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martes, 27 de agosto de 2024

MES DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN – DÍA VIGESIMOSÉPTIMO

Traducción de la devoción dispuesta por el padre Antoine Ricard S.Th.D., Canónigo honorario de Marsella y Carcasona, y publicada en París por la Librería de los Hermanos Perisse en 1878.
   
MES DE SANTO DOMINGO, O EL MES DE AGOSTO CONSAGRADO A LA MEDITACIÓN DE LA VIDA Y LAS VIRTUDES DE SANTO DOMINGO
  


Por la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
27 DE AGOSTO – DÍA VIGESIMOSÉPTIMO DEL MES DE SAN DOMINGO: LA ENFERMEDAD
   
PRELUDIO
Contemplemos a nuestro bendito padre recostado en el lecho donde la fiebre consume su vida mortal, mientras su mirada busca el cielo que se abre para recibir a esta gran alma.
               
REFLEXIÓN Y RASGO HISTÓRICO
Estos preciosos detalles son tan piadosamente instructivos que, en esta meditación como en las dos siguientes, no tenemos nada mejor que hacer que releerlos, completando una tras otra, las historias de los dos biógrafos recientes a los que hemos recurrido a menudo durante este mes.

Era el apogeo del calor del verano. Una tarde de finales de julio, Domingo entró en el convento de San Nicolás. A pesar de su cansancio, habló hasta medianoche con el prior y el fiscal; luego fue a la iglesia, donde permaneció en oración hasta las maitines, a pesar de las súplicas de los dos padres, preocupados por su estado. Acabadas las maitines, admitía que el calor de la fiebre le impedía mantenerse despierto en posición vertical. A pesar del sufrimiento, sin embargo, se negó a acostarse en una cama, permaneció completamente vestido sobre un saco de lana. El avance de la enfermedad no provocaba en él ningún signo de impaciencia, ninguna queja, ningún gemido. Parecía feliz como siempre. Su frente estaba bañada por el sudor que le causaba severos sufrimientos, pero aun así no quiso callar, y mandó traer a los novicios a su alrededor, para poder hablarles; porque sintió que era la última vez que los iba a ver. Durante todo este tiempo, su paciencia y su dulzura no fallaron, y la palidez de la muerte, que se extendía sobre sus nobles facciones, no pudo alterar su alegría ni un solo momento.
   
Los hermanos, sin embargo, todavía no desesperaban por la vida de su padre. No podían creer que Dios se lo quitaría inmediatamente a la Iglesia y a ellos. Siguiendo el consejo de los médicos y pensando que el cambio de aire sería beneficioso para él, lo transportaron a Santa María del Monte, una iglesia dedicada a la Santísima Virgen en una colina cerca de Bolonia. Él, sin embargo, sabiendo bien que ninguna ayuda humana podría lograr su curación, llamó a la comunidad que lo rodeaba. Quería entregar a sus hijos su última voluntad y testamento:

«Tened caridad en vuestro corazón –les dijo–, practicad la humildad a ejemplo de Jesucristo y haced de la pobreza voluntaria vuestro tesoro y vuestra riqueza. Sabéis que servir a Dios es reinar, pero debéis servirle por amor y con todo el corazón. Sólo mediante una vida santa y la fidelidad a vuestra regla podréis honrar vuestra profesión».
    
Así habló, tendido en el suelo, mientras los hermanos lloraban a su alrededor. La enfermedad, rebelde a todos los remedios y deseos, no hizo más que empeorar. Domingo, creyéndose próximo a la muerte, llamó nuevamente a los hermanos. Llegaron veinte personas con su prior Ventura y se alinearon alrededor del enfermo que yacía ante ellos. Se dirigió a ellos en un discurso, del que los historiadores dicen que nunca habían salido de su corazón palabras más conmovedoras. «No emitió un gemido», dijo Ventura en su declaración, «nunca lo escuché pronunciar palabras tan excelentes y tan llenas de edificación».

Luego recibió el Sacramento de la Extremaunción. Luego, al enterarse por el hermano Ventura de que los religiosos encargados de la iglesia de Santa María del Monte prometieron guardar allí su cuerpo y enterrarlo allí, dijo: «¡Dios no permita que me entierren en otro lugar que no sea bajo los pies de mis hermanos! Llevadme fuera, a esta viña, para que allí muera, y tú me des sepultura en nuestra iglesia».

Los hermanos temieron que muriera en el camino, por lo que obedecieron sus órdenes y lo llevaron llorando de regreso a San Nicolás, a través de campos y viñedos, envuelto en una manta rota. Como no tenía celda propia en el convento, fue colocado en la del hermano Moneta. Querían cambiarle de ropa; pero no tenía más que las que llevaba consigo, y Moneta le dio una de sus túnicas para cubrirlo.

Después de haber permanecido en paz como una hora, llamó al prior y le dijo: «Preparaos», queriendo hablar de la recomendación del alma. Pero, cuando estaban a punto de comenzar, añadió: «Podéis esperar un poco», y fue tal vez en ese momento cuando, según la revelación hecha a Santa Brígida, la Madre de Dios, hacia quien se había mostrado un tan leal y afectuoso servidor, se le apareció y le prometió no retirar jamás el patrocinio y protección de su Orden.
              
PRÁCTICA: Pide a Dios la gracia de una buena muerte por intercesión de Santo Domingo, e invoca con frecuencia el nombre de este bendito padre en la enfermedad.

INVOCACIÓN: Santo Domingo, para que en la hora de la muerte seamos recogidos contigo en el Cielo, ¡ruega por nosotros!
        
LETANÍA DE NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
   
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
   
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten piedad de nosotros.
   
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes, ruega por nosotros.
   
Magno Padre Santo Domingo, ruega por nosotros.
Lumen de la Iglesia, ruega por nosotros.
Luz del mundo, ruega por nosotros.
Antorcha del siglo, ruega por nosotros.
Predicador de la gracia, ruega por nosotros.
Rosa de paciencia, ruega por nosotros.
Sedientísimo por la salvación de las almas, ruega por nosotros.
Deseosísimo del martirio, ruega por nosotros.
Gran director de las almas, ruega por nosotros.
Varón evangélico, ruega por nosotros.
Doctor de la verdad, ruega por nosotros.
Marfil de castidad, ruega por nosotros.
Varón de corazón verdaderamente apostólico, ruega por nosotros.
Pobre en bienes temporales, ruega por nosotros.
Rico en la pureza de vida, ruega por nosotros.
Tú que cual antorcha ardías de celo por los pecadores, ruega por nosotros.
Trompeta del Evangelio, ruega por nosotros.
Heraldo del Cielo, ruega por nosotros.
Modelo de abstinencia, ruega por nosotros.
Sal de la tierra, ruega por nosotros.
Resplandeciente como el sol en el templo de Dios, ruega por nosotros.
Tú que te apoyaste en la gracia de Cristo, ruega por nosotros.
Revestido de estola real, ruega por nosotros.
Flor de flores elevada en el jardín de la Iglesia, ruega por nosotros.
Tú que regaste la tierra con tu piadosa sangre, ruega por nosotros.
Trigo recogido en los silos del Cielo, ruega por nosotros.
Resplandeciente en el coro de los Vírgenes, ruega por nosotros.
Jefe y padre de la Orden de Predicadores, ruega por nosotros.
Para que en la hora de la muerte seamos recogidos contigo en el Cielo, ruega por nosotros.
   
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros, Señor.
    
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
   
℣. Señor, escucha mi oración.
℟. Y llegue mi clamor hacia Ti.
   
ORACIÓN
Te suplicamos, Dios Omnipotente, nos concedas a cuantos padecemos bajo el peso de nuestros pecados, alcanzar el patrocinio de tu confesor nuestro bienaventurado Padre Santo Domingo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠ , y del Espíritu Santo. Amén. 

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)