Algo
 extraño debe estar pasando en el mundo si muchos conciliares presumen 
de la fiesta novusordiana de Cristo Rey y citan la encíclica 
Quas Primas
 del Papa Pío XI, como si las dos fueran compatibles en alguna forma. 
Para los que seguimos el ciclo litúgico romano tradicional, la Fiesta de
 Cristo Rey llega casi un mes antes, y en la forma en que Pío XI la 
estableció.
  
En
 la Misa de Nuestro Señor Jesucristo Rey (y el Divino Oficio del día), 
la Oración dice: «Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, 
universórum Rege, ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut 
cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo 
subdántur império: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti 
Deus per ómnia sǽcula sæculórum» [Omnipotente y sempiterno Dios, que 
en tu amado Hijo, Rey universal quisiste restaurarlo todo: concédenos 
propicio que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se
 sometan a su suavísimo imperio. Él, que vive y reina contigo en la 
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos]. Amen.
   
En
 cambio, la Oración en el Novus Ordo para la Cristo Rey del Universo 
dice: «Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, universórum
 Rege, ómnia instauráre voluísti, concéde propítius, ut tota creatúra, a
 servitúte liberáta, tuae maiestáti desérviat ac te sine fine colláudet.
 Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia 
sǽcula sæculórum» [Dios todopoderoso y eterno, que quisiste 
recapitular todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz 
que la creación entera, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y
 te glorifique sin fin. Él, que vive y reina contigo en la unidad del 
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos]. Amen.
  
Como
 se puede ver, la Colecta fue mutilada intencionalmente. Aunque no hay 
nada de malo con la nueva oración, no coincide con la intención del Papa
 Ratti, cuyo lema era precisamente «Pax Christi in regno Christi» (La 
paz de Cristo en el reino de Cristo): proclamar el Reinado de Cristo EN 
LA SOCIEDAD. La nueva colecta lo que hace es esperar un reinado 
celestial que sólo se cumplirá al Fin de los Tiempos, como se hace ver 
en las lecturas de la fiesta modernista:
- Ciclo A:
- Primera lectura: Ezequiel 34, 11-12, 15-17
 
- Segunda lectura: 1 Corintios 15, 20-26, 28
 
- Evangelio: San Mateo 25, 31-46
 
 
- Ciclo B:
- Primera lectura: Daniel 7, 13-14
 
- Segunda lectura: Apocalipsis 1, 5-8;
 
- Evangelio: San Juan 18, 33-37 -el mismo de la Misa tradicional-.
 
 
- Ciclo C:
- Primera lectura: 2 libro de Samuel 5, 1-3;
 
- Segunda lectura: Colosenses 1, 12-20 -la lección de la Misa tradicional-;
 
- Evangelio: San Lucas 23, 35-43.
 
 
¿Por
 qué este cambio de perspectiva? ¿Qué implicaciones tiene? ¿Quién está 
detrás de estos cambios? Volveremos después sobre esto.   
Es indiscutible, por otro lado, que 
Dignitátis Humánæ,
 la Declaración del Concilio Vaticano II sobre Libertad Religiosa, no 
reafirmó la auténtica enseñanza papal sobre el reinado social de Cristo 
Rey. Es ciertamente indiscutible que también contradice la enseñanza 
papal sobre la Iglesia y el estado expuesta, entre otras, por Inocencio 
III y Bonifacio VIII, en 
Annum Sacrum, 
Immortále Dei, 
Sapiéntiæ Christiánæ y 
Libértas præstantíssimum (de León XIII), 
Veheménter nos (San Pío X),  
Ubi arcáno Dei consílio, 
Quas Primas, 
Divíni Redemptóris, 
Mit brennender Sorge y 
Non abbiamo bisogno (de Pío XI), y 
Summi Pontificátus (de Pío XII). Enseñanza, 
Arma veritátis, que el cardenal Ottaviani describió como «parte del patrimonio de la doctrina católica».
  
La defensa más académica de 
Dignitátis Humánæ
 fue escrita por un presbítero conciliar australiano, Brian W. Harrison 
OS. Harrison, convertido del presbiterianismo, es un erudito de 
integridad completa, que no intenta defender lo que es indefendible. Él 
escribe:
«Aún más llamativo que la omisión de Dignitátis humánæ
 de cualquier reiteración obvia de la obligación de las autoridades 
públicas de reconocer el catolicismo como únicamente verdadero (sin 
mencionar la posterior eliminación de oraciones e himnos que expresan 
esta enseñanza de la nueva Misa y el oficio de Cristo Rey), es la 
afirmación de la Declaración conciliar de ciertas ideas que tienen al 
menos una apariencia prima facie de contradecir declaraciones papales anteriores. [Religious Liberty and Contraception (Melbourne, 1988), pág. 14].
 
Las
 alteraciones litúrgicas con relación a la fiesta a que hace referencia 
el padre Harrison en el párrafo anterior, son incluso más chocantes en 
el breviario. Por ejemplo, apartes de 
Quas Primas que fueron 
originalmente asignados para su lectura en Maitines han sido removidos 
en favor de una exhortación esjatológica del sacerdote Orígenes 
Adamancio de Alejandría (Texto latino tomado de 
https://brewiarz.pl/latin/rex/officium_lectionis.php3; traducción tomada de la Colección ‘Los Santos Padres’, nº 54. Madrid, Ed. Apostolado Mariano, 1999 
https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=pa_o12790):
   
LATÍN  
«Si
 regnum Dei, juxta verbum Dómini et Servatóris nostri, cum observatióne 
non venit, neque dicent: Ecce hic aut ecce illic; sed regnum Dei intra 
nos est, nam prope est verbum valde in ore nostro et in corde nostro: 
procul dúbio is qui regnum Dei adveníre precátur, de eo quod in se habet
 regno Dei recte orat, ut oriátur et fructus ferat et perficiátur. Nam 
in quólibet sanctórum Deus regnat et quílibet sanctus spiritálibus 
obséquitur légibus Dei, qui in ipso hábitat ut in recte administráta 
civitáte. Præsens ei Pater adest et conrégnat Patri Christus in illa 
ánima perfécta juxta illud: Ad eum veniémus, et mansiónem apud eum 
faciémus. 
  
Tunc
 ergo id quod in nobis est regnum Dei perpétuo procedéntibus nobis ad 
summum pervéniet, cum illud implétum fúerit quod Apóstolus ait, Christum
 subjéctis sibi ómnibus inimícis traditúrum regnum Deo et Patri, ut sit 
Deus ómnia in ómnibus. Propter hoc indesinénter orántes ea ánimi 
affectióne, quæ Verbo divína fiat, dicámus Patri nostro, qui in cœlis 
est: Sanctificétur nomen tuum, advéniat regnum tuum. 
  
Id
 quoque de regno Dei percipiéndum est: sicut non est participátio 
justítiæ cum iniquitáte, neque socíetas lucis ad ténebras, neque 
convéntio Christi ad Bélial: sic regnum Dei cum regno peccáti stare non 
posse. 
   
Ergo
 si Deum in nobis regnáre vólumus, nullo modo regnet peccátum in nostro 
mortáli córpore, sed mortificémus membra nostra, quæ sunt super terram 
et fructificémus Spíritu; ut in nobis, quasi in spiritáli paradíso, Deus
 obámbulet regnétque solus in nobis cum Christo suo, qui sédeat in nobis
 a dextris virtútis illíus spiritális, quam optámus accípere: sedeátque 
donec inimíci ejus omnes, qui in nobis sunt, fiant scabéllum pedum ejus 
et evacuétur in nobis omnis principátus et potéstas et virtus. 
   
Possunt
 enim hæc in unoquóque nostrum fíeri et novíssima inimíca déstrui mors; 
ut et in nobis Christus dicat: Ubi est, mors, stímulus tuus? Ubi est, 
inférne, victória tua? Jam nunc ígitur corruptíbile nostrum induátur 
sanctitátem et incorruptiónem; et mortále, evacuáta morte, patérnam 
induátur immortalitátem, ut in nobis, regnánte Deo, in regeneratiónis 
jam resurrectionísque bonis versémur». (ORÍGENES ADAMANCIO, Tratado de la Oración, cap. XXV: Venga tu reino. En MIGNE, Patrología Græca XI, cols. 495-499) 
TRADUCCIÓN
«1.
 El reino de Dios, según palabras de nuestro Señor y salvador, “viene 
sin dejarse sentir. No dirán: ‘Vedlo aquí o allí’ sino que el reino de 
Dios está ya entre vosotros” (Lc 17,20-21). “Porque la palabra está bien
 cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en 
práctica” (Dt 30,14; Rm 10,8). Según esto, es claro que quien ora lo 
hace para que el reino de Dios nazca dentro de él, lleve fruto y se 
perfeccione. Porque toda persona santa es guiada por Dios, cumple sus 
leyes espirituales y permanece en sí mismo como en ciudad bien ordenada.
 Presente en él está el Padre y reina con el Hijo en aquel alma 
perfecta, según el versículo un poquito antes citado: “Y vendremos a él y
 haremos morada en él” (Jn 14,23; Mt 13,23; Mc 4,20; Lc 8,15). Pienso 
que ha de entenderse por reino de Dios el bienestar espiritual de la 
mente que regula y ordena los sabios pensamientos. El reino de Cristo 
consiste en las sabias palabras dirigidas a quienes escuchan y en las 
buenas obras y otras virtudes que llevan a cabo. “Porque el Hijo de Dios
 es para nosotros sabiduría y justicia” (1Cor 1,30). El pecador, en 
cambio, está bajo la tiranía del príncipe de este mundo (1Cor 2,6. 8; 
2Cor 4,4). Todo pecador se hace amigo de este mundo, porque no se 
entrega a aquel “que se entregó a sí mismo por nuestros pecados para 
librarnos de este perverso mundo conforme a la voluntad de nuestro Dios y
 Padre”, como se dice en la Carta a los gálatas (Ga 1,4). Quien 
libremente se somete a la tiranía del príncipe de este mundo está 
dominado por el pecado. Por lo cual, Pablo nos pide que no permanezcamos
 más en pecado, pues nos esclaviza. Nos amonesta en los siguientes 
términos: “No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que
 obedezcáis a sus apetencias” (Rm 6,12).
  
2.
 Con relación a las dos peticiones “santificado sea tu nombre” y “venga 
tu reino” dirá alguno que si llega el momento en que su oración es 
escuchada, según queda dicho, habrá llegado el tiempo en que sea 
santificado el nombre de Dios y, por tanto, habrá llegado su reino. Si 
esto sucede, ¿cómo podrá continuar pidiendo razonablemente por lo que ya
 está presente como si aún estuviese ausente y seguir diciendo 
“santificado sea tu nombre, venga tu Reino”? A esto se responde. Quien 
pide “palabras de ciencia o palabras de sabiduría” (1Cor 12,8) siempre 
lo pide con rectitud, pues siendo escuchado acrecentará su sabiduría y 
ciencia. Pero conocerá “en parte” solamente por mucho que pueda 
conseguir en la vida presente. Y lo perfecto, que hace desaparecer “lo 
que es en parte” aparecerá “entonces” cuando la mente contemple “cara a 
cara” las realidades inteligibles por encima de las percepciones 
sensibles (1Cor 13,9-12). De igual modo ninguno de nosotros podrá lograr
 que sea santificado el nombre de Dios y que venga su reino mientras no 
alcance la perfección del conocimiento y sabiduría, y probablemente de 
otras virtudes también.
   
Nos
 hallamos en camino de perfección siempre que “olvidando lo que está 
detrás nos lanzamos a lo que está por delante” (Flp 3,14). A medida que 
progresamos alcanzaremos la cima del reino de Dios cumpliéndose la 
palabra del apóstol: “Cuando Cristo entregue a Dios Padre el Reino... 
para que Dios sea todo en todo” (1Cor 15,24-28). Por lo cual oremos “sin
 cesar” (1 Tes 5,17) como divinizados por el Verbo y digamos a nuestro 
Padre que está en el cielo: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino”.
   
3.
 Aclaremos un punto sobre el reino de Dios. Como no hay “relación entre 
la justicia y la iniquidad, ni entre la luz y las tinieblas, ni armonía 
entre Cristo y Belial” (2Cor 6,14-15) no pueden darse en el mismo sujeto
 reino de Dios y reino del pecado. Por tanto, si queremos que Dios reine
 en nosotros, “no reine en modo alguno el pecado en nuestro cuerpo 
mortal” (Rm 6,12) ni sigamos sus preceptos cuando llama a nuestra alma 
para obras de la carne y cosas contrarias a Dios. Antes bien 
“mortifiquemos nuestros miembros terrenos” (Col 3,5) y produzcamos 
frutos del Espíritu (Ga 5,22; Jn 15,8. 16) para que el Señor se pasee 
dentro de nosotros, como si en realidad fuésemos un paraíso espiritual 
(Gn 3,8; 2Cor 6,16). Reine él solo sobre nosotros con su Cristo 
entronizado en el alma a la derecha del poder espiritual que deseamos 
alcanzar. Allí reine hasta que todos sus enemigos lleguen a ser escabel 
de sus pies. Desaparezcan sus enemigos con su autoridad y poder (1Cor 
15,24; Mt 26,64; Mc 14,62; Lc 22,69; Sal 110,1; Is 66,1). Esto puede 
suceder en cada uno de nosotros llegando a destruir el último enemigo 
que es la muerte, para que Cristo pueda decir en nosotros: “¿Dónde está,
 oh muerte, tu victoria?” (1Cor 15,26. 55). Que lo corruptible en 
nosotros se vista de “incorruptibilidad”. “Que este ser mortal se 
revista de inmortalidad” (1Cor 15,53-54) para que reinando Dios en 
nosotros participemos de los bienes de la “regeneración y resurrección” 
(Mt 19,28)». 
La
 Iglesia nunca ha dejado de pedir la venida del Reino de Dios, como 
quiera que en la Oración Dominical se dice: «Advéniat regnum tuum». Pero
 a continuación dice: «Fiat volúntas tua, sicut in cœlo et in terra». Y 
la voluntad de Dios es que Él debe reinar en todo hombre, aspecto, 
nación y lugar (incluso en el mismo Infierno), y ante su Santo Nombre se
 doble toda rodilla. La Voluntad de Dios también es que la Santa Madre 
Iglesia defina e interprete la Sana Doctrina, que se establezca el Orden
 Social Católico en todas las naciones, y que los Estados nacionales 
reconozcan que de Dios han recibido toda autoridad.
   
En 
cuanto a los himnos para el Divino Oficio en honor a Cristo Rey, el 
padre Vittorio Genovesi SJ compuso en 1925 el “Ætérna Imágo Altíssimi”, 
que se recita (o canta) en las Maitines:
   
LATÍN 
Ætérna Imago Altíssimi,
Lumen, Deus, de Lúmine,
Tibi, Redémptor glória,
Honor, potéstas regia.
   
Tu solus ante sǽcula
Spes atque centrum témporum,
Cui jure sceptrum géntium
Pater supremum crédidit.
   
Tu flos pudícæ Vírginis,
Nostræ caput propáginis,
Lapis cadúcus vértice
Ac mole terras óccupans.
   
Diro tyránno súbdita,
Damnáta stirps mortálium,
Per te refrégit víncula
Sibíque cœlum víndicat.
   
Doctor, Sacérdos, Légifer
Præfers notátum sánguine
In veste «Princeps príncipum
Regúmque Rex Altíssimus».
   
Tibi voléntes súbdimur,
Qui jure cunctis ímperas:
Hæc cívium beátitas
Tuis subésse légibus.
     
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.
   
TRADUCCIÓN
Eterna imagen del Altísimo,
Oh Dios, Luz de Luz,
A Ti, Redentor, sea la gloria,
El honor y la potestad real.
  
A Ti solo, antes de todos los siglos, 
Esperanza y centro de los tiempos,
A Ti, por derecho el Padre
Te confió el cetro de las naciones.
   
Tú, Flor de la Virgen castísima
Y Cabeza de nuestro linaje: 
Tú, Piedra que cae del monte 
Y Mole que ocupa las tierras.
   
Sometida a un cruel Tirano,
La raza condenada de los mortales,
Por Ti pudo romper las cadenas
Y vindicar el Cielo para sí.
   
Doctor, Sacerdote, Legislador, 
Llevas en el vestido, marcado a Sangre: 
«Príncipe de los príncipes 
Y Altísimo Rey de los reyes».
   
A Ti, que por derecho gobiernas sobre todos,
Nos sometemos de todo corazón:
Que la felicidad de esta ciudad
Está en la sumisión a tus leyes.
   
A Ti, Jesús, que gobiernas los cetros del mundo,
Sea la gloria a Ti, con el Padre
Y el Espíritu Santo, 
Por los siglos sempiternos. Amén.
   
De
 “Ætérna Imágo Altíssimi”, los modernistas en la Liturgia de las Horas 
remplazaron el segundo hemistiquio de la segunda estrofa por 
un admonitorio «Tibi voléntes súbdimur/Qui jure cunctis ímperas» (A ti, 
que por derecho imperas sobre todos, Queramos obedecer) y suprimieron 
las dos últimas estrofas.
    
Y aún más lejos llegaron al 
suprimir el himno “Vexílla Christus Ínclita” (también de la autoría del 
padre Genovesi, a partir del “Vexílla Regis” del Viernes Santo) de las 
Laudes:
   
LATÍN
Vexílla Christus ínclita
Late triúmphans éxplicat:
Gentes adéste súpplices,
Regíque regum pláudite.
   
Non Ille regna cládibus:
Non vi metúque súbdidit
Alto levátus stípite,
Amóre traxit ómnia.
   
O ter beáta cívitas
Cui rite Christus ímperat,
Quæ jussa pergit éxsequi
Edícta mundo cœ́litus!
   
Non arma flagrant ímpia,
Pax usque firmat fœ́dera,
Arrídet et concórdia,
Tutus stat ordo cívicus.
   
Servat fides connúbia,
Juvénta pubet íntegra,
Pudíca florent límina
Domésticis virtútibus.
   
Optáta nobis spléndeat
Lux ista, Rex dulcíssime:
Te, pace adépta cándida,
Adóret orbis súbditus.
   
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.
   
TRADUCCIÓN
Cristo triunfante despliega 
Su ínclito estandarte:
Naciones, venid suplicantes,
Aplaudid al Rey de los reyes.
   
Él no reina es por los combates,
Ni somete por la fuerza o el miedo:
Elevado sobre una alta columna,
Atrae a todos por el amor.
    
¡Oh tres veces bienaventurada la ciudad
Donde Cristo impera plenamente,
Y que se emplea en obedecer las leyes
Que el Cielo dicta al mundo!
   
No arden las armas impías,
La paz confirma todas las alianzas,
Sonríe la concordia
Y se asegura el orden cívico.
   
La fidelidad guarda los matrimonios,
La juventud crece en la integridad,
Y florecen radiantes e intachables
Las virtudes domésticas.
     
Esta luz deseada, que brilla para nosotros,
Oh Rey dulcísimo:
Adórete el mundo sumiso,
Gozando de una paz radiante.
   
Y
 el himno “Te sæculórum Príncipem” (también del padre Genovesi), 
recitado en las Primeras y Segundas Vísperas de la Fiesta de Nuestro 
Señor Jesucristo, Rey:
   
LATÍN
Te sæculórum Príncipem,
Te, Christe, Regem géntium,
Te méntium, te córdium
Unum fatémur árbitrum.
   
Scelésta turba clámitat:
Regnáre Christum nólumus:
Te nos ovántes ómnium
Regem suprémum dícimus.
   
O Christe, Princeps Pácifer,
Mentes rebélles súbice:
Tuóque amóre dévios,
Ovíle in unum cóngrega.
   
Ad hoc cruénta ab árbore
Pendes apértis brácchiis,
Diráque fossum cúspide
Cor igne flagrans éxhibes.
   
Ad hoc in aris ábderis
Vini dapísque imágine,
Fundens salútem fíliis
Transverberáto péctore.
   
Te natiónum Prǽsides
Honóre tollant público,
Colant magístri, júdices,
Leges et artes éxprimant.
   
Submíssa regum fúlgeant
Tibi dicáta insígnia:
Mitíque sceptro pátriam
Domósque subde cívium.
   
Jesu, tibi sit glória,
Qui sceptra mundi témperas,
Cum Patre, et almo Spíritu,
In sempitérna sǽcula. Amen.
℣. Data est mihi omnis potéstas.
℞. In cœlo et in terra. 
(In secundas Vesperas:
℣. Multiplicábitur ejus impérium.
℞. Et pacis non erit finis).
     
ORACIÓN
Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Fílio tuo, universórum Rege, 
ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut cunctæ famíliæ géntium,
 peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo subdántur império: Qui 
tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus per ómnia sǽcula 
sæculórum. Amen
   
TRADUCCIÓN
A Ti, Príncipe de los siglos,
A Ti, oh Cristo, Rey de las gentes,
A Ti te confesamos único Señor
De las inteligencias y de los corazones.
   
Una turba criminal vocifera
“¡No queremos que reine Cristo!”,
Pero nosotros, con nuestras ovaciones,
Te proclamamos Rey supremo.
   
¡Oh Cristo, Príncipe de la Paz!
Somete a las almas rebeldes,
Y a los extraviados reúnelos con tu amor
En un solo redil.
     
Para eso estás colgado de un árbol
Sangriento con los brazos abiertos,
Y muestras tu Corazón por cruel lanza
Traspasado y ardiendo de amor.
   
Para eso te ocultas en los altares,
Bajo la figura del vino y del pan,
Derramando la salvación para tus hijos
Por tu traspasado pecho.
   
A Ti los que mandan en las naciones,
Te ensalcen con públicos honores,
Te honren los maestros y los jueces,
Te reproduzcan las leyes y las artes.
   
Las insignias regias,
Sumisas, a Ti se dediquen:
Y somete a tu suave cetro
La patria y las casas de los ciudadanos.
   
A Ti, Jesús, que gobiernas los cetros del mundo
Sea la gloria, con el Padre
Y el Espíritu Santo, 
Por los siglos sempiternos. Amén.
    
℣. Me ha sido dado todo poder.
℞. En el cielo y en la tierra. 
(
En las segundas vísperas:
℣. Se multiplicará su imperio.
℞. Y la paz no tendrá fin).
   
ORACIÓN
Omnipotente
 y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal 
quisiste restaurarlo todo: concédenos propicio que todos los pueblos, 
disgregados por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio.
 Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios,
 por los siglos de los siglos. Amén. 
   
En
 “Te sæculórum Príncipem”, la Iglesia pide a Cristo que reúna a los 
extraviados en un solo redil (la Iglesia), por la cual murió en la Cruz,
 permanece
 oculto en la Divina Eucaristía e hizo brotar la gracia de la salvación,
 expesando en forma explícita la doctrina de Extra Ecclésiam Nulla 
Salus; y señala que la causa de todos los males sociales es el rechazo 
del mundo a la Realeza de Cristo (cf. Salmo II, 2-3), que por derecho 
debe gobernar sobre los poderes seculares y atrae la bienaventuranza a 
quienes se someten de grado a Sus mandatos (como lo expresa el himno 
“Ætérna Imágo Altíssimi”). Los modernistas hicieron en 1968 suprimir las
 palabras Scelésta turba (“Turba criminal”, o también “Turba depravada”)
 de la estrofa 2; y en 1971, cuando salió publicada la Liturgia de las 
Horas, suprimieron del todo la estrofa 2 y las tres últimas, además del 
cambio señalado arriba en la Oración.
      
Habíamos dicho 
al comienzo que luego del Vaticano II, toda referencia al Reinado Social
 de Cristo desapareció de un plumazo, sustituyéndola por un reinado 
venidero de carácter esjatológico. Y entonces, para ellos, ¿quién debe 
reinar 
hic et nunc (aquí y ahora) en la tierra? La Declaración de
 los Derechos del Hombre y el Ciudadano, la Declararación Universal de 
los Derechos Humanos (y sus distintas versiones regionales en la OEA, la
 UE y la OUA), en última instancia, las Naciones Unidas (a la que 
Bergoglio dice que hay que obedecer). O lo que es lo mismo, ¡la 
Francmasonería (y la Judería Internacional, que está detrás de ella), 
que inspiró a todo lo anterior!. El padre Denis Fahey escribió:
«Que
 la preparación y el triunfo de la Revolución Francesa fueron obra de la
 francmasonería no necesita pruebas, puesto que los mismos masones 
presumen de ello [La Franc-Maçonnerie française et la Préparation de la 
Révolution, por el H∴ Gaston Martin. Cf. La dictadure des Puissances 
Occultes, por Léon de Poncins, págs. 80-95]. Consecuentemente, la 
Declaración de los Derechos del Hombre es un producto masónico. “Cuando 
cayó La Bastilla”, dijo Monsieur Bonnet, orador en la Asamblea del Gran 
Oriente en 1904, “la masonería tuvo el honor supremo de dar a la 
humanidad la carta que había elaborado amorosamente. Fue nuestro 
hermano, [Marie-Joseph Paul Yves Roch Gilbert du Motier, Marqués] de la 
Fayette, quien primero presentó el ‘proyecto de una declaración de los 
derechos naturales del hombre y del ciudadano viviente en sociedad’, 
para ser el primer capítulo de la Constitución. El 25 de agosto de 1789,
 la Asamblea Constituyente, de la cual más de 300 miembros eran masones,
 adoptó definitivamente, casi palabra por palabra, en la forma 
determinada en las Logias, el texto de la inmortal Declaración de los 
Derechos del Hombre”. Dado el naturalismo de la francmasonería, la 
Declaración, entonces, es simplemente una renuncia formal a la lealtad a
 Cristo Rey, a la Vida Sobrenatural, y a la membresía de su Cuerpo 
Místico. Por tanto, el Estado francés oficialmente declaró que no 
reconocía más ningun deber hacia Dios a través de Nuestro Señor 
Jesucristo, y no reconocía más la dignidad de miembro de Cristo en sus 
ciudadanos. Así se inauguró el ataque a la organización de la sociedad 
bajo Cristo Rey, que ha continuado hasta nuestros días» [Prólogo a Mons.
 GEORGE F. DILLON, Grand Orient Freemasonry Unmasked (Londres 1965), págs. 16-17].
Los cambios conciliares no sólo se reflejaron en la Misa y el Oficio de Cristo 
Rey, sino también en la Intercesión general del Viernes Santo: 
Originalmente, la invitación a orar por la Iglesia era: «Orémus, 
dilectíssimi nobis, pro Ecclésia sancta Dei: ut eam Deus et Dóminus 
noster pacificáre, adunáre, et custodíre dignétur toto orbe terrárum: 
subjíciens ei principátus et potestátes: detque nobis quietam et 
tranquíllam vitam degentibus, glorificáre Deum, Patrem Omnipoténtem» (
Oremos,
 dilectísimos nuestros, por la Iglesia santa de Dios, para que Dios 
nuestro Señor se digne conservarla en la paz, unida, y defenderla por 
toda la redondez de la tierra: sujetando a ella los principados y las 
potestades, y concedernos que viviendo esta mortal vida con descanso y 
tranquilidad, glorifiquemos a Dios Padre todopoderoso).
   
En el Novus Ordo, esta fue cambiada a un: «Orémus,
 dilectíssimi nobis, pro Ecclésia sancta Dei, ut eam Deus et Dóminus 
noster pacificáre, adunáre et custodíre dignétur toto orbe terrárum, 
detque nobis, quiétam et tranquíllam vitam degéntibus, glorificáre Deum 
Patrem omnipoténtem» (
Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios,
 para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en
 toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para 
gloria de Dios, Padre todopoderoso). Obviamente, sin la sujeción de los principados y potestades. Annibale Bugnini explica estos cambios: 
«En
 el clima ecuménico del Vaticano II, algunas expresiones en los 
Orationes sollemnes del servicio del Viernes Santo les sonaron mal. Hubo
 solicitudes urgentes para atenuar algunas de las palabras. Siempre es 
desagradable tener que alterar textos venerables que durante siglos han 
alimentado efectivamente la devoción cristiana y tienen sobre ellos la 
fragancia espiritual de la época heroica de los comienzos de la Iglesia.
 Sobre todo, es difícil revisar las obras maestras literarias que no 
tienen parangón por su forma concisa. Sin embargo, se consideró 
necesario hacer frente a la tarea, para que nadie encontrara un motivo 
de incomodidad espiritual en la oración de la Iglesia. Las revisiones, 
limitadas a lo que era absolutamente necesario, fueron preparadas por el
 grupo de estudio 18 bis. En la Intercesión 1: “por la Iglesia”, la 
frase subjíciens ei principátus et potestátes (“sujetando a ella 
[la Iglesia] los principados y las potestades”) fue omitida: incluso 
aunque esta fue imspirada por lo que dice San Pablo sobre las 
“potestades angélicas” (Col. 2, 15), podría malinterpretarse como una 
referencia a un papel temporal que la Iglesia sí tuvo en otros períodos 
de la historia, pero que es anacrónico hoy» [La riforma liturgica, 1948-1975 (Edizioni Liturgiche - 00192 Roma, 1983), pág. 127].
Claro,
 la Realeza de Cristo y la sumisión de los principados y potestades a la
 Iglesia eran anacrónicos para un Pablo VI que declaró explícitamente a 
los gobernantes del mundo que la Iglesia no les pidió más que la 
libertad para perseguir su misión, para unos obispos que habían aprobado
 
Dignitátis Humánæ, que en el aula conciliar era llamado (y con toda razón) el “Esquema Estadounidense”, por ser secuela de 
la herejía americanista,
 por ser creado casi completamente siguiendo al jesuita John Courtney 
Murray y contar con «el apoyo sólido y consistente de los obispos 
estadounidenses, y sus numerosas intervenciones», muy a pesar de las 
intervenciones del cardenal Giuseppe Siri:
«No
 podemos legitimar lo que Dios simplemente tolera; solo podemos 
tolerarlo, y eso dentro de los límites del bien común. Por lo tanto, no 
podemos aceptar el esquema propuesto en la medida en que recomienda la 
libertad para todos sin discriminación… Por lo tanto, deberíamos 
considerar más cuidadosamente la contribución de las fuentes teológicas a
 este problema de libertad religiosa y determinar si los contenidos de 
este esquema se pueden conciliar o no con la enseñanza de León XIII, Pío
 XI y Pío XII. De lo contrario, debilitamos nuestra propia autoridad y 
comprometemos nuestro esfuerzo apostólico». 
el Arzobispo-Obispo de Valparaíso (Chile) Emilio Tagle Covarrubias, en nombre de 45 obispos latinoamericanos:
«Estoy
 muy en contra de este esquema. Simplemente reorganiza la versión 
anterior, y contiene una serie de contradicciones… Muchos pasajes son 
demasiado complacientes con las religiones falsas y corren el riesgo de 
ser indiferentes y de liberalismo. No parece posible otorgar los mismos 
derechos a todas las religiones indiscriminadamente. Solo la única 
Iglesia verdadera tiene derecho a la libertad religiosa, estrictamente 
hablando. Otras religiones solo pueden ser toleradas, dependiendo de las
 circunstancias y las personas».
y el cardenal Benjamín de Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona (España):
«Este
 es probablemente el problema más delicado de todo el Consejo con 
respecto a la fe. Debemos afirmar claramente este principio básico: solo
 la Iglesia Católica tiene el deber y el derecho de predicar el 
Evangelio. Es por eso que el proselitismo por parte de los no católicos 
entre los católicos es ilícito y debe ser evitado por las autoridades 
civiles y por la Iglesia, como lo requiere el bien común… El Concilio 
debe tener cuidado de no decretar la ruina del catolicismo en aquellos 
países donde de hecho es la única religión». 
   
No es exagerado decir que Courtney Murray estaba detrás de 
Dignitátis Humánæ,
 porque las intervenciones de los obispos estadounidenses escritas ¡por 
él mismo!, como dijera un prelado: «las voces eran las de los obispos de
 los Estados Unidos, pero ¡los pensamientos eran los de John Courtney 
Murray!», que diez años antes, en Enero de 1955, habían sido censurados 
por la Curia Jesuita en Roma por haber impugnado la doctrina sobre las 
relaciones Iglesia-Estado.
 
  
En
 conclusión, el “Cristo Rey” de los modernistas, tras de ser un mes 
tardío, no es el mismo de los Católicos. Y no tiene sentido la Realeza 
Social de Cristo en una iglesia que ha erigido como dogma de fe la 
Primera Enmienda constitucional de los Estados Unidos de América, país 
donde «la mayoría de los hombres han expulsado a Jesucristo y su santa 
ley de sus vidas... [donde] Nuestro Señor y Su santa ley no tienen lugar
 ni en la vida privada ni en la política», un estado que se ha 
convertido en «nada más que una multitud, que es su propio maestro y 
gobernante».
   
JORGE RONDÓN SANTOS
27 de Octubre de 2019
Fiesta
 de Nuestro Señor Jesucristo, Rey. Conmemoración de San Frumencio de 
Axum, Obispo y Evangelizador de Etiopía; y de San Elesbaam, rey y 
confesor. Víspera de los Santos Apóstoles Simón Zelote y Judas Tadeo. 
Aniversario de la batalla del Puente Milvio, y de la llegada de 
Cristóbal Colón a Cuba.