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martes, 2 de enero de 2018

DIALOGAR CON MASONES, IDIOTEZ TOTAL

Traducción del artículo publicado en LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA.

  
Ha suscitado muchos interrogantes y perplejidad la iniciativa promovida por la Masonería siciliana de organizar un encuentro el pasado 12 de Noviembre con un obispo y un teólogo para discutir sobre puntos de cercanía y de lontananza entre el Gran Oriente y la Iglesia Católica. Pero no es la primera vez que los mandiles intentan pedir un diálogo con la Iglesia. Sucedió por ejemplo en 1977 y aún antes, en 1937, como está documentado por este escrito del Padre Paolo Siano para LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA. En entrambos casos la Iglesia refutó de plano una propuesta que preveía con arrogancia e intimidaciones, cierto morigeramiento del Papa frente a los Masones. Porque la doctrina masónica es inconciliable en todo aspecto con el Cristianismo. He aquí lo que sucedió entonces, para entender que este diálogo buscado por los grandes maestros en realidad esconde un abrazo mortal.
 
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Hace cuarenta años (1977), en la ciudad de Palermo, la Editorial de “Il Vespro” publica la primera y única traduccióne en lengua italiana de la “Carta” (en realidad un libro) dirigida al Papa Pío XI en 1937 por el masón Albert Lantoine (1869-1949), miembro de la Gran Logia de Francia y grado 33 y último del Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA) de Francia.
  
La edición italiana tiene un Prefacio del masón Giordano Gamberini (1913-2003), que entre 1961 y 1970 fue Gran Maestro del Gran Oriente de Italia – Palazzo Giustiniani (GOI), y en 1966 director de «Rivista Massonica» (órgano del GOI). Fue uno de los compiladores de la «Bibbia Concordata» (Mondadori, 1968) traduciendo el Evangelio de San Juan. Se empeñó en obtener para el GOI el reconocimiento de parte de la Gran Logia Unida de Inglaterra, que se obtuvo en 1972. Gamberini fue también “obispo” de la Iglesia Gnóstica de Italia con el nombre iniciático de «Tau Julianus» y 33° grado del REAA.
  
Como Lantoine, Gamberini 33º también propone un extraño armisticio entre la Iglesia y la Masonería, o sea, pretende que la Iglesia no hable más de la incompatiblidad entre el ser católico y el ser masón. Gamberini concluye su Prefacio haciendo suya una frase sibillina de Lantoine 33º, el cual afirma que en el día en que Hiram (el héroe y prototipo de los Maestros Masones) sucumba por segunda vez, también Cristo afrontará por segunda vez el ultraje de la turba... (cfr. G. Gamberini, Prefacio en A. Lantoine, Carta de un Masón al Papa. Giuseppe Mannino (editor). Editorial de “Il Vespro”, Palermo 1977, págs. 7-9).
  
Según Gamberini, Lantoine «da testimonio de la Masonería auténtica» (pág. 8) y es «el profeta» (pág. 9) sobre las relaciones entre la Masonería y la Iglesia. El libro de Lantoine 33º está permeado de la lógica iniciática de la “conciliátio oppositórum” (unión-identidad de los opuestos) por la cual Hiram & Cristo, la Masonería & la Iglesia, Lucifer & Dios, serían necesarios el uno al otro… Del texto de Lantoine se desprende que el futuro y la supervivencia de la Iglesia dependen de aceptar la propuesta masónica, de mandarle a los sacerdotes y eclesiásticos de bajar el tono frente a la Masonería…
  
Lantoine pronostica una tregua entre la Masonería y la Iglesia Católica a fin que entrambas no caigan bajo los golpes de los enemigos comunes: el comunismo y el nazismo (cf. A. Lantoine, Carta de un Masón al Papa, cit., pág. 29). Sin embargo, la “súplica” de Lantoine es extraña, ilógica, intimidatoria, amenazante; además parece que busca insinuar en Pío XI escrúpulos y complejos de culpa en el caso de no acoger el apelo masónico (cf. pág. 32).
  
Aunque pidiendo paz, Lantoine continúa acusando a la Iglesia de abusos de poder y de pecado grave contra la espiritualidad (cf. págs. 25-26)… Lantoine se revela como relativista: «Nosotros somos los exaltadores de una verdad que muta, vosotros los propagandistas de una verdad inmutable. Todo nos separa o parece separarnos» (pág. 32).
 
Luego Lantoine afirma que los masones y los católicos no deben ser enemigos, pero poco antes muestra una profunda aversión, suya y de la Masonería, ante la Iglesia en cuanto Dios no perdonó al Ángel rebelde y este no se rendirá jamás: «[…] ¿Debemos insistir aún en ser adversarios? ¡Quizá! Quizá… ¡toda vez que vuestro Dios no pudo perdonar al Ángel Rebelde, ni el Ángel Rebelde se rendirá jamás! ¿Debemos nosotros insistir aún en ser enemigos? ¡Ciertamente no!» (pág. 41, negrillas mías).
  
El espíritu de Lantoine está de parte de aquel Ángel, como se evidencia también en cualquier otro pasaje de su libro. Según Lantoine, la «élite» masónica y la católica deben aliarse «para el rescate de la belleza» y acantonar «divergencias de opiniones», «sectarismos» (cf. pág. 55). Pero después Lantoine admite que la Iglesia no puede aceptar el relativismo masónico: «No me hago soberbias ilusiones sobre el resultado de esta mi petició que quisiera hacer convivir la Duda y la Certeza. Pedir a la Iglesia dejar un poco al lado su intolerancia, significa creer contra toda lógica que Ella pueda abandonar el Monopolio de la verdad. Un sacrificio de tal género puede ser alguna vez más fácil para nosotros, para nosotros los masones que hacemos nuestro este pensamiento de [Gotthold Ephraim] Lessing: “El valor del hombre no se define, simplemente, por la verdad en cuya posesión cualquiera está o puede estar, sino en el esfuerzo honrado que ha realizado para llegar hasta la verdad. Así pues, no es por la posesión de la verdad sino por la constante investigación en pro de la verdad como se amplían sus fuerzas, y sólo en ellas consiste su siempre creciente perfeccionamiento”. Esta “búsqueda de la verdad”, que es el objetivo de nuestros trabajos, nos veta el orgullo de creerla inmutable» (págs. 55-56).
  
Lantoine espera que la Iglesia no se inmiscuya con los poderes políticos y que no ayude a tales poderes a perseguir a los masones… Después, coherente con la lógica de la unión de los opuestos, Lantoine observa: «El día en que Hiram sucumba por segunda vez bajo los golpes de sus hermanos malvados, vuestro Cristo afrontará, aunque Él por segunda vez, los ultrajes de la turba. Y la misma sepultura cerrará in ætérnum los restos de nuestro esplendor asesinado» (pág. 61).
 
Más adelante, Lantoine ribadisce la necesidad y unión de los opuestos: «Presionados como estamos por el instinto de examen, nosotros somos los servidores de Lucifer. Vosotros, los detentadores de la verdad, vosotros sois los servidores de Dios. Los dos maestros se completan. El uno tiene necesidad del otro. ¡No empujéis al Poder a exterminar a la Masonería! ¡Atended! Aquél día, para decirlo con Meleagro, vuestras vocinas de muerte explotarán: la muerte de Lucifer firmará la agonía de vuestro Dios» (pág. 65, negrillas mías).
 
Y luego Lantoine le pide al Papa silenciar a los sacerdotes que tienen aversión a la Masonería. Lantoine los describe como irascibles ante la paz, y presenta en cambio a los masones como pobres víctimas (cf. pág. 76)… Lantoine hace notar a Pío XI que mientras no silencie a aquellos sacerdotes, se acercará en la noche el cuchillo del matador: «Quizá todavía estamos a tiempo. ¡Papa! ¿No veis, en la oscuridad de la noche que se avecina, relucir el cuchillo del matador?» (pág. 76). No precisa cuál es el matador… Extraño modo de dialogar y de pedir la paz. ¿Pero qué tipo de paz? Hela aquí: ¡el no predicar más la incompatibilidad entre la Iglesia y la Masonería! ¿Pero qué verdadera paz, cuál auténtica cooperación es posible construir con quienes rechazan la Verdad inmutable y creen que Dios y Lucifer tienen necesidad el uno del otro?
  
P. Paolo María Siano FI.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)