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miércoles, 3 de junio de 2009

LOS SANTOS MÁRTIRES DE LA CASTIDAD: CARLOS LWANGA Y COMPAÑEROS

En estos tiempos, en los que el vicio de la homosexualidad (o sodomía) está rondando por el mundo y aquellos que condenamos esta práctica impía somos cruelmente perseguidos, y algunos martirizados, traigo a todos ustedes la historia de unos santos que prefirieron morir antes que contaminar sus almas con este pecado mortal (porque la sodomía genera condenación en el infierno).
 
Un ejemplo importante de castidad para estos tiempos son san Carlos Lwanga y sus hermanos (conocidos como los Santos Mártires de Uganda). Vivieron en Uganda, un país africano que ha visto correr ríos de sangre en muchos momentos de su historia.
  
La evangelización en Uganda comenzó a mediados sel siglo XIX. Los padres Blancos del Cardenal Carlos Lavigerie empezaron a misionar ese país y pronto hubo muchos negros convertidos al catolicismo y esta religión les transformó muy notablemente su modo de pensar y obrar.
  
Santos Mártires de Uganda

 
Y sucedió que el jefe de esa nación, llamado Mwanga, tenía el terrible vicio de la homosexualidad. Y cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio José Mukasa Balikuddembe, se convirtió al catolicismo le hizo saber al jefe que la Biblia condena y prohibe totalmente la homosexualidad y que la llama una "aberración", o sea algo abominable, que va contra la Ley Divina y que es totalmente impropio de la persona humana. Y que el Libro Sagrado dice que "la homosexualidad es un pecado merecedor de la muerte" (Levítico XVIII) y "algo que va contra la naturaleza (Romanos I, 26) y que los que lo cometen no poseerán el Reino de Dios (I Corinios VI, 10). Esto indignó tanto al reyezuelo, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de Noviembre de 1885, y así este llegó a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. Otra de las causas del asesinato de José fue haber reprendido al rey por el asesinato del dos misioneros.

 
Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que trabajaban en el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios.
 
La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Dionisio. El jefe Mwanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Mwafa, pero este le dijo que su cuerpo era un templo del Espíritu Santo, y que él se haría respetar costara lo que costara. Averiguó el rey quién le había enseñado al niño estas doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros, Dionisio, ¡y le dio muerte! Así este jovencito llegó a ser el segundo mártir San Dionisio. (Antes de darle muerte, el rey le preguntó: "¿eres cristiano?" y el niño respondió: "Sí, soy cristiano y lo seré hasta la muerte").
 
Mientras tanto allá en un salón del palacio, el nuevo jefe de los mensajeros, Carlos Lwanga (que había reemplazado a San José Makasa) reunía a todos los jóvenes y les recordaba lo que enseña San Pablo en la S. Biblia, que "los que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su extravío" (Romanos I, 18) y les recordaba que "homosexualidad es la tendencia a cometer acciones impuras con personas del propio sexo", y que eso no es amor de caridad que busca el bien de la otra persona, sino que es un "amor de concupiscencia" por el afecto que se siente hacia personas bien parecidas del propio sexo, y que lo que busca es satisfacer sus propios apetitos e inclinaciones anormales hacia las cualidades físicas del otro. Y les narraba cómo las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas palabras de Jesús: "Al que se declare a mí favor aquí, yo me declararé a su favor en el cielo".

Con estas instrucciones de Carlos Lwanga, ya todos los jovencitos mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con el pecado de homosexualidad. Y ahora iba a llegar el desenlace fatal y sangriento.

El reyezuelo tenía como primer ministro al terrible brujo Katikiro, el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos, ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Y entonces se propuso convencer al rey de que debía hacer morir a todos los que se declararon cristianos.
  
El cruel Mwanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: "De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que dejen de rezar al Dios de los cristianos, y dejen de practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a la muerte".

Y luego les dio una orden mortal: - Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia adelante".
 
Inmediatamente Carlos Lwanga, jefe de todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión.
  
El Padre misionero no había alcanzado a bautizar a algunos de ellos, y entonces estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy próxima pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz, que ya estaba muy cerca.
 
El reyezuelo los volvió a reunir y les preguntó: "¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?". Y ellos respondieron a coro: "Cristianos hasta la muerte". Entonces por orden del cruel ministro Katikiro fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los guardias.
 
Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en medio de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el holocaustos el 3 de Junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras de juncos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el último aliento de su vida.
 
Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año 26 mártires católicos por defender su fe y su castidad.
 
El cruel Katikiro fue fusilado y echado a los perros unos años después en una revolución. El reyezuelo Muanga fue derrotado por sus enemigos y desterrado a terminar sus años en una isla solitaria. Y los 26 mártires de Uganda, con Carlos Lwanga a la cabeza, beatificados fueron el 6 de junio de 1920 por Benedicto XV (razón por la cual los proponemos como ejemplo, a pesar de la canonización realizada por Pablo VI el 8 de octubre), y ahora en Uganda hay un millón de católicos: "La sangre de los mártires, produce nuevos cristianos".
 
ORACIÓN
Oh Dios, que hiciste de la sangre de los mártires semilla de nuevos cristianos, concédenos propicio, que en el campo de tu Iglesia, regado con la sangre de los bienaventurados Carlos y sus compañeros, se produzca para ti una mies siempre abundante. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)