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sábado, 10 de diciembre de 2016

EL TIRO DE GRACIA

Historia recopilada por Luis Veuillot
  
Un sabio y digno médico de los Pirineos, llamado Fabas, cierto día vio llegar a un hombre, que tenía en la pierna una herida hecha por el disparo de un arma de fuego. La llaga estaba terriblemente agusanada. El doctor procuró, en primer lugar, hacer desaparecer los gusanos, ya que le era imposible otra curación sin este paso previo. Pero no lo consiguió por ningún medio. Luego de varias atenciones en que la herida volvía a transformarse en un nido de gusanos, el paciente le dijo: “Doctor, basta ya de curaciones; no se preocupe; yo tengo que llegar al fin de mis días con esta herida agusanada”. 
  
En verdad, contestó el doctor, hay algo extraordinario en ella, que no alcanzo a entender. ¿Dónde recibió usted esta herida?” 
  
En España, como se lo he dicho varias veces. Pero quiero que por fin sepa usted por qué no me curo. Era en 1793. Salimos tres de nuestra aldea: Tomas, Francisco y yo, y los tres éramos incrédulos. Íbamos a la guerra, con el fusil al hombro, confiados en nuestra fuerza. Al cruzar por otra aldea, divisamos una estatua de la Santísima Virgen. Tomás nos propuso tirarle. Cargó su fusil y tiró: la bala hizo blanco en la frente de la estatua. Francisco hizo lo mismo y la bala dio en pleno pecho. ¡Vamos!, me dijeron, ahora te toca a ti. No me atreví a resistir. Cargué con mano temblorosa, cerré involuntariamente los ojos y disparé a la estatua, dándole...” “¿En la pierna?”, interrumpió el doctor. “Sí, en la pierna, arriba de la rodilla, exactamente en donde estoy herido”. Una aldeana que nos vio, dijo: “Vais a la guerra. Lo que acabáis de hacer no os traerá suerte”.
  
Esa misma tarde nos incorporábamos a nuestro regimiento. Pocos días después encontramos al enemigo. Un disparo salió de una torre: Tomas cayó muerto en el acto: la bala le había dado en plena frente, entre los dos ojos. Francisco y yo nos miramos. Él me tomó de la mano y me dijo: “¡Ahora será mi turno... dichoso tú que no tuviste puntería!”. El desdichado no se equivocaba. Muy pronto Francisco caía, atravesado su pecho por una bala. ¡Ah, qué muerte! ¡Se revolcaba pidiendo a gritos un sacerdote! Vuelto a Francia, después de la guerra, ya ni pensaba en aquellos sucesos ni en su castigo. Una vez en que teníamos marcha, y nos encontrábamos como a un día del pueblo de la estatua, por accidente inexplicable, un tiro escapado a uno de los nuestros, me alcanzó en el lugar donde tengo ahora la herida. Esta herida ha sido remedio para muchos, a quienes relaté mi historia y cambiaron de vida y sobre todo para mi alma; espero firmemente morir en gracia de Dios, por mediación de aquella a quien yo ultrajé.
   
ENSEÑANZA
Dios perdona cuando se le ofende, pero raras veces lo hace cuando se insulta a su Santísima Madre. San Anselmo dice a este propósito: “Quien tiene aversión a María, perece miserablemente”. El padre Olier añade: “Cuando las almas llegan a despreciar a la Santísima Virgen y se glorían de ello, se puede decir que todo ha terminado para ellas”. ¡Ay de aquel que insulte a María o a sus imágenes! El castigo es terrible; pues el ultraje contra María es como una marca en la frente, es signo de condenación, es el hierro candente que señala a los condenados.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)