésia sancta Dei: ut eam Deus et Dóminus noster pacificáre, adunáre, et custodíre dignétur toto orbe terrárum: subjíciens ei principátus et potestátes: detque nobis quietam et tranquíllam vitam degentibus, glorificáre Deum, Patrem Omnipoténtem» (Oremos, dilectísimos nuestros, por la Iglesia santa de Dios, para que Dios nuestro Señor se digne conservarla en la paz, unida, y defenderla por toda la redondez de la tierra: sujetando a ella los principados y las potestades, y concedernos que viviendo esta mortal vida con descanso y tranquilidad, glorifiquemos a Dios Padre todopoderoso).
  
En el Novus Ordo, esta fue cambiada a un: «Orémus, dilectíssimi nobis, pro Ecclésia sancta Dei, ut eam Deus et Dóminus noster pacificáre, adunáre et custodíre dignétur toto orbe terrárum, detque nobis, quiétam et tranquíllam vitam degéntibus, glorificáre Deum Patrem omnipoténtem» (Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso). Obviamente, sin la sujeción de los principados y potestades. Annibale Bugnini explica estos cambios:
«En el clima ecuménico del Vaticano II, algunas expresiones en los Orationes sollemnes del servicio del Viernes Santo les sonaron mal. Hubo solicitudes urgentes para atenuar algunas de las palabras. Siempre es desagradable tener que alterar textos venerables que durante siglos han alimentado efectivamente la devoción cristiana y tienen sobre ellos la fragancia espiritual de la época heroica de los comienzos de la Iglesia. Sobre todo, es difícil revisar las obras maestras literarias que no tienen parangón por su forma concisa. Sin embargo, se consideró necesario hacer frente a la tarea, para que nadie encontrara un motivo de incomodidad espiritual en la oración de la Iglesia. Las revisiones, limitadas a lo que era absolutamente necesario, fueron preparadas por el grupo de estudio 18 bis. En la Intercesión 1: “por la Iglesia”, la frase subjíciens ei principátus et potestátes (“sujetando a ella [la Iglesia] los principados y las potestades”) fue omitida: incluso aunque esta fue imspirada por lo que dice San Pablo sobre las “potestades angélicas” (Col. 2, 15), podría malinterpretarse como una referencia a un papel temporal que la Iglesia sí tuvo en otros períodos de la historia, pero que es anacrónico hoy» [La riforma liturgica, 1948-1975 (Edizioni Liturgiche - 00192 Roma, 1983), pág. 127].
Claro, la Realeza de Cristo y la sumisión de los principados y potestades a la Iglesia eran anacrónicos para un Pablo VI que declaró explícitamente a los gobernantes del mundo que la Iglesia no les pidió más que la libertad para perseguir su misión, para unos obispos que habían aprobado Dignitátis Humánæ, que en el aula conciliar era llamado (y con toda razón) el “Esquema Estadounidense”, por ser secuela de la herejía americanista, por ser creado casi completamente siguiendo al jesuita John Courtney Murray y contar con «el apoyo sólido y consistente de los obispos estadounidenses, y sus numerosas intervenciones», muy a pesar de las intervenciones del cardenal Giuseppe Siri:
«No podemos legitimar lo que Dios simplemente tolera; solo podemos tolerarlo, y eso dentro de los límites del bien común. Por lo tanto, no podemos aceptar el esquema propuesto en la medida en que recomienda la libertad para todos sin discriminación… Por lo tanto, deberíamos considerar más cuidadosamente la contribución de las fuentes teológicas a este problema de libertad religiosa y determinar si los contenidos de este esquema se pueden conciliar o no con la enseñanza de León XIII, Pío XI y Pío XII. De lo contrario, debilitamos nuestra propia autoridad y comprometemos nuestro esfuerzo apostólico».
el Arzobispo-Obispo de Valparaíso (Chile) Emilio Tagle Covarrubias, en nombre de 45 obispos latinoamericanos:
«Estoy muy en contra de este esquema. Simplemente reorganiza la versión anterior, y contiene una serie de contradicciones… Muchos pasajes son demasiado complacientes con las religiones falsas y corren el riesgo de ser indiferentes y de liberalismo. No parece posible otorgar los mismos derechos a todas las religiones indiscriminadamente. Solo la única Iglesia verdadera tiene derecho a la libertad religiosa, estrictamente hablando. Otras religiones solo pueden ser toleradas, dependiendo de las circunstancias y las personas».
y el cardenal Benjamín de Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona (España):
«Este es probablemente el problema más delicado de todo el Consejo con respecto a la fe. Debemos afirmar claramente este principio básico: solo la Iglesia Católica tiene el deber y el derecho de predicar el Evangelio. Es por eso que el proselitismo por parte de los no católicos entre los católicos es ilícito y debe ser evitado por las autoridades civiles y por la Iglesia, como lo requiere el bien común… El Concilio debe tener cuidado de no decretar la ruina del catolicismo en aquellos países donde de hecho es la única religión».
  
No es exagerado decir que Courtney Murray estaba detrás de Dignitátis Humánæ, porque las intervenciones de los obispos estadounidenses escritas ¡por él mismo!, como dijera un prelado: «las voces eran las de los obispos de los Estados Unidos, pero ¡los pensamientos eran los de John Courtney Murray!», que diez años antes, en Enero de 1955, habían sido censurados por la Curia Jesuita en Roma por haber impugnado la doctrina sobre las relaciones Iglesia-Estado.
 
En conclusión, el “Cristo Rey” de los modernistas, tras de ser un mes tardío, no es el mismo de los Católicos. Y no tiene sentido la Realeza Social de Cristo en una iglesia que ha erigido como dogma de fe la Primera Enmienda constitucional de los Estados Unidos de América, país donde «la mayoría de los hombres han expulsado a Jesucristo y su santa ley de sus vidas... [donde] Nuestro Señor y Su santa ley no tienen lugar ni en la vida privada ni en la política», un estado que se ha convertido en «nada más que una multitud, que es su propio maestro y gobernante».
  
JORGE RONDÓN SANTOS
27 de Octubre de 2019
Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey. Conmemoración de San Frumencio de Axum, Obispo y Evangelizador de Etiopía; y de San Elesbaam, rey y confesor. Víspera de los Santos Apóstoles Simón Zelote y Judas Tadeo. Aniversario de la batalla del Puente Milvio, y de la llegada de Cristóbal Colón a Cuba.