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viernes, 4 de abril de 2014

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA - SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA
     
Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
             
SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
     
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
     
Mañana meditaremos, como complemento de nuestras meditaciones sobre el sacramento de la Penitencia: 1° La obligación de dejarnos dirigir por nuestro confesor; 2º La manera cómo debe hacerse esta dirección.
       
En seguida tomaremos la resolución: 1° De tomar consejos de nuestro confesor para regular nuestra vida y el empleo de nuestro tiempo, para la reforma de nuestros defectos, la práctica de las virtudes y la clase de buenas obras que más nos conviene, si estamos en situación de hacerlas; 2° De consultar a nuestro confesor en las dificultades y dudas que se nos presenten. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Espíritu Santo: “Tomad siempre consejos de un hombre prudente”.
    
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
     
Adoremos a Nuestro Señor en la conducta que observó con San Pablo después de su conversión; este grande Apóstol no aspira sino a conocer y cumplir la voluntad de Dios; y Nuestro Señor, en vez de iluminarle Él mismo o de dejarle conducirse por sí propio en el estado de claridad sobrenatural de que le había rodeado, le envía a un sabio director. Agradezcámosle esta útil instrucción, que nos enseña a no apoyarnos en nuestra prudencia
      
PUNTO PRIMERO - OBLIGACIÓN DE DEJARNOS DIRIGIR POR NUESTRO CONFESOR
     
“Nadie se basta a sí mismo para su propia conducta. Nuestra razón nos engaña; los más sabios se pierden, desde que en vez de pedir consejos quieren confiarse a sus propias luces”, dice San Bernardo. El que no ve en su confesor más que un confidente de sus faltas para concederle la absolución, y no un consejero para dirigirle en el camino de la vida, no está menos expuesto a perderse que un navío sin piloto, un ciego sin guía, un enfermo sin médico; y el demonio no conoce medio más seguro para perder a los cristianos que inspirarles el sentimiento presuntuoso de que pueden gobernarse solos y por su propio juicio. Así, todos los santos han sido fieles a la práctica de pedir consejos para su conducta. Moisés pide consejos a los ancianos; David es dirigido por Natán y Gad, profetas inferiores a él; Saulo es enviado a Ananías, por Jesucristo, que habría podido instruirle por Sí mismo: en fin, el Salvador mismo escuchó e interrogó a simples hombres. El orden establecido por la Providencia es que unos hombres sean instruidos por otros hombres y unos dependan de otros para su dirección. Este es también el orden de la razón, porque el que ve claro en la conciencia de otro no ve nada en la suya propia, y así nos forjamos ilusiones sobre nuestras obligaciones, nuestros vicios y virtudes, nuestros méritos y nuestras aptitudes, y todos tenemos necesidad de un sabio consejero que nos estudie sin prevención y con la gracia de su ministerio. Esto era lo que hacía decir a Bourdaloue, predicando en París, estas notables palabras: “No puedo deplorar bastante la ceguedad de los hijos del siglo, que quieren confesores y no directores, como si el uno pudiera estar separado del otro”. Entremos en nosotros mismos: ¿No somos de los que habrían hecho gemir al sabio predicador?
      
PUNTO SEGUNDO - MANERA COMO DEBE HACERSE LA DIRECCIÓN
      
1° ES PRECISO VER EN EL DIRECTOR, NO UN HOMBRE O UN SABIO, SINO UN ÁNGEL REVESTIDO DE LA SABIDURÍA DE DIOS, a Jesucristo, a Dios mismo, como aquel santo solitario que decía: “Yo considero la imagen de Jesucristo en mi superior”. Es preciso, por consiguiente, hablarle con el corazón completamente abierto, con perfecta confianza, como al médico caritativo, al amigo fiel que Dios nos da para conducirnos, para descubrirle todo el bien y todo el mal que hay en nosotros, nuestras inclinaciones, nuestros deseos, nuestras tentaciones, sin reserva, sin disfraz, sin ninguno de esos artificios de que el amor propio se sirve algunas veces para conducirse a donde se quiere la voluntad del confesor; dejar a un lado todo respeto humano, toda falsa vergüenza, toda repugnancia, como también todo sentimiento de vanidad o de curiosidad. 2º ES PRECISO ESCUCHAR SUS CONSEJOS CON RESPETO Y CONFIANZA, SEGUIRLOS CON FIDELIDAD Y EXACTITUD, cualquiera que sea la contrariedad de opinión, de carácter o de voluntad que ellos nos impongan. 3° ES PRECISO ABANDONARSE DE TAL MANERA A SU DIRECCIÓN, EN TODO LO QUE INTERESA A LA SALVACIÓN, QUE NO SE HAGA NADA SIN PROPONÉRSELO Y JAMÁS NOS RESISTAMOS A HACER LO QUE ÉL DICE; dejémosle un poder absoluto y una entera libertad para decirnos lo que piensa; no discutamos su opinión, sino aceptémosla como la mejor: si tenemos dudas, expongámoslas con toda indiferencia y desprendimiento, hasta tal punto que, ya diga una cosa, ya diga otra, lo obedezcamos igualmente. ¿Es esta nuestra disposición y nuestra manera de tratar al confesor?

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)