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martes, 7 de abril de 2020

LOS TESTEJEHOVISTAS COMO SECTA PROTESTANTE RADICAL

Traducción del artículo publicado por Andrea Forti en RADIO SPADA.
 
Cuerpo Gobernante de los “Estudiantes de la Biblia” (el nombre de “Testigos de Jehová” lo adoptarán en la Convención de 1931) en 1918 (Joseph Rutherford, sucesor de Charles Taze Russell, es el segundo en la izquierda)

La reciente republicación del libro “Il Re degli Anabattisti” [El Rey de los Anabaptistas] de Reck-Malleckzewenn (Fede e Cultura, 2020) trae a la atención páginas olvidadas del fosco y turbulento período de la denominada reforma protestante, período que no fue, como actualmente está de moda sostener, un florecer de “buenas intenciones”, maguer arruinadas por las ambiciones políticas de este o aquel príncipe tedesco, sino un retorno de antiguas herejías consideradas muertas y sepultadas casi desde los primeros Concilios de la Cristiandad (primera entre todas el arrianismo).
   
A la reforma “regia” de los anglicanos y a aquella luterana, que mantenían (especialmente la primera) algunas “formas” católicas, aunque vaciadas de significado cuando no subvertidas, casi de súbito se contrapone la más radical de Calvino y de sus epígonos presbiterianos escoceses y puritanos ingleses, que intentaron demoler desde sus fundamentos los Sacramentos, comenzando por la Eucaristía, y por ende cualquier presencia residual de Liturgia y Jerarquía. A todas estas tres líneas principales de reforma se contrapusieron, con una bien conocida dinámica de radicalización revolucionaria, una plétora de pequeños movimientos, sectas y grupúsculos más radicales, que reprobaban a los ahora institucionalizados anglicanos, luteranos o calvinistas de haber traicionado el “espíritu de la reforma” por asemejarse siempre más a la odiada Iglesia de Roma, identificada con la grande prostituta de Babilonia por muchos de estos radicales.
   
En esta dinámica típicamente revolucionaria el puritano acusaba al anglicano, ya saqueador de monasterios católicos, de “papismo” (¡!) mientras el sectario a su vez acusaba al puritano de excesivo compromiso con el Mundo o con el poder, especialmente cuando el mismo puritanismo devino fuerza de gobierno, ¡incluso dictatura!, como en el Commonwealth británico de Oliver Cromwell.
   
Una vez entendida la lógica de la rebelión no era más teóricamente un fin a la radicalización de la misma, porque cada quien podía apelar a las Escrituras para fundar un propio grupo de “Verdaderos Cristianos” y para deslegitimar cualquier intento de reconstruir un orden político y social también solo vagamente “cristiano”; las Escrituras, “liberadas” finalmente de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, garantizada en su continuidad por la Sucesión Apostólica, acabaron en las manos de fanáticos y violentos demagogos, como el supracitado “Rey” anabaptista di Münster, de ambiciosos dictadores como Cromwell o de una infinita cantidad de improvisados fundadores de sectas, de corrientes y de conventículos que formaron el variado mundo de la “reforma radical”.
     
En el interior de estos grupos extremos era comprensible que volviesen en auge los errores ya debelados en los primeros siglos de Historia del Cristianismo; fue así un rebullir de visiones mesiánicos y milenaristas (como los Quinto-Monarquistas durante el Commonwealth cromwelliano), de sugestiones políticas comunistas (Thomas Müntzer, los anabaptistas de Münster o los Niveladores ingleses), e incluso retornó en auge la más importante y la más perniciosa de todas las herejías históricas del Cristianismo, aquel arrianismo derrotado en Nicea pero retornado en auge en los años de la “reforma” gracias a los secuaces de Lelio y Fausto Socino (dos italianos, tanto para recordarnos que el espíritu de la reforma no era solamente una “cuestión de nórdicos”) y de Miguel Servet, este último puesto a muerte no por la Inquisición católica sino en la Ginebra “reformada” de Calvino.
  
Todos estos grupos y exponentes de la “reforma radical” fueron seguramente minoritarios y a menudo combatidos accanitamente también por las mismas “iglesias” protestantes mayoritarias (luteranas, anglicanas o calvinistas), pero contribuyeron también a alimentar y tener vivo contra cualquier estabilización aquello que justamente Hilaire Belloc considera el verdadero núcleo de la “reforma”: no una precisa teología, no una precisa forma eclesial sino una atmósfera moral difusa hecha de separatismo y de rebelión a una cualquiera autoridad espiritual única y continua en el tiempo (a menos que, bien entendido, tal autoridad no sea aquella de la secta, movimiento o grupo de referencia).
  
La herencia histórica actual de estos grupos radicales es múltiple, como múltiple fue este mundo; se va de comunidades detenidas en el tiempo como los Amish anabaptistas de la Pennsylvania a la pequeña “Iglesia Unitaria (anti-trinitaria) de Transilvania” (de lengua húngara) hasta al teísmo racionalista de estampa proto-ilustrada de las varias “iglesias” Unitarias “libres y universales” difundidas en el mundo anglosajón. Los Estados Unidos en particular, nacidos ellos mismos como una suerte de proyección transatlántica del puritanismo inglés, fueron un verdadero y preciso crisol de nuevos movimientos religiosos de derivación protestante radical, baste pensar, entre los grupos más difundidos en el mundo, en los Mormones, en los Adventistas del Séptimo Día o en los famosos Testigos de Jehová. Todos estos grupos, en medida diferentenel uno del otro, del anabaptismo y de las sectas de la reforma radical, heredaron distintos elementos teológicos como el milenarismo, la negación de la inmortalidad del alma, el bautismo (y eventualmente el rebautismo de los fieles ya bautizados en la Iglesia Católica o también en las varias denominaciones protestante) de adultos, el radical rechazo y desprecio del Mundo y en algunos casos (Mormones y Testigos de Jehová) incluso la abierta negación neo-arriana de la Divinidad de Cristo y de la Trinidad (todo esto, obviamente, más allá de todas las desviaciones comunes a todas las denominaciones salidas de la reforma).
   
Entre todos estos grupos nacidos en el mundo de la Reforma radical y de los inconformistas angloamericanos, los Testigos de Jehová en particular, y en Italia todavía más, son el grupo actualmente más conocido en la opinión pública y al mismo tiempo más desconocido en su real naturaleza histórica y teológica.
  
Del grupo se conocen sobre todo algunos comportamientos casi anecdóticos, como la frenética (hoy tal vez un poco menos de un tiempo) actividad de proselitismo puerta a puerta o el rechazo de observar no solamente cualquier tipo de fiesta religiosa católica (¡obviamente!), sino también fiestas “civiles” o simplemente sociales y familiares como los cumpleaños.
   
Otro tanto conocidas, y más discutidas, son las prácticas comunitarias que a menudo colisionan con la ley estatal y con la sensibilidad pública, como el negarse a aceptar transfusiones de sangre, invluso a costa de poner en peligro la vida de los adeptos (incluso menores), o el tratamiento a los límites del ostracismo reservaeona los miembros “desasociados” (retirados o expulsados) por la Organización, a los cuales es vetado incluso el hacerse ver en público junto a los familiares que permanecen en el grupo.
   
Si hay presente en Italia una publicística que presenta en modo crítico los principales nudos de la historia y las problematicidades de la doctrina abiertamente heretical de los Testigos de Jehová, también es cierto por otra parte que todavía se fatiga en insertar este grupo en su cauce natural, precisamente el de la reforma radicao y el inconformismo angloamericano.
  
Los Testigos de Jehová nacen oficialmente en 1879 en Pennsylvania (el Estado “cuna” de la Revolución americana y centro religioso de muchas denominaciones protestantes estadounidenses), en la plenitud del tercer “Gran despertar” (Great Awakening) de la historia religiosa de los Estados Unidos, cuando un predicador autodidacta de nombre Charles Taze Russel (1852-1916), de profesión comerciante, fundó la revista “Atalaya de Sión y Heraldo de la Presencia de Cristo”, en torno a la cual se coaguló un nuevo movimiento denominado inicialmente “Estudiantes de la Biblia” y posteriormente renombrado en el 1931 “Testigos de Jehová” por el sucesor de Russel, el juez Joseph Rutherford (1869-1942).
  
Charles Taze Russel, de presbiteriano (era de familia de origen escocés del Ulster) y en seguida congregacionalista, elaboró su particular doctrina partiendo de las enseñanzas de William Miller (1782-1849), cuyo movimiento, el “millerismo”, centrado sobre el exacto cálculo del tiempo remanente al inminente Segundo Advenimiento de Cristo y sobre la doctrina de la no inmortalidad del alma, puede ser considerado e precursor directo del Adventismo.
   
Casi desde el inicio, el movimiento asume aquellas conocidas características teológicas propias de la reforma radical: un alto grado de separatismo de la sociedad, que es muy diferente al ser “en el Mundo pero no del Mundo” de cada cristiano, una soteriología rica de sugestiones gnósticas (como el doble nivel de salvación, uno para los simples fieles y uno más elevado para los 144.000 “ungidos”), una escatología milenarista y sobre todo un anti-trinitarismo de matriz neo-arriana y sociniana.
   
Aparentemente la estructura autoritaria, centralizada y jerárquica del grupo, difundida actualmente en todo el Mundo, unida al abierto anti-trinitarismo, harán a los Testigos de Jehová una confesión religiosa del todo nueva y totalmente escindida de la más amplia familia protestante de la cual indudablemente constituye una filiación; también en muchísima publicística católica “mainstream”, atenta a no obstaculizar el camino ecumenista post-conciliar, se tiende enfatizar la extrañeidad de la Watchtower (“Atalaya”, el nombre oficial de la célebre revista jehovista y de la Sociedad misma) a cualquier corriente teológica y espiritual salida de la Reforma, concentrándose sobre la personalidad de los fundadores, sobre lo extravagante de sus interpretaciones de las Escrituras o, con una visual totalmente “jushumanista”, sobre las discutibles prácticas sectarias del grupo en materia de transfusiones de sangre o de ostracismo de los “desasociados”.
  
Un tal escrúpulo todavía parece precisamente más útil al políticamente correcto ecuménico que a la verdadera indagación histórica y teológica, tanto como los totalitarismos del siglo XX se profundizan más en las individualidades excéntricas de los líderes y de los fundadores o las atrocidades cometidas que en los vínculos de estos regímenes con la “tradición” revolucionaria post-1789.
   
La naturaleza hipercentralizada y autoritaria de los Testigos de Jehová, lejos de asemejarse a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica, basada sobre una visible sucesión apostólica y sobre el Primado de Pedro, es un efecto, más que ser una negación, de la destrucción protestante de la “Iglesia Visible” que administra los Sacramentos en todo favor de la “Iglesia invisible” de los hombres iluminados interiormente por la Fe. En la visión de los Testigos de Jehová, común a la de muchas sectas anabaptistas e inconformistas, la “verdadera” Iglesia visible de Cristo cae en apostasía y desaparece ya en la muerte de los Apóstoles para dejar puesto a la presencia de la sola “Iglesia  Invisible” de los verdaderos creyentes que no se manifestó por siglos, en parte la aparición aquí y allá de algunos testigos de la “verdadera” fe (prácticamente e indistintamente todos los herejes de la antigüedad, del medioevo y de la era moderna, desde Arrio a Miguel Servet, pasando por Jan Hus), hasta cuando Charles Taze Russel al final del siglo XIX no restauró nuevamente una Organización (¡sic!) de auténticos fieles, restableciendo a la auténtica y originaria comunidad cristiana. Esta  visión “restauracionista” no tiene nada de nuevo, no es el parto de la fantasía de un predicador americano de fines del siglo XIX sino que es típica de tantos grupos nacidos de la Reforma y la forma autoritaria e centralizada, entre  partido político revolucionario y empresa multinacional, y fue gradualmente impuesta al grupo precisamente en la ausencia de una jerarquía legítima, siendo en los inicios los Estudiantes de la Biblia una sociedad religiosa de estructura congregacionalista. También en la historia de los Testigos de Jehová se repite en el ámbito religioso la involución totalitaria de muchos movimientos políticos revolucionarios, inicialmente antijerárquicos y libertarios y luego devenidos en liderísticos y autoritarios. El reino del terror anabaptista en Münster y la despiada dictatura militar de  Olivier Cromwell en las Islas Británicas de mediados del siglo XVII, ejercitada por medio de su New Model Army, primer ejército ideologizado de Europa, son ulteriores ejemplos de cómo un movimiento religioso “revolucionario” pueda tener salidas que no son libertarias. En las publicaciones de la Atalaya, todas consultables libremente en su base de datos en líneas, la estructura organizativa es por tanto descritas con criterios voluntarísticos/eficentistas y de “necesidad”, típicos de una organización política o comercial moderna, necesarios para expandir con eficacia la acción evangelizadora y para  organizar la comunidad de los verdaderos creyentes en vista del conflicto final entre Jehová y Satanás. La salvación del fiel viene por la adhesión a la Sociedad, de la obediencia a sus enseñanzas, que toman la forma de un verdadero y propio “magisterio” independiente de la misma afirmada “sola scriptúra” y de un intenso activismo que ocupa buena parte de las jornadas también del normal adepto de base, que intensificando su actividad predicatoria puede comenzar a escalar la jerarquía del movimiento según una típica lógica meritocrática y cuantitativa.
  
El mismo gran activismo práctico requerido a cada Testigo de Jehová, puede ser reconducido a esquemas hacendísticos típicos de  una sociedad como la americana, non es ni mucho menos del todo ajeno a una tradición “activista” propia del metodismo americano, que rehabilita la importancia de las “obras” entendidas sobre todo en el sentido activístico y organizativo de la acción de predicación y propaganda y de organización de congregaciones.
   
También los Testigos de Jehová en las últimas décadas han sufrido la general disminución de la práctica religiosa, pero el período de crisis e incertidumbre inaugurado por la incumbente pandemia del coronavirus wuhanense podría dar un nuevo empuje a movimientos neo-milenaristas y heréticos como los Testigos de Jehová o movimientos análogos (Adventistas, Mormones u otras pequeñas denominaciones apocalípticas todavía más sectarias, además de derivación no cristiana o sincrética).
   
Por aqueste motivo ahora más que nunca es necesario tener alta la guardia también sobre este “frente”, y sobre todo, no minimizar el alcance de tales fenómenos con frases que miran solo los aspectos más “folclorísticos” de tales movimientos.
  
Bibliografía esencial (inglés e italiano):
  • Ahlstrom, Sidney Eckman, A Religious History of American People, New Haven, Yale University Press, 2004.
  • Belloc, Hillaire, Las Grandes Herejías, Verona, Fede e Cultura, 2019.
  • De Mattei, Roberto, A la izquierda de Lutero, Chieti, Solfanelli, 2017.
  • Guéranger, Prósper, La Herejía Antilitúrgica y la Reforma Protestante, Chieti, Edizioni Amicizia Cristiana, 2018.
  • Paolillo, Nicola, Testimoni di Geova, Chi sono davvero?, Edizioni Crocevia, 2019.
  • Penton, James, Apocalypse Delayed: The Story of Jehovah’s Witnesses, Toronto, Toronto University Press, 2015.
  • Polidori, Valerio, La Bibbia dei Testimoni di Geova. Storia e analisi di una falsificazione, Bolonia, EDB, 2013.
  • Williams, George Huntston. The Radical Reformation, Kirksville, Truman State University Press, 2000.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)