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martes, 30 de junio de 2015

CONMEMORACIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO

"He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. No me queda sino esperar la corona de justicia que me está reservada, y que el Señor, justo Juez, me dará en el gran día, a mí y a todos los que aman su venida". (II Timoteo 4, 7-8)
   
San Pablo Apóstol
   
Los griegos unen hoy en una misma solemnidad el recuerdo "de los ilustres santos, los doce Apóstoles, dignos de toda alabanza". Roma, ocupada ayer completamente por el triunfo que el Vicario de Jesucristo alcazaba dentro de sus muros, ve hoy al sucesor de Pedro acudir con su noble corte a tributar al Doctor de las naciones, el homenaje agradecido de la Urbe y del mundo. Unámonos con el pensamiento al fiel pueblo romano que acompañara al Pontífice y hace resonar con sus cánticos de victoria la espléndida Basílica de la Vía Ostiense.
  
CONVERSIÓN
El veinticinco de Enero, vimos al Niño Jesús conducir a su pesebre, domado y abatido al lobo de Benjamín (Génesis XLIX, 27), que en la mañana de su fogosa juventud había llenado de lágrimas y sangre a la Iglesia de Dios. Había llegado la tarde, como lo había previsto Jacob, en que Saulo el perseguidor iba a aumentar la grey y alimentar el rebaño con el alimento de su doctrina celestial, más que todos sus predecesores en Cristo.
   
VISITA A "PEDRO"
Por un privilegio que no ha tenido igual, el Salvador, sentado ya a la derecha del Padre en los cielos, se dignó instruir directamente a este neófito, para que un día fuese del número de sus Apóstoles; pero, como los caminos del Señor no son nunca opuestos entre sí, esta creación de un nuevo Apóstol no podía contradecir a la constitución divina dada a la Iglesia cristiana por el Hijo de Dios. Pablo, al salir de las contemplaciones sublimes, durante las cuales fue infundido en su alma el dogma cristiano, debió volver hacia el año 39 a Jerusalén para "ver a Pedro", como dijo él mismo a sus discípulos de Galacia. Según expresión de Bossuet, debió "comunicar su propio Evangelio con el del príncipe de los Apóstoles" (Sermón sobre la Unidad). Admitido en seguida a predicar el Evangelio, le vemos en el libro de los Hechos, junto con Bernabé, presentarse en Antioquía después de la conversión de Cornelio y de la apertura de la Iglesia a los gentiles. Después de la prisión de Pedro en Jerusalén, un aviso del Cielo manifiesta a los ministros de las cosas santas que presidían la Iglesia de Antioquía, que ha llegado el momento de imponer las manos a los dos misioneros, y de conferirles el carácter sagrado de la ordenación (año 45).
    
PRIMERA EXCURSIÓN APOSTÓLICA A CHIPRE
A partir de este momento, Pablo se agranda con toda la dignidad de un Apóstol y se le juzga preparado para la misión a que había sido destinado. De pronto, en el relato de San Lucas, Bernabé desaparece y no desempeña sino un papel secundario. El nuevo Apóstol tiene sus discípulos propios y emprende, desde ahora como jefe, una serie de peregrinaciones jalonadas por otras tantas conquistas. Su primer paso lo da en Chipre, y allí firma con la antigua Roma una alianza que es como la hermana de la que había contraído Pedro en Cesarea. En el año 45, cuando llegó Pablo a Chipre, la isla tenía por procónsul a Sergio Paulo, recomendable por sus antepasados, pero más digno de estima por la sabiduría de su gobierno. Deseó oir a Pablo y Bernabé. Un milagro de Pablo, obrado ante sus ojos, le convenció de la verdad de la enseñanza de los dos Apóstoles, y la Iglesia cristiana recibió este día en su seno, un nuevo heredero del nombre y de la gloria de las más ilustres familias romanas. Un cambio tuvo lugar en este momento: el patricio romano fue libertado del yugo de la gentilidad por el judío, y en pago, el judío, que hasta entonces se llamaba Saulo, recibió y adoptó en adelante el nombre de Paulo o Pablo, como trofeo digno del Apóstol de los gentiles.
    
CONCILIO DE JERUSALÉN
De Chipre, Pablo recorrió sucesivamente Cilicia, Panfilia, Pisidia y Licaonia. Por todas partes evangeliza, y por todas partes funda comunidades de cristianos. Vuelve en seguida a Antioquia en el año 49, y encuentra revuelta la Iglesia de esta ciudad. Un partido de los judíos salidos de las filas de los fariseos, consentía en la admisión de los gentiles en la Iglesia, pero solamente con la condición de que se sujetasen a las prácticas mosaicas, es decir, a la circuncisión, a la distinción de alimentos, etc. Los cristianos salidos de la gentilidad rehusaban esta servidumbre a la que Pedro no les había obligado, y la controversia se hizo tan viva, que Pablo juzgó necesario emprender el viaje a Jerusalén, a donde Pedro acababa de llegar huyendo de Roma. Partió, pues, con Bernabé, llevando la cuestión para que la resolviesen los representantes de la ley nueva reunidos en la ciudad de David. Además de Santiago (que residía habitualmente en Jerusalén como Obispo), Pedro, como ya hemos dicho, y Juan representaron allí a todo el colegio Apostólico en esta ocasión. Se formuló un decreto por el que se anulaba todo lo que se pretendía exigir de los gentiles respecto a los ritos judaicos, y esta disposición se tomó en nombre y bajo la inspiración del Espíritu Santo. En esta reunión de Jerusalén fue cuando los tres grandes Apóstoles acogieron a Pablo como especialmente destinado a la evangelización de los gentiles. Recibió de parte de los que él llama "las columnas", una confirmación de este apostolado sobreañadido al de los doce. Por este ministerio extraordinario, que surgía en favor de los que habían sido llamados los últimos, el cristianismo afirmaba definitivamente su independencia del judaismo, y la gentilidad iba a entrar en masa en la Iglesia.
   
SEGUNDA EXCURSIÓN APOSTÓLICA (49-54)
Pablo volvió a emprender sus excursiones apostólicas por las provincias que ya había evangelizado, para afianzar las Iglesias. De allí, atravesando Frigia, pasó a Macedonia, se detuvo un momento en Atenas, desde donde partió a Corinto, y aquí permaneció año y medio. A su partida, dejaba en esta ciudad una Iglesia floreciente, no sin haber excitado contra él el furor de los judíos. De Corinto, Pablo fue a Éfeso, donde permaneció más de dos años. Convirtió aqui tantos gentiles, que el culto de Diana disminuyó notablemente. Levantóse una revuelta violenta, y Pablo juzgó que había llegado el momento de salir de Éfeso. Durante su estancia en esta ciudad, reveló a sus discípulos el pensamiento que le preocupaba desde hacía tiempo: "Es necesario, les dijo, que yo visite Roma". La capital de la gentilidad reclamaba al Apóstol de los gentiles.
  
EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
El crecimiento rápido del cristianismo en la capital del Imperio mostraba, de una manera más palpable que en otras partes, los dos elementos heterogéneos de que estaba formada la Iglesia de entonces. La unidad de fe reunía en un mismo aprisco a los antiguos judíos y a los antiguos paganos. Se encontraron algunos entre ambas razas, que, olvidando muy pronto que su vocación común había sido gratuita, menospreciaban a sus hermanos, considerándolos menos dignos que ellos del bautismo, que los hacía a todos iguales en Cristo. Algunos judíos menospreciaban a los gentiles, recordando el politeísmo que había mancillado su vida, con todos los vicios que lleva consigo. Algunos gentiles miraban despectivamente a los judíos, como descendientes de un pueblo ingrato y ciego, que, abusando de los dones que Dios les habla prodigado, no hizo sino crucificar al Mesías. En el año 57, Pablo, que conoció estas discusiones, se aprovechó de su segunda estancia en Corinto para escribir a los fieles de la Iglesia romana la célebre Epístola, en la que trata de probar que el don de la fe se concede gratuitamente, siendo Judíos y Gentiles indignos de la adopción divina, y no habiendo sido llamados sino por pura misericordia; Judíos y Gentiles, olvidando su pasado, debían abrazarse fraternalmente en una misma fe y testimoniar su agradecimiento a Dios, que se les había anticipado con su gracia a unos y a otros. Su reconocida cualidad de Apóstol daba a Pablo derecho a intervenir de esta manera en el seno mismo de una cristiandad que no había fundado.
   
ÚLTIMO VIAJE A JERUSALÉN
Mientras aguardaba el tiempo en que podría contemplar con sus ojos la Iglesia reina que Pedro había fundado, el Apóstol quiso cumplir una vez más la peregrinación a la ciudad de David. Pero la rabia de los judíos de Jerusalén llegó en esta ocasión hasta el último exceso. Su orgullo odiaba sobre todo a este antiguo discípulo de Gamaliel, a este cómplice del asesinato de San Esteban, que ahora convidaba a los gentiles a unirse con los hijos de Abraham bajo la ley de Jesús de Nazaret. El tribuno Lisias le arrancó de las manos de estos furiosos que iban a hacerle pedazos. La noche siguiente, Cristo se apareció a Pablo y le dijo: "Sé firme; porque el testimonio que das en este momento de Mí en Jerusalén, lo darás en Roma".
  
ESTANCIA EN ROMA
Después de una cautividad en Cesarea de más de dos años, Pablo, habiendo apelado al emperador, llegó a Italia a principio del año 61. Por fin el Apóstol de los gentiles entraba en Roma. No le rodeaba el cortejo de un triunfador; era un humilde prisionero judio, a quien se conducía al lugar en que se amontonaban los que apelaban al César. Pero Pablo era el judío aquel a quien el mismo Cristo había conquistado en el camino de Damasco. No más Saúl el Benjamita, ahora se presentaba con el nombre romano de Pablo, y este nombre no era un latrocinio en aquel que, después de Pedro, sería la segunda gloria de Roma, y la segunda prenda de su inmortalidad. No llevaba consigo, como Pedro, la primacía que Cristo había confiado a uno solo; pero venía a comunicar al centro mismo de la evangelización de los gentiles la delegación divina que había recibido en favor de éstos. Pablo no tendría sucesor en su misión extraordinaria; pero el elemento que acababa de depositar en la Iglesia madre y maestra, tenia un valor tan grande, que por todos los siglos se oirá a los Pontífices romanos, herederos del poder monárquico de Pedro, evocar este recuerdo y mandar en nombre de los "bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo". En vez de aguardar en prisión el día en que se viese su causa, Pablo tuvo la libertad de escogerse alojamiento en la ciudad, obligado solamente a estar custodiado día y noche por un soldado representante de la fuerza pública, y a quien, según era costumbre en parecidos casos, estaba atado con una cadena que le impedía huir, pero le dejaba libre en sus movimientos. El Apóstol podía continuar así predicando la palabra de Dios. Hacia el año 62, se concedió a Pablo la audiencia a la que le daba derecho la apelación que había interpuesto al César. Compareció en el pretorio, y su defensa tuvo por resultado la libertad.
     
ÚLTIMA EXCURSIÓN EVANGÉLICA
Pablo, libre, vino probablemente a España. De aquí, queriendo volver a ver Oriente, visitó de nuevo Éfeso, de donde nombró Obispo a su discípulo Timoteo. Evangelizó Creta, donde dejó como pastor a Tito. Pero no abandonó para siempre esta Iglesia romana, a la que ilustró por su presencia y acrecentó y fortificó por su predicación; habrá de volver para iluminarla con los últimos rayos de su apostolado, y teñirla de púrpura con su sangre gloriosa. El Apóstol había terminado sus excursiones evangélicas en Oriente (66); había consolidado las Iglesias fundadas por su palabra, y las pruebas, lo mismo que las consolaciones, no faltaron en su camino. Al acercarse el invierno fue arrestado, conducido a Roma y puesto en prisión. 
      
MARTIRIO
Un día del año 67, quizá el 29 de Junio, Pablo, conducido a lo largo de la vía Ostiense, era seguido de un grupo de fieles incorporados a la escolta del prisionero. La sentencia dada contra él declaraba que se le cortarla la cabeza junto a las aguas Salvias. Después de andar unas dos millas por la vía Ostiense, los soldados condujeron a Pablo por un sendero que se dirigía hacia Oriente, y en seguida llegaron al lugar indicado para el martirio del Doctor de los gentiles. Pablo se puso de rodillas y dirigió a Dios su última oración; luego aguardó el golpe. Un soldado blandió su espada y la cabeza del Apóstol, separada del cuerpo, dió tres saltos en el suelo. Tres fuentes manaron inmediatamente en los lugares tocados por ella. Esta es la tradición conservada del lugar del martirio, en el que hay tres fuentes, y sobre cada una se levanta un altar. 
   
Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo IV, págs. 488-497. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.
  
MEDITACIÓN: NUESTRAS BUENAS OBRAS NOS SIGUEN AL OTRO MUNDO
   
I. Tener fervor en el servicio de Dios, es hacer todo lo que Dios nos pide con ardor, con prontitud y con alegría. Un hombre fervoroso vuela allí donde le llama el deber. Busca grandes ocasiones de dar a Dios pruebas de su amor; no desprecia las pequeñas; nada le parece difícil, por nada tiene lo que ya ha hecho, arde en deseos de hacer algo más heroico en lo por venir para la gloria de Jesucristo. ¿ Te hallas en estas disposiciones? Estuviste en ellas, ¿por qué no has perseverado? Vuelve lo antes posible a ese primer estado de fervor del que te relajaste.
  
II. Un hombre fervoroso resiste generosamente a todas las tentaciones; un hombre tibio y flojo sucumbe en ellas. Nada cuesta a un cristiano que está animado de este hermoso fuego: todo incomoda a un cristiano frío, todo le parece difícil e insoportable. El hombre fervoroso está siempre feliz y siempre contento, porque Dios derrama en su alma consolaciones celestiales para recompensarlo por los placeres del mundo que le sacrifica; el cristiano flojo y tibio no goza de los consuelos del Cielo, porque no es lo suficientemente fiel a Dios como para merecerlos.
  
III. El medio para encender el fervor en tu corazón es, en primer lugar, servir a Dios cada día como si cada día comenzases a servirle; es olvidar el poco bien qué ya hayas hecho, es considerarte como un servidor inútil. Compara lo que has hecho por Dios con lo que Jesucristo ha hecho por ti. En segundo lugar, cada día sirve a Dios como si fuese el último de tu vida. ¿Qué harías ahora si estuvieras seguro de morir mañana?
  
El fervor. Orad por los que trabajan en la salvación de las almas.
 
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis instruido al mundo entero por la predicación del apóstol San Pablo, haced, os lo rogamos, que honrando hoy su memoria, marchemos hacia Vos imitando sus ejemplos. Por J. C. N. S. Amén.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)