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martes, 11 de mayo de 2021

DÍA ONCE DEL MES, EN HONOR A SAN FRANCISCO DE JERÓNIMO

Dispuesto por el P. Dr. Ignacio María Lerdo de Tejada y Matute SJ, y publicado en México en 1841.
     
DÍA ONCE DE MES AL GLORIOSÍSIMO TAUMATURGO DE NÁPOLES SAN FRANCISCO DE JERÓNIMO Y GRAVINA, DE LA SAGRADA COMPAÑÍA DE JESÚS
   
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
    
INVOCACIÓN
Augustísima Trinidad, origen fecundo e inagotable de todos los bienes: ¡Cuán admirable sois Señor, en todos vuestros Santos! ¡Cuán amable en los favores y gracias con que os dignáis engrandecerlos! En vuestro Siervo Francisco de Jerónimo nos habéis dado una nueva prueba de vuestra rica liberalidad para con aquellos que de corazón os invocan, y de vuestra paternal providencia para con todos cuantos os sirven y adoran. Tanta luz sobrenatural en la inteligencia de los altos misterios de vuestra fe, y de las eternas verdades del Evangelio; tanta energía y eficacia en el manejo de vuestra divina palabra; tanto ardor de caridad en la infatigable ocupación de reducir almas perdidas al amor y gracia de su Dios; tanta santidad en el ejercicio de todas las virtudes, derramando por todas partes el buen olor de Cristo; tanta maravilla y tanto prodigio en utilidad y remedio de los mortales afligidos: todos estos dones, Señor, que abundosamente comunicasteis al bienaventurado Francisco, me demuestran con claridad, que no se han acabado aún vuestras antiguas misericordias, y que hoy, lo mismo que en los tiempos pasados, sois cuidadoso protector de vuestra Iglesia, buen pastor de vuestro rebaño, y fiel conductor de vuestro pueblo por en medio de las turbaciones del siglo: ellos me convencen de que nunca dejáis de poner a la vista de vuestros hijos, testimonios firmes de la verdad, que los consoliden en su creencia, y modelos perfectos de virtud, que puedan imitar en su conducta: ellos, en fin, me enseñan, cuán bueno sois para con todos los que os temen, cuán dulce y suave para con todos los que os aman, y cußn generoso y magnifico en honrar a los que os honran. Os bendigo, Señor, y alabo por la copiosa efusión de bendiciones que a manos llenas derramasteis sobre vuestro buen Siervo y fiel ministro Francisco de Jerónimo, y sobre sus celosas tareas en promover vuestra gloria y la honra de vuestro nombre, y en multiplicar el número de vuestros devotos adoradores. Deseando yo ser uno de ellos, os adoro, Señor, os invoco, y por los méritos del mismo vuestro Siervo Francisco os ruego, que aceptéis este pequeño obsequio de mi gratitud en acción de gracias por la sublime grandeza a que lo elevasteis, y esta humilde súplica que por su intercesión os dirijo, pidiéndoos que mi alma, libre ya de las cadenas del vicio y del pecado, y separada de las ilusiones seductoras del mundo y del Demonio, se mantenga siempre constante en su profesión de la verdadera fe que Francisco con tanto celo defendía, en la práctica de las virtudes, a que Francisco con tanto fervor exhortaba, en la observancia de vuestros mandamientos santo, cuya excelencia y provechos Francisco con tanta elocuencia persuadía. Amén.
   
Un Credo, en reverencia de la Santísima Trinidad.
   
ORACIÓN
Y bien, oh padre amantísimo y gran protector mío Francisco de Jerónimo: estáis ya triunfante y glorioso en el Cielo, ciñendo vuestras sienes con la inmortal corona debida a vuestros copiosos méritos y sublimes virtudes: estáis ya cogiendo el fruto de vuestras fatigas y sudores en treinta y ocho años de continuadas misiones: estáis ya gozando de Dios, y disfrutando, además el placer indecible de alabarle acompañado de tantas almas que arrancasteis con vuestra predicación de las garras del demonio, y de tantas otras que dirigisteis con soberano magisterio por el camino de la virtud y perfección: estáis ya seguro de vuestra dicha y felicidad por todos los siglos; más de nuestro riesgo y peligro, ¿no estaréis todavía solícito? Cercano ya al trono de la misericordia, ¿habréis perdido aquellas piadosas entrañas que acá en la tierra os urgían a procurar el bien y el remedio de cuantos os buscaban? ¿No será, por el contrario, ahora más ardiente vuestra caridad, más tierna vuestra compasión, más activa vuestra beneficencia, y más poderoso vuestro valimiento? Sí, amoroso padre: aparecisteis en el mundo para que muchos se salvasen por vuestra persuasión y ejemplo, y subisteis al Cielo para que muchos más se salven por vuestra intercesión y patrocinio. He aquí pues, a vuestras plantas, he aquí postrado en vuestro acatamiento a un infeliz pecador que necesita hagáis brillar con vuestro admirable poder, y en él renovéis los prodigios que millares de veces habéis hecho para sacar almas de los atolladeros de sus vicios; haced uno ahora para sacar la mía de la mísera servidumbre en que la tienen sus pasiones. Multiplicasteis vuestros méritos haciendo a muchos convertirse de sus extravíos; aumentad ahora vuestro regocijo y la gloria de vuestro Dios, obteniéndome la gracia de un sincero arrepentimiento de todas mis culpas, y de una total conversión de mi corazón hacia su Criador y Señor. Resplandecéis como estrella en el firmamento, porque a muchos enseñasteis el camino de la justicia y santidad: alcance yo ahora por vuestro medió la luz de que necesito, para enderezar mis pasos por las sendas de la virtud, y aquella sabiduría celestial que enseña a discernir con acierto entre lo malo y lo bueno, y a conocer en todas cosas cual sea lo más agradable a Dios y lo perfecto. Ea, pues, o poderoso abogado de todos los que os invocan angustiados: mis tribulaciones temporales no son las que más me aquejen; vedlas, sin embargo, y en ellas impetradme, o el remedio si ha de convenir a la gloria del Señor y salvación de mi alma, o la entera resignación y conformidad con la voluntad divina: pero en mis angustias y tribulaciones de espíritu, aquí es donde os ruego que hagáis alarde de vuestra protección: no rehusó beber el cáliz que me alarga la mano paternal de mi Dios; más haced, o santo mío, que su amargura postre a mi alma en desfallecimiento, ni convierta yo en veneno lo que viene ordenado para mi remedio: sirvan mis aflicciones, no de tentación, vino de prueba en que mi espíritu se purifique y acrisole, para hacerse capaz de Crecer cada día más en el santo amor de su Dios, hasta llegar a verle, gozarle y glorificarle en vuestra compañía en la gloria. Amén. Padre nuestro y Ave María con Gloria Patri.
    
HIMNO
    
¡Oh tú, que en tus angustias
Del profundo del pecho
Arrojas tristes ayes,
lanzas suspiros tiernos!
    
Acógete a las aras
De Francisco, y gimiendo,
Implora su socorro
Con afectuosos ruegos.
    
Él las huestes horribles
De los demonios fieros
Ahuyenta, y pone en fuga
Llenas de espanto y miedo.
   
Él impide nos dañen
Con sus artes perversos,
Con sus crueles astucias,
Con sus ardides negros.
     
A él la tierra y el agua,
A él el aire y el fuego,
Se sujetan vencidos
De su poder excelso.
     
Obedientes, puntuales
A su voz, a su imperio,
Refrenan humillados
Sus ímpetus horrendos.
    
De los crueles dolores
El escuadrón funesto
A él respeta, a él se rinde,
A su mando sujeto.
   
Al punto que él lo manda,
Al oír su precepto,
Ve sus fuerzas perdidas,
Y vuelve atrás violento.
    
Su grande Patrocinio,
Si se pone por medio,
Los delitos esos acaban,
Y tu hábito viejo.
    
Se vuelve a la virtud
Su brillo y fulgor bello,
Y entra con esto el alma
En calma y en sosiego.
   
Digan los italianos,
Los indios, los íberos,
Los alemanes digan,
Y todo mundo entero:
   
Cuán perenne, cuán pronto,
Cuán dulce es el consuelo,
Que él da a cuantos le invocan
En todo caso adverso.
    
Por siglos de los siglos
Sea dada al Padre Eterno,
Y al Hijo eterna Gloria,
Y al Santo Paráclito. Amén.
  
Antífona: Este hombre, despreciando al mundo y todo lo terreno, y venciendo al demonio, con sus obras y con sus palabras, atesoró en el cielo riquezas inmortales.
℣. A este justo encaminó el Señor por sendas rectas.
℞. Y le manifestó el reino de Dios.
    
ORACIÓN
Oh Dios, que para salvación de las almas hiciste al bienaventurado Francisco insigne predicador de tu palabra: concédenos por su intercesión, que el empleo continuo de nuestro espíritu sea meditar tus santos mandamientos, y el de nuestras obras fielmente cumplirlos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)