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domingo, 4 de agosto de 2024

EL MILAGRO DE Mons. RODRIGO EN ESPAÑA

Traducción del artículo publicado en CONTROVÉRSIA CATÓLICA, en respuesta a los dos ídem de José Beltrán Aragoneses, director de la revista marista ultramodernista Vida Nueva.
   
MONSEÑOR RODRIGO HACE MILAGRO EN ESPAÑA: RESPUESTA AL PERIODISTA JOSÉ BELTRÁN DE LA REVISTA VIDA NUEVA
   
   
El incansable Monseñor Rodrigo Henrique Ribeiro da Silva mal llegó a España y ya está haciendo milagros.
    
Sí, está él para resucitar la fe de sus enemigos, de los propios modernistas, aunque sea solo por algunos instantes y que lo hagan, tal vez, apenas con el intento de atacarlo. De hecho, al saber de su estadía en el monasterio de las clarisas de Belorado y Orduña, resolvieron avivar en su alma la fe, ya polvorienta y por mucho tiempo desaparecida, en la unidad visible de la Iglesia y su consecuente enseñanza sobre la gravedad del cisma, una idea anticuada, adulterada u abandonada por el Concilio Vaticano II, como veremos.
   
Sólo el periodista José Beltrán Aragoneses, Director de la Revista Vida Nueva, escribió dos artículos sobre Mons. Rodrigo, frutos de un buen trabajo de investigación. Allí él reitera una enseñanza muy cara a los católicos tradicionales: los herejes y cismáticos no hacen parte de la Iglesia y no pueden decirse verdaderamente católicos, ni verdaderos obispos y religiosos, sin la comunión con la Iglesia Católica, en especial con el sucesor de San Pedro, el Santo Padre el Papa.
     
Fue justamente esto lo que enseñó al Concilio de Trento al condenar la sentencia contraria con el siguiente anatema:
«Canon 7.º Si alguno dijere que […] aquellos que no han sido legítimamente ordenados y enviados por la potestad eclesiástica y canónica, sino que proceden de otra parte, son legítimos ministros de la palabra y de los sacramentos, sea anatema» (Denzinger n. 1777).
Un poco antes, en el parágrafo 1769 del Denzinger, el mismo Concilio de Trento también enseña cómo debemos tratar a los que no fueron ordenados y enviados por una autoridad legítima:
«[…] [T]odos ellos deben ser tenidos no por ministros de la Iglesia, sino por ladrones y salteadores que no han entrado por la puerta (Jn. 10, 1; Canon 8.º)».
Si la Iglesia de Bergoglio, o del Papa Francisco, si quisieren, fuese la Iglesia Católica, que es lo que el periodista supone, entonces es evidente que caímos, incurrimos y somos fulminados por el anatema del Concilio de Trento, ni siquiera, pues, podemos gloriarnos de decir que somos católicos, pues los católicos no pueden tomar para sí obispos que no fueron ordenados u enviados por la autoridad eclesiástica y canónica.
     
Con todo, si bien el señor Beltrán haya acertado en el principio que adopta, estando en plena conformidad con el Concilio de Trento, yerra en cuanto al hecho, esto es, yerra al suponer que Francisco sea el papa y que la Iglesia del Concilio Vaticano II sea la Iglesia Católica y por eso yerra al calificar a Mons. Rodrigo de “falso obispo” y a las monjas de “ex-clarisas”.
   
Ahora, si esta Iglesia de Francisco realmente fuese la Iglesia Católica, sustentaría este canon sagrado y solemnemente definido por la Iglesia Católica. Pero fue justamente esto, al final, que se abandonó con el Concilio Vaticano II y aún más ahora con Francisco.
    
Al contrario del Concilio de Trento y del sentir común de todos los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, el Vaticano II no excomulga, ni condena a los grupos heréticos y cismáticos. En la Constitución Dogmática Lumen Géntium afirma que
«La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro»
y refiriéndose particularmente a los grupos cismáticos que conservan la sucesión apostólica, agrega:
«Muchos de entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen, Madre de Dios. Añádase a esto la comunión de oraciones y otros beneficios espirituales, e incluso cierta verdadera unión en el Espíritu Santo, ya que El ejerce en ellos su virtud santificadora con los dones y gracias y a algunos de entre ellos los fortaleció hasta la efusión de la sangre».
Y en el Decreto Unitátis Redintegrátio, el mismo Concilio Vaticano II, después de un elogio a los protestantes por su iniciativa ecuménica (la misma iniciativa, sin embargo, que fue condenada por el Papa Pío XI en la Encíclica Mortálium Ánimos), afirma que «aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia Católica».
    
Hagamos aquí una rápida recapitulación, querido Sr. Beltrán. Para facilitar, consideremos esta tabla:
    
TRENTOVATICANO II
Los grupos cismáticos son excomulgados.Los grupos cismáticos están unidos a la Iglesia Católica por muchas razones.
Los obispos cismáticos son ladrones y salteadores.Los cismáticos poseen el episcopado, y sus iglesias son medios de salvación, usados por Cristo y el Espíritu Santo.

Es necesario ser muy obstinado en el error y muy deshonesto intelectualmente para creer que se trate de la misma doctrina o, como dicen algunos, de un mero “desarrollo doctrinal”.
    
Desarrollo doctrinal es pasar de una semilla a un árbol, por ejemplo, es pasar de una Didajé a la Suma Teológica de Santo Tomás, de la Misa rápidamente descrita y explicada por San Justino Romano en su Apología a la Misa ricamente descrita en la obra De Rebus Litúrgicis del Cardenal Juan Bona, o de las exhortaciones morales de los Padres de la Iglesia a la Teología Moral de San Alfonso María de Ligório. Eso se llama desarrollo del dogma, eso es católico. Por su parte, lo que el Vaticano II hizo no es eso. Lo que él hizo se llama evolución del dogma, alterando la doctrina de la Iglesia en su substancia, pues no hay identidad, sino la más clara contradicción, entre “anatema” y “unido”, entre “cismático, ladrón y salteador” y “poseedores de un verdadero episcopado, sus iglesias como medios de salvación, instrumentos de Cristo, del Espíritu Santo, posibles mártires de la fe”.
    
Entonces, en este punto ya es evidente que la Iglesia surgida del Latrocinio Vaticano II, para usar una terminología cara a nuestras queridas monjas clarisas de Belorado y Orduña, realmente niega un artículo de fe católica proclamado no solamente en el Concilio de Trento, sino también en el de Florencia y otros más. Esto se verifica, además, en estudios comparativos que redactamos o copiamos de terceros, todos atestiguando el mismo hecho: con el Concilio Vaticano II, se dejó de creer en la unidad de la Iglesia en favor de las sectas heréticas y cismáticas.
    
En la prática eso también se hizo. A partir de este concepto, todos los herejes y cismáticos del pasado fueron absueltos y sus discípulos hoy en día, como mostramos en un vídeo del canal, ganan anillo episcopal, cruz pectoral ¡y hasta el mismo báculo papal! Todas estas son insignias de la autoridad de los Obispos e implican el reconocimiento de ellos como legítimos.

Vale decir que en ese punto, como en muchos otros, Francisco se superó. Pues reconocer obispos cismáticos como obispos ya es abominable, pero conmemorar un cisma resulta ser peor. Fue lo que él hizo en 2017, emitiendo inclusive un timbre en honra de Lutero. Además de eso, Francisco elevó al grado de Doctor de la Iglesia a un cismático armenio, cuya obra casi ninguno conoce y casi nadie lee (¿Vd. ha oído hablar de Gregorio de Narek?). Es un insulto poner un hombre así, que ni siquiera pertenció a la Iglesia Católica, al lado de un San Agustín y un Santo Tomás de Aquino. ¿Y qué decir de los cismáticos coptos, que son oficialmente honrados en el Misal Romano? ¿Eso no es una negación de aquello que enseñó el Concilio de Florencia, citando una famosa frase de San Fulgencio:
«es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los Sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica»? (Concilio de Florencia, Bula Cantáte Dómino, Denz. 1351).
Ahora, esas cosas hechas por Bergoglio derivan de la propia doctrina del Concilio Vaticano II, la cual enseña pública y manifiestamente que los herejes están unidos a la Iglesia y que sus sectas son meeios de salvación, exactamente lo opuesto de lo que cree y profesa la Iglesia Católica.
    
Pero quien predica algo contrario a la enseñanza católica es propiamente un hereje y su herejía hace que él esté fuera de la Iglesia. Como explica el Papa Pío XII en la Encíclica Mýstici Córporis Christi:
«Pero entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo, y, profesando la verdadera fe, no se hayan separado, miserablemente, ellos mismos, de la contextura del Cuerpo, ni hayan sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas. […] Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía».
Lo que vale para un individuo, vale también para el conjunto de individuos que poseen en común la misma postura herética: ellos son parte de una secta herética y cismática. Herética, porque se desvió de la fe, y cismática, porque se separó de la Iglesia por la herejía.
    
De esta forma, los novadores del Concilio Vaticano II, desde el momento en que pasaron a enseñar estas novedades, son herejes individualmente y colectivamente constituyen una secta herética, separada y diferente de la Iglesia Católica, la cual acostumbramos llamar de iglesia o secta conciliar.
   
Siendo este el verdadero y objetivo estado de coisas, no juzgando por las apariencias, como hace el mundo, sino caminando a la luz de la fe, como enseña San Pablo Apóstol, surge la cuestión de dónde está la verdadera Iglesia Católica.
    
La respuesta es simple: Si están fuera de la Iglesia los obispos que negaron la fe, están dentro de ella aquellos que la mantuvieron intacta y aquellos que ellos enviaron para preservar la regla de fe católica en estos tiempos de tribulación. Luego, si bien el recurso a la Cátedra de Pedro no sea posible actualmente, pues ella se encuentra ocupada y usurpada por los modernistas, es cierto que los Obispos, confesores de la fe, en tiempos de crisis, pueden, como de hecho ya aconteció en el pasado, ordenar y enviar obispos católicos para que combatan y substituyan a los obispos heréticos. Fue lo que hicieron Monseñor Lefebvre y Monseñor Thục, entre otros, y es lo que continúa haciendo Mons. Rodrigo Enrique Ribeiro da Silva, hasta que el modernismo sea una vez más condenado y las cosas vuelvan a la normalidad.
   
Si los modernistas desean estar em comunión con la Iglesia Católica de verdad, es necesario que rechacen los errores del Vaticano II, hijo del modernismo y padre de la iglesia conciliar, y profesen la fe católica de siempre. Es apenas eso lo que yo espero del Sr. Beltrán, y esa es la única respuesta que me dejaría satisfecho, pues de nada vale dialogar, acompañar y adaptarse al mundo entero y perder su alma. Reconozca el valor de su alma, tenga fe y haga lo que precisa ser hecho.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)