Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGÉSIMOSEXTO – ALEGRÍA DE LOS ÁNGELES POR LA CONVERSIÓN DE UN PECADOR
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que la gloria de Dios brilla singularmente en las naturalezas intelectuales por su misericordia y su justicia; su providencia, su inmensidad, su omnipotencia, se manifiestan en las criaturas inanimadas; pero sólo los seres inteligentes pueden sentir los efectos de su misericordia y su justicia, estos dos atributos son los que establecen su gloria y su remado sobre las naturalezas racionales. Es por la misericordia y la justicia, por lo que los Ángeles y los hombres están sujetos a Dios; la misericordia reina sobre los buenos, la justicia sobre los malos: una por la comunicación de sus dones, la otra por la severidad de sus leyes; la una por la dulzura, y la otra por la fuerza; una se hace amar, y la otra se hace temer; una atrae, y la otra repele; una recompensa la fidelidad, y la otra castiga la rebelión. La misericordia y la justicia son como las dos manos de Dios, de las cuales la una da y la otra corrige; son como las dos columnas que sostienen la majestad de su reino: una eleva a los inocentes y la otra abate a los criminales. Si todos los caminos del Señor, como dice el Profeta, son misericordia y justicia, atributos que hacen brillar magníficamente su gloria y su reinado: he aquí por qué la conversión del pecador llena de inmensa alegría a los santos Ángeles, pues admiran la misericordia en el perdón de los pecados y la justicia en los gemidos y lágrimas del pecador, y aunque sean embriagados con el torrente de las eternas delicias; sin embargo, sienten aumentar su regocijo cuando nosotros somos renovados por la penitencia. El Evangelio claramente lo expresa cuando dice: «Los Ángeles se regocijan más con la conversión de un pecador que con la perseverancia de noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia».
JACULATORIAConsidera que los justos de que habla el Evangelio en el pasaje citado no son otros que los mismos Ángeles, pues solo de estos puede decirse con verdad que no necesitan de penitencia, porque habiendo pecado todos los hombres en Adán, sería una temeridad asegurar que no tienen necesidad del remedio de la penitencia, y con mayor razón cuando el Discípulo amado ha dicho refiriéndose a los hombres: «Si alguno dice que no peca, se engaña y no hay verdad en él». ¿En dónde encontraremos pues, esa inocencia tan pura, tan perfecta que no tiene necesidad de penitencia? Sin duda que solo puede hallarse entre los Ángeles que, detestando la rebelión y audacia de satanás, permanecieron firmes en el bien en que Dios los había establecido desde su origen; ellos se alegran, por consiguiente, más de la conversión del pecador que de la perseverancia aún de sí mismos, porque no pueden menos que reconocer la misericordia de Dios en toda su grandeza, en toda su plenitud, y celebrarla con los más vivos trasportes de júbilo, puesto que la justificación del pecador es una obra más grande aún que la creación de mil mundos; la acción divina al sacar los seres de la nada no encuentra ninguna oposición; pero al convertir al pecador ha tenido que vencer la oposición de la voluntad. Cuando Dios creó el cielo y la tierra, nada se opuso a su voluntad; cuando Dios convierte a los pecadores, es necesario que venza su resistencia, y que combata, por decirlo así, a su propia justicia arrancándole sus víctimas; esta bondad que resiste tantos obstáculos es sin duda más poderosa, más abundante que aquella que no encuentra impedimentos en las comunicaciones de su gracia y de su gloria en los Ángeles bienaventurados. Siendo, pues, la conversión del pecador la obra maestra de la misericordia divina, no puede menos que ser celebrada por los Ángeles con inmensa alegría. Si por desgracia no nos hemos convertido totalmente a Dios, procuremos hacerlo hoy de todo corazón, así aumentaremos siquiera sea accidentalmente, la dicha de esos espíritus felices que nos aman ardientemente y desean que reparemos las ruinas que satanás y sus cómplices dejaron en el Empíreo, ocupando nosotros las sillas que quedaron vacías por su soberbia y perfidia.
JACULATORIA
Ángeles dichosos, que celebráis la conversión de los pecadores, alcanzadme la gracia de que me convierta verdaderamente a Dios.
PRÁCTICA
Como la verdadera conversión es una confesión bien hecha, no dejéis de hacerla al menos una vez al mes, para que de este modo alegréis a los Ángeles del Cielo. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
ORACIÓN
Espíritus soberanos, que contempláis como un espectáculo digno de vuestra alegría la penitencia de los pecadores, porque admiráis en ella la misericordia de Dios y veis cumplidos los sentimientos de amor y de ternura que abrigáis hacia nosotros; os rogamos, con toda la efusión de nuestras almas, que nos alcancéis de la Clemencia infinita los divinos auxilios para convertirnos totalmente a nuestro amable Redentor, derramando abundantes lágrimas de contrición por nuestras culpas, hasta merecer el perdón y la gracia en esta vida y la eterna gloria en la otra. Amén.
EJEMPLO
En el tiempo en que San Ignacio de Loyola escribía las constituciones de la Compañía de Jesús, de esa sociedad que había de ser semillero fecundo de santos misioneros que, con sus ejemplos y palabras, habían de convertir innumerables infieles y pecadores, en ese tiempo, digo, recibió extraordinarios favores del Cielo, sin duda alguna, felices nuncios de los frutos que obtendrían sus ilustres hijos. «Muchas veces oía aún con los sentidos exteriores, músicas suavísimas de los Ángeles, y una armonía inexplicable, que le hacía deshacerse en lágrimas: principalmente en la Misa le regalaba Dios por medio de los espíritus celestiales, los cuales enviaban del Cielo para que le diesen a gustar del contento y alegría que hay en la gloria, y no se haya en esta vida; y así, puestos en coro encima del altar donde decía Misa, todo el tiempo que duraba, entonaban celestiales canciones y con suavísima armonía le daban música al bendito Padre; y esto no fue una sino muchas veces». ¿Qué otra cosa eran esa alegría, música y cantos de los Ángeles, si no demostraciones de júbilo por las conversiones que habían de obrar sus hijos los misioneros, y la recompensa debida a los deseos del santo que prefería la vida al martirio sólo por convertir almas? (Vida de San Ignacio por el P. Juan Eusebio de Nieremberg).
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)