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domingo, 25 de abril de 2021

SAN MARCOS Y TRIMALCIÓN, O LA PRESENCIA CRISTIANA EN LA CASA DE CÉSAR ATESTIGUADO EN UNA SÁTIRA ANTICRISTIANA

Traducción del artículo publicado por Giuliano Zoroddu para RADIO SPADA. Textos bíblicos tomados de la versión de Mons. Félix Torres Amat.
   
Inicio del Evangelio según San Marcos (Evangeliario Schuttern, siglo IX, fol. 71v)
   
«Os saludan todos los santos, y principalmente los que son de la casa o palacio de César». Así escribía San Pablo a los Filipenses: lo hacía desde Roma mientras estaba prisionero (se trata de la primera prisión del 60-63). Nerón, que ya había asesinado a su madre, tenía seis años de reinar en la Urbe, pero Jesucristo también reinaba allí.
   
Tertuliano nos dice que el nombre de Cristo fue introducido en la capital de la Gentilidad ya en el tiempo de Tiberio, en el año 35 dicen Eusebio de Cesarea y San Jerónimo (ver aquí); mas ciertamente la Fe verdadera fue oficialmente propalada por San Pedro que, según la tradición de los Padres, llegó durante el reinado de Claudio, en el 42. Y no pocos eran los Cristianos en aquellos años Sesenta si Tácito habla de “multitúdo ingens” refiriéndose a aquellos que Nerón hizo sádicamente matar en el circo después del incendio del 64 y entre ellos, según los Padres, también los príncipes de los Apóstoles (ver aquí).
   
También el Evangelio fue anunciado, sembrado y habría dado tal fruto que el árbol de la Iglesia daba su sombra sobre la capital del imperio pagano que devino, como la Providencia lo determinó, sede del imperio pacífico de Cristo.
   
Y la predicación fue hecha “coram quíbusdam Cæsariánis equítibus” (ante los caballeros de César) [1] por San Pedro y aún hoy nosotros la poseemos: se trata, según el unánime y antiquísimo consenso de los Padres, del Evangelio según San Marcos, fue precisamente su intérprete ante el auditorio; y llegó, viniendo en ciertos casos también escuchada en la misma corte del Príncipe.
   
Así lo confirma la epístola paulina de los Filipenses con la cual hemos abierto nuestro artículo; nos lo confirma la arqueología cuando nos muestra la lápida funeraria de un miembro de la gens Annea (la de Séneca) llamado Paulus Petrus, datable hasta la segunda mitad del II [2]; y lo confirma también un texto como el Satiricón de Petronio, el árbiter elegantiárum (árbitro de la elegancia) del prínceps y después víctima de su persecución.
   
Epitafio de Marco Anneo Pablo Pedro, hallado en la Vía Severiana de Ostia. La inscripción dice «D[is]. M[ánibus]. M[arco]. Annéo Páulo Petro, M[arcus]. Annéus Páulus fílio carí[s]simo» (Para el difunto Marco Anneo Pablo Pedro, hijo queridísimo de Marco Anneo Pablo).
  
En este texto, o mejor, en los fragmentos de él que están en nuestra posesión, algunos pasajes pueden ser leídos en clave cristiana o mejor anti-cristiana.
   
Tomemos como ejemplo la famosísima cœna Trimalchiónis: la cena de un vulgar liberto que en cierto punto se hace traer una “ampúllam nardi” [3] y se unge con ella, prefigurando así sus funerales, caracterizando el banquete en curso como una cena fúnebre. Banquete del cual se hace llevar en una sábana blanca, “strúngulam albam”, deseando que su cuerpo no padeciera la corrupción.
  
Banquete de Trimalción (fotograma de la película Satiricón, Federico Fellini, 1969)
   
¿Es demasiado osado hacer depender este texto del Evangelio según San Marcos? No, si consideramos el texto petroniano como una parodia: una parodia de la última cena; una parodia de la unción de Betania, cuando «Hallándose Jesús en Betania en casa de Simón el leproso, estando a la mesa, entró una mujer con un vaso de alabastro lleno de ungüento o perfume hecho de la espiga del nardo, de mucho precio, y quebrando el vaso, derramó el bálsamo sobre la cabeza de Jesús… Mas Jesús les dijo: […] Ella ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura, y hacerme en vida este honor» [4]: tanto más que si un antiquísimo códice latino, el Codex Cantabrigiénsis [Códice de Cambridge, del siglo V, encontrado por Teodoro de Beza (sucesor de Yohanán Cohen/Juan Calvino) tras el saqueo hugonote al monasterio de San Ireneo en Lyon, N. del T.], fuese realmente del siglo I como afirman algunos, la expresión “ampúllam nardi” del Satiricón correspondiese a la “ampúllam nardi” del dicho códice que vierte en latín el griego “alabastron myrou nardou” (ἀλάβαστρον μύρου νάρδου) del texto evangélico.
   
Aún menos peregrina aparece la dependencia de Petronio respecto a San Marcos –cuyo Evangelio habría sido compuesto hacia los años 60– si consideramos que el autor romano inserta en el contexto de la cena de Trimalción también un nefasto canto de gallo [6], y sabemos la importancia de este canto para San Pedro y su discípulo San Marcos.
   
Por más que solo estos pocos (¡si queremos considerarlos tales!) son las señales de un conocimiento por parte de Petronio del objeto de la fe cristiana: en el curso de toda la obra se diseminan burlas hacia la religión cristiana, burlas que son eco no solo de las habladurías populares sino de acciones imperiales frente a la que entonces era considerada una secta de judíos.
   
También la crucifixión de Cristo entre otros dos condenados, su sepultura y su resurrección son parodiados en la fábula de la matrona de Éfeso [6] –ciudad donde predicó San Pablo y donde fijaron su residencia también María y San Juan, que probablemente compuso su Evangelio aquí– reclamando la acusación del traslado del cuerpo y el consiguiente rumor puesto en circulación por los judíos [7] y de lo cual se ocupó también el Edicto de Nazaret de la época neroniana que precisamente castiga a los violadores de tumbas.
  
Y la misma Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es hecha objeto de parodia. El mentiroso Eumolpo de hecho promete dar su herencia a aquellos que a su muerte coman sus carnes [8]. Petronio usa la palabra “testaméntum”, el mismo término que es usado en los Evangelios y en las Cartas paulinas para indicar la Eucaristía. Y aunque aquí no se quiera aceptar la coincidencia, permanece la inequívoca alusión al canibalismo de los cristianos, creencia difundida entre los paganos que tenían una comprensión evidentemente deformada de la Misa.
   
Petronio pues no sólo conocía las prácticas cristianas, obviamente en su versión macabra, sino que muy probablemente habría tenido manera de llegar a conocimiento de algunos particulares que solo la predicación y su puesta por escrito podían formar. Tanto más que el suyo no es un caso aislado, sino que se inserta en una fila de alusiones a la nueva religión presente en varios autores tanto griegos como latinos, como lo demostró la ilustre profesora Ilaria Ramelli en sus obras*.

NOTAS
[1] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica II, 15.
[2] Corpus Inscriptiónis Latinárum, vol. XIV “Inscriptiónes Látii véteris Latínæ et Suppleméntum Ostiénse” (Inscripciones latinas del antiguo Lacio y Suplemento de Ostia), 566.
[3] Petronio, El Satiricón, 77, 7 – 78, 4.
[4] Marc. XIV, 3-9.
[5] Petronio, El Satiricón, 74, 1-3.
[6] Ibid., 111-112.
[7] «Algunos de los guardas vinieron a la ciudad, y contaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo que había pasado [la resurrección, N. del R.], y congregados estos con los Ancianos, teniendo su consejo, dieron una grande cantidad de dinero a los soldados, con esta instrucción: Habéis de decir: Estando nosotros durmiendo, vinieron de noche sus discípulos, y le hurtaron. Que si eso llegare a oídos del presidente, nosotros le aplacaremos, y os sacaremos a paz y a salvo. Ellos, recibido el dinero, hicieron según estaban instruidos; y esta voz ha corrido entre los judíos hasta el día de hoy» (Matth. XXVIII, 11-15), versión de Mons. Antonio Martini.
[8] Petronio, El Satiricón, 141, 2.

* I cristiani e l’impero romano (Los cristianos y el imperio romano), Génova-Milán, 2011. I romanzi antichi e il Cristianesimo (Las novelas antiguas y el Cristianismo), Eugene (Oregón), 2012

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)