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jueves, 15 de septiembre de 2016

LAS “DIACONISAS” JAMÁS EXISTIERON EN EL CATOLICISMO

Traducción hecha por E. N. para ADELANTE LA FE del artículo escrito por John Vennari en CATHOLIC FAMILY NEWS.
  
ESTRICTAMENTE HABLANDO, LAS “DIACONISAS” NUNCA EXISTIERON
   
Sobre el nuevo pánel de “diaconisas” de Francisco
Nunca ha habido y nunca podrá haber el oficio de “diaconisa” en la Iglesia católica.
 
Cuando uso la palabra “diaconisa” en este contexto, quiero decir la contraparte femenina del oficio varonil del diácono. Nunca ha existido tal oficio.
 
Sí, el término “diaconisa” en la historia de la Iglesia lo encontramos como un término impreciso que no solo variará de era a era, sino también de una ubicación geográfica a otra. El padre Aimé George Martimont autor de un escolástico y definitivo trabajo en este tema, titulado Deaconesses, An Historical Study, observa: «Los cristianos de la antigüedad no tenían ni una idea fija, ni única de lo que las diaconisas suponían ser» [1].
 
Aun así, el día 2 de agosto de este año, el “papa” Francisco creó una comisión para estudiar la posibilidad de permitir que las mujeres sirvan como diáconos en la Iglesia católica [entiéndase conciliar]. Continuar con esa aventura solo puede encender un mayor caos en la Iglesia y confusión entre los fieles.
  
Función extremadamente limitada
Nunca ha habido un oficio de diaconisas en la Iglesia latina [2]. Hemos visto algunas referencias a diaconisas en varios ritos griegos y orientales. Pero tal oficio no está uniformemente fundado en las Iglesias orientales y las menciones son esporádicas entre los siglos segundo y décimo. Algunas iglesias en territorios orientales, como la Iglesia en Egipto, Etiopía y los maronitas nunca aceptaron ningún oficio de diaconisas [3].
 
Las mujeres que fueron llamadas “diaconisas” no estaban ordenadas en ningún sentido de la palabra, pero recibían una cierta bendición para algunos servicios eclesiásticos. Esas “diaconisas” eran primeramente mujeres consagradas cuyo trabajo era altamente restringido, usualmente limitado a la asistencia a otras mujeres. Esto incluía asistir a mujeres en bautismos y otros servicios en los que la presencia de varones hubiera ofendido a la modestia.
  
«Por otra parte», escribe el padre Martimort, «debe ser fuertemente enfatizado que a las diaconisas nunca se les permitía enseñar o predicar en público» [4].
 
Ni tiene caso acudir a la Epístola de San Pablo a los Romanos en la cual Febe “la diaconisa” es mencionada. La mentalidad de la Iglesia en la materia está resumida en la enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. Leemos, «el doctor Angélico comentando el Nuevo Testamento… ve a Febe en la Epístola a los Romanos solo como una de esas “mujeres” que servían a Cristo y a los Apóstoles, o que llevaban a cabo trabajos de caridad en la manera de la viuda de I Timoteo 5, 10» [5].
 
Así para la Iglesia latina ofrecemos tres antiguos y autorizados textos que demuestran cuán extraña es cualquier idea en la naciente Iglesia sobre mujeres diaconisas, ordenación de mujeres y mujeres sirviendo en el santuario.
  
Tan temprano como el siglo IV, hay una ardiente directiva de los obispos del concilio de Nimes celebrado en el año 396 d.C. que dice:
«Igualmente, ha sido reportado por algunos que, contrario a la disciplina apostólica –y en efecto algo que nunca habíamos oído hasta hoy– se ha observado, aunque no se sabe exactamente dónde, que algunas mujeres se han elevado al ministerio de los diáconos. La disciplina eclesiástica no permite esto, por lo que es impropio; dicha ordenación debe anularse, desde que es irregular; y es requerida vigilancia en el futuro para que nadie actúe en esta manera temeraria otra vez». 
El concilio de Orange en 441 d. C., habló de modo similar:
«De ninguna manera deben ser ordenadas diaconisas. Si hubiera alguna, deben inclinar la cabeza bajo la bendición que es dada a todo el pueblo» [6].
Además existe el enérgico decreto Necessária rerum del papa San Gelasio, dirigido a los obispos de Italia meridional, fechado el 11 de marzo de 494. Aunque no trata directamente de las diaconisas, manifiesta que extraña es la idea de mujeres en el santuario realizando cualquier forma de función sacerdotal:
«Es con impaciencia que nos hemos enterado que las cosas divinas han sufrido tal degradación que mujeres ministro sirviendo en el altar han sido aprobadas. El ejercicio de roles reservados a los varones han sido entregados al sexo al que no pertenecen» [7].
¿Qué dirían los obispos de Nimes, el concilio de Orange y el papa San Gelasio acerca de la plétora de lectoras, chicas de altar, lideresas de oración, bailarinas litúrgicas y ministras eucarísticas que ahora revolotean en gran número en los santuarios post-conciliares?
  
No hay continuidad
Conforme seguimos el trabajo del padre Martimont –cuyo estudio calmado y meticuloso incluye vastas referencias históricas de textos, eucologías (rito oriental), pontificales, legislación eclesiástica, homilías, cartas y otros documentos pertinentes– nos damos cuenta que «falta la continuidad de la verdadera disciplina eclesiástica en el caso de las diaconisas» [8]. No hay continuidad de los antiguos días de la Iglesia con los actuales. Solo un “pisa y corre” de anticuarianismo modernista –prohibido por la Iglesia– puede “justificar” cualquier pensamiento acerca de establecer el oficio de las diaconisas.
  
Aun en los ritos orientales, la práctica no fue observada «siempre, en todas partes y por todos». La presencia de diaconisas era tan infrecuente y dispersa, como lo vemos en los escritos de San Jeremías, un hombre que viajó ampliamente por el Oriente y lo conocía bien y quien en «ninguna parte habla acerca de las diaconisas, ni siquiera en su carta de 394 al sacerdote Nepociano, a quien indica la actitud apropiada a adoptar respecto de las vírgenes y viudas» [9].
  
Como hemos anotado más arriba, la institución de las diaconisas estaba más frecuentemente relacionada con el bautizo de mujeres adultas. En varios ritos orientales, en ese tiempo, en un ritual que conecta el bautismo con Adán y Eva y el jardín del Edén, los adultos eran bautizados desnudos –una práctica felizmente extinta–) [10].
  
Así escribe el padre Martimont, «Como el bautismo de adultos era la norma, la necesidad que trajo su creación (el oficio de diaconisa) estaba geográficamente limitada y rápidamente quedó obsoleta». Y aún durante ese tiempo, las mujeres que asistían a mujeres adultas siendo bautizadas, no necesariamente debían ser “diaconisas”, pudiendo ser una piadosa matrona [11]. Otra vez, la práctica solo ocurrió en varias iglesias del rito oriental, nunca en el rito latino.
  
Un sumario conciso sobre las limitadas funciones de las diaconisas, está contenido en las Resoluciones Canónicas de Jacobo Baradaeo, obispo de Edesa (del rito oriental) escrito entre 683 y 708 d. C. Las instrucciones están en formato de diálogo:
«Addai: ¿Las diaconisas, como los diáconos, tienen el poder de poner una porción de la sagrada hostia en el cáliz consagrado?
Jacobo: De ninguna manera pueden hacerlo. Las diaconisas no se volvieron diaconisas en orden para servir al altar, sino más bien por ayudar a las mujeres enfermas.
Addai: Quisiera saber unas pocas palabras sobre cuáles son los poderes de las diaconisas en la Iglesia.
Jacobo: Ellas no tienen poder en el altar, porque cuando fue instituido, no era en nombre del altar, sino solo para cumplir ciertas funciones en la Iglesia. Estas son sus únicas facultades: barrer el santuario y encender las lámparas, y solo les está permitido desempeñar estas funciones si no hay un sacerdote o diácono a mano. Si ella está en un convento de mujeres, puede mover las sagradas hostias del tabernáculo (sagrario) solo no habiendo un sacerdote o diácono a mano y darlas solo a las otras hermanas o niños pequeños que pudieran estar presentes [Comentario de John Vennari: téngase en mente que esto es en el contexto del rito oriental, en el que la Eucaristía consagrada no es tocada por manos humanas sino que es entregada al comulgante mediante una pequeña cuchara], Pero no le es permitido a ella llevar la hostia fuera del altar ni, por supuesto, de ninguna manera debe tocar la mesa de la vida (el altar). Ella unge a las mujeres cuando son bautizadas; ella visita otras mujeres cuando están enfermas y cuida de ellas. Esas son las únicas facultades tenidas por las diaconisas en relación al trabajo de los sacerdotes» [12].
Aun si hablamos de los antiguos ritos orientales, cuando se habla de la “ordenación” de las diaconisas, la palabra “ordenación” está siendo usada en un sentido suelto que no tiene nada que hacer con el sacramento de las órdenes sagradas. El patriarca Severo de Antioquía, escribiendo en el siglo VI, explica, «en el caso de las diaconisas, la ordenación es llevada a cabo menos con vistas a las necesidades de ministerio que exclusivamente en vistas a dar honor». Continúa: «En las ciudades, las diaconisas habitualmente ejercitan un ministerio en relación al divino baño de regeneración en el caso de las mujeres que van a ser bautizadas» [13].
 
Anacronismo y ambigüedad
El oficio de diaconisas –esporádico como era– virtualmente desapareció sobre el siglo XI. Fue tan olvidado que los canonistas griegos y orientales de la Edad Media no tenían idea de quién o qué eran las diaconisas, pues para entonces, hacía largo tiempo que habían dejado de existir [14]. El oficio se había convertido en una curiosidad obsoleta.
  
Nada puede ser más anacrónico que el intento de “revivir” el oficio de diaconisa en una manera no relacionada con su limitada práctica de las Iglesias nacientes y usarla como un título oficial para formalizar la rabiosa novedad de mujeres en el santuario y de “ministras laicas” de la eucaristía.
  
Con todo, ese es precisamente el objetivo del nuevo panel de diaconisas de Francisco [15], que consiste en seis hombres y seis mujeres, una estructura políticamente correcta e igualada de género, más que un panel de estudiosos de incuestionable competencia observando la fe católica de todos los tiempos.
   
El panel incluye a Phyllis Zagano, investigadora senior de la Universidad de Hofstra en Nueva York, una audaz abogada de la ordenación de las mujeres. No es difícil imaginar cuáles serán las conclusiones del panel –una conclusión a favor de aprobar alguna forma de “diaconisas”–. Tal como lo conocemos de la sátira británica Sí, señor primer ministro, «El gobierno nunca abre públicamente el debate hasta que privadamente ha tomado una decisión».
  
Estamos dolorosamente alertas de las desgraciadas tácticas de las discusiones modernas que buscan introducir más revolución: enlodando las aguas históricas, imprecisión de términos, uso inteligente de anacronismos, ambigüedad calculada, silencio elocuente concerniendo cualquier hecho histórico que frustre cualquier conclusión contraria al último objetivo del panel. Combine todo esto con la masiva ignorancia de los no catequizados católicos que son los hijos de la revolución del Vaticano II, bajo la fuerte sacudida del pontificado potro-salvaje de Bergoglio que favorece las novedades y desprecia las “pequeñas reglas”. El resultado solo puede ser letal para la integridad doctrinal y litúrgica.

«Cargado con ambigüedad»
No hay necesidad de re-estudiar el asunto de las diaconisas, especialmente cuando el definitivo trabajo del padre Martimort ya demostró que el antiguo y esporádico oficio de las diaconisas no tiene nada que ver con mujeres desempeñando funciones sacerdotales.
  
No podemos hacer nada mejor que cerrar con el párrafo final del soberbio trabajo del padre Martimort. Él escribe: 
«la complejidad de los hechos acerca de las diaconisas y el propio contexto de esos hechos, prueba ser algo extraordinario. Existe el peligro de distorsionar ambos, hechos y textos, cuando uno esté tratando con ambos de segunda mano. También es difícil evitar anacronismos cuando tratamos de resolver el problema del presente con referencias a soluciones apropiadas a un pasado que hace mucho tiempo se fue»
El padre Martimort concluye: 
«el hecho es que la antigua institución de las diaconisas, aun en su propio tiempo, estuvo plagada con no pocas ambigüedades, como hemos visto. En mi opinión, si la restauración de la institución de las diaconisas fuera buscada después de tantos siglos, dicha restauración solo pudiera estar cargada con ambigüedades» [16].
Cualquier movimiento hacia el establecimiento de “diaconisas” esta ya condenado por las consistentes enseñanzas de los Papas, manifestado por lo dicho por el papa Benedicto XV, quien nos advirtió: «Queremos tener las leyes de los antiguos con gran reverencia, no dejen que nada nuevo sea introducido, sino solo aquello que ya haya sido dictado. Esto tiene que mantenerse inviolable en materia de fe» [17].
 
Introducir un nuevo oficio de diaconisas en la Iglesia post-conciliar en nada se parecerá a la historia y no contendrá algo que haya sido ya dictado. La práctica solo existió esporádicamente en varias localidades de la Iglesia oriental, fue severamente restringida en su actividad y desapareció durante el siglo XI.
 
Si las diaconisas son aprobadas, nos enfrentaremos a una embarazosa imitación de una práctica protestante contemporánea: ministras con caricaturescas ropas, pretendiendo ser hombres, usurpando actividades que pertenecen solo al sacerdote. Más allá, el oficio de las diaconisas acostumbrará a los católicos a ver mujeres en roles de líderes eclesiásticos y allanaran el camino para más “discusiones” sobre sacerdotisas.
 
La introducción de la destructiva novedad de las diaconisas solo puede llevarnos a más degradación de la Iglesia y el sacerdocio. Debe ser firmemente resistida.
 
NOTAS
[1] Deaconesses, An Historical Study (Diaconisas: Un estudio histórico), Aimé Georges Martimort, [San Francisco: Ignatius Press, 1986], p. 241. El libro es un tratado histórico exhaustivo y erudito, probablemente el mejor sobre el tema.
[2] Para una mayor comprensión, viendo la Parte II del libro del P. Martimort hemos econtrado la cita “Deaconesses in the Latin Church” (Diaconisas en la Iglesia latina). Aquí explica que hasta el siglo V no existía algo como eso, y cualquier cosa remotamente parecida a  alguna especie de diaconisa estaba estrictamente limitada a unos oficios particulares dentro –y solo dentro– de un convento de monjas, y aún así solo entre los siglos VI y XII.
[3] P. 182.
[4] Ibid, p. 247.
[5] Ibid, p. 226. Una discusión más amplia sobre “Febe de Cencrea” aparece en el libro del P. Martimort, páginas 18-20.
[6] Ambas citas (Nimes y Orange), Ibid, p. 193.
[7] Ibid., p. 196.
[8] Ibid., p. 242.
[9] Ibid., p. 192.
[10] Ver Ibid., pp. 131-132.
[11] Ibid., p. 242.
[12] Ibid., p. 143.
[13] Ibid., p. 128.
[14] Ibid., p. 242.
[15] “Pope’s deaconess commission includes women’s priesthood supporter” (Comisión papal para diaconisas incluye activista del sacerdocio femenino) Lifesitenews, 2 de Agosto de 2016.
[16] Deaconesses (Diaconisas), Martmort, p. 250.
[17] “Ad Beatíssimi Apostolórum Príncipis cáthedram”, Papa Benedicto XV, 1 de Noviembre de 1914.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)