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miércoles, 5 de mayo de 2010

SAN PÍO V, PAPA, CONFESOR Y DEFENSOR DE LA CATOLICIDAD

Haga cada cual la oferta conforme lo ha resuelto en su corazón,
no de mala gana, o como por fuerza;
porque Dios ama al que da con alegría.
(2 Corintios 9, 7)

San Pío V 
225º Papa de la Iglesia Católica (1566– 1572)

En el norte de Italia, entre Génova y los Alpes, se muestra al turista una humilde casita, blanca y bien cuidada, en la que el día de San Antonio, 17 de enero de 1504, nacía Antonio el futuro San Pío V. Sus padres, muy buenos cristianos y pobres, se llamaron Pablo y Dominga.

Desde muy niño quiso abrazar la vida religiosa pero se vio obligado a cuidar unas ovejitas para ganar algún dinero. Pronto alguien descubrió las excelentes cualidades que para el estudio adornaban al joven Antonio y le pagó el colegio. Los Padres dominicos que eran los dirigentes de aquella escuela quedaron admirados de su inteligencia y de la transparencia de su corazón y le abrieron su convento para que pudiera vestir el hábito de la Orden de Santo Domingo. El 18 de mayo de 1521 emitía sus votos religiosos con el nombre de fray Miguel de Alejandría.
Estudió en Bolonia donde se conserva el cuerpo de Santo Domingo. Aquí se le veía progresar en ciencia filosófica y teológica, y volar por los caminos de la santidad. El 1528 recibía en Génova la ordenación sacerdotal.
Una vez ordenado sacerdote se entregó de lleno a la predicación y a la defensa de la fe contra las herejías que de todo tipo se iban propalando por Italia. El fuego que ardía en su corazón quería inyectarlo en los ánimos de todos los oyentes. Fue en muchas ocasiones duramente atacado por los herejes y hasta en alguna ocasión intentaron quitarle la vida, pero siempre el Señor lo libró de sus enemigos. Siempre llevaba el hábito de su Orden y a alguien que le insinuó que por seguridad se lo quitase le contestó: "Preferiría ser mártir con el hábito puesto".
Sus enemigos llegaron a intentar empañar su inquebrantable fe y su fidelidad a la Iglesia. Gracias a que el mismo Papa supo defenderle y no dio crédito a tales calumnias. Pablo IV le nombró primero obispo y después cardenal. Fray Miguel quería huir de los honores pero éstos le buscaban a él. Fue Comisario General de la Inquisición y después Inquisidor Mayor de la Iglesia. El trabajo que en este campo desarrolló fue verdaderamente muy eficaz y justo, ayudando grandemente a que la herejía no se extendiera por muchos países.
Fray Miguel de Alejandría Ghislieri estaba bien seguro en su celda del Cónclave ya que por su gran humildad sabía que nadie pensaba en él. Al encerrarse los cardenales para elegir sucesor al Papa Pío IV, tres eran los candidatos pero ninguno nuestro fraile dominico. Pero otros eran los designios de Dios. El 7 de enero de 1566 era elegido y el 17 fue el día de la coronación. De nada sirvió que se opusiera a ello. Era el hombre que necesitaba la Iglesia en aquellos momentos. El pastorcillo de Bosco era elevado a Pastor supremo de toda la Iglesia.
La vida del Pontífice no cambió en su dedicación a la oración y austeridad de vida, sino que la aumentó aún más. Huyó del vicio de la época, que era el nepotismo. Procuró con todas sus fuerzas que Roma fuera una ciudad pacífica y cristiana y que fuera modelo de todas las ciudades del mundo. Basó su pontificado en estas cuatro columnas o dimensiones: la reforma de la Iglesia mediante la puesta en marcha de los decretos del Tridentino; la lucha contra los herejes; la cruzada contra los turcos que era la pesadilla de siempre para los cristianos y el fomento de las ciencias eclesiásticas. Es imposible resumir lo mucho y bien que trabajó para llevar adelante este programa. La historia nos confirma que lo consiguió a la perfección. Podía morir tranquilo. Dios le había elegido como su instrumento y no había sido inútil su labor.

Este santo Papa desplegó un celo constante por la propagación de la religión, una valentía infatigable por el restablecimiento de la disciplina eclesiástica, una vigilancia asidua para la extirpación de la herejía, una caridad inextinguible por el alivio de los pobres y una fuerza invencible en el sostenimiento de los derechos de la Santa Sede Apostólica. Por revelación conoció la victoria obtenida contra los turcos en Lepanto. En esta memorable ocasión fue cuando mandó añadir a las letanías de la Virgen, la invocación: Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
  
Agotado de fuerzas expiró el 1 de mayo de 1572. Lo canonizó Clemente XI el 22 de mayo de 1712.

MEDITACIÓN SOBRE LA ALEGRÍA ESPIRITUAL
 
I. Servid a Dios con alegría y no con tristeza. Esta alegría contribuye a la gloria de Dios, porque los hombres alaban su bondad cuando a sus servidores los ven alegres, aun en medio de sus austeridades. Los incita a la virtud, haciéndoles ver que no es tan difícil de practicar como se lo imaginan. Resúltanos ventajosa también a nosotros y mucho, porque con ella no se siente el peso de una carga que se lleva con ganas. Alégrate, pues, en Nuestro Señor, a fin de que todos los que te vean conozcan que lo sirves de corazón y no por fuerza.

II. Para desterrar la tristeza de tu corazón, destierra de él el pecado, purifica tu conciencia. Por el pecado entraron todos los males en el mundo y la tristeza en nuestra alma. Aun cuando la pureza de conciencia no produjese otro fruto que esta alegría de corazón que la acompaña, estaría ya suficientemente recompensada, tal como el solo pensar de una mala conciencia es ya un castigo del crimen. Nada es más triste que la ventura de los malvados (San Agustín).

III. Para conservar y aumentar esta alegría, piensa en Dios y en el paraíso. Dios ve tus trabajos. Él te prepara una corona de gloria. Que esta alegría se refleje en tu rostro y en tus palabras. Sabe que la virtud no tiene enemigo mayor que la tristeza y que no tenemos armas más poderosas para repeler a nuestros enemigos y para sus golpes, que la alegría que se tiene en Dios (San Juan Crisóstomo).

La alegría espiritual. Orad por los que están tristes.
 
ORACIÓN
Oh Dios, que para destruir a los enemigos de la Iglesia y restaurar el culto divino, elevasteis al bienaventurado Pío al sumo pontificado, haced que protegidos por su intercesión, de tal modo nos adhiramos a vuestro servicio que, triunfando de las emboscadas de todos nuestros enemigos, gocemos de inalterable paz. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)