Desde Católicos Alerta 
INTRODUCCIÓN
Es cierto que el movimiento    neocatecumenal no merece una aprobación sino una reprobación. 
Así, no hay que    definirlo como «un camino de formación católica»    sino, más bien, como un “itinerario de perversión herética”. Es    una severa condenación lo que merece y no un llamamiento a los obispos para    que lo exalten. 
«En realidad, no son muchos los    textos programáticos de Kiko y Carmen (sus fundadores). Los     pocos a disposición carecen de difusión comercial, están  mecanografiados    para uso de las comunidades o han aparecido en  revistas de escasa tirada». En    rigor existe sólo un texto  «programático» reservado estrictamente a los    catequistas,  mecanografiado y multicopiado; es la transcripción de una serie    de  conferencias pronunciadas por Kiko Argüello y Carmen Hernández.   
Cuando se logra, con gran    dificultad,  procurarse este documento, queda uno asombrado al leer las     recomendaciones hechas a los propios adheridos, recomendaciones  repetidas    veces, de guardar secreto sobre los verdaderos objetivos de  este movimiento. «Esto    no lo digáis a la gente porque huirían a toda velocidad». Guardadas  las    proporciones, nos encontramos ante una asociación de tipo  masónico: el    programa real es sólo conocido por uno pocos y la masa  es engañada. Y pese a    que varios obispos en diversas partes del mundo  habían lanzado su grito de    alarma, el movimiento tiene la aprobación  de Juan Pablo II.
Juan Pablo II, fiel a su espíritu disgregador heredado del CV2 (Concilio Vaticano II), aprobó el "Camino Neocatecumenal" 
Como prueba de nuestras    afirmaciones y para  ayudar a nuestros lectores reproducimos seguidamente el    artículo que  publicamos en junio de 1983 (edición italiana) sobre los     neocatecumenales. Recientemente ha aparecido un estudio crítico sobre  ese    movimiento escrito por el pasionista romano Padre Enrico Zoffoli  que no ha    vacilado en titular su libro «Herejías del movimiento neocatecemenal». 
Nos     proponemos hablar de él. Por el momento, una simple comparación  entre los    subtítulos de nuestro artículo y el índice del Padre  Zoffoli basta para    demostrar que el «catecismo» oficial, o mejor el  catecismo secreto del    movimiento, permanece el mismo, como por lo  demás nos asegura el propio P.    Zoffoli (p.8).
Parece sobre todo que las muy    graves herejías  reconocidas por muchas personas en diversos momentos    permanecen  evidentes en un tal movimiento que, aun afirmando querer oponerse a     la «descristianización» del mundo contemporáneo, «se    orienta -como ha dicho el Padre Zoffoli- a    minar el cristianismo».    
 EL    MOVIMIENTO CATECUMENAL  
 El    «fondo» secreto del movimiento 
La  opinión aproximada que me había hecho, de oídas, de este movimiento, era     parcialmente favorable, sosteniendo que se trataba de grupos  generosos que se    entregaban a una actitud útil, si bien eran un poco  demasiado autónomos y un    poco demasiado aficionados a algunas de sus  originalidades litúrgicas. Pero    el análisis cuidadoso que ahora he  podido acabar no me ha revelado otra cosa    que un plan muy diferente y  gravísimo. He podido estudiar atentamente el    volumen de cerca de 400  páginas que contiene las «orientaciones» dadas a catequistas del movimiento, sacadas de las grabaciones de las «reuniones hechas por Kiko y Carmen» para  orientar a los    catequistas de Madrid en febrero de 1972. La  historia, la finalidad y la práctica    del Movimiento están condensadas  en este volumen de la manera más auténtica.    Todas mis citas entre  comillas las he extraído cuidadosamente de este    volumen; si no indico  la página, es que se trata de afirmaciones a menudo    repetidas; ya  que el libro, mecanografiado y fotocopiado, no es fácil    encontrarlo. 
Se  trata, de hecho, de un texto reservado a los catequistas, que no deben     cederlo a nadie. Tuve que recurrir a una estratagema para conseguirlo y     fotocopiarlo. Lo que se observa enseguida es esta cualidad negativa  del    movimiento: “el secreto, el esoterismo”. En no pocos pasajes está     escrito: «No digáis nada de eso». «Lo    que voy a deciros no es  para que lo digáis a la gente, sino para que os sirva    de base, de  fundamento». Pero es precisamente este fondo, esta base, que    son  inadmisibles. De hecho, los catecúmenos y los superiores eclesiásticos     -a quienes los miembros del movimiento muestran tanto respeto- están  engañados,    pues no se les pone al corriente de este fondo. Y se  trata, como lo mostraré,    de graves desviaciones doctrinales y  prácticas. 
Acentos    carismáticos y métodos fanatizantes 
En el  marco dolorosamente estático de ciertas parroquias, los grupos     catecumenales, con sus actividades semanales (reuniones bíblicas  preparadas    por tumo por ciertos miembros y larga reunión  eucarística), con los cambios    de experiencias efectuadas y el acento  comunitario de las reuniones de    cohabitación mensual, con la  formación sistemática en el sostenimiento del    prójimo y en el  desprendimiento de los bienes, con la perspectiva ratificada    de nos  estar más que en camino de una nueva conversión a proseguir durante     el precatecumenado y el catecumenado en el transcurso de siete años, dan  en    tales grupos, digo yo, una buena impresión de compromiso y de  fervor. Pero en    realidad, ¿es fervor o fanatismo? 
Kiko se presta a la pregunta: «No se trata, dice, de enganchar a quien quiera que quiere», pues no se practica ningún «lavado    de cerebro por razonamientos». Pero  esta especie de «lavado» y de «enganche»    aparecen propiamente al  contrario en ausencia de razonamientos claros    reemplazados por un  fuego arrollador de afirmaciones drásticas, sugestivas,    en un tono  carismático. Aparte de las diferencias evidentes de contenido, es    por  semejantes medios de sugestión e imponiendo radicalmente la fuerte     autoridad del guía que se efectuó en América el enganche de masas  puestas    bajo el yugo de movimientos pseudo-religiosos y sociales  osados y atrevidos,    hasta el de Jim Jones, «el Templo del    Pueblo», que  concluyó con la trágica matanza de la Guayana el 18 de noviembre    de  1978. Las situaciones son por lo demás opuestas en todo ello, sin duda     alguna, pero el método para subyugar es el mismo. He aquí lo que dice  Kiko:    «El cristianismo tradicional, que consiste en bautismo,  ...primera comunión,    ...misa dominical, ...no matar, no    hurtar... no tenía nada de    cristianismo era basura... Nosotros    somos "precristianos"... sin    haber recibido el espíritu nuevo venido del cielo... Ahora,  Dios nos ha llamado para lanzar un Catecumenado orientado hacia    el  renacimiento»; «aun siendo poco numerosos, señalamos una piedra  miliar... volviendo presente el hecho de que el reino de Dios  ha llegado sobre la    tierra»; para la «renovación del Concilio», fue  necesario el «descubrimiento    del Catecumenado»; «os hablo en nombre  de la Iglesia, en nombre de    los obispos,... los catequistas Catecumenales poseen un carisma confirmado por    los Obispos»;  «yo soy Juan    Bautista en medio de vosotros; convertios, pues el  Reino de Dios está muy    cerca de vosotros»; «os doy la vida mediante  la palabra de Dios depositada    en mi; la explicación de la palabra,  soy yo quien la da»; «como Moisés lo que en    el desierto,  somos nosotros quienes somos vuestra ayuda»; «que Jesús ha     resucitado, está atestiguado por los Apóstoles: yo también os lo     atestiguo,... doy de ello mi vida en prenda»; «así como Abrahán     caminaba,... habéis de caminar vosotros también: según la palabra,  nosotros    os remitiremos el Espíritu Santo»; «seréis convocados en  asamblea por el    Espíritu Santo;... Dios os hablará»; «todos vosotros  habéis sido señalados    por el dedo de Dios»; «ninguna comunidad  fundada por nosotros ha fallado:... yo os aseguro que Dios está aquí».
  
El Camino Neocatecumenal es una secta en sí mismo, porque emplean métodos de opresión contra sus miembros; y su doctrina es conocida sólo por sus líderes
La opresión sugestiva y fanática se refuerza  continuamente por el carácter    radica excesivo de las afirmaciones y  de las referencias bíblicas    integralistas y despojadas de crítica.  Por ejemplo, la «participación»    (sobrenatural) de la naturaleza divina se dice que consiste en «llegar    a ser Dios mismo», en «tener la naturaleza divina; resucitar con    Cristo» corresponde    a «tener la misma sangre redentora de Jesucristo», a llegar a ser también    nosotros «Espíritu vivificante» con la obligación    de repetir y de «manifestar a cada generación lo que ha sucedido una sola vez en el    Calvario, al dejarnos matar»: la influencia deletérea del pecado personal se    dice en la comunidad «destruir la Comunidad, la Iglesia»; cuando en el curso    del precatecumenado  «dice uno vender los bienes, deberá    venderlos todos,... no pudiendo  de otro modo entrar en el Reino, ni aun en el    Catecumenado»;     nuestro cristianismo de antes de nuestra conversión era basura, etc.  Todo    esto acentúa la presión y el fanatismo en quien se dejó  agarrar, sobre todo    en la perspectiva de la larga carrera de  formación prometida (siete años).     
Grosero desprecio    para con la Tradición
Las  lagunas y lo nocivo de este movimiento aparece gravísimo si, de sus  métodos,    se pasa a su contenido. No hay posición doctrinal o  práctica católica que    no se la deforme gravemente. Todo se presenta  con confusiones teológicas y bíblicas    que impresionan por así  decirlo, junto con una actitud de ostentación de    fines redescubiertos  y de recuperación de las auténticas verdades    cristianas, sepultadas y  olvidadas siglos ha. Ello se acompaña también de    impresionantes  perspectivas de empeñó personal «elitista»    (de ser la flor y nata) de sacrificio.
El «redescubrimiento» de los  valores cristianos primitivos y auténticos    se presenta en plan  fideísta, carismático, de fe «existencialmente»    vivida. Muestra un  cordial desprecio por las tesis «filosóficas» de la    Iglesia y de lo  que se llama el «juridicismo» de la llamada    especulación «teológica», organizada en los diferentes tratados. «Ellos     habían encajonado al Espíritu Santo, lo habían embotellado y puesto  en    tratado que pudiéramos dominar, donde todos tuviéramos las más  puras joyas    del conocimiento de Dios: de Dios, Uno y Trino, del Dios  creador, etc., y sin    darnos cuenta de que habíamos empobrecido la  visión de Dios». Particularmente    deplorable fue «el inmovilismo    casi total determinado por el Concilio de Trento», que finalmente se    hubiera superado por el Vaticano II.
El "Vaticano II" es, para los Neocatecumenales, la "superación del Concilio de Trento, y en general, de la Tradición Católica" 
Semejantemente, toda la estructura,  la práctica, la liturgia de la Iglesia    hubieran decaído, después de  la paz de Constantino y la irrupción de las    masas en la Iglesia, en  un «juridiscismo» de puros ritos y peticiones de favores celestiales, comunes a toda pobre «religiosidad    natural», al perder la auténtica vitalidad de fe de la «Iglesia    primitiva», que, finalmente, tras el Vaticano II, se «redescubre», se    recupera, justamente gracias al movimiento catecumenal.
El hecho de que hoy «las naciones salen de las Iglesias» constituiría  respecto a ello una ventaja que neutralizaría el    efecto de aquella  irrupción de masas y nos conduciría a la época    preconstantiniana. «Así el cristianismo podrá brillar en toda su pureza    y su frescor. Así podremos reanimarnos al a Iglesia primitiva».
Es trazar una cruz sobre siglos y    más siglos de  la vida de la Iglesia con la presunción de no tener cura, como    es el  hecho de quienes tienen como brillantes estrellas a tantos santos. 
Concepción    luterana de la salvación 
Se  trata pues no de un movimiento de masas, sino    un movimiento de  élites. Sin embargo, su intención es totalmente otra que la    de quedar  replegado en sí mismo. Sin duda dicen: «Nosotros    no conquistamos a nadie, no predicamos un cristianismo proselitista»;     pero en realidad presionan para multiplicar sus grupos en las  parroquias.    Entienden constituir también la única y verdadera manera  para la «salvación    del mundo». 
Se    toca aquí una perspectiva fundamental del movimiento, estrechamente unido a    una noción nebulosa e inadmisible de la «salvación», continua y confusamente repetida.
La    salvación del mundo consistiría en anunciar y acoger por la fe la «buena    nueva», la del «evento» salvífico    que es la resurrección de Jesús, esta definitiva «victoria    sobre la muerte» y, por ello, el perdón amorosamente acordado por Dios.    Los catecumenales comunican esta «buena    nueva» y manifiestan este «signo» al aceptar el «evento» y la renovación    personal de la «victoria sobre la    muerte». Esta victoria advendrá, como se dio el caso para Jesús, al «pasar    a través de la muerte», es decir al «dejarnos    matar» por amor paciente para con los demás, al responder con la «no    violencia» a su oposición, al «acabar    con la cruz de los derechos del prójimo que nos destruyen». Por tal    testimonio, los catecumenales salvan al mundo: «los catecumenales  son los guardianes de la Palabra que es el germen del Espíritu,    son  la presencia de Dios en el mundo, son la Iglesia: una comunidad de     hermanos. Ahí tenemos un misterio impresionante: un grupo de hombres  están    deificados y forman el Cuerpo de    Jesucristo  resucitado, el Hijo de Dios. Si ésto se produce en un lugar, allí    se  reproduce la victoria sobre la muerte. Ahí está el anuncio constante de     la Buena Nueva y que ya ha llegado la Vida Eterna, que el Reino de  Dios está    próximo. Y esto es lo que salva al mundo». 
Estamos  en presencia de afirmaciones alborotadas que, pese a algunas     partecillas de verdad, no son aptas sino para sugestionar, embriagar,     escondiendo del todo su real gratuidad é incoherencia. Enseguida  aparece    evidente que entre el Calvario de Jesús y el que el prójimo  pueda    procuramos, hay buena diferencia; que Jesús ha vencido la  muerte, no sólo    por el hecho de soportarla, sino al resucitar  corporalmente, y que la    solidaridad edificante y el altruismo de un  grupo, que no puede influir más    que en un círculo restringido, no son  en modo alguno suficientes para la difusión    universal de la fe y de  la salvación.  
Pero a parte de esto, el más grave equívoco concierne en la noción    fundamental de la salvación. Por     cierto que, en el marco de tan gran confusión teológica. se  registran también,    al contrario, afirmaciones correctas. Pero se  contradicen por otras    innumerables afirmaciones, que reducen ese tan  pequeño número estricto a    varios retoques y a artificiosas  escapatorias, medio de defensa contra el    temor de condenaciones. Es  en vano, por ejemplo, que se afirme incidentemente    que también hay  que «dar los signos de    la fe. Nosotros no somos protestantes. La fe sin las obras está muerta» .    Ante todo, las «obras» no se    requieren sólo como un «signo», sino     como conformidad obligatoria a la ley moral según la divina  voluntad.    Enseguida y sobre todo, tal afirmación se destruye por las  innumerables    repeticiones de la concepción netamente luterana al  respecto: ningún    esfuerzo ascético se ha unido con el sostenimiento  de la gracia: la salvación    se debe exclusivamente a la fe: «El     hombre, habiéndose separado de Dios, se ha quedado radicalmente  impotente    para hacer el bien, esclavo del maligno»; «el hombre no se  salva en modo    alguno mediante las prácticas» ; «para un cristiano a  lo San Luis -según    su divisa: "antes morir que pecar"-  es fundamental estar en gracia de Dios, no perder esta gracia,  perseverar. La    gracia es una cosa de la que no se sabe demasiado lo  que es, pero que se tiene    en el interior y con la cual hay que  morir... Pero en seguida he comprendido    que vivir en gracia es vivir  en la gratuidad de Dios, quien persiste en    perdonarte gracias a su  amor»; «Dios perdona nuestros pecados y su Espíritu    Santo nos  convierte en santos hijos de Dios. Y esto gratuitamente para quien     quiera que cree que Jesús es el enviado del Padre como Salvador» ; «el     cristianismo no es una llamada a la conciencia v a la  honestidad, sirio la invitación de acoger el anuncio del perdón     gratuito de todos nuestros pecados»; «el cristianismo no es un  moralismo.    Jesucristo no es exactamente un ideal, un modelo de vida,  él no vino a darnos    ejemplo»; «los sacramentos no    constituyen una ayuda a tal fin»;    «el Espíritu vivificante está bien lejos de incitarnos al perfeccionamiento, a  las buenas obras, a la fidelidad a    Cristo muerto»; «el cristianismo  no exige nada de nadie, todo lo convierte    en don» ; «al más pecador,  al más vicioso. se convierte en don de vida eterna»: « Dios es  amor del enemigo... Si hemos hecho cosas    horribles, Dios nos ama y  nos perdona... De tí, él no exige nada». La    Palabra de salvación no exige, como la ley, «un    esfuerzo de más, un esfuerzo íntimo, pues él nos lo da todo entero ».  
Negación de la Redención  
 Más  grave todavía, y aun más allá de la concepción luterana, es la negación     de todo lazo ontológico. sobrenatural, meritorio, entre la salvación y  la    inmolación de Jesús.  
Con la  noción de redención, de rescate, se derrumba uno de los frutos     cardinales de la fe. Por su resurrección después de su muerte, Jesús     simplemente hubiera notificado a los hombres que lo habían matado su  voluntad    de perdón. Con grosera ignorancia se osa afirmar que, «gracias  a la renovación teológica operada por el Concilio, no se    habla más  del dogma de la Redención, sino del misterio de la Pascua de Jesús»;     como si el uno contradijera el otro. Y con insistencia al fin subrayada    con tosca ironía: «Las ideas    sacrificiales entraron en la    eucaristía por condescendencia, sugeridas    por el momento histórico, para    con la mentalidad pagana»; «en     lugar del Dios justiciero de las religiones, quien, por más que te  muevas, te    da algún bastonazo en la cabeza, nosotros, descubrimos el  Dios de Jesucristo»;    «¿acaso tiene Dios necesidad de la sangre    de  su Hijo para apaciguarse? Hemos llegado a pensar que Dios apaciguaba su  cólera    por el sacrificio de su Hijo al modo de los dioses paganos»...
Contrario al Catolicismo, para el Camino Neocatecumenal, la Muerte de Jesucristo como Precio de nuestra Redención ¡ES REMEMORANZA DEL PAGANISMO! 
Negación de la confesión  
Como he  dicho, todas las verdades teológicas fundamentales son gravemente     deformadas, y naturalmente también los sacramentos. Me limitaré a  algunos    detalles acerca de éstos, en particular la Confesión y la  Eucaristía.  
La  actitud de fondo, muy laudable en sí, de querer manifestarse serio, está     continuamente excitada por la incomprensión y por el desprecio  superficial y    presuntuoso de todo lo que se ha enseñado v practicado  hasta ahora. He aquí,    por ejemplo, cómo se trata por Carmen la  clásica y profunda distinción    entre atrición y contrición: «Se    empieza por dar importancia a la contrición. Verdaderamente    daría risa pensar que sólo la atrición es    necesaria si uno va a confesarse, y la    contrición si uno no se    confiesa». He ahí ignorancia burlona.  
Para la confesión, la afirmación superficial de obediencia a la Iglesia no    falta: «Mantenemos la confesión    individual, porque hay que conservarla, y además porque tiene su valor». Es probable     que en cuanto a ello haya habido algún llamamiento explícito de  parte de la    autoridad. Pero es evidentemente una práctica que se  soporta simplemente. Y    está en contradicción con todo el contexto de  la enseñanza  
La  noción de pecado, entendido como violación de la ley moral y como  rebelión    a la voluntad divina, está descartada por ser la «concepción legalista que mira el pecado como falta a una serie de    preceptos». Se burlan del presunto automatismo de las «expiaciones» asignadas (la penitencia sacramental) para obtener    el «perdón», pues se olvida su    justo aspecto de reparación (que exige, ciertamente, el previo arrepentimiento. absolutamente esencial). Se menosprecia el    arrepentimiento: «La conversión no    consiste en arrepentirse de lo pasado, sino    en ponerse en camino para lo futuro».  Como si la conversión pudiera    considerar un nuevo porvenir sin  reprobar lo pasado y sin entristecerse de la    ofensa cometida contra  Dios: ofensa que no    se nombra jamás en tal catequesis. La  conversión sin arrepentimiento de lo    pasado empalma con la afirmación  ya citada del perdón «gratuito» de Dios, sin «esfuerzo»     personal, sin otra obligación que la de reconocerse pecador y aceptar  ese    perdón. Aunque en las reuniones penitenciales se admiten las  confesiones    particulares rápidas, oídas y absueltas por los padres,  tales absoluciones,    consideradas en sí mismas, se menosprecian en no  pocas ocasiones reiteradas,    y aún se critican, así como el Concilio  de Trento que las ha prescrito,    porque darían a la confesión un  carácter «mágico» (incomprensión    completa es ello de la eficacia de los sacramentos ex    opere operato). Fundándose en un pequeño número de autores,    unilaterales, seguidos paso a paso, se expone    una especie de historia de la confesión sin referencia alguna al preciso    relato de su institución dado por el Evangelio.  
La Confesión privada (el penitente revela sus pecados al sacerdote para recibir la absolución), para Carmen y Kiko, es una práctica supérflua
Una vez  descartada la maduración teológica sancionada por el Concilio de     Trento, la norma de la confesión se daría por la práctica, confusamente     supuesta, de la Iglesia primitiva. Henos aquí en una reunión  penitencial del    movimiento catecumenal: «Todo cuanto os    hemos  anunciado acerca del amor de Dios y el perdón de los pecados va a     realizarse ahora, pues Dios nos da el poder no sólo de anunciar el  perdón,    sino de comunicarlo mediante un signo»: «en    la  Iglesia primitiva, el perdón no se confería por la absolución, sino por     la reconciliación con toda la comunidad por medio del signo de    la readmisión en la asamblea en un acto litúrgico» ; «el valor del rito no    reside en la absolución, ya que en    Jesucristo ya estamos  perdonados» ;    «es la comunidad eclesial, allí presente,    signo de  Jesucristo para los hombres, que perdona concretamente».    Nos hemos alineado con la negación protestante    del verdadero sacramento. 
Groseras deformaciones  
Todo  ello se dice sin que se comprenda en lo más mínimo la verdadera     naturaleza del sacramento católico, como se destaca de la grotesca  exposición    que se da de él: «Es así que hemos    practicado,  nosotros los católicos, la confesión, y de ahí porqué esta práctica     está hoy en crisis. El perdón pasa al segundo plano, lo esencial  subsiste    simplemente en confesar los propios pecados y en recibir la  absolución. La    confesión se transforma en algo mágico. Se tiene una  visión legalista del    pecado, para la cual no importa tanto la actitud  interior como el acto    exterior de confesar, y en todos los detalles,  todos los pecados en todo su género.    Es visión individualista,  completamente privada, donde la Iglesia no aparece    en parte alguna, y  es un hombre quien te perdona las pecados».  
He aquí  completa incomprensión de la confesión tridentina. Impresionante     muestra de la grosería teológica del movimiento. En e! sacramento  católico    de la penitencia, el perdón ocupa de tal modo el primer  plano, que de él se    busca la seguridad en la absolución; ésta es tan  poco mágica (obtenida por    recurso a falsos poderes), que depende del  divino poder de Jesús; el cuidado    de los valores interiores está tan  poco ausente, que el último    arrepentimiento es condición de validez;  la cual depende tan poco de    cualquier hombre, que éste obra in    persona Christi y por mandato de la Iglesia. También Lutero se lo tomaba    así para atacar las verdades católicas: las deformaba. 
Negación    del Sacrificio Eucarístico  
Cuando  tuve las primeras informaciones sobre las reuniones catecumenales pensé     que tales originalidades rituales tan sólo consistían en libertades  litúrgicas,    en parte tolerables, en parte corregibles. Jamás me  hubiera imaginado que    tuvieran por lo contrario semejante término tan  gravemente heterodoxo. Ahora    también comprendo por qué hubo tanta  resistencia a los recursos a la    autoridad para conformar sus ritos a  las normas litúrgicas prescritas. Tales    actitudes de autonomía y de  deformidad referentes a las normas prácticas    comunes se enlazan  doctrinal y psicológicamente oposiciones de fondo. Se pretende abiertamente «redescubrir» la    verdadera eucaristía, pues lo hemos «menospreciado    y empobrecido todo».      
La Eucaristía no sería más que «la     memoria de la Pascua de Jesús, o sea, su paso de la muerte a la  vida, del    mundo al Padre, acontecimiento que ensalza y en el cual nos  formamos la    experiencia de la resurrección de la muerte», es decir, «la proclamación de nuestro perdón y de nuestra salvación», pues    esto es «el carro dé fuego que viene a    trasladarnos a la gloria».  
La esencia de la Misa como sacrificio se niega claramente al modo luterano: «Las    ideas sacrificiales han entrado en la eucaristía por    condescendencia para con la mentalidad pagana»: «la masa de paganos (que irrumpió después de Constantino) vio la    liturgia cristiana según sus conocimientos religiosos vueltos hacia la idea    del sacrificio»; «en  el edificio    que Dios construyó, las ideas sacrificiales que había  tenido Israel, y que    se habían superado por el mismo Israel en su  liturgia pascual, eran las    fundaciones: ahora que el edificio se ha  construido, se ha vuelto a tales    fundaciones, o sea, a las ideas  sacrificiales y sacerdotales del paganismo»;    «las discusiones  medievales acerca del sacrificio concernían en cosas que no    existían  en la eucaristía primitiva, ya que no habla entonces sacrificio     cruento alguno, ni nadie que se sacrificara, Cristo, el sacrificio de la  cruz,    el Calvario, sino nada más que un sacrificio de alabanza por  comunión con la    Pascua del Señor: dicho de otro modo, con su paso de  la muerte (bajo la    especie del pan) a la resurrección (el cáliz)».  
A semejanza de Lutero, los Neocatecumenales niegan la actualidad del Santo Sacrificio de la Misa
Por  estas últimas afirmaciones, mientras el sacrificio está ajusto título     excluido del altar, con todo igualmente queda excluido el sacrificio  incruento    de Jesús sacramentalmente presente: se excluye pues la  actualidad sacrificial    de la Misa.  
Esta  exclusión, por otra parte, es plenamente coherente con la exclusión ya     citada de la inmolación cruenta y salvífica de Jesús, proclamada para     nuestra salvación Una vez excluidos los méritos redentores del  Calvario, su    aplicación por medio del calvario místico del altar no  tendría sentido    alguno para los catecumenales. Dolorosamente también  coherente su hostilidad    alas numerosas, repeticiones de Misas, ya que  su fruto impetratorio se ignora    por ellos como se ignora por  Lutero.  
También se oponen rotundamente a toda la parte del ofertorio. Si es Dios    quien lo hace todo, quien «pasa como    carro de fuego y arrastra a toda la humanidad», ¿para qué aceptar las    ofrendas? «Ofrecer  las cosas a Dios    para serle propicio? ¡Qué lejos estamos de la  Pascua!»; «es idea pagana la    de aportar ofrendas para aplacar a  Dios»; «se llega a la enormidad diciendo:    ¡Con la hostia  pura, santa e inmaculada, ofrécete tú mismo y tu trabajo y    la jornada  que comienza!»; «en la Eucaristía no ofrezcas nada:    es Dios absolutamente presente quien da lo máximo:    la victoria de Jesucristo sobre la muerte»; «las procesiones, las grandiosas    basílicas, ... los ofertorios... llenan    la liturgia de ideas unidas a una mentalidad pagana».  Todas estas tesis    son tristemente coherentes con la negación de que  Jesús se inmola y se    ofrece sacramentalmente: toda otra ofrenda no  puede concebirse más que en unión    con la suya.  
Se  elimina así todo movimiento ascensional hacia Dios y todo coloquio  íntimo    con Jesús en el Santísimo Sacramento, como si no hubiera aquí  más que    humillación «estática» de la    Eucaristía, que no debiera ser más que exultación para el «descenso» de la divina intervención y, al contrario, la    proclamación de la victoria ya obtenida. «Hemos    transformado la Eucaristía, que era canto    a Cristo resucitado, en    divino prisionero del Tabernáculo»; hemos hablado, como en las «primeras    comuniones», de un «Jesusillo que    nos metemos en el pecho cuando lo queremos... siendo la Eucaristía todo    lo contrario... es Dios quien pasa y    quien arrastra a la humanidad».  
Negación    de la presencia real  
Aquí ya  se dibuja el oscurecimiento de la verdad fundamental de la presencia     real, pues una vez admitida ésta, debiera al contrario aparecer el  precio del    Tabernáculo y de la presencia en quien ha comulgado así  como el precio de la    íntima conversación. Pero este oscurecimiento se  manifiesta gravísimo y más    directo en otras afirmaciones:  oscurecimiento que manifiestamente se extiende    al hecho de la  consagración y a la naturaleza y valor de los poderes    sacerdotales: «El sacramento, esto es    el pan, el vino y la asamblea: es de la asamblea de la que surge    la Eucaristía».  Estas palabras se adecuarían para un rito    puramente conmemorativo,  pero en modo alguno para el sacramento eucarístico    ni para los  poderes sacerdotales. Y con ostentación presuntuosa de    superioridad  sobre toda la teología y la práctica católica, acosada hasta    la  ironía: «La Iglesia Católica se ha vuelto obsesa por causa de la     presencia real, hasta tal punto que, para ella, la presencia real es  todo»;    (esto es falso: la considera no como el todo, sino como el fundamento del    todo); «las  discusiones teológicas obsesivas sobre la cuestión de saber    si, de  hecho, Cristo está presente en el pan y en el vino hacen reír»; «en     cierto momento fue necesario insistir contra los protestantes acerca de  la    presencia real, pero ahora ya no es más necesario y no hay que  insistir más    en ello» (visto el desorden teológico y litúrgico actual, es, por lo    contrario. más necesario que antes); «inútiles     tentativas filosóficas se efectuaron para explicar cómo está  presente    Cristo, con sus ojos o sin ellos, físicamente, etc., o por  la transfinalización    holandesa... se ha pretendido explicar el  misterio por la transubstanciación    » (no explicarlo sino más bien precisarlo esencialmente, determinarlo, como  lo hicieron, comprometiéndose en lo máximo, el    Concilio de Trento y  todo el Magisterio consecuentemente, menospreciados por    los  catecumenales); la indiferencia en cuanto a la presencia «física», que  va a la par, en sentido inverso, con la transfinalización holandesa,     revela en todo por lo menos la incomprensión de la verdadera presencia.  Una    vez excluido todo aspecto de sacrificio, y que todo se ha  reducido á «banquete» de exultación (he aquí una concepción de  los catecumenales,    verdaderamente obsesiva, la que se incita hasta  recibir la comunión sentados    y a considerar como «inconcebible  que    alguien no comulgue, ya que a la cena pascual justamente se va  para comer»),    «todos los valores de adoración y de contemplación,  extraños a la    celebración del banquete, se eliminan» ; «el parí y el  vino, no se    conciben para que estén expuestos, pues    así se echan a perder (!)»; la inquietud por las «migajas». que caracteriza a quien cree en la presencia real, se pone en ridículo: «no    es cuestión de migajas, sino del    sacramento de la asamblea»; «el     Tabernáculo, el Corpus Christi, las exposiciones solemnes, las  procesiones,    las adoraciones, las genuflexiones, la elevación, las  visitas al Santísimo    Sacramento, todas las devociones eucarísticas,  ir a Misa para comulgar y    llevar a Jesús en el corazón, dar gracias  después de la comunión, las    misas privadas... (todo eso) minimiza la  Eucaristía... y está muy lejos del    sentimiento de la Pascua».  
Para los miembros del Camino Neocatecumenal, lo que muestra esta estampa (la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía) es una mentira
Otras  continuas afirmaciones procuran devaluar el problema de la presencia,     que es por lo contrario el fundamento de todo lo demás: «Lo  importante no    consiste en la presencia de Jesucristo en la  Eucaristía... sino en su meta:    en la Eucaristía en tanto en cuanto es  misterio de Pascua». Así multiplican afirmaciones evanescentes: «Así     como Dios estaba presente en la Pascua, es decir en la liberación  que fue la    salida de Egipto, del mismo modo Jesús está presente por  su espíritu    resucitado de la muerte» (¿es la presencia de la acción sin la    presencia de la persona?); «en  lugar de    poner el problema de la presencia de Cristo en la  Eucaristía, hay que pensar    que Cristo es realidad viva que realiza la  Pascua y que arrastra a la Iglesia»    ; «la presencia de Cristo es  otra cosa. Es el carro de fuego que viene a    llevarnos para la gloria,  a hacernos pasar de la muerte a la resurrección».  
Negación    de la resurrección  
Esta  misma evanescencia, justamente en los puntos que exigirían la máxima     determinación, aparece también con respecto a la resurrección de Jesús: «El     memorial que nos deja es su espíritu, resucitado de la muerte» ;  «¿Cómo    vieron los apóstoles a Cristo resucitado? ¿Cómo un fantasma?  No, lo vieron    en sí mismos... constituido Espíritu vivificante».Esta  última expresión se repite a menudo. Ciertamente Jesús envió    su  Espíritu. Pero la resurrección concierne al cuerpo real de Cristo.  
"Cristo está muerto". Eso es lo que el Camino Neocatecumenal quiere hacernos ver: la Resurrección es un mito (lo cual es blasfemia)
Superficialidad    - Presunción - Astucia  
Tal  evanescencia corresponde a la gran confusión teológica y bíblica y a la     superficialidad, unida a presunción de sutileza y de ahondamiento  crítico    sin hablar de la presunción carismática. Como ya lo he dicho,  no hay verdad    teológica ni bíblica que no se haya deformado, entre  otros motivos porque    esos catequistas laicos carecen de toda sólida  formación teológica y bíblica    de base, dependen de un pequeño número  de textos. escogidos de entre los    menos seguros, los más atrevidos  (por ejemplo la revista Concilium). Esa inconsistencia y esa  confusión se encuadran luego    en la doctrina catecuménica fundamental.  que hemos visto al principió,    acerca del anuncio pascual de la  salvación, nebulosamente presentada, sin    precisión alguna,  inconsistente en cuanto al dogma de la redención.  
El  método, simplista y astuto, de esos maestros no preparados e  improvisados,    para eludir toda inquisición seria, toda discusión  teológica. es procurar    despreciarla desde el punto de partida y  reemplazarla por afirmaciones categóricas.    Su método, para evitar las  condenaciones y la ruptura con los superiores,    consiste en la  recomendación del secreto. la nebulosidad de ciertas    expresiones  (cortinas de humo) y la protesta de sumisión al magisterio,    insertado  acá v allá (como si fuera polvareda que enceguece), pero que     continuamente se contradice por el contexto.      
Conclusión  
Nos  hallamos, para concluir, en presencia de un deplorable y muy nocivo  lavado    de cerebro, de tipo fanatizante, en el plano doctrinal,  práctico, litúrgico,    usado en grupos de fieles, de los que algunos  quizá estén animados de    mejores intenciones, pero víctimas de  ilusiones y desviaciones del recto    camino de seguridad ascética, del  ejemplo de los santos, y sobre todo de la    ortodoxia.  
Entre  la gente sencilla, tales grupos suscitan la admiración, confrontados     como están con ciertos ambientes tan grises y apáticos, porque se     presentan como generosos y comprometidos. Parecen presentarlo  auténtico, lo    diferente, lo sumo, frente a tanta grisalla. Pero lo  que es «diferente» se entiende... como repulsa de la madurez  doctrinal y práctica de la    Iglesia desde Constantino, retomo obsesivo  á la Iglesia primitiva    (inexactamente interpretada), aversión a las  estructuras jerárquicas; en las    reuniones la presidencia dada al  sacerdote es ficticia, pues la dirección    real es de los catequistas,  aun en las reuniones bíblicas.  
Las  interpretaciones literales despojadas de espíritu crítico de la Santa     Escritura, por ejemplo para vender todos los bienes propios, la  absoluta    pasividad no violenta, la misma perspectiva de morir por los  demás, pueden    dar la impresión de grande y admirable fervor. Pero si  esto puede estar    equilibrado y ser real entre algunos, en conjunto  refleja un falso proceso de    fanatización y falaz construcción en la  arena, con gran perjuicio del    abandono doctrinal y disciplinar.  También Valdo, el iniciador de los    valdenses, se lanzó, guardada toda  proporción, y lanzó a sus catequistas    laicos empezando por la puesta  en práctica de «vende    lo que tienes», y suscitó discípulos fervientes, pero acabó en la    rebelión y en la herejía.      
 RESUMEN DE LAS  PRINCIPALES AFIRMACIONES DE LA FE CRISTIANA CRONTRADICHAS    POR LA  PSEUDOTEOLOGIA DEL MOVIMIENTO NEOCATECUMENAL. 
 He aquí un extracto del estudio del Padre Enrico  Zoffoli, titulado Herejías del movimiento neocatecumenal. Reproducimos el  apéndice que es la recapitulación. 
Verdad Católica. Herejía Neocatecumenal 
1/.- Cristo ha redimido el mundo.   1/.- Cristo no ha llevado a cabo ninguna redención.   
2/.- La premisa fundamental de la obra redentora de Cristo es la realidad histórica del pecado.   2/.- El pecado no es posible porque el hombre no puede evitarlo.   
3/.- La gracia, aun siendo necesaria, respeta sin embargo la libertad humana.   3/.- No hay ningún problema en las relaciones entre gracia y libre‑arbitrio, puesto que el hombre no puede no pecar.  
 4/.- Jesús ha satisfecho a la justicia de Dios en tanto que Mediador de la familia humana pecadora.   4/.- Jesús no puede haber satisfecho a la justicia de Dios porque El es solamente misericordia que perdona.  
 5/.- Jesús ha satisfecho a la justicia de Dios ofreciéndose libremente como víctima por los pecados del mundo sobre el altar de la Cruz.   5/.- Jesús no se ha ofrecido como víctima por los pecados del mundo. Sobre la Cruz no ha realizado ningún «sacrificio».   
6/.- Jesús ha salvado al mundo por los méritos de su pasión y de su muerte.   6/.- Jesús ha salvado al mundo en virtud de su resurrección.   
7/.- Jesús continúa su obra de salvación por medio de la Iglesia, como sociedad visible y jerárquica.   7/.- La Iglesia no es una sociedad jerárquica jurídicamente constituida, sino una sociedad carismática. 
8/.- La Iglesia cumple su misión en virtud del sacerdocio, fundamento de la Jerarquía, haciendo la distinción entre el «sacerdocio» de los ministros de culto recibido en el sacramento del Orden, y el «sacerdocio» de los simples fieles incorporados a Cristo por el Bautismo.   8/.- En la Iglesia, no se confiere un sacerdocio derivado del sacramento del orden puesto que el Bautismo basta para incorporar todo el mundo a Cristo, único y supremo sacerdote.   
9/.- La Iglesia, sobre el altar, celebra un «sacrificio» verdadero y real, como «sacramento» del único y perfectísimo sacrificio ofrecido por Jesús en la Cruz. 9/.- Sobre el altar, no se ofrece ningún «sacrificio» porque no ha sido jamás celebrado por Jesús.   
10/.- La Misa es un verdadero Sacrificio celebrado por Cristo por medio de su ministro visible independientemente de la presencia y participación de los fieles...   10/.- « No hay Eucaristía sin asamblea que la proclame (...). Es de esta asamblea que surge la Eucaristía...».   
11/.- El Sacrificio eucarístico depende esencialmente de la consagración distinta del pan y del vino tranubustanciados en Cuerpo y Sangre de Cristo.   11/.- La « Transubstanciación» no es un dogma de fe, sino una mera tentativa de los teólogos, destinada a explicar el «modo» de presencia de Cristo. 
12/.- La Iglesia adora a Cristo, verdadera, real y substancialmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo las especies del pan y del vino consagrados.   12/.- La presencia verdadera, real y substancial de Cristo en la Eucaristía no puede aceptarse, así como no es creíble el pretendido prodigio de la «transubstanciación»: las partículas que sobran o que caen del altar no contienen esta «presencia», y no son pues «adorables».   
13/.- La presencia eucarística enseñada por la Iglesia justifica el culto del Santísimo Sacramento, de ahí la práctica de la Comunión frecuente, las visitas al Santísimo Sacramento, las bendiciones, las procesiones, las adoraciones solemnes, los congresos (Eucarísticos); como también el deber de observar las normas concernientes al modo de comportarse en presencia de Cristo y todas las reglas destinadas a cultivar la piedad eucarística de los fieles, etc.   13/.- Negada la presencia de Cristo, todas las prácticas relativas al culto, que se siguen, son vanas y ridículas.  
14/.- El sacramento de la Penitencia es realmente distinto del sacramento del Bautismo.   14/.- La Penitencia se reduce al Sacramento del Bautismo: la distinción del uno y del otro no se remonta a la Iglesia primitiva.   
15/.- La «conversión» del pecador, que precede al sacramento de la penitencia, es un hecho eminentemente personal.   15/.- «La Iglesia (...) lleva y conduce a la conversión...».  
 16/.- Dios concede el perdón de los pecados por la absolución del sacerdote...   16/.- «Lo importante no es la absolución». «El valor esencial (... ) del sacramento de la penitencia es: comunitario y religioso». 
17/.- La acusación de los pecados es secreta, auricular ... .   17/.- La confesión es pública, comunitaria.   
18/.- La Iglesia cree en la realidad del infierno que amenaza a los pecadores obstinados en el trance de la muerte. 18/.-En virtud de la Misericordia de Dios, al fin de los tiempos, todo el mundo será salvo. 
19/.- Fuera de la Iglesia no hay Salvación.   19/.- Para salvarse, no es necesario que todos pertenezcan a la Iglesia, o estén dispuestos a entrar en ella como dentro del único Rebaño de Cristo.   
20/.- Jesús, así como es el único redentor y maestro, es también el único Modelo de santidad que los creyentes deben esforzarse en imitar.   20/.- Él no se ha presentado como «Modelo» de vida.   
21/.- El Concilio Vaticano II no está en total armonía con el concilio de Trento, cuyas definiciones no pueden cambiarse.   21/.- Vaticano II es el único Concilio válido para la Iglesia de hoy y de mañana, en tanto que el Concilio de Trento representa una regresión en la vida de la Iglesia.   
22/.- Sólo el Magisterio de la Iglesia es competente para interpretar la Biblia.   22/.- «La Biblia se interpreta por ella misma a través dé los paralelismos».  









