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lunes, 9 de julio de 2018

BEATA JUANA SCOPELLI, MONJA CARMELITA

Traducción del artículo publicado por Cristiano Lugli, Portavoz del Comité Beata Juana Scopelli (Reggio-Emilia), en RADIO SPADA.

  
Corría el año 1412 cuando en Reggio-Emilia, de Simone y doña Caterina Scopelli, nacía Juana Scopelli, una gema de pureza que nuestra ciudad difícilmente volverá a gustar de nuevo. Corresponde hoy propiamente la memoria de esta gran Beata, cuyo culto fue aprobado por Clemente XIV en 1771.
  
Casi desde los primeros años de su edad, la jovencísima Scopelli mostró una devoción y una búsqueda de trascendencia nada común, mucho menos en una época en la que casi todos recitaban el Rosario cotidiano en el interior del pequeño hogar rodeado de numerosa prole. El voto de virginidad al Celeste Esposo no se hizo sino esperar, unido al deseo de vestir el hábito del Carmelo según el uso de las “mantellate” (terciarias) de ese tiempo.
  
Querer relatar tomaría demasiado espacio, desde el punto de vista histórico y cronológico, toda la vida y las obras de esta monja carmelitana de Reggio, por eso vale la pena reafirmarse solamente en las cosas más conocidas de su vida terrena, para concentrarnos principalmente sobre el tenor espiritual de este lirio rarísimo perteneciente a la Orden Carmelita de la antigua observancia.
  
Casi inexplicablemente, y con la sola confianza en la Divina Providencia, obtiene apoyo del obispo Filippo Zoboli y del Padre Tommaso Caravaggio, llegando a obtener la iglesia de San Bernardo, donde estaban los humiliatos, devenida después Santa María del Popolo, verdadero y propio monasterio de monjas carmelitas, uno de los primeros en Italia. Juana Scopelli fue de hecho un carisma importante para la difusión de la Segunda Orden en Italia y en Europa, gracias a una fortísima intraprendencia unida a la fortísima devoción por la Bienaventurada Virgen María, que la animó a escoger el hábito del Carmelo. La Virgen Santísima era venerada con particular fervor por la carmelita, inventora de la denominada “camisa de la Virgen”, que consistía en una infatigable cadena de Avemarías –15.000 para ser exactos– intercalados por una Salve Regína cada 100 Avemarías, concluyendo con la recitación del antiguo y sublime himno mariano “Ave Maris Stella”, alternado con el “O gloriósa Dómina”. En honor de la Virgen y de la Priora del monasterio, la comunidad carmelita continuó en esta pia devoción hasta el año 1773.
  
Una vida hecha de penitencias, ayunos, oración insaciable y contemplación de los misterios divinos alimentados por el amor a Jesucristo, definido por ella único tesoro de la vida al punto tal de llevarse prendida, bajo su hábito, solo una pequeña imagen de Jesús crucificado.
  
El Señor la colmó de múltiples gracias, especialmente la hizo una mística en grado de recibir todo el Amor descendente que del Cielo se abaja a la humana cratura, como una calamita que encuentra el polo solo atrayéndolo a sí. También, Dios, permitía también las tentaciones de esta alma virgen, muchas veces atacada por el Maligno enfurecido por la incapacidad de obtener de ella cosa alguna.
  
Los carismas obsequiados a la Priora de Santa María del Popolo hicieron scaturire una gran popularidad de esta pia carmelita, popularidad presente en la ciudad ya en su vida terrena. Muchos fueron los desesperados, moribundos y personas en dificultad que acudían a ella.
     
Con fuerza de Fe y grande abandono, la Beata combatió con fuerza también la herejía; en particular se recuerda el episodio del joven Agostino, rodeado de maniqueos y caído en la misma herejía. La madre de este, desesperada, se volvió a la monja para obtener la curación espiritual del joven hijo, que de nada quería saber. Las amenazas de la condenación eterna fueron las primeras armas con las cuales la Beata intentó convertir al joven, sin obtener resultados aparentes. Sin rendirse, Juana llegó a hacerse trámite y medio de esta conversión gracias a extremantes penitencias y oración asidua, escuchadas por su Señor, que iluminó así el intelecto del joven. El confesionario no se hizo esperar, y el milagro de la conversión sucedió bajo los ojos de muchos.
 
Esto y mucho más aun recordamos en la fiesta de la Beata Juana Scopelli.
     
Entristece mucho el hecho que en la ciudad su figura no es muy conocida. Muchos se han esforzado en hacer conocer la figura de la monja, primeros entre todos la profesora Giovanna Borziani Bondavalli, el padre Guido Agosti, Daniele Rivolti y la Dra. Elena Ambrosetti. Aunque no pueden estar solamente los historiadores o los apasionados en revivirla los que retornen en el dominio del espíritum cuya responsabilidad cae bajo la autoridad espiritual.
   
Vivo hace 25 años en Reggio-Emilia, y he descubierto esta figura inmensa hace poco más de un año: esto evidencia un no pequeño problema de fondo. Este año, parecía que la Diócesis había querido realzar y revivr la memoria de la Beata Scopelli, mas no se puede non hipotizar que esto sea debido –no completamente, cierto– a la constitución del Comité “Beata Giovanna Scopelli”, a quien no se puede dejar de darle un pequeño mérito: hacer conocida a nuestra querida Beata en la nación entera, hacer que la gente –entre ellos los reggianos– se interrogasen sobre una memoria olvidada. Históricamente sabemos que hasta los años 30 del siglo pasado el peregrinaje ante la urna de la mística era algo normal y casi semanal por parte de todos los citadinos. Hoy, entrando en la Catedral, se tiene la impresión que la Capilla Rangoni (bajo cuyo altar se encuentra la Urna con sus restos) está privada de devoción, pero más bien parece un lugar de pasaje entre la sacristía y otras zonas del Duomo. Ni una banca, ni un reclinatorio. Esto demuestra que un problema existe, y la devoción no es más conocida ni mucho menos considerada.
  
Hace algunos meses recuerdo hacer una conferencia en Rivalta precisamente sobre la extraordinaria figura de Juana Scopelli, encontrándome con un dato curioso: la mayor parte de las personas presentes, también de cierta edad, no conocían mínimamente a la monja reggiana del siglo XV, si no, aún más, habían oído hablar de ella.
  
Probablemente la salida en campo del Comitato “Beata Giovanna Scopelli” ha movido también a la Diócesis a tomar consciencia de esta necesidad, y esto, si así fuese, no puede menos que agradar. Está bien difundir y reavivar los cultos populares, tan queridos a la tradición de la Iglesia.
  
Sería pues absurdo, come ahinoi è capitato, hacer de la Beata Scopelli (o también de cualquier otro Santo en general) un marco de fábrica sobre el cual se deba exhibir un derecho o un vanto de propiedad. Es necesario recordar que todo reggiano puede, privadamente o públicamente en el modo que prefiera, rendirle veneración a una Beata cuyo culto está aprobado por la Diócesis, hasta el punto de poderla invocar también en la Santa Misa. Diversas serían las “reglas” si esto sucediera fuera de los contornos de la propia Diócesis.
  
Los Beatos y los Santos están relegados a sus urnas, que por caridad, es importante. Pero para llevar al pueblo a rezar ante estas urnas es importante que los Beatos y los Santos salgan.
  
Un poco como las numerosas construcciones abandonadas de las cuales nada se sabe. Muchas de las cuales dejadas a las hojas caídas de los árboles, al polvo y las telarañas. Esto sucede porque Dios no es más venerado en los cruces de las calles, en los bordes de las aceras, en las plazas y en los caminos rurales, sino que la devoción se ha vuelto intimista, y donde no lo debe o no puede serlo, lo importante es que permanezca algo capaz de no molestar demasiado; de hacerse visible, que regrese, para las fiestas rurales y poco menos.
  
Nosotros debemos hacer que la Beata Juana Scopelli vuelva a vivir, con fervor devocional, en el interior de la propia ciudad, en el seno de los hogares domésticos.
   
Su vida espiritual, más que histórica, nos recuerda la esencialidad de nuestra breve vida terrena: todo debe ser dirigido a Jesucristo. Nuestras acciones y nuestras intenciones, nuestras palabras y nuestras obras. El pecado en verdad desgarra al hombre y lo hace incapaz de su coherencia en el modo de pensar respecto al modo de actuar, pero esto no debe acobardar: nuestra Beata nos recuerda que la oración sincera lo puede todo. Dios es un Padre que siempre tiene los ojos vueltos hacia sus propios hijos, también con sus miserias, su orgullo, sus tribulaciones y sus penas. Él está allí, pronto a socorrer nuestros llantos y nuestros defectos. Basta invocarlo y no perder la esperanza, como aconseja el Beato Claudio de la Colombière: “En cuanto a mí, oh Señor, toda mi confianza se apoya sobre mi misma confianza; esta confianza en Vos nunca me ha engañado. He aquí por qué tengo la absoluta certeza de ser eternamente feliz, porque tengo la imperturbable confianza de serlo y porque lo espero únicamente de Vos”.
 
Nuestra magnánima Beata e ilustre conciudadana Juana nos ayude a consagrar al divino servicio toda nuestra vida, cada uno según su propio estado; interceda para que nuestro orgullo pueda ser abrasado para realzar el abandono perpetuo en la Divina Providencia, fuente y vía de todo bien según la voluntad del Cielo.
  
Su mirada y su escapulario protejan la ciudad entera de las insidias del Demonio, haciendo triunfar la Fe en Jesucristo, hacia quien todo debe ser encauzado.
 
ORACIÓN
Escucha, oh Dios, las oraciones que te dirigimos suplicantes por la bienaventurada Juana, a quien con la penitencia fortaleciste su espíritu contra los fraudes del demonio, y confírmanos por sus méritos e intercesión, para que, venciendo las insidias del enemigo, obtengamos la palma de la victoria. Por J. C. N. S. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)