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viernes, 10 de abril de 2020

CORONA DOLOROSA EN RECUERDO DE LOS DOLORES DE MARÍA

Devoción dispuesta por un sacerdote seglar de Ciudad de México en 1808.
 
CORONA DOLOROSA TEJIDA CON LAS AMENAS FLORES DEL SANTÍSIMO ROSARIO, EN RECUERDO DE LOS SIETE MAYORES DOLORES DE LA GRAN REINA DEL CIELO MARÍA SANTÍSIMA EN LA PASIÓN DE SU AMADO HIJO JESÚS, SALUD Y REDENCIÓN NUESTRA.
 
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ACTO DE CONTRICIÓN
Oh Dolorosísima Virgen María, por ser vuestro Hijo quien es, y porque le amo sobre todas las cosas, me pesa de haberle ofendido; quisiera ser tan feliz, que a vuestros Pies se me partiera el corazón de puro amor a Jesús, y de dolor de haberle injuriado con mis culpas. Valedme, Afligidísima Madre, para que muera yo mil veces, antes que otra vez ofenda a vuestro Hijo y mi Dios. Amparadme, para que con vuestro Patrocinio sea estable en mis propósitos, y firme en la resolución que protesto de primero morir que ofenderle. Amén.
   
PRIMER MISTERIO, EN QUE SE MEDITA LA PASIÓN DE CRISTO SEÑOR NUESTRO
Tristísima y Dolorosísima Virgen María, que desde tu retrete estabas mirando, y contemplando la algazara y vocería con que los ingratos Escribas y Fariseos, guiados del discípulo traidor, llegaron al Huerto de Getsemaní, y con denuestos, improperios, y blasfemias, echaron mano del Sacrosanto Cuerpo de tu amabilísimo Hijo, le ataron y aprisionaron: Concédeme, amabilísima Virgen, por esta agudísima pena, que no vuelva yo a entregarme por mi mano a el Demonio, ni admita los ósculos de paz que la carne y el mundo traidoramente me ofrecen para atar con mis culpas aquellas Manos en las cuales el Padre depositó todos los bienes; sino que huyendo de los lazos que estos enemigos me ofrecen con máscara de paz, me aprisione en las suaves cadenas, que Jesús tu Hijo padeció por mi amor, para que así cuando se desaten las de la vida, quede perpetuamente aprisionado en la suya en la Gloria. Amén.
   
SEGUNDO MISTERIO, EN QUE SE CONTEMPLA LA PRESENTACIÓN DE CRISTO A ANÁS Y CAIFÁS
¡Oh amantísima Madre del mejor Hijo! Quién podrá ponderar la agonía de tu Corazón amoroso, al contemplar el sentimiento de tu Alma, cuando presentado Jesús en las presencias de Anás y Caifás, en presencia de éste un maldito Soldado hirió su venerabilísimo Rostro con una bofetada. ¡Oh Señora, cuánta será tu pena! ¡Qué amargo tu dolor! Y cuanto más será el ver que hoy los malos cristianos, aun hacemos cosas peores: porque a aquellos les faltó la fe, pero nosotros con ella, y con las evidencias de tan continuados beneficios, somos más ingratos. Pues, Señora y Madre nuestra, vuestro Patrocinio nos ampare para la enmienda, y si hasta aquí con nuestras culpas, tantas veces hemos levantado la mano sacrílegamente para herir con ella el bellísimo Rostro de vuestro amado, desde hoy se extienda solo a la penitencia para que, por ella, y vuestra intercesión podamos ver sereno aquel Rostro en que desean verse los Ángeles allá en la Gloria. Amén.
   
TERCER MISTERIO, EN QUE SE MEDITAN LOS AZOTES
¡Oh Afligidísima Reina del Cielo! ¡cuál sería el dolor de vuestra Ánima al contemplar a Jesús en la presencia de Pilatos! El cual, después de muchas demandas y respuestas, y de no hallar culpa en el que nunca se tuvo, solo por satisfacer las instancias del Pueblo, le mando azotar cruelmente. ¡Oh Virgen Purísima, qué dolor tan agudo seria éste para Vos! ¡Qué pena para Jesús! Aquella suma Pureza verse en medio del día en un Palacio público, delante de tanta muchedumbre desnudar en carnes vivas, aun contra todo lo que la razón dicta de vergüenza, y honestidad, y esto por los más viles hombres de la tierra. ¿Y esto por salvar a aquellos mismos que cometían tan grande sacrilegio? ¿Y ésta por remediarme a mí, que tan continuamente le azoto, y desperdicio su Sangre con tanta culpa? Pues Vos Señora, Vos sola (que sola fuisteis en el mundo quien no concurrió en tan grave maldad) podéis desagraviar a vuestro Hijo, Vos sola podéis interceder por los hombres; Vos sola sois poderosa para alcanzarles el perdón de tanto desacato, y suplicarle que no descargue sobre nosotros los azotes de su Justicia sino que en esta vida nos dé azotes de trabajos y penas, para que mediante la penitencia de nuestros delitos, consigamos la gracia, y gozarle por tus dolores, y los vuestros en la Gloria. Amén.
   
CUARTO MISTERIO, EN QUE SE MEDITA LA CORONACIÓN
¡Oh Tristísima y Purísima Reina! Aun todavía no se ha saciado la malicia con haber dejado a vuestro Hijo tan otro, que lo vemos y no lo conocemos, según está de herido y maltratado. No se contenta, porque viendo que no había acabado con la vida en los azotes, el malvado Juez lo entregó a los guardas para que a su voluntad lo castigasen, y ellos lo ejecutaron coronándolo con juncos, y espinas penetrantes. Aquí, Señora, aquí es menester que vuestro pecho se esfuerza para oír las injurias con que lo tratan, para ver las mofas con que le burlan, para admirar los escarnios con que le vejan, y poniéndole por Cetro una caña; por Púrpura una vestidura vieja; por trono una dura piedra; y por Dosel el desnudo suelo; y que para celebrar la nueva investidura con ademanes, y gestos, hincándole la rodilla le dicen: «Dios te salve, Rey de los Judíos». ¡Qué dolor sería este para Vos Soberana Reina, que conocíais la entereza de su obrar, la excelencia de su Santidad, y la grandeza de su soberanía, ver al Supremo Rey de la Gloria escarnecido, y burlado, con tales insignias, con tales tratos, y de tales hombres! Oh, y ¿quién os acompañara en el sentimiento, como ha acompañado de los verdugos en el escarnio! Yo soy, Señora, yo soy quien innumerables ocasiones ha apretado, y encarnado esas penetrantes púas a vuestro Hijo con mis vanidades, con mis torres de viento, y pensamientos de tierra. ¿Pero qué podré yo hacer para aliviaros tanta pena, sino confesar mi culpa, llorar mi yerro! Y entre las cadenas de mi cautiverio proclamarle mi Autor, mi Criador, mi Conservador, mi Rescatador, mi Bienhechor, mi verdadero Dios, mi Eterno Rey, mi potentísimo Emperador, por quien espero tener la Corona de la Gloria. Amén.
   
QUINTO MISTERIO, DEL ENCUENTRO EN LA CALLE DE LA AMARGURA
¡Oh Dolorosísima, y Amantísima Virgen! Qué entendimiento (aunque sea Angélico) podrá explicar el dolor que penetró vuestro abrasado Corazón cuando habiendo salido de vuestro retrete en busca de vuestro querido, después de haber andado como diligente Esposa las calles y plazas, después de haber encontrado las guardias y Soldados de la Ciudad, ¿hallasteis a vuestro amado? ¡Qué herido! ¡Qué injuriado! ¡Oh Madre afligidísima! Ese que veis todo ensangrentado, llagado y herido, es aquel que con tanta gloria visteis aplaudido en Belén, ¿de Ángeles? Ese, que ahora va pedido, y condenado al suplicio infame por los Escribas y Sacerdotes, ¿es aquel Inocente Cordero a quien los Pastores veneraron en el Pesebre? ¿Es, por ventura, ése que estáis mirando Coronado de espinas, aquel Rey que adoraron las Coronas de los Magos? ¿Es ése, que todo el Pueblo ha voceado por peor que Barrabas aquel Señor a quien los Serafines aclaman, Santo, y Santísimo? Ea, llegad, Señora, llegad, aliviad tanta pena, desagraviad tanto desacato, Pero ¡oh dolor! Que ya los Ojos de María hablan a Jesús con lágrimas, y el Corazón de Jesús responde a María con suspiros. Ya aquellos dos amantes, los más finos se estrechan en sentimientos, más dolorosos, mientras menos explicados. ¿Qué es lo que a vuestra dolorosa Madre decís, Varón insigne de dolores? ¿Qué es lo que decís? ¿Y Vos, Mujer fuerte, Esposa querida, desconsolada Madre, ¿qué es lo que respondéis a vuestro atormentado Hijo? Mas no, Señora, no me lo digáis, que ya parece que lo oigo de sus Divinos Labios, ya juzgo que dice: que muere por un ingrato, que padece por un desconocido, que va a dar la vida por mí, que he sido la causa de sus dolores, y los vuestros. Pues, Señora dolorosísima, ¿qué acción habrá que pueda ser recompensa de una tan excesiva caridad, sino rendir vida al dolor, en reconocimiento de tanto beneficio? ¿Jesús va a morir? ¿María a padecer? ¿Y yo he de vivir? No Señora, muera yo al dolor de ser causa de las penas de Jesús; muera al sentimiento de ser instrumento de vuestras penas. Viva, pero solo para gemir tanto yerro. Muera, pero solo llorando tanta culpa. Viva muriendo en las amarguras de padecer por Jesús. Muera viviendo en la compasión de las penas de María hasta ir a tener por Jesús, y con María eternas dulzuras en la Gloria. Amén.
   
SEXTO MISTERIO, EN QUE SE MEDITA LAS TRES HORAS QUE ESTUVO EN LA CRUZ NUESTRO SALVADOR
¡Oh Dolorosísima Virgen Madre! Ya tu querido llegó al Monte de la Mirra, y ya a tu Purísimo Corazón se le llega aquel cuchillo agudo que traspasará tu Alma, tanto ha profetizado por Simeón, y desde entonces atravesado en tu dulcísimo Espíritu. Ya Señora, han taladrado la Cruz, ya desnudan aquel Virginal Cuerpo que tu pariste sin dolor, para a tu vista clavarle en ella, y levantarlo en alto con tantos dolores. Ya tremolan aquel Estandarte, insignia de nuestra sanidad. Ya mejor que allá Moisés en el Desierto fijó la Serpiente, fijan a la eterna Sabiduría del Padre en el Monte Calvario; y desde el alto mar de sus congojas, su abrasado pecho no os olvida. Allí os reconoce, allí os mira, allí os habla. Y qué os dice: «Múlier, ecce fílius tuus». ¿Y este es el cuchillo? ¿Este es el dolor más penetrante para vuestro Corazón, tan temido, y tan esperado? Si, sí, porque este es un nuevo parto en que por adopción nos prohijó Jesús hijos vuestros. ¡Y tanto dolor os costamos que éste entre todos vuestros Dolores es el mayor! ¡Oh alma mía! Y si tú supieras agradecer este beneficio: ¡Y, oh Soberana Madre y Señora nuestra! Pues si lo que mucho vale, mucho cuesta, hacednos conocer lo que valemos en la estimación de Jesús, pues le costamos la vida, y a Vos tantos Dolores: hacednos verdaderos hijos en la observancia de tus preceptos, fieles alumnos en la compañía de vuestros sentimientos, para poder ser dichosos compañeros del fruto de tantas penas, en las alegrías de la gloria. Amén.
   
SÉPTIMO MISTERIO, EN QUE SE MEDITA LA SEPULTURA DEL SEÑOR Y SOLEDAD DE SU SANTÍSIMA MADRE
¡Oh Tristísima y desamparada Virgen María! Que después de tan innumerables tormentos como padeció vuestro afligido Corazón, llegó al extremo de vuestros sentimientos en el desamparo de vuestra suma pobreza, pues os hallabais con el Cuerpo difunto de vuestro amoroso Hijo, y no tenías con qué bajarlo de la Cruz, amortajarlo, y darle honrosa Sepultura, hasta que el cielo movió los ánimos de aquellos dos piadosos Varones José y Nicodemo, de los cuáles, el uno pidió intrépidamente a Pilatos el Cuerpo para sepultarlo, y ambos lo bajaron del Suplicio infame, que su Madre la Sinagoga le había dado. Entre tanto, Vos, Tórtola amante, cándida Paloma, gemíais, y sollozábais, y aunque sentíais el desamparo y pobreza más os angustiaba el remedio, pues de él pendía vuestro mayor desconsuelo. Suspirabais, y anhelabais por no ver a vuestro Unigénito en el afrentoso Leño, y os causaba mayor ahogo el haberos de apartar del Sagrado Cadáver en el Sepulcro. ¡Oh Corazón invencible! ¡Hasta dónde han de llegar tus penas! Grande es como el Mar tu agonía, ¿quién podrá consolarte? Ninguna criatura; pues si pierdes en la compañía de JESÚS todas las delicias, en su ausencia todos los bienes, en su Vida tu Vida, ¿qué podrá consolarte? Solo un sentimiento, solo un dolor te podrá aliviar, y éste será el de mi obstinación, que más ciega que los Fariseos, más dura que los mármoles, arraigada en sus vicios, firme en sus apetitos, se duela, y se compadezca, no de ti, que aunque padeces, eres Pura, eres Santa; sino de sí misma, que con sus culpas fue la causa de tus penas. Y si esto alivia tus pesaras, si esto consuela tu Soledad, aquí estoy, Madre Dolorosa, aquí estoy, que quisiera primero haber dejado de ser, que haber sido tan ingrato: quisiera primero haber muerto a los mayores martirios, que haber faltado a la fidelidad de hijo tuyo: quisiera primero estar sepultado en los Abismos, que haber ofendido a tu Hijo. Y quisiera aniquilarme tanto en el dolor y pesar de mis culpas por ser ofensas de un Dios tan bueno, amable, y adorable, que, siendo el Alma incapaz de aniquilarse, la aniquilara en el fuego de tal sentimiento, para que Mariposa de tan dulce llama, Salamandra de tan suave incendio, acabando en la muerte del dolor, renaciera en la hoguera del amor para vivir Fénix de los Dolores de Jesús y de María en la Gloria. Amén.
   
Luego se rezarán tres Padres nuestros y tres Ave Marías gloriados a la Santísima Trinidad y después la siguiente oración:
   
Misericordiosísimo, Benignísimo y Poderosísimo Dios Trino y Uno, en quien creo, en quien espero, y a quien únicamente amo: Yo me postro ante el Trono de vuestra Majestad y Gloria, y os ofrezco la Sangre y Agua que derramó mi Jesús de su Costado, y por ella os pido por todos los que tienen Almas a su cargo, y por todos los Sacerdotes, para que dignamente administren los Santos Sacramentos, te pongo por intercesores, juntos con esta Sangre, los méritos de todos aquellos Santos a quienes les has concedido el comunicarles alguna parte de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, y te ruego que les perdones las culpas que en este su oficio hubieren cometido, para que libres de ellas te gocen, y todos juntos te adoremos en la Gloria, en donde vives, y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.
  
Madre llena de dolor
Haced que cuando expiremos,
Nuestras Almas entreguemos
En las Manos del Señor.
  
Quien a Dios quiere seguir,
Y en su Gloria quiere entrar,
Una cosa ha de asentar.
Y de corazón decir:
«Antes morir que pecar,
Y antes que pecar morir».
   
¡Oh Dulcísimo Jesús!
Yo te doy mi corazón,
Para que estampes en él
Tu Santísima Pasión.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)