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viernes, 24 de julio de 2020

SANTA CRISTINA LA ADMIRABLE, MÍSTICA Y ABOGADA DEL PURGATORIO

   
Cristina nació en Brusthem, población de la diócesis de Lieja, en 1150, en una familia campesina y devota. Al cumplir los quince años, ella y sus dos hermanas mayores quedaron huérfanas y fueron a vivir como eremitas. De ella lo que más ha trascendido son sus fenómenos místicos, narrados y autenticados por el cardenal Santiago de Vitry en su biografía de la beata María de Oignies, que la conoció personalmente.
   
Murió por primera vez muy joven, a los 22 años, y trasladaron el cuerpo de la joven en un féretro a la iglesia de Nuestra Señora para una misa de réquiem. Súbitamente, después del «Agnus Dei», Cristina se irguió, saltó fuera del féretro «como un pájaro», según cuenta su biógrafo y quedó colgada en una de las vigas del techo. Todos huyeron al punto de la iglesia, excepto la hermana mayor de la beata, que dio ejemplo de recogimiento y permaneció inmóvil hasta que la misa terminó. Entonces, el sacerdote que la celebró, ordenó a Cristina que descendiese del techo. Ella le explicó que «le repugnaba el olor nauseabundo de los pecadores empedernidos que asistían a su funeral» (esta sensación de olor nauseabundo ante el pecado, aún el más recóndito, le acompañó durante su vida, llegando a vomitar convulsivamente a la vista de algún pecador). Cristina declaró:
«Al punto que expiré, los Ángeles llevaron mi alma a un lugar espantoso, donde gran número de almas padecían tan crudos tormentos, que no hay lengua que baste a decirlos; yo tuve para mí que sería el Infierno, mas me desengañaron los Ángeles, diciéndome que era el Purgatorio, donde los pecadores que murieron arrepentidos, pero sin haber satisfecho suficientemente a Dios, iban a expiar sus pecados. Luego me llevaron a las torturas del Infierno. Allí también reconocí entre los réprobos a muchos de los que había conocido en vida. De aquí me llevaron al Paraíso a la presencia de la Divina Majestad. Cuando vi al Señor, me llené de gozo. Estaba bajo la impresión que podía quedarme con Él para siempre. El Señor conoció mi deseo y, viendo la angustia de mi corazón, me dijo: “Hija Cristina, en verdad estarás un día conmigo. Ahora, pues, te permito elegir: o quedarte conmigo desde ahora, o volver a la Tierra para cumplir una misión de caridad y sufrimiento. A fin de liberar de las llamas del Purgatorio a las almas que te inspiraron tanta compasión, tú sufrirás por ellas en la tierra: has de soportar grandes tormentos, sin morir por sus efectos. Y no solamente aliviarás a los difuntos, sino que el ejemplo que darás a los vivos y tu sufrimiento continuo amonestarán a los pecadores a convertirse y a expiar sus crímenes. Después de haber terminado esta nueva vida, regresarás aquí cargada de méritos”. Escogí lo segundo, porque entendí ser lo que más agradaba a su Majestad y lo que más persuadía la caridad y compasión para con aquellas almas. Entonces Él ordenó a sus Ángeles que me regresaran al mundo. Es con este solo objetivo, aliviar a los difuntos y la conversión de los pecadores, que he regresado a este mundo. Así que no te sorprendas de las penitencias que voy a hacer, ni de la vida que voy a llevar en adelante, porque Dios mismo me lo ha pedido. Será tan extraordinaria que nadie ha visto cosa semejante».
A partir de entonces los prodigios se sucedieron uno detrás de otro, relatados por el cardenal Vitry y por Tomás de Cantimpré OP:
   
El demonio la arrojó a un horno de pan, de donde salió ilesa, otras veces ella misma se arrojaba, para padecer algo similar, pero mucho menor a lo que padecían las almas, allí lloraba y gemía, pero no se quemaba. También llegó a poner las manos largo rato en los braseros, sufriendo grandes dolores, pero no las quemaduras. Otras veces se sumergía hasta durante una semana entera en el agua helada del río Mosa, en pleno invierno (una vez lo hizo luego que un sacerdote le negó la Comunión al verla). Se arrojaba a los molinos de agua, pasando su cuerpo por entre las ruedas, aplastando su cuerpo y dejándola con grandes dolores.
   
En algunos éxtasis místicos conducía a las llevaba a las almas de los recientemente fallecidos al Purgatorio y las del Purgatorio al Cielo. Volaba a la vista de todos, ante la simple visión de un pecador, alejándose de él; se remontaba a los árboles o las torres de las iglesias. Gozaba del don de la profecía, de milagros, de ubicuidad, cantaba con angelical voz himnos y salmos en latín (idioma que nunca aprendió)… y de mil y unos fenómenos más.
  
Ante estos fenómenos fue encerrada y encadenada, acusada de brujería, pero siempre salía volando, lejos del pecado y el no arrepentimiento, en medio de cantos de salmos o cánticos religiosos. Cierta vez, un hombre logró echarle mano al darle un golpe en una pierna con tanta fuerza, que parecía haberle roto los huesos. Las gentes llevaron a la herida a casa de un cirujano de Lieja, quien vendó fuertemente la pierna y encadenó a la joven a una columna. Cristina escapó durante la noche. En otras ocasiones, hacía todo lo contrario, se refugiaba en tumbas putrefactas, cuyo olor le era más soportable que el del pecado. Incluso en la cárcel, las llagas que le hicieron los grilletes, exhalaban un óleo milagroso que sanaba de sus llagas a otros presos. Otros milagros se sucedían en la pila bautismal donde había sido bautizada; allí todo enfermo que se metía era sanado en el acto. A pesar de la oposición eclesiástica era consultada por grandes personajes, como Luis II, conde de Loon (a quien constantemente reprendía por su mala conducta), o Santa Lutgarda.
    
Su biógrafo relata que después de que Cristina se encaramó a la pila bautismal de la iglesia de Wellen, «su conducta empezó a asemejarse más a la del resto de los hombres: se volvió menos inquieta y pudo soportar un poco mejor el hedor de los mortales».
   
Al final, el 24 de julio de 1224, falleció a los 74 años en el convento dominico de Santa Catalina de Saint-Trond, luego de un tiempo sin fenómenos y oculta a todos, pero llena de devoción de la gente, aunque también de recelo por parte de algunos clérigos, que no veían con buenos ojos aquellas cosas. Pero no murió de una vez, como los demás, sino que cuando había muerto el año anterior, una religiosa se arrodilló ante su ataúd, pidiéndole que la ayudase en su enfermedad; Cristina hizo su último milagro reviviendo y sanando a la religiosa.
 
Desde los bolandistas, los modernistas han llegado a hablar de un caso patológico de epilepsia o esquizofrenia. Pero contra ellos habla San Roberto Belarmino:
«Tenemos razón para creer el testimonio de Tomás de Cantimpré, puesto que tiene el aval de otro autor, Santiago de Vitry, Obispo y Cardenal, porque él relata lo que sucedió en su propio tiempo, y aun en la provincia donde vivió. Además, los sufrimientos de esta virgen admirable no fueron ocultos.Todos podían ver que ella estaba en medio de las llamas sin ser consumida, y cubierta de heridas, desapareciendo toda traza de ellas pocos momentos después. Pero más que esto era la maravillosa vida que llevó por cuarenta y dos años después de levantarse de entre los muertos, mostrando Dios claramente que las maravillas realizadas en ella por virtud de lo alto. Las sorprendentes conversiones que ella efectuó, y los milagros evidentes que ocurrieron después de su muerte, probaron manifiestamente el dedo de Dios, y la verdad de lo que, después de su resurrección, ella había revelado respecto de la otra vida.
 
Así, Dios quiso silenciar a esos libertinos que hacen profesión abierta de no creer en nada, y que tienen la audacia de preguntar con escarnio: “¿Quién ha regresado del otro mundo? ¿Quién ha visto los tormentos del Infierno o del Purgatorio?”. He aquí dos testigos. Ellos nos aseguran que los han visto, y que son aterradores. ¿Qué sigue, entonces, si no que los incrédulos son inexcusables, y que aquellos que creen y sin embargo no hacen penitencia están todavía más cerca de condenarse?». [En FRANÇOIS XAVIER SCHOUPPE SJ, El Purgatorio explicado por las vidas y leyendas de los Santos, parte 1, cap. XII: “Penas del Purgatorio: Belarmino y Santa Cristina la Admirable”.]
   
Sus atributos iconográficos más característicos son las alas y la hoguera, ambos alusivos a sus fenómenos místicos más conocidos. También se le suele representar volando por los aires y con una especie de escapularios que hacen referencia a su insistencia en la necesidad de la devoción mariana como prenda de no ir al infierno. Aunque se le acostumbra poner vestida de monja, no está claro si al final tomó los hábitos, todo parece indicar que no. Su culto, aunque no ha sido oficializado, se ha mantenido en la diócesis de Lieja, como patrona de las almas del Purgatorio, de los siquiatras y de los enfermos mentales.
   
ORACIÓN
Al proclamar, Señor, tus maravillas en la virgen Santa Cristina, suplicantes rogamos a tu Majestad, que así como sus méritos te fueron gratos, así también sean hallados aceptos los oficios de nuestra servidumbre. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)