Principales representantes de la “Escuela de Frankfurt”
Interaccionando en lo
principal, categorías idealistas, materialistas y existencialistas e
inserto en el proceso de renovación del marxismo occidental, en 1924 se
creó, adherido a la Universidad de Frankfurt, el “Instituto para el
Nuevo Marxismo” (Institut für Neomarxismus), el cual por razones estratégicas luego es denominado
“Instituto para la Investigación Social” (Institut für Sozialforschung). Se adopta ante el marxismo una
postura crítica para depurarlo, perfeccionarlo y adaptarlo a las nuevas
condiciones objetivas y subjetivas existentes en Occidente, condición
necesaria para asegurar el triunfo de la revolución comunista en este
campo histórico – cultural. El proceso de reinterpretación del marxismo,
realizado a partir de una nueva lectura de Hegel, más la incorporación
de las aportaciones de Max Weber y Sigmund Freud entre otros, sin más
origina el estructuralismo marxista o neomarxismo, el cual es
formalizado bajo el nombre de “Escuela de Frankfurt”. De esta forma,
siguiendo al leninista Georg Lukács (1885 – 1971) y su visión trágica de
la vida fundada en que la alienación y el extrañamiento como un destino
inevitable del hombre, de modo decisivo intervienen en el proceso de
renovación y proyección del marxismo en el siglo XX, Max Horkheimer
(1895-1973), Theodor Adorno (1903-1969), Herbert Marcuse (1898-1980),
Erich Fromm (1900-1980), Wilhelm Reich (1897 - 1957), Louis Althusser
(1918 - 1990) y Jürgen Habermas (1929).
Siendo su objetivo la
investigación social para la intervención ideológica y transformación
político revolucionaria de la sociedad, la “Escuela de Frankfurt”
formalmente se centra en problemas teóricos y en la metodología de las
ciencias sociales. Así, imputando a la teoría tradicional la condición
de racionalidad que corresponde a una mera contemplación desinteresada,
separada de cualquier tipo de praxis, que opera por derivación a partir
de principios generales y últimos, y que presupone tanto la relación de
sujeto y objeto, de lo racional con lo real, como la adecuación entre
concepto y cosa, los frankfurtianos criticaron las principales formas de
la “teoría clásica” y configuran una “teoría crítica”.
Entonces, si bien la
“Escuela de Frankfurt”, es decir, el marxismo estructuralista o
neomarxismo, reconoció la presencia de la irracionalidad en la historia,
de hecho rechazó tanto el idealismo de la razón de Hegel como el
“irracionalismo” al estilo de Kierkegaard, Nietzsche o Bergson. Se
mantuvo firme en el recurso a los procedimientos racionales de acceso a
la realidad pero concibió una “racionalidad crítica” como saber racional
que denuncia lo que hay de irracionalidad en la historia y en la
sociedad. Rechazó asimismo las pretensiones del positivismo
(neopositivismo, empirismo o fenomenismo) de identificar el conocimiento
con la ciencia (cientifismo), y considerar a ésta como un conocimiento
objetivo (objetivismo). Se trata de un rechazo a todo intento de reducir
cualquier forma de conocimiento a conocimiento sólo de hechos,
absteniéndose de cualquier tipo de valoración –positiva o negativa– de
los mismos. Esto por cuanto, el identificar lo real con lo racional y el
absolutizar los hechos, conducen a una misma conclusión: la aceptación y
no la crítica de la realidad, actitud tenida por común entre todas las
formas de la teoría clásica y cuestión que la causa revolucionaria no
admite por ningún motivo. De esta forma, siguiendo la idea del
“comunismo crítico” de Karl Marx, la “teoría crítica” o neomarxismo
afirmó los principios de negatividad, mediación y praxis.
THEODOR ADORNO
Sin más,
Theodor Adorno negó que fuera posible una total conceptualización de la
realidad. Sostuvo Adorno:
“Quien elija hoy por oficio el trabajo filosófico ha de renunciar desde el comienzo mismo a la ilusión... de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del pensamiento. Ninguna razón legitimadora sabría volver a dar consigo misma en una realidad cuyo orden y configuración derrote cualquier pretensión de la razón... La filosofía que a tal fin se expende hoy no sirve más que para velar la realidad y eternizar su situación actual... La crisis del idealismo equivale a una crisis de la pretensión filosófica de totalidad. La ratio autónoma –tal fue la tesis de todo sistema idealista– debía ser capaz de desplegar a partir de sí misma el concepto de la realidad y toda la realidad... (pero) el texto que la filosofía ha de leer es incompleto, contradictorio y fragmentario, y buena parte de él pudiera estar a merced de ciegos demonios; sí, quizá nuestra tarea es precisamente le lectura, para que leyendo aprendamos a conocer mejor y a desterrar esos poderes demoníacos”.
Hegel incorporó en su
dialéctica el elemento negativo (la contradicción), pero sólo para
superarlo en la síntesis final, de tal manera que la identidad se
recupera, y la realidad queda justificada en cuanto que es racional.
Pues bien, frente a la dialéctica hegeliana –que se entiende
“positiva”–, Adorno propone una “dialéctica negativa” que afirma que “lo
real no es (totalmente) racional”:
“El nombre de dialéctica comienza diciendo sólo que los objetos son más que su concepto, que contradicen la norma tradicional de la adaequatio (conformidad o identidad entre la mente y su objeto). La contradicción... es índice de lo que hay de falso en la identidad... Dialéctica es la conciencia consecuente de la diferencia”.
La dialéctica positiva,
dice Adorno, “no ha hecho más que interpretar el mundo y mutilarse a sí
misma de pura resignación ante la realidad”, con lo que se ha convertido
en ideología. En efecto, ya que el sujeto se adecua a la realidad (por
el conocimiento), se afirma que también debe someterse a ella en la
práctica. Y así, la dialéctica positiva eterniza el estado presente y
bloquea cualquier acción transformadora o revolucionaria. En cambio,
para la dialéctica negativa la realidad (social, histórica) no es algo
en absoluto racional, sino que requiere una profunda transformación
racionalizadora. Es también “negativa” por decir “no” a la realidad. En
este mismo sentido, Marcuse prefiere hablar de un “pensamiento
negativo”, definido “como poder subversivo, poder de lo negativo”.
La misma carga de
negatividad posee la concepción de la utopía. Los frankfurtianos o
neomarxistas rechazan la posibilidad de construir una “utopía positiva”.
No es posible determinar cómo debería ser el futuro, únicamente es
posible determinar cómo no debe ser, lo cual ya es suficiente para poder
criticar el presente. Se afirma así:
“La teoría crítica de la sociedad no posee conceptos que pueden tender un puente sobre el abismo entre el presente y el futuro; sin sostener ninguna promesa, sin tener ningún éxito, sigue siendo negativa. Así, quiere permanecer leal a aquellos que, sin esperanza, han dado y dan su vida por el Gran Rechazo”.
Además, contra la
pretendida relación entre sujeto–objeto, o bien observador–hechos,
presupuesta por la teoría clásica, la teoría crítica afirma que todo
conocimiento está determinado por “mediaciones”. La actividad teórica no
es independiente de los procesos sociales, históricos y económicos en
medio de los cuales ha aparecido, sino que éstos determinan el objeto y
finalidad de la investigación. Además, ninguna teoría es “imparcial”,
sino que está sustentada por intereses, y con frecuencia su aparente
objetividad no hace sino ocultar su carácter “ideológico”. Igualmente,
la dicotomía sujeto–objeto no se puede mantener radicalmente; el
investigador es siempre parte del objeto social investigado. De ahí la
insistencia en el concepto de “totalidad” (tomado de Lukács). La
investigación social es la “teoría de la sociedad como un todo”
(Horkheimer), en la que hay que poner en interrelación los ámbitos
económico, histórico, psicológico, etc. La especialización de la ciencia
convierte a su objeto en algo “abstracto” y conduce a ocultar, de
hecho, la realidad. Sólo desde esta visión totalizadora la teoría puede
convertirse en “crítica”, y desvelar los aspectos ideológicos y
represivos de la sociedad y la cultura. Marcuse señala: “La totalidad
parece tener el aspecto mismo de la razón. Y, sin embargo, esta sociedad
es irracional como totalidad”.
Con todo, Weber defendió
el principio de la “no–valoración” como criterio de objetividad teórica.
Esta pretensión es rechazada por la teoría crítica. Indica Marcuse: “El
problema de la objetividad histórica implica juicios de valor", es
decir, estar al servicio de la emancipación del hombre, y derivar en una
praxis liberadora. De este modo, los dos polos de la teoría crítica
son razón y praxis. Pero la praxis no se reduce al ámbito individual: en
el siglo XX la política se había convertido en el ámbito propio de la
acción moral, recuperándose así la gran tradición del pensamiento
griego, que nunca desvinculó la moral de la política.
En conclusión, la
“teoría crítica” se niega a justificar la realidad socio–histórica
presente por considerarla irracional, es decir, injusta y opresora. Y,
por ello mismo, se propone hacerla más racional y humana.
MAX HORKHEIMER Y THEODOR ADORNO
La “teoría crítica” establece un fundamento filosófico, esbozado
por Max Horkheimer y Theodor Adorno en la obra conjunta, “Dialéctica de
la Ilustración” (1947). Se investiga aquí “por qué la humanidad, en
lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, desembocó en un
nuevo género de barbarie”. La respuesta se encuentra en el triunfo de
una forma de racionalidad –ya estudiada por Max Weber– que recibe
diversas denominaciones: razón subjetiva o instrumental (Horkheimer),
subjetiva o identificadora (Adorno), unidimensional (Marcuse),
instrumental o estratégica (Habermas). Todo el proceso recibe el nombre
de “Ilustración”, término que engloba, en realidad, toda la historia de
Occidente, y no sólo el siglo XVIII: “La Ilustración, en el sentido más
amplio de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido siempre el
objetivo de quitar el miedo a los hombres y convertirlos en amos”.
La historia de la
Ilustración ha estado marcada, pues, por el esfuerzo del hombre por
dominar la naturaleza (incluida su propia naturaleza). Por ello los
frankfurtianos piensan que el motor de la historia no ha sido la lucha
de clases (Marx), sino el conflicto hombre – naturaleza, enfrentados
como sujeto–objeto. En ese esfuerzo, la Humanidad ha otorgado la
primacía absoluta a la “razón subjetiva o instrumental”, es decir, a una
forma de racionalidad que sólo se refiere a “la adecuación de los
medios a los intereses subjetivos de la autoconservación”, reduciéndose a
ser “una capacidad de calcular probabilidades”. La razón “subjetiva”
atiende exclusivamente a los medios, no a los fines. Estos últimos se
consideran como indiferentes en sí mismos, y su elección no es racional,
sino producto de predilecciones irracionales. Por eso, la razón
subjetiva no es sino una razón “instrumental”. Se afirma que ésta es “un
instrumento para todas las empresas de la sociedad, y ha renunciado a
su tarea de juzgar los actos y el modo de vivir del hombre”. De aquí
partió la tragedia de la civilización. La razón, en lugar de liberar, ha
conducido a la barbarie de la dominación universal de la naturaleza y
del hombre. La naturaleza (también la humana) ha sido “cosificada”, es
decir, degradada a pura materia; “hay que dominarla sin otro propósito
que no sea, precisamente, el de dominarla”. Dominar se convierte en un
fin por sí mismo.
Frente a la razón
instrumental estaría la “razón objetiva”, es decir, un logos o
racionalidad inherente a la realidad misma, que permite la determinación
de ideales y fines “de por sí deseables”. Pero ésta es, justamente, la
razón olvidada y reprimida por la Ilustración. “Eclipse de la razón”
(1947) es el título de la obra de Horkheimer que más tarde (1967)
aparecerá ampliada bajo el título de “Crítica de la razón instrumental”.
Sin embargo, Horkheimer opina que no se trata de tomar partido por
ninguna de las dos formas de racionalidad, ya que ambas conducen a
excesos. La razón objetiva lleva a “afirmar valores ilusorios y a crear
ideologías reaccionarias”; pero la razón subjetiva conduce al
“materialismo vulgar” o a la barbarie de la dominación. La autocrítica
de la razón tiene que reconocer y salvar la limitación de ambos
conceptos, y buscar su síntesis dialéctica.
HERBERT MARCUSE Y ERICH FROMM
Con todo, Herbert Marcase y Erich Fromm trasladan la dialéctica
de la razón a una dialéctica de pulsiones o tendencias. El interés por
Freud era común a todos los miembros de la Escuela de Frankfurt, pero
fue Fromm quien inició el intento de conciliar a Freud y Marx, en contra
de la consideración muy generalizada entonces de que eran pensadores
antagónicos. La idea básica de Fromm era que el marxismo necesitaba un
enfoque psicológico adicional; y que, en particular, el psicoanálisis
podía proporcionar el “eslabón perdido” entre la superestructura
ideológica y la base socioeconómica. Se trataba de interpretar las
conductas sociales a partir de los efectos de la estructura económica
sobre los impulsos psíquicos básicos.
E. Fromm adoptó pronto
una postura revisionista frente a Freud, rechazando la teoría de la
libido y el complejo de Edipo. Ello se debió, en parte, a su aceptación
de la teoría matrística de Johan Jakob Bachofen (1815 – 1887), que con
su base evolucionista y materialista se había vuelto a poner entonces de
moda y que, también había sido aceptada por W. Reich. Fromm interpreta,
así, la historia de la humanidad como un paso de una sociedad
matriarcal primordial (caracterizada por la solidaridad, los lazos de
amor y la ausencia de propiedad privada) a una sociedad patriarcal en la
que se imponen las relaciones de autoridad y obediencia. La sociedad
burguesa capitalista encarna, una sociedad patriarcal en la que se
afirma el poder del padre y la primacía de la productividad sobre la
felicidad. El mismo Freud, dice Fromm, representa el tipo patriarcal
clásico.
Posteriormente, Fromm
presenta una nueva interpretación del mismo tema. El proceso de
humanización es un proceso de liberación frente a la naturaleza y los
otros. Pero la consecuencia es que cuanto más libre se siente el ser
humano, también se siente más solo, con lo cual no le queda más que una
alternativa: o unirse con los otros mediante una relación de amor (que
respeta la libertad y la integridad personal), o hacerlo mediante una
relación de sometimiento (someter al otro: sadismo; o someterse al otro:
masoquismo). De hecho, piensa Fromm, en la sociedad moderna predominan
las relaciones de dominación; pero cambiarlas por relaciones de amor es
una posibilidad que queda siempre abierta.
No obstante, el optimismo
de Fromm y su posición revisionista frente a Freud no fueron bien
vistos por el resto de los miembros de la Escuela de Frankfurt.
Justamente por eso, H. Marcuse realiza en “Eros y civilización” (1953)
una crítica del revisionismo neofreudiano a partir de aquello mismo que
lo había motivado. Para los revisionistas, la creencia de Freud en “la
inalterabilidad básica de la naturaleza humana se reveló como
“reaccionaria”: las teorías freudianas parecían implicar que los ideales
humanitarios del socialismo eran sumamente inalcanzables”.
En efecto, según Freud el
mantenimiento de la sociedad y la cultura requiere la represión del
“principio de placer” (que busca la satisfacción inmediata) en favor del
“principio de realidad” (satisfacción retardada, productividad,
seguridad). Es decir, exige “la subyugación permanente de los instintos
humanos”. El resultado es la conquista de la naturaleza y el progreso
tecnológico, lo cual causa falta de libertad y felicidad. La pregunta
que se hace Marcuse es si esta situación es inevitable, y si, por tanto,
la sociedad y la civilización son necesariamente represivas. La
respuesta es negativa. Una “reinterpretación de la concepción teórica de
Freud en términos de su propio contenido socio–histórico” muestra que
la hipótesis de una sociedad no–represiva no contradice el pensamiento
de Freud. Se afirma: “Freud sostiene que un conflicto esencial entre los
dos principios es inevitable; sin embargo, en la elaboración de su
teoría esta inevitabilidad parece estar abierta a la duda... La lucha
por la existencia necesita la modificación represiva de los instintos
principalmente por la falta de medios y recursos suficientes para una
gratificación integral, sin dolor y sin esfuerzo, de las necesidades
instintivas. Si esto es verdad, la organización represiva de los
instintos se debe a factores exógenos –exógenos en el sentido de que no
son inherentes a la “naturaleza” de los instintos–, sino que son
producto de las específicas condiciones históricas bajo las que se
desarrollan los instintos”. En conclusión, si la represión del principio
de placer sólo se debe a condicionamientos socio–históricos, el
pensamiento de Freud no debe ser interpretado como un análisis
desesperanzado del “malestar de la cultura” ya que deja abierta la
puerta a la utopía de una sociedad no–represiva y feliz.
JÜRGEN HABERMAS.
Jürgen Habermas. Luego,
con Jürgen Habermas, la “teoría crítica” experimenta una
transformación. Con Habermas -quien reconoce que su propuesta es un
intento de “reconstrucción del materialismo histórico”- el neomarxismo o
“teoría crítica” se hace menos pesimista y asume una tarea
“constructiva” mediante la elaboración de una “teoría de la acción
comunicativa” (1981). No obstante, el tema central sigue siendo –como
para los fundadores de la “Escuela de Frankfurt”– la racionalidad,
término que significa para Habermas no la razón, el conocimiento o la
forma de adquisición del conocimiento, sino “la forma en que los sujetos
capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento”. De esta
forma, en el marco de la racionalización de la sociedad moderna,
Habermas, reconstruyendo el pensamiento de Max Weber “según el espíritu
del marxismo occidental”, formula la “teoría de la acción comunicativa”
con la finalidad de “dar razón de los fundamentos normativos de una
teoría crítica de la sociedad”.
Concibe la
“racionalidad comunicativa” como alternativa a la racionalidad
instrumental, reconstruye la clasificación weberiana de la “acción
social” y asumiendo los dos “niveles de la sociedad” que corresponden a
las dos dimensiones fundamentales de la teoría de la sociedad de Marx:
trabajo e interacción, Habermas articula la sociedad en dos niveles:
“sistema” y “mundo de la vida”. El concepto de “sistema” es elaborado
mediante una re–construcción de las teorías sociológicas funcionalistas
de T. Parsons y N. Luhmann; el segundo, mediante una re–construcción del
concepto correspondiente en Husserl, Wittgenstein, Durkheim (concepto
de conciencia colectiva) , Schutz y Luckmann, en líneas generales, el
“sistema” se refiere a la organización del mundo de la economía y el
poder, a mecanismos de autorregulación de la sociedad dirigidos a
resolver los problemas de su autoconservación. En cambio, el “mundo de
la vida” se refiere a las estructuras de la cultura, las normas y los
valores, y a problemas de reproducción cultural, socialización,
instituciones y metas sociales. Existe, pues, una clara correspondencia
entre sistema - trabajo - acción/racionalidad instrumental, y mundo de
la vida - interacción - acción/racionalidad comunicativa.
Habermas piensa que los
fundamentos de una “teoría crítica” de la sociedad no pueden encontrase
en una filosofía de la historia como la propuesta por Horkheimer y
Adorno. Por dos razones; hoy día resulta “insostenible” elaborar una
filosofía de la historia y, por otro lado, la “Dialéctica de la
Ilustración” es sólo una filosofía negativa de la historia, y no aporta
ninguna fundamentación normativa a la teoría social. Por esta razón,
Habermas substituye la filosofía de la historia por una “teoría de la
evolución social” que intenta dar cuenta del proceso histórico por el
que los dos niveles de la sociedad –sistema y mundo de la vida– se van
diferenciando internamente y “desacoplando”. A partir de aquí es
posible reelaborar el concepto de “reificación” (o “cosificación”) de la
sociedad moderna, que Weber y los primeros frankfurtianos habían
interpretado como triunfo de la razón instrumental. En realidad, se
trata de un proceso de “colonización” del mundo de la vida por parte del
sistema: “Lo que conduce a una racionalización unilateral o a una
cosificación de la práctica comunicativa cotidiana no es la
diferenciación de los subsistemas regidos por medios y de sus formas de
organización respecto al mundo de la vida, sino sólo la penetración de
las formas de racionalidad económica y administrativa en ámbitos de
acción que, por ser ámbitos de acción especializados en la tradición
cultural, en la integración social y en la educación, y necesitar
incondicionalmente del entendimiento como mecanismo de coordinación de
acciones, se resisten a quedar asentados sobre los medios dinero y
poder. Si partimos además de que los fenómenos de la pérdida de sentido y
de la pérdida de la libertad no se presentan casualmente, sino que son
de origen estructural, tenemos que intentar explicar por qué los
subsistemas regidos por medios desarrollan esa dinámica incontenible que
tiene como efecto la colonización del mundo de la vida y a su vez su
separación respecto de la ciencia, la moral y el arte”.
Así, la “teoría de la
acción comunicativa” permite hacer un diagnóstico de las “patologías
sociales”, interpretándolas como una colonización de los ámbitos del
mundo de la vida por parte de los subsistemas del poder y del dinero.
Pero también permite extraer consecuencias normativas, es decir,
determinar lo que racionalmente debe o no debe suceder. Y también
elaborar una cierta utopía positiva, en la que se recupera el ideal
integral de la Ilustración del siglo XVIII: una auténtica
racionalización de la sociedad en la que sistema y mundo de la vida,
racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa se encuentren
armonizados.
En esta perspectiva, esta
aplicación de la “teoría crítica” o “teoría de la acción comunicativa”
del neomarxismo, está destinada a producir un cambio de paradigma. La
teoría de los “intereses cognoscitivos” implica una reconstrucción de la
teoría del conocimiento como “teoría de la sociedad”. Entonces, con la
introducción de una nueva forma de racionalidad –la racionalidad
comunicativa– se va más lejos: se propone un radical cambio de paradigma
(o modelo) en la concepción del conocimiento. Habermas indica que la
filosofía occidental –especialmente a partir de Descartes– ha utilizado
de un modo más o menos explícito el paradigma de la conciencia, o del
pensador solitario, basado sobre la contraposición sujeto–objeto.
Habermas adopta un nuevo modelo: el paradigma del lenguaje. Es el
paradigma que subyace en el modo de entender la racionalidad
comunicativa: la relación sujeto–objeto es substituida por la relación
sujeto–sujeto que dialogan en un intercambio discursivo. Este cambio de
paradigma supone que el lenguaje es considerado preferentemente en su
dimensión “pragmática”, es decir, no como sistema sintáctico–semántico,
sino como “habla”, como lenguaje en “uso”. Se comprende, pues, que la
“teoría de la acción comunicativa” del neomarxismo suponga la
construcción de una “pragmática universal”.
Es a partir de esta
concepción neomarxista que, por medio de la “teoría de la acción
comunicativa”, se afirma una “teoría consensual de la verdad” plasmada
en la “ética del discurso”. La “teoría consensual de la verdad” ya había
sido formulada por Peirce: “La opinión que está llamada a que se pongan
de acuerdo en ella todos los que investigan, es lo que entendemos por
verdad”. Pero Habermas ofrece una versión revisada en términos de que
“puedo atribuir un predicado a un sujeto si y sólo si cualquier otro que
pudiera entrar en un diálogo conmigo atribuyera el mismo predicado al
mismo sujeto”. Ello quiere decir que se sitúa la “verdad” en el contexto
pragmático del lenguaje, y que la teoría consensual indica bajo qué
condiciones está justificada nuestra pretensión de que nuestros
enunciados son “verdaderos”. Por extensión, el modelo de la “ética del
discurso” propuesto por Habermas corresponde a una reelaboración de la
ética formal de Kant. El imperativo categórico es reformulado de la
siguiente manera:
“En lugar de proponer a todos los demás como válida una máxima que quiero que opere como ley universal, tengo que presentarla a la consideración de los otros a fin de comprobar discursivamente su aspiración de universalidad. El peso se traslada desde aquello que cada uno puede querer sin contradicción alguna como ley general, a lo que todos de común acuerdo quieren reconocer como norma universal”.
Se concede, pues, a Kant
que sólo una máxima universalizable puede convertirse en deber moral.
Pero –ahora contra Kant– se afirma que la universalizabilidad de una
máxima sólo puede decidirse en un diálogo entendido como “discurso” –en
el sentido definido más arriba– y no en el interior de la conciencia
individual y solitaria. Además, la finalidad del diálogo es llegar a un
consenso acerca de qué intereses son generalizables. Lo cual supone una
nueva modificación del punto de vista kantiano. Es evidente que el
individuo debe renunciar a la defensa de sus intereses particulares si
quiere que su máxima (individual) de conducta sea universalizable. En
cambio, en el diálogo los intereses individuales no quedan excluidos,
sino al contrario: de lo que se trata, precisamente, es de llegar a un
acuerdo acerca de ellos. Por fin, está claro que la “ética del discurso”
no es individualista, sino “política”. Tiene como presupuesto la
existencia de una comunidad de diálogo en la que –sin coacción alguna y
en total igualdad de oportunidades para opinar– se busca un consenso
racional acerca de qué intereses se pueden considerar como comunes.
Desde luego, la existencia de una comunidad de este tipo entra
prácticamente en el campo de la utopía, y por eso Habermas emplea la
expresión “comunidad ideal de diálogo”. En cualquier caso, la “ética del
discurso” es, al mismo tiempo, un modelo de democracia participativa,
ideal que propagará el neomarxismo, es decir, el nuevo marxismo, siempre
fundado en la idea de Karl Marx: “La existencia social de los
individuos determina sus conciencias”.
El Instituto de Investigaciones Sociales o Instituto para la Investigación Social (Institut für Sozialforschung), mejor conocido como la Escuela de Frankfurt, es la principal escuela de pensamiento e investigación social de carácter marxista e internacional maquinador de la subversión en Occidente y fundadores de la corrección política entre otras cosas.
ResponderEliminarFue fundada en la Universidad de Frankfurt am Main, en Alemania, por los marxistas judíos Georg Lukács y Felix Weil en 1924, inspirándose en Karl Marx y Sigmund Freud para desarrollar la llamada “Teoría Crítica” de la sociedad occidental, cuyo único fin es acabar con los valores europeos. El término “Escuela de Frankfurt” es un término informal empleado para referirse tanto a los pensadores miembros del Instituto de Investigaciones Sociales como a aquellos influenciados por él. No existe ninguna institución formal con este nombre.
Fue integrada en su totalidad por judíos marxistas quienes emigraron de Alemania cuando Adolf Hitler llegó al poder en 1933. Después de un año en Ginebra, se establecieron en Nueva York, donde la Universidad de Columbia les dio cobijo.
Fuente: http://es.metapedia.org/wiki/Escuela_de_Frankfurt