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sábado, 5 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA QUINTO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA QUINTO – AMOR DE LOS ÁNGELES
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que los Ángeles, siendo espíritus, están por esto mismo dotados de voluntad, o sea la facultad de querer el bien, la cual tiene una relación tan estrecha con el entendimiento, que a medida que crece el conocimiento del bien, aumenta también en proporción la inclinación o adhesión de la voluntad hasta aquel grado que se llama amor, el cual no es otra cosa que la misma adhesión de la voluntad a un bien determinado, en cuanto que produce la unión del amante con el objeto amado, llenándolo de dulce arrobamiento. Así, pues, mientras más se conoce la bondad de un objeto; más se ama, y como los Ángeles, según vimos ayer, tienen un conocimiento elevadísimo no sólo de la bondad de Dios y de sí mismos, sino también de la de todos los demás seres de la creación, considera cuál será el amor que profesan a Dios, el que se tienen entre sí mismos y a nosotros por Dios. Si el entendimiento tiende a atraer y a unir los objetos de fuera a sí mismo, ya que no en la realidad, al menos en sus semejanzas intelectuales que los representan; la voluntad, por el contrario, o el amor tiende a unirse con el objeto amado, a ser una y misma cosa con él casi olvidándose de sí mismo. Los ángeles aman, pues, a Dios con un amor vehementísimo; aquel cúmulo de perfecciones atrae como un poderoso imán al hierro a sus corazones, que se sumergen en un piélago de éxtasis o arrobamientos tan dulces y deleitosos, que esto mismo constituye toda su felicidad o bienaventuranza.
    
PUNTO 2º. Pero los Ángeles, al amar a Dios con un afecto tan crecido e inefable, no dejan de amar los demás bienes que no sean Dios y especialmente las criaturas racionales: en primer lugar, porque no pierden el conocimiento de su bondad, pues que ésta es el objeto del amor y los seres criados son todos buenos, según la expresión del Sagrado Texto: vio Dios todas las cosas que había criado y eran muy buenas, «Vidit Deus cuncta quæ fécerat, et erant valde bona» y como conocen todos estos bienes, no pueden menos que amarlos; en segundo lugar, porque al hacerse una misma cosa con Dios participan de su misma naturaleza, puesto que Dios es amor, es caridad, «Deus cháritas est». Por consiguiente, cuanto Dios ama, ellos también lo aman necesariamente; y como las criaturas racionales y su perfección moral son el objeto predilecto del amor de Dios, he aquí porque también los Ángeles nos aman sobremanera a nosotros, criaturas racionales. Aún hay más razones que nos demuestran cuán grande, cuán sumo es el amor de los Ángeles para con nosotros los hombres. El bien es de sí mismo difusivo, «bonum est diffusívum sui»; pues bien, Dios para reparar todos los males que el género humano ha contraído por culpa del primer hombre, y para darnos una prueba la más patente de su infinito amor, no vacilo en dar al mundo a su Unigénito Hijo; «Sic Deus diléxit mundum, ut Filium suum unigénitum daret» y tomó nuestra naturaleza, se Hizo Dios y hombre, padeciendo v muriendo por la humanidad entera; desde entonces quedamos todos los hombres hijos de Dios, hermanos suyos, miembros del cuerpo místico de Jesucristo que es Dios. Los espíritus angélicos contemplan asombrados nuestro ser así enaltecido, sublimado elevado y convertido en cierto modo en la misma Divinidad y superior al ser de ellos bajo este aspecto, y entonces prorrumpen en alabanzas a su Criador; nos rinden sus respetos, y sus corazones saltando de amor en sus pechos, no anhelan ni quieren para nosotros más que lo que Dios anhela y quiere, es decir, nuestra salvación y nuestra felicidad y esto no es más que amarnos.
   
JACULATORIA
Ángeles que os consumís de amor en el fuego de la caridad divina, abrasad nuestros corazones.
    
PRÁCTICA
Sed muy devotos de los Serafines a quienes se atribuye un amor más ardiente que a los demás Ángeles, y exclamad frecuentemente con ellos: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos; llenos están los cielos y la tierra de vuestra gloria y majestad». Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Espíritus dichosos, Ángeles amantes, y en particular vosotros, enamorados Serafines, que os estáis abrasando eternamente en aquel fuego inextinguible de la Divinidad, desprended de ese incendio de amor algunas chispas que, cayendo en nuestros helados corazones, los inflamen de tal modo que se conviertan en llamas vivientes del amor divino, y se hagan un solo corazón aquí en la tierra con el corazón amorosísimo de Jesús Sacramentado. Amén.
   
EJEMPLOS
La gran Doctora, el Serafín humanado, Santa Teresa de Jesús, en su vida escrita por ella misma, refiere lo siguiente: «Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión, veía un Ángel cerca de mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla, aunque muchas veces se me representan Ángeles sin verlos, sino como la visión pasada, que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese ansí, no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los Ángeles muy subidos que parece todos se abrasan: deben ser los que llaman Serafines, que los nombres no me lo dicen, más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos Ángeles a otros, y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacia dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios» [Vida de Santa Teresa, cap. XXIX, n. 11].
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)