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lunes, 11 de abril de 2011

DEL SACERDOCIO DE CRISTO: TESTIMONIO DE SAN PABLO

Tomado de SALUTÁRIS HÓSTIA.

San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, expone la excelencia del Real Sacerdocio de Cristo, como superación de la Ley de Moisés

“La Epístola a los Hebreos nos muestra toda la grandeza del Sacerdocio de Cristo a la luz de las ideas enunciadas por San Pablo en las Epístolas a los Romanos, a los Corintios, a Timoteo, sobre Cristo Redentor, Mediador Universal, Cabeza de la Iglesia, y sobre la necesidad de la fe en Cristo para salvarse: Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos (1 Tim. 2, 5).

La primera parte de la Epístola a los Hebreos tiene como fin mostrar la superioridad del sacerdocio de Jesucristo, mediador de la nueva alianza sobre todos los medios de que Dios se sirvió en el Antiguo Testamento para manifestarse a los hombres. Jesús, en su calidad de Hijo de Dios, es declarado superior a todos los sacerdotes de la antigua Ley, a todos los profetas que le han anunciado, superior a Moisés, superior incluso a los ángeles, que no son más que los servidores de Dios, mientras que Jesús es Hijo de Dios por origen y por naturaleza, Creador y Señor de todas las cosas (Heb. 1, 5, 13; 2, 28; 4, 24).

Y tal convenía, dice San Pablo, que fuese nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos; que no necesita, como los pontífices (de la antigua Ley), ofrecer cada día víctimas, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una sola vez ofreciéndose a sí mismo (Heb. 7, 26-27), no por sí mismo, sino por todos los pecadores, por todos los hombres.

San Pablo, para iluminar a los judíos recientemente convertidos y tentados a veces a volver a los ritos del sacerdocio levítico, les muestra que los ritos, las ofrendas y los sacrificios del culto mosaico eran sin duda múltiples, variados, que muchos estaban acompañados de una gran magnificencia externa, pero que eran ineficaces por sí mismos y tan sólo la figura de un gran sacrificio futuro, que debía llevarse a cabo no en la magnificencia externa, sino en la más perfecta desnudez sobre el Gólgota.

Pero Cristo, dice San Pablo, constituido Pontífice de los bienes futuros…, ni por la sangre de los machos cabrios y de los becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna… Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Heb. 9, 11-14). Tal es la eficacia, el infinito valor del sacrificio de Cristo.

Finalmente, mientras que los grandes sacerdotes de la antigua Ley se sucedían, segados por la muerte, Éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos (Heb. 7, 24-25). Él es el Sacerdote principal del sacrificio eucarístico, memorial de la Pasión, que será ofrecido hasta el fin del mundo.
  
Esta elevada doctrina sobre el sacerdocio de Cristo fue claramente formulada por la Iglesia en el Concilio de Trento, que nos dice: Puesto que la obra de la Redención no podía llevarse a cabo bajo el Antiguo Testamento, a causa de la debilidad del sacerdocio levítico, fue necesario, según la misericordia de Dios Padre, que otro sacerdote.. surgiese: Jesucristo Nuestro Señor, que pudo conducir a la salvación y a la perfección a todos los que debían ser santificados. Él mismo, nuestro Dios y Señor, antes de ofrecerse de una vez por todas a su Padre sobre el altar de la Cruz… en la última Cena dejó a la Iglesia, su esposa, un sacrificio visible que recuerda hasta el fin de los tiempos el sacrificio cruento de la cruz y nos aplica sus frutos. (Sesión 22 , cap. 1)”.

P. Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. 

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