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domingo, 29 de abril de 2018

EL ODIO DE HITLER A LA IGLESIA CATÓLICA

Artículo publicado por Isaac García Expósito en FORUM LIBERTAS
  
LO QUE HITLER DECÍA SOBRE LA IGLESIA: CONVERSACIONES CON HERMANN RAUSCHNING
  
Adolfo Hitler saludando a líderes católicos alemanes en un mítin de 1930. Aunque se debate cuáles eran realmente sus creencias, hay consenso en el hecho de que Hitler y el partido nazi usaban la religión como un factor de cohesión para granjearse el apoyo popular.
 
A pesar de las muchas mentiras vertidas sobre la relación entre Hitler y la Iglesia Católica, ésta constituyó siempre un dolor de cabeza para el Führer. Como todos los totalitarismos, Hitler intentó destruir a la Iglesia Católica empezando por la alemana.
   
Así nos lo demuestra Hermann Rauschning en su libro de 1939 «Hitler me dijo…», tristemente descatalogado. Rauschning, terrateniente de familia militar prusiana, fue nazi de 1926 a 1934. Arrepentido del nazismo, escribió sobre las ideas de Hitler. En el capítulo VII, titulado El Anticristo, recoge una conversación con el dictador acerca de la Iglesia Católica y lo que pensaba sobre ella.
 
Repasemos el pensamiento de Hitler detenidamente.
 
Sobre las religiones en general y el cristianismo en particular:
«¿Las religiones? Tanto valen unas como otras. Ninguna tiene porvenir, para los alemanes cuando menos. El fascismo puede, si quiere, hacer su paz con la Iglesia. Yo haré lo mismo. ¿Por qué no? Ello no me impedirá en absoluto extirpar el cristianismo de Alemania. Los italianos, gentes candorosas, pueden ser al mismo tiempo paganos y cristianos. Los italianos y los franceses, si radican en el campo, son paganos. Su cristianismo es superficial, epidérmico. Pero el alemán es distinto. Toma las cosas en serio: es cristiano o pagano, pero no ambas cosas. Por otra parte, como Mussolini nunca hará de sus fascistas héroes, poco me importa que sean paganos o cristianos.
  
Para nuestro pueblo, por el contrario, la religión es una cuestión capital. Todo depende de saber si permanecerá fiel a la religión judeocristiana y a la moral servil de la piedad, o si tendrá una fe nueva, recia, heroica, en un dios inmanente, en la Naturaleza inmanente, en la nación misma, en un dios inseparable de su destino y de su sangre».
Después de una breve pausa, Hitler prosiguió:
«Dejemos a un lado las sutilezas. Que se trate del Antiguo Testamento, o del Nuevo, o de las solas palabras de Cristo, como quiere Houston Stewart, Chamberlain, todo ello no es más que un solo y mismo bluf judaico. ¡Una Iglesia alemana! ¡Vaya una broma! Se es o bien cristiano, o bien alemán; mas no se puede ser ambas cosas a la vez. Podréis expulsar a Pablo de la cristiandad. Otros ya lo hicieron.
   
Puede hacerse de Jesús una noble figura y negar a un tiempo su divinidad. Es cosa de todos los tiempos. Hasta creo que existen en América y en Inglaterra, aún hoy, cristianos de esa catadura, llamados “unitarios” o algo por el estilo. Todas esas exégesis no sirven propiamente para nada. Por ese camino nunca llegaremos a libertarnos de ese espíritu cristiano que queremos destruir. No más hombres de mirar torcido hacia el “más allá”. Queremos hombres libres, que sepan y sientan que Dios está en ellos».
  
¿Cuál era el programa a seguir para destruir a la Iglesia?:
«Y nosotros, ¿qué programa deberemos seguir? Exactamente el de la Iglesia católica cuando impuso su religión a los paganos: conservar lo que puede conservarse y reformar lo demás.
  
Por ejemplo, la Pascua no será ya la Resurrección; será la eterna renovación de nuestro pueblo. Navidad será el nacimiento de nuestro Salvador, es decir, del espíritu de heroísmo y de manumisión.
  
¿No creéis que profesarán así nuestro dios en sus iglesias esos sacerdotes liberales, que ya no tienen creencia alguna y que ejercen una mera función? ¿No reemplazarán su cruz por nuestra cruz gamada?
   
En lugar de celebrar la sangre de su Salvador de antaño, celebrarán la sangre pura de nuestro pueblo; harán de su hostia el símbolo sagrado de los frutos de nuestra tierra alemana y de la fraternidad de nuestra grey. Claro que sí, yo os lo aseguro: comerán ese pan, y entonces, Streicher, se llenarán de nuevo las iglesias. Si lo queremos, será nuestro el culto celebrado. Pero aún es temprano para esto».
  
«Por el momento, puede permitirse que las cosas sigan su curso. Mas eso no durará. ¿Para qué una religión unitaria, una Iglesia alemana, desvinculada de Roma? ¿No ven que todo ello está superado? ¡Cristianos alemanes, iglesias alemanas, cristianos cismáticos! Todo eso sabe a viejas historias. Bien sé lo que debe fatalmente suceder, y llegado el momento favorable, ya nos encargaremos de que suceda así. Sin religión propia, el pueblo alemán no puede tener estabilidad. ¿Cuál será esa religión? Nadie lo sabe de momento. Lo presentimos, nada más».
   
«(…) esos profesores y esos ignorantes, constructores de mitos nórdicos, no nos sirven para nada. Estorban mi acción. Me preguntaréis por qué los tolero. Porque contribuyen a la descomposición, porque provocan desorden, y porque todo desorden es creador. Por vana que sea su agitación, dejémosles hacer, ya que nos ayudan a su manera, lo mismo que los curas. A unos y a otros los obligaremos a destruir por dentro sus religiones, vaciándolas de toda autoridad y todo contenido viviente, sin que subsista más que un vano ritual de frases huecas».
 
Es realmente curioso como muchas de las medidas preconizadas por Hitler para acabar con ella, se siguen aplicando hoy en nuestra sociedad posmoderna.
   
Hitler le reconocía un gran valor a la Iglesia católica. Él fue católico y eso le daba, a su entender, una ventaja sobre Bismarck, que era protestante, y por eso fracasó cuando aplicó su Kulturkampf:
«La Iglesia católica es una gran cosa. No por nada ha podido mantenerse durante dos mil años. Nos da una gran lección que aprender. Tal longevidad implica inteligencia y gran conocimiento de los hombres. ¡Oh, esos ensotanados conocen bien el corazón humano y saben exactamente dónde les aprieta el zapato! Pero su hora pasó. Ya lo saben bien. Tienen bastante entendimiento para comprenderlo y para no dejarse arrastrar al combate. Si, a pesar de ello, se les antojara entablar la lucha, no haría ciertamente de ellos mártires. Me contentaría con denunciarlos como vulgares criminales. Les arrancaré de la cara su máscara de respetabilidad. Y si esto no bastare, los tornaré ridículos y despreciables.
  
Haré filmar escenas que contarán la historia de los hombres negros. Entonces se podrá ver de cerca el cúmulo de locura, de egoísmo sórdido, de embrutecimiento y engaño que es la Iglesia.
      
Se verá cómo sacan dinero de cada país, cómo rivalizaron en avidez con los judíos, cómo favorecieron las prácticas más vergonzosas. Organizaremos el espectáculo de tal manera excitante, que todo el mundo querrá verlo, y habrá largas colas a las puertas de los cines. Y si los cabellos se erizan sobre la cabeza de los burgueses devotos, tanto mejor. La juventud será la primera en seguirnos. La juventud y el pueblo.
   
En cuanto a los otros, no los necesito. Les garantizo que, si yo lo quiero, aniquilaré a la Iglesia en pocos años, con lo que probaré lo hueco, frágil y engañoso del aparato religioso. Bastará un golpe serio para demolerlo. Los buscaremos por el lado de la rapacidad y de su gusto proverbial por la buena vida. Los emplazo, cuando mucho, para de aquí a algunos años. ¿A qué preocuparnos? Aceptarán todo, a condición de poder conservar su situación material. Sucumbirán sin combatir.
  
Ya husmean de dónde sopla el viento, pues no son mentecatos, ni mucho menos. Desde luego, la Iglesia fue algo en otros tiempos. En la actualidad nosotros somos sus herederos, porque somos también una Iglesia. Conocen su impotencia. No resistirán. Y si resistieran, nos da lo mismo. Desde el momento en que la juventud está conmigo, me es indiferente que los viejos vayan a enmohecerse al confesionario, si les viene en gana. Para la juventud la cosa es distinta, y ése es asunto mío».
  
A raíz de estas palabras, Rauschning recuerda cuando Hitler persiguió posteriormente «a los sacerdotes católicos por tráfico de divisas o por atentado a las costumbres, a fin de presentarlos a los ojos de la masa cual criminales, quitándoles de antemano la palma del martirio y la gloria de la persecución».
  
Para extirpar el catolicismo de las clases campesinas, Hitler pensaba en revitalizar el paganismo que, según él, se encontraba en el sustrato de las creencias de dichas clases:
«Sobre eso edificaremos. Nuestros campesinos no han olvidado sus creencias de otros tiempos; la vieja religión vive siempre. La cubre la mitología cristiana, que al superponérsele, cual capa de hollín, conserva el contenido del envase».
  
«Tengo dicho a Darré [Ricardo Walther Darré, Ministro del Reich de Agricultura y Abastecimientos, y Director de la Oficina de la Raza y Reasentamiento entre 1933 y 1942, N. del E.] –prosiguió- que era tiempo de abordar la verdadera Reforma. Darré me hizo proposiciones asombrosas, que aprobé en seguida. Rehabilitaré las antiguas costumbres por todos los medios. Durante la Semana Santa y en las exposiciones agrícolas ambulantes difundiré nuestro credo religioso por la imagen, y de un modo tan expresivo, que el campesino más obtuso comprenderá. No haremos lo que antes: no evocaremos el pasado con cabalgatas y mascaradas románticas. El campesino debe saber lo que la Iglesia le ha hurtado: la intuición misteriosa y directa de la Naturaleza, el contacto instintivo, la comunión con el espíritu de la tierra. Así es como debe aprender a odiar a la Iglesia. Debe aprender progresivamente de qué trucos se han valido los sacerdotes para robarles el alma a los alemanes. Rascaremos el barniz cristiano y volveremos a hallar la religión de nuestra raza. Hay que comenzar por la campiña, y no por las grandes ciudades».
  
«(…) No vamos a complicarnos en la estúpida propaganda marxista del ateísmo. En las grandes ciudades no queda absolutamente nada. Allí donde todo ha muerto es imposible reanimar nada. Mas nuestros campesinos viven aún sobre un fondo de creencias paganas, y partiendo de ahí podremos evangelizar algún día a las multitudes de nuestras ciudades. Aunque, como es natural, estamos aún lejos de ello».
  
Todo esto, como sabemos, se cumplió después.
   
Hitler fue derrotado, pero su insidiosa ideología, ¿ha desaparecido realmente?

4 comentarios:

  1. Un auténtico anticristo... teniendo a Himmler como su "sumo sacerdote".

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  2. Lo irónico, dilectísimo hermano y respetables lectores, es que los “vencedores” de la Guerra Mundial están imponiendo a los países del mundo las mismas políticas que planteara Hitler y su partido (programas de eugenesia y eutanasia, reconocimiento de “derechos” a los animales, control absoluto de los medios y de las empresas, persecución a la Iglesia Católica para remplazarla por la Estadolatría, operaciones “falsa bandera” en países limítrofes para garantizar un “espacio vital” -hoy la “estabilidad regional”-, etc.).

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  3. El germen luterano de Hitler era demasiado fuerte como para poder comprender el catolicismo sin degenerar en el deslizamiento hacia el panteísmo implícito en su pangermanismo seudowagneriano. ¿Un anticristo? Es dudoso. Más bien un esteta desquiciado devenido estadista.

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    Respuestas
    1. Esa misma conclusión puede aplicarse a Francisco José “Kiko” Gómez-Argüello Wirtz y su secta “Camino Neocatecumenal” (aunque en comparación, Kiko era pésimo pintor).

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)