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domingo, 30 de junio de 2024

Mons. VIGANÒ ACUSA A BERGOGLIO DE HEREJÍA


El 28 de Junio, día límite que le había sido fijado para presentar(se) ante el Palacio del Santo Oficio, Mons. Carlo María Viganò acusó a Francisco Bergoglio de herejía y le contestó a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X que, a más de zanjar distancia de Viganò, rechaza que citara a su fundador Marcel Lefebvre y equiparara su resistencia con la de él (Fuente: EXSÚRGE DÓMINE):


J’ACCUSE
Declaración por S. E. Mons. Carlo Maria Viganò, arzobispo titular de Ulpiana y nuncio apostólico, sobre la acusación de cisma

«Incluso si nosotros o un ángel del cielo os anunciamos un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como ya hemos dicho, lo repito ahora: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema».
Gál 1, 8-9
   
«Cuando pienso que estamos en el palacio del Santo Oficio, que es testigo excepcional de la Tradición y de la defensa de la Fe católica, no puedo evitar pensar que estoy en casa, y que soy yo, el acusado, a quien llamáis “el tradicionalista”, quien tendría que juzgaros». Así, en 1979, el arzobispo Marcel Lefebvre fue convocado al antiguo Santo Oficio, en presencia del prefecto cardenal Šeper y otros dos prelados.

Como dije en la declaración del pasado 20 de Junio, no reconozco la autoridad del tribunal que pretende juzgarme, ni la de su Prefecto, ni la de quien lo designó. Esta decisión mía, ciertamente dolorosa, no es fruto de prisas ni de espíritu de rebelión; más bien dictado por la necesidad moral que como Obispo y Sucesor de los Apóstoles me obliga en conciencia a dar testimonio de la Verdad, es decir de Dios mismo, de Nuestro Señor Jesucristo.
    
Afronto esta prueba con la determinación que nace de saber que no tengo motivos para considerarme separado de la comunión con la Santa Iglesia y con el Papado, al que siempre he servido con filial devoción y fidelidad. No podía concebir un solo momento de mi vida fuera de esta única Arca de salvación, que la Providencia ha constituido como Cuerpo Místico de Cristo, en sumisión a su divina Cabeza y a su Vicario en la tierra.
   
Los enemigos de la Iglesia Católica temen el poder de la Gracia que actúa a través de los Sacramentos y especialmente el poder de la Santa Misa, un terrible katejón que frustra muchos de sus esfuerzos y gana para Dios muchas almas que de otro modo estarían condenadas. Y es precisamente esta conciencia del poder de la acción sobrenatural del sacerdocio católico en la sociedad la que está en el origen de su feroz hostilidad hacia la Tradición. Satanás y sus secuaces saben muy bien qué amenaza representa la única Iglesia verdadera para su plan anticristo. Estos subversivos –a quienes los Romanos Pontífices denunciaron valientemente como enemigos de Dios, de la Iglesia y de la humanidad– son identificables en la inimíca vis, la masonería. Se infiltró en la Jerarquía y logró hacerla deponer las armas espirituales que tenía a su disposición, abriendo las puertas de la Ciudadela al enemigo en nombre del diálogo y de la fraternidad universal, conceptos intrínsecamente masónicos. Pero la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su divino Fundador, no dialoga con Satanás: lo combate.

LAS CAUSAS DE LA CRISIS ACTUAL
Como destacó Romano Amerio en su ensayo fundamental Iota unum, esta vil y culpable entrega comienza con la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II y con la acción clandestina y muy organizada de eclesiásticos y laicos vinculados a las sectas masónicas, encaminada a lenta pero inexorablemente subvertir la estructura de gobierno y enseñanza de la Iglesia para demolerla desde dentro. Es inútil buscar otras razones: los documentos de las sectas secretas demuestran la existencia de un plan de infiltración concebido en el siglo XIX y completado un siglo después, exactamente en los términos en que fue concebido. Procesos de disolución similares habían tenido lugar previamente en la esfera civil, y no es coincidencia que los Papas pudieran captar el trabajo desintegrador de la masonería internacional en los levantamientos y guerras que ensangrentaron a las naciones europeas.
    
Por lo tanto, a partir del Concilio, la Iglesia se ha convertido en portadora de los principios revolucionarios de 1789, como admitieron algunos partidarios del Vaticano II y como lo confirma el aprecio de las Logias hacia todos los Papas del Concilio y posconcilio precisamente para los cambios que los masones venían pidiendo desde hacía tiempo.
   
Cambio, en efecto: la actualización fue tan central en el relato conciliar que constituyó la marca distintiva del Vaticano II y colocó este encuentro como el términus post quem que marca el fin del ancien régime –el de la “vieja religión”, de la “vieja Misa”, del “preconcilio”– y el inicio de la “iglesia conciliar”, con su “nueva misa” y la relativización sustancial de cada Dogma. Entre los partidarios de esta revolución aparecen los nombres de quienes, hasta el pontificado de Juan XXIII, habían sido condenados y apartados de la enseñanza por su heterodoxia. La lista es larga e incluye también a Ernesto Buonaiuti, excomulgado vitándus, amigo de Roncalli, que murió sin arrepentirse en herejía y que hace apenas unos días el presidente de la CEI Card, Matteo Zuppi, conmemoró con una misa en la catedral de Bolonia, como también lo recordó. Il Faro di Roma (aquí), informó con énfasis mal disimulado: «Casi ochenta años después, un cardenal completamente en línea con el Papa parte de nuevo de un gesto litúrgico que tiene en todos los sentidos el sabor de la rehabilitación. O al menos un primer paso en esta dirección».

LA IGLESIA Y LA ANTIIGLESIA
Por lo tanto, soy llamado ante el tribunal que ha reemplazado al Santo Oficio para ser juzgado por cisma, mientras el jefe de los obispos italianos –indicado entre los candidatos elegibles y completamente en línea con el Papa– celebra ilícitamente una misa de sufragio para uno de los peores y más obstinados exponentes del Modernismo, contra quien la Iglesia –aquella de la que según ellos estaba separado– había pronunciado la más severa sentencia de condena. En 2022, en el periódico Avvenire del CEI , el prof. Luigino Bruni elogió el modernismo en estos términos:
«[…] un proceso de renovación necesaria para la Iglesia católica de su tiempo, todavía impermeable a los estudios críticos sobre la Biblia que se venían imponiendo desde hacía muchas décadas en el mundo protestante. Acoger los estudios científicos e históricos sobre la Biblia fue para Buonaiuti el camino principal para el encuentro de la Iglesia con la modernidad. Un encuentro que sin embargo no tuvo lugar, porque la Iglesia católica todavía estaba dominada por los teoremas de la teología neoescolástica y bloqueada por el temor contrarreformista de que los vientos protestantes pudieran finalmente invadir el cuerpo católico».
Estas palabras bastarían para hacernos comprender el abismo que separa a la Iglesia católica de la que la sustituyó con el Concilio Vaticano II, cuando los vientos protestantes invadieron finalmente el cuerpo católico. Este reciente episodio no es más que el último de una infinita serie de pequeños pasos, de silenciosa aquiescencia, de guiños cómplices con los que los propios dirigentes de la Jerarquía Conciliar han hecho posible la transición «de los teoremas de la teología neoescolástica», es decir, desde la formulación clara e inequívoca de los Dogmas, hasta la apostasía actual. Nos encontramos en la situación surrealista en la que una Jerarquía se define como católica y por ello exige obediencia al cuerpo eclesial, mientras al mismo tiempo profesa doctrinas que la Iglesia había condenado antes del Concilio; y que condena como heréticas doctrinas que hasta entonces habían sido enseñadas por todos los Papas.

Esto sucede cuando lo absoluto se aleja de la Verdad y se relativiza adaptándolo al espíritu del mundo. ¿Cómo habrían actuado hoy los Pontífices de los últimos siglos? ¿Me juzgarán culpable de cisma o preferirán condenar a quien dice ser su Sucesor? Junto a mí, el Sanedrín modernista juzga y condena a todos los Papas católicos, porque la Fe que ellos defendieron es la mía; y los errores que Bergoglio defiende son los que ellos, sin excepción, condenaron.

HERMENÉUTICA DE LA RUPTURA
Me pregunto entonces: ¿qué continuidad se puede dar entre dos realidades que se contrastan y se contradicen? ¿Entre la Iglesia conciliar y sinodal de Bergoglio y aquella «bloqueada por el miedo contrarreformista» de la que se distancia ostentosamente? ¿Y de qué “iglesia” estaría yo en estado de cisma, si la que se dice católica se distingue de la verdadera Iglesia precisamente en la predicación de lo que condenó y en la condena de lo que predicó?
    
Los seguidores de la “iglesia conciliar” responderán que esto se debe a la evolución del cuerpo eclesial en una “necesaria renovación”; mientras que el Magisterio Católico nos enseña que la Verdad es inmutable y que la doctrina de la evolución de los dogmas es herética. Dos iglesias, ciertamente: cada una con sus doctrinas y sus liturgias y sus santos; pero para el católico la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, para Bergoglio la iglesia es conciliar, ecuménica, sinodal, inclusiva, inmigracionista, ecosostenible, gay-friendly.
   
LA AUTODESTITUCIÓN DE LA JERARQUÍA CONCILIAR
¿Comenzaría entonces la Iglesia a enseñar el error? ¿Podemos creer que la única Arca de salvación es al mismo tiempo un instrumento de perdición para las almas?, ¿que el Cuerpo Místico se separe de Su divina Cabeza, Jesucristo, anulando así la promesa del Salvador? Esto evidentemente no puede ser admisible y quien lo apoye cae en la herejía y el cisma. La Iglesia no puede enseñar el error, ni su Cabeza, el Romano Pontífice, puede ser al mismo tiempo hereje y ortodoxo, Pedro y Judas, en comunión con todos sus predecesores y al mismo tiempo en cisma con ellos. La única respuesta teológicamente posible es que la Jerarquía conciliar, que se proclama católica pero abraza una fe diferente de la enseñada consistentemente durante dos mil años por la Iglesia católica, pertenece a otra entidad y por lo tanto no representa la verdadera Iglesia de Cristo.
   
A quienes me recuerdan que el arzobispo Marcel Lefebvre nunca llegó a cuestionar la legitimidad del Romano Pontífice, reconociendo al mismo tiempo la herejía e incluso la apostasía de los Papas conciliares, como cuando exclamó: «¡Roma ha perdido la fe! ¡Roma está en apostasía!», les recuerdo que en los últimos cincuenta años la situación ha empeorado dramáticamente y que con toda probabilidad este gran Pastor actuaría hoy con igual firmeza, repitiendo públicamente lo que entonces decía sólo a sus clérigos: «En este concilio pastoral, el espíritu de el error y la mentira han sabido obrar tranquilamente, colocando por todas partes bombas retardadas que harán estallar las instituciones a su debido tiempo» (Principios y directivas, 1977). Y nuevamente: «El que se sienta en el Trono de Pedro participa de los cultos de dioses falsos. ¿Qué conclusión deberíamos sacar, quizás después de unos meses, ante estos repetidos actos de comunicación con falsas sectas? No lo sé. Me pregunto. Pero es posible que nos veamos obligados a creer que el Papa no es Papa, porque a primera vista me parece –todavía no quiero decirlo de manera solemne y pública– que eso es imposible para alguien quien es pública y formalmente un hereje para ser Papa» (30 de marzo de 1986).
   
¿Cómo entender que la “iglesia sinodal” y su líder Bergoglio no profesen la fe católica? Desde la adhesión total e incondicional de todos sus miembros a una multiplicidad de errores y herejías ya condenadas por el Magisterio infalible de la Iglesia Católica y desde el rechazo ostentoso de cualquier doctrina, precepto moral, acto de culto y práctica religiosa que no esté sancionada por “su” concilio. Ninguno de ellos puede suscribir en conciencia la Profesión de Fe Tridentina y el Juramento Antimodernista, porque lo que ambos expresan es exactamente lo contrario de lo que insinúa y enseña el Vaticano II y el llamado “magisterio conciliar”.
    
Dado que no es teológicamente sostenible que la Iglesia y el Papado sean instrumentos de perdición más que de salvación, debemos necesariamente concluir que las enseñanzas heterodoxas transmitidas por la llamada “iglesia conciliar” y los “papas del Concilio” desde Pablo VI en adelante constituyen una anomalía que pone seriamente en duda la legitimidad de su autoridad docente y de gobierno.
   
EL USO SUBVERSIVO DE LA AUTORIDAD
Debemos entender que el uso subversivo de la autoridad en la Iglesia encaminado a su destrucción (o transformación en una iglesia distinta a la deseada y fundada por Cristo) constituye en sí mismo un elemento suficiente para anular la autoridad de este nuevo sujeto que maliciosamente impuso sobre la Iglesia de Cristo, usurpando su poder. Por eso no reconozco la legitimidad del Dicasterio que me persigue.
     
Las formas en que se llevó a cabo la acción hostil contra la Iglesia católica confirman que fue planificada y deseada, porque de lo contrario quienes la denunciaron habrían sido escuchados y quienes cooperaron con ella se habrían detenido inmediatamente. Por supuesto, a los ojos de la época y de la formación tradicional de gran parte de los Cardenales, Obispos y Clero, el “escándalo” de una Jerarquía que se contradecía parecía ser de tal enormidad que indujo a muchos Prelados y clérigos a no querer creer posible que los principios revolucionarios y masónicos puedan encontrar aceptación y promoción en la Iglesia. Pero éste fue precisamente «el golpe maestro de satanás» (como lo definió Monseñor Lefebvre) que supo aprovechar el respeto connatural y el amor filial de los católicos hacia la sagrada Autoridad de los Pastores para inducirlos a anteponer la obediencia a la Verdad, tal vez esperando que una El futuro Papa podría remediar de alguna manera el desastre que ya se había producido y cuyos resultados explosivos ya podían preverse. Esto no ocurrió, aunque algunos valientemente dieron la voz de alarma. Y yo mismo me cuento entre los que en aquella fase turbulenta no se atrevieron a oponerse a errores y desviaciones que aún no habían revelado plenamente su valor destructivo. Con esto no quiero decir que no vislumbré lo que estaba pasando, sino que no encontré –debido al intenso trabajo y a las tareas integrales de carácter burocrático y administrativo al servicio de la Santa Sede– las condiciones para comprender la gravedad sin precedentes de lo que estaba sucediendo ante nuestros ojos.
    
LA PELEA
La ocasión que me llevó a chocar con mis superiores eclesiásticos comenzó cuando fui Delegado para las Representaciones Pontificias, luego Secretario General de la Gobernación y finalmente Nuncio Apostólico en los Estados Unidos. Mi guerra contra la corrupción moral y financiera desató la furia del entonces Secretario de Estado, Cardenal Tarcisio Bertone, cuando –de acuerdo con mis competencias como Delegado para las Representaciones Pontificias– denuncié la corrupción del Cardenal McCarrick y me opuse a su ascenso al Episcopado de los candidatos corruptos e indignos presentados por el Secretario de Estado, que me hizo trasladar a la Gobernación, porque «le impedí nombrar los obispos que quería». Siempre fue Bertone, con la complicidad del cardenal Lajolo, quien obstaculizó mi trabajo encaminado a combatir la corrupción generalizada en la Gobernación, donde ya había obtenido resultados importantes que superaban todas las expectativas. Fueron nuevamente Bertone y Lajolo quienes convencieron al Papa Benedicto para que me expulsara del Vaticano y me enviara a los Estados Unidos. Aquí me encontré teniendo que afrontar los viles acontecimientos del Cardenal McCarrick, incluidas sus peligrosas relaciones con representantes políticos de la Administración Obama-Biden y a nivel internacional, que no dudé en denunciar al Secretario de Estado Parolin, quien los tomó en seria consideración.
   
Esto me llevó a considerar de otra manera muchos acontecimientos que había presenciado durante mi carrera diplomática y pastoral, para captar su coherencia con un proyecto único que por su naturaleza no podía ser ni exclusivamente político ni exclusivamente religioso, ya que incluía un ataque global. sobre la sociedad tradicional basada en la enseñanza doctrinal, moral y litúrgica de la Iglesia.
    
LA CORRUPCIÓN COMO HERRAMIENTA DE CHANTAJE
Así, de estimado nuncio apostólico –para el que el otro día el propio cardenal Parolin reconoció en mí ejemplares lealtad, honestidad, corrección y eficacia– pasé a ser un arzobispo inconveniente, no sólo por haber pedido justicia en los procesos contra prelados corruptos, sino también y sobre todo por haber dado una interpretación que muestra cómo la corrupción en la Jerarquía era una premisa necesaria para controlarla, maniobrarla y obligarla mediante chantaje a actuar contra Dios, contra la Iglesia y contra las almas. Y este modus operándi –que la masonería había descrito detalladamente antes de infiltrarse en el organismo eclesial– refleja el adoptado en las instituciones civiles, donde los representantes del pueblo, especialmente en los niveles más altos, son en gran medida chantajeables porque son corruptos y pervertidos. Su obediencia a los engaños de la élite globalista lleva a la gente a la ruina, la destrucción, la enfermedad, la muerte: y a la muerte no sólo del cuerpo, sino también del alma. Porque el verdadero proyecto del Nuevo Orden Mundial –al que Bergoglio está subordinado y del que extrae su legitimidad de los poderosos del mundo– es un proyecto esencialmente satánico, en el que la obra de la Creación del Padre, la Redención del Hijo y la Santificación del Espíritu Santo es odiada, anulada y falsificada por la símia Dei y sus servidores.
    
SI NO HABLÁIS, LAS PIEDRAS GRITARÁN
Ser testigo de la total subversión del orden divino y de la propagación del caos infernal con la celosa colaboración de los líderes del Vaticano y del Episcopado nos hace comprender cuán terribles son las palabras de la Virgen María en La Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la del Anticristo», y qué odiosa traición la que constituye la apostasía de los Pastores, y la aún más inédita de quien está sentado en el Trono de San Pedro.
   
Si permaneciera en silencio ante esta traición (que se produce con la temible complicidad de muchos, demasiados Prelados reacios a reconocer en el Concilio Vaticano II la causa principal de la revolución actual y en la adulteración de la Misa católica el origen de la disolución espiritual y moral de los fieles), incumpliría el juramento prestado el día de mi Ordenación y renovado con ocasión de mi Consagración Episcopal. Como Sucesor de los Apóstoles no puedo ni quiero aceptar presenciar la demolición sistemática de la Santa Iglesia y la condenación de muchas almas sin intentar por todos los medios oponerme a todo esto. Tampoco puedo considerar preferible un silencio cobarde para una vida tranquila al testimonio del Evangelio y la defensa de la verdad católica.
    
Una secta cismática me acusa de cisma: debería bastar para demostrar la subversión que se está produciendo. Imaginad qué imparcialidad de juicio podrá ejercer un juez que depende de quien acuso de usurpador. Pero precisamente porque esta historia es emblemática, quiero que los fiele (que no están obligados a conocer el funcionamiento de los tribunales eclesiásticos) comprendan que el crimen de cisma no se comete cuando existen razones fundadas para considerar dudosa la elección del Papa, debido al vítium consénsus y a irregularidades o violaciones de las normas que regulan el Cónclave (ver Wernz – Vidal,  Jus Canónicum, Roma, Pontificia Universidad Gregoriana, 1937, vol. VII, pág. 439).
   
La Bula Cum ex apostolátus offício de Pablo IV establece a perpetuidad la nulidad del nombramiento o elección de cualquier Prelado (incluido el Papa) que hubiera caído en herejía antes de su ascenso a Cardenal o elevación a Romano Pontífice. Define la promoción o elevación como nulla, írrita et inánis, es decir, nula, inválida y sin valor alguno, «aunque se haya realizado con el acuerdo y consentimiento unánime de todos los Cardenales; ni se puede decir que se valida con la recepción del oficio, consagración o posesión […], ni por la entronización […] del propio Romano Pontífice ni por la obediencia que le prestan todos y por el transcurso de cualquier período de tiempo en dicho ejercicio de su cargo». Pablo IV añade que todos los actos realizados por esta persona deben ser considerados igualmente nulos y que sus súbditos, tanto clérigos como laicos, quedan libres de obediencia hacia él, «sin perjuicio, sin embargo, por parte de estos mismos sometidos, de la obligación de fidelidad y obediencia que se debe dar a los futuros Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales y Pontífices Romanos canónicamente entrantes». Pablo IV concluye: «Y para mayor confusión de los así promovidos y elevados, cuando pretenden continuar la administración, es lícito solicitar la ayuda del brazo secular; ni por esta razón los que se apartan de la lealtad y obediencia hacia los que han sido promovidos y elevados en la forma ya mencionada, están sujetos a cualquiera de aquellas censuras y castigos impuestos a los que quisieran separarse de la túnica del Señor».
    
Por eso, con serenidad de conciencia, creo que los errores y herejías a los que Bergoglio adhirió antes, durante y después de su elección y la intención puesta en la presunta aceptación del Papado hacen nula y sin efecto su elevación al trono.
    
Si todos los actos de gobierno y enseñanza de Jorge Mario Bergoglio, en contenido y forma, resultan ajenos e incluso en conflicto con lo que constituye la acción de cualquier Papa; si incluso un simple creyente e incluso un no católico comprenden la anomalía del papel que Bergoglio está desempeñando en el proyecto globalista y anticristiano llevado a cabo por el Foro Económico Mundial, las Agencias de la ONU, la Comisión Trilateral, el Grupo Bilderberg, el Banco Mundial y de todas las demás ramificaciones en expansión de la élite globalista, esto no demuestra en lo más mínimo mi deseo de cisma al resaltar y denunciar esta anomalía. Sin embargo, soy atacado y perseguido porque hay quienes se engañan pensando que al condenarme y excomulgarme mi denuncia del golpe de Estado pierde consistencia. Este intento de silenciar a todos no resuelve nada y, de hecho, hace más culpables y cómplices a quienes intentan ocultar o minimizar la metástasis que está destruyendo el cuerpo eclesial.
    
LA “DEMINÚTIO” DEL PAPADO SINODAL
A esto se suma el Documento de Estudio El Obispo de Roma que el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos ha publicado recientemente (aquí) y la degradación del Papado que en él se teoriza en aplicación de la encíclica Ut unum sint de Juan Pablo II, que a su vez se refiere a la Constitución Lumen Géntium del Vaticano II. Parece enteramente legítimo (y obligado, en nombre de la primacía de la verdad católica sancionada en los documentos infalibles del magisterio papal) preguntarse si la elección deliberada de Bergoglio de abolir el título apostólico de Vicario de Cristo y optar por definirse más simplemente como obispo de Roma no constituye en modo alguno una deminútio del propio Papado, un ataque a la constitución divina de la Iglesia y una traición al Munus petrínum. Y si se mira más de cerca, el paso anterior lo dio Benedicto XVI, quien inventó, junto con la “hermenéutica” de una “continuidad” imposible entre dos entidades totalmente extrañas, el monstruo de un “papado colegiado” ejercido por el Jesuita y el Emérito.
    
No es casualidad que el Documento de Estudio cite una frase de Pablo VI: «El Papa […] es sin duda el obstáculo más grave en el camino del ecumenismo» (Discurso al Secretario para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, 28 de abril de 1967). Montini había comenzado a preparar el terreno cuatro años antes, derrocando enfáticamente al trirregno. Si ésta es la premisa de un texto que debe servir para hacer “compatible” el Papado romano con la negación del Primado de Pedro que los herejes y cismáticos rechazan; y si el propio Bergoglio se presenta como primus inter pares en la asamblea de sectas y denominaciones cristianas que no están en comunión con la Sede Apostólica, sin proclamar la doctrina católica sobre el Papado definida solemne e infaliblemente por el Concilio Vaticano I, ¿cómo se puede pensar que El ejercicio del Papado y el deseo mismo de aceptarlo no están afectados por un defecto de consenso (aquí y aquí), tal que hace que la legitimidad del “Papa Francisco” sea nula o al menos altamente dudosa? ¿De qué “Iglesia” podría separarme, a qué “Papa” me negaría a reconocer, si la primera se define como “Iglesia conciliar y sinodal” en antítesis de la “Iglesia preconciliar” (es decir, la Iglesia de Cristo)? y el segundo demuestra que cree en la propia prerrogativa personal del Papado, de la que puede disponer modificándola y alterándola a su antojo, y siempre en coherencia con los errores doctrinales implicados por el Vaticano II y el “magisterio” posconciliar.
    
Si el papado romano –el papado, por así decirlo, de Pío IX, León XIII, Pío X, Pío XI y Pío XII– es considerado un obstáculo al diálogo écumenico y el diálogo ecuménico es buscado como prioridad absoluta de la “iglesia sinodal” representada por Bergoglio, ¿de qué otra manera podría materializarse este diálogo, sino eliminando aquellos elementos que hacen que el papado sea incompatible con él y, por lo tanto, alterándolo de una manera manera completamente ilegítima e inválida?
     
EL CONFLICTO DE MUCHOS HERMANOS Y FIELES
Estoy convencido de que entre los Obispos y los sacerdotes hay muchos que han experimentado y viven aún hoy el doloroso conflicto interno de encontrarse divididos entre lo que Cristo Pontífice les pide (y ellos lo saben) y lo que quien se presenta como Obispo de Roma impone con la fuerza, con el chantaje, con las amenazas.
    
Hoy es más necesario que nunca que nosotros, pastores, despertemos de nuestro letargo: «Hora est jam nos de somno súrgere» (Rom. 13, 11). Nuestra responsabilidad ante Dios, la Iglesia y las almas nos exige denunciar inequívocamente todos los errores y desviaciones que hemos tolerado durante demasiado tiempo, porque no seremos juzgados ni por Bergoglio ni por el mundo, sino por Nuestro Señor Jesucristo. Le daremos cuenta de cada alma perdida por nuestra negligencia, de cada pecado cometido por ella por nuestra culpa, de cada escándalo ante el cual hemos permanecido en silencio por falsa prudencia, por vivir tranquilos, por complicidad.
    
El día en que debo presentarme para defenderme ante el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, he decidido hacer pública esta declaración mía, a la que agrego una denuncia de mis acusadores, de su “concilio” y de su “papa”. Ruego a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, quienes consagraron con su propia sangre la tierra del Alma Urbe, para que intercedan ante el trono de la divina Majestad, para que obtengan que la Santa Iglesia sea finalmente liberada del asedio que la eclipsa y de los usurpadores que la humillan, convirtiendo a la Dómina géntium en sierva del plan anticristo del Nuevo Orden Mundial.
   
EN DEFENSA DE LA IGLESIA
La mía, pues, no es una defensa personal, sino de la Santa Iglesia de Cristo, en la que fui constituido Obispo y Sucesor de los Apóstoles, con el mandato preciso de salvaguardar el Depósito de la Fe y predicar la Palabra, insistiendo en oppórtune impórtune, reprendiendo, reprender, exhortar con toda paciencia y doctrina (2.ª Tim 4, 2).
     
Rechazo firmemente la acusación de haber rasgado el manto inútil del Salvador y de haberme sustraído de la Autoridad suprema del Vicario de Cristo: para separarme de la comunión eclesial con Jorge Mario Bergoglio, primero tendría que haber estado en comunión con él, lo cual no es posible ya que el propio Bergoglio no puede ser considerado miembro de la Iglesia, debido a sus múltiples herejías y a su manifiesta alienación e incompatibilidad con el papel que inválida e ilícitamente desempeña.
    
MIS ACUSACIONES CONTRA JORGE MARIO BERGOGLIO
Ante mis hermanos en el Episcopado y ante todo el cuerpo eclesial, acuso a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y ​​como hereje y cismático pido que sea juzgado y removido del trono que indignamente ocupa durante más de once años. Esto no contradice en modo alguno el adagio Prima Sedes a némine judicátur, porque es evidente que un hereje, por no poder asumir el Papado, no está por encima de los Prelados que lo juzgan.
   
Acuso también a Jorge Mario Bergoglio de haber causado, debido al prestigio y autoridad de la Sede Apostólica que usurpa, graves efectos adversos, esterilidad y muerte en los millones de fieles que siguieron su insistente llamado a someterse a la inoculación de un suero genético experimental, producto con fetos abortivos, lo que llevó a la publicación de una nota indicando su uso como moralmente permitido (aquí y aquí). Tendrá que responder ante el Tribunal de Dios por este crimen de lesa humanidad.
     
Por último, denuncio el acuerdo secreto entre la Santa Sede y la dictadura comunista china, con el que la Iglesia es humillada y obligada a aceptar el nombramiento gubernamental de obispos, el control de las celebraciones y las limitaciones a su libertad de predicación, mientras que los católicos fieles a la Sede Apostólica son perseguidos impunemente por el gobierno de Beijing en el silencio cómplice del Sanedrín romano.
    
EL RECHAZO DE LOS ERRORES DEL VATICANO II
Considero una cuestión de honor ser “acusado” de rechazar los errores y desviaciones que implica el llamado Concilio Ecuménico Vaticano II, que considero completamente desprovisto de autoridad magisterial debido a su heterogeneidad respecto a todos los Concilios verdaderos de la Iglesia, que reconozco y acojo plenamente, como todos los actos magisteriales de los Romanos Pontífices.
   
Rechazo convincentemente las doctrinas heterodoxas contenidas en los documentos del Vaticano II y que han sido condenadas por los Papas hasta Pío XII, o que contradicen de alguna manera el Magisterio católico (ver Alegato I). Me resulta cuando menos desconcertante que quienes me juzgan por cisma sean aquellos que abrazan la doctrina heterodoxa según la cual existe un vínculo de unión «con aquellos que, siendo bautizados, reciben el nombre de pila, pero no lo hacen plenamente profesan la fe o no mantienen la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro» (LG:15). Me pregunto con qué facilidad se puede impugnar a un obispo por la falta de comunión que también se dice que existe con los herejes y los cismáticos.
  
Condeno, rechazo y rechazo igualmente las doctrinas heterodoxas expresadas en el llamado “magisterio posconciliar” proveniente del Vaticano II, así como las recientes herejías relativas a la “iglesia sinodal”, la reformulación del Papado en clave ecuménica, la admisión de los concubinarios a los Sacramentos y la promoción de la sodomía y la ideología de “género”. También condeno la adhesión de Bergoglio al fraude climático, una loca superstición neomalthusiana nacida de aquellos que, odiando al Creador, no pueden evitar detestar también la Creación, y con ella al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios.
    
CONCLUSIÓN
A los fieles católicos, hoy escandalizados y desorientados por los vientos de novedad y las falsas doctrinas promovidas e impuestas por una Jerarquía rebelde al divino Maestro, les pido que oren y ofrezcan sus sacrificios y ayunos pro libertáte et exaltatióne Sanctæ Matris Ecclésiæ, porque que la Santa Madre Iglesia encuentre su libertad y triunfo con Cristo, después de este tiempo de pasión. Que quienes han tenido la Gracia de incorporarse a Ella en el Bautismo no abandonen a su Madre, hoy sufriente y postrada: témpora bona véniant, pax Christi véniat, regnum Christi véniat.

Dado en Viterbo, el día 28 de junio, Año del Señor 2024, víspera de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
 
✠ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

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