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miércoles, 27 de septiembre de 2017

UN CHISTE SOBRE JESUITAS

En cierta ocasión le preguntaron a un jesuita: “¿No les resulta muy difícil vivir el voto de obediencia?”
El jesuita contestó: “En absoluto. Antes de mandarnos algo, el superior se reúne con nosotros y, tras una larga conversación, descubre qué es lo que queremos hacer. Entonces, solemnemente, nos lo manda”.
El interlocutor, extrañado, preguntó: “Pero, ¿entonces qué pasa con aquellos que no saben lo que quieren?”
El jesuita, sonriendo, respondió: “Muy fácil. A esos los nombramos superiores”.

martes, 26 de septiembre de 2017

¿DÓNDE ESTÁBAIS ESCONDIDOS, ¡OH HEREJES!, QUE HASTA AHORA OS DIGNAIS APARECER?

San Roberto Belarmino, martillo de herejes.
 
«La religión cristiana comenzó en la Palestina no ayer, ni anteayer, sino hace mil quinientos setenta años de Cristo, Hijo de Dios y de la Virgen María: luego fue sembrada y propagada por todo el mundo hasta el extremo de la tierra. Así lo habían predicho los profetas: “De Sión vendrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor” (Isaías 2, 3). “Pequeña cosa es que tú me prestes servicio para resucitar las tribus de Jacob, y para convertir la feccia de Israel. Yo te he constituido luz de las gentes, a fin de que tú seas la salvación dada por mí hasta los últimos confines del mundo” (Isaías 49, 6).
 
Ahora, ¿quién no sabe que todas las herejías son posteriores? Ciertamente los Arrianos no fueron antes de Arrio, ni los Macedonianos antes de Macedonio, ni los Nestorianos antes de Nestorio, ni los Pelagianos antes de Pelagio, ni los Mahometanos antes de Mahoma, ni los Luteranos antes de Lutero. ¿Pero quién ignora que todos estos hab venido después del 300, a el 400, o el 500, a el 1500 de la venida de Jesucristo aquí abajo? ¿No es éste un grande argumento de la verdad, el poder nosotros hacer ver el origen de alguna herejía, tanto por la nominación de su autor, o fijar el año, designar el lugar, hacer conocer la causa, o mejor, la ocasión de las nuevas doctrinas?
  
Y para venir a un particular en Lutero, ¿quién no sabe que la secta, o incluso las sectas de ellos, que se dicen Luteranos, tienen como primer autor a Lutero, ya monje agustiniano, en el año 1517 del parto de la Virgen, en Wittemberg, ciudad de la Sajonia, en ocasión de las indulgencias concedidas por el pontífice León X? Antes de aquel año no se había oído nunca ni por sueño el nombre de los Luteranos: ni Lutero mismo era entonces Luterano: se profesaba en la Iglesia Católica sacerdote y doctor e hijo obediente del Romano Pontífice.
  
Luego, por principio, cuando se separó de la Iglesia Romana, no encontró absolutamente a ninguno de su secta, sino, como habla San Cipriano, “él por primero, sin suceder a otro, comenzó por sí mismo y dio principio a congregar un nuevo grupo de personas”. De hecho en tiempo de Lutero habían varias y muchísimas sectas, como por ejemplo las de los Judíos, de los paganos, de los Griegos, de los Jacobitas, de los Armenios, de los Valdenses y de los Bohemios o sea Husitas, además de la verdadera y católica religión, la Romana.
 
Mas es cierto, y lo testifica el mismo Lutero, que a Él no le gustaron ninguna de aquellas sectas que existían entonces, y que se separó de la Iglesia Romana de su propia voluntad. ¿Qué resta pues, si no que fundó él una nueva herejía? Y si no es así, muestre los orígenes más antiguos, cuente sus predecesores, señale los lugares y los templos, dónde y cuándo subsistieron. Seguramente, si él no hubiera encontrado maestros y sacerdotes jefes de su secta en donde atentamente miraba, y aquellos los habría considerado siempre cerrados; no podemos suponer que alguno lo haya precedido en aquella herejía.
  
Dirá tal vez que él no ha encontrado ninguno: pero que no por eso él había comenzado una nueva religión: que en cambio ha puesto nuevamente en vigor la antigua, que florecía en tiempo de Cristo y de los Apóstoles. Sino que es más claro que la luz del sol, que ninguno ha combatido más abiertamente contra las doctrinas de Cristo y de los apóstoles.
   
¿O era tal vez extinta, como para que Lutero la debiese reclamar por así decirlo, del infierno? Y si es así, ¿dónde está aquél “He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos” (San Mateo 28, 20)? ¿Dónde aquél “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (San Mateo 16, 18)? ¿Dónde aquél “Yo he orado por ti, para que tu fe no venga a menos” (San Lucas 22, 32)? ¿Dónde aquél “Su reino no tendrá fin” (San Lucas l, 33)? ¿Dónde aquel “a la Iglesia no puede tener acceso la mala fe” (San Cipriano, libro l, epístola 5)? ¿Y aquél “que la fe Romana no admite imposturas: y que si bien un ángel anunciase diversamente de aquello que fue predicado, no se podría cambiar, según la autoridad del apóstol San Pablo” (San Jerónimo, Apología contra Rufino)? ¿Y aquél «juzgo» de San Bernardo, que sea digno de nota, como tuvo «principalmente»; esto es, en la Iglesia Romana, “se reparan los daños de la fe, mientras en esa Iglesia la fe no puede venir a menos” (Epístola 190, a Inocencio II)?
  
Y si la Religión de Cristo no estaba perecida, como realmente no lo era; ¿dónde se encontraba antes que surgiese Lutero? ¿Tal vez entre los Judíos o los Mahometanos? ¿O entre los Armenios y los Griegos? ¿O entre los Valdenses y los Husitas? Pero entre estos monstruosos portentos no se encontraba, como juzga hasta Lutero. ¿Qué resta pues, si no que la verdadera fe y la Religión de Cristo continuó durando en la Iglesia Romana, que es aquela sola que queda? ¿Cuál de estas cosas se puede negar o privar de autoridad?
  
Esto pues yo considero, oidores: aquí me fijo. O la verdadera religión era perecida, cuando salió Lutero, o no lo era. Si estaba perecida, pereció también la promesa de Cristo, y ha mentido la verdad, que afirmó que no estaría perdida. Si no estaba perdida, se encontraba entre alguno. Pero no entre los paganos, ni los Judíos, o los Griegos, o los Husitas. Luego, está entre los Romanos. Por tanto Lutero, alejándose de la Iglesia Romana, se alejó de la verdadera y antigua Religión, y se fabricó una falsa y nueva.
   
Muestren ahora los herejes, si lo saben, en qué tiempo, en cuál lugar, por autoridad de quién tuvo principio aquella religión y aquella fe que Lutero ha combatido, y que nosotros llamamos antigua, ellos reciente, nosotros verdadera, ellos falsa, nosotros católica, ellos papista. ¿Cuál es el error principal de los papistas? Cierto, si hay algún error, no hay otro que este, el Papa Romano es el jefe de todo el mundo en nombre de Cristo, y que él es Obispo, Padre y Doctor no solo de los pueblos, sino también de todos los Obispos. De hecho, por esta herejía, como ellos consideran, cual primera y principal, nos llaman papista, y han decidido que debemos ser llamados así.
   
Veamos cuándo tuvo principio este nuestro error. Decid vosotros, Luteranos: ¿cuándo fue introducido el papismo en lugar del Cristianismo? ¿Tal vez el reino de los Pontífices ha comenzado por el reino de los teólogos escolásticos, en el tiempo de Inocencio III, cuando se celebró el Concilio de Letrán, y en él la Iglesia Romana fue llamada Madre y Maestra de todas las iglesias, y surgieron las familias de los Predicadores y los Menores?
  
Pero yo leo que San Bernardo, clarísimo por doctrina, milagros y santidad de vida y más antiguo que todos ellos, escribe al Romano Pontífice Eugenio III así: “Ciertamente hay también otros porteros del Cielo y pastores de grey: mas tú has heredado sobre los otros uno y otro nombre, tanto más gloriosamente, como también más diferentemente. Han sido asignados los rebaños, uno para cada uno: a ti son confiados todos, como a un solo pastor una sola grey. Y tú eres no solo pastor de las ovejas, sino pastor único también de todos los pastores. Porque, según tus cánones, los otros son llamados en parte de la solicitud, tú en la plenitud de la potestad. La potestad de los otros está restringida dentro de ciertos límites, la tuya se extiende también sobre aquellos mismos, que hay recibido la potestad sobre otros. ¿No podrías tú, si hubiese motivo, cerrar el cielo a un obispo, deponerlo del episcopado, e incluso entregarlo en manos de satanás?” (De la consideración, libro 2). Pero tal vez  San Bernardo adulaba a Eugenio, monje de su orden; y por eso no fueron los teólogos escolásticos, sino San Bernardo, quien ideó la herejía de los papistas.
  
¿Qué diremos de San Gregorio Magno? Éste, muchos siglos anterior a San Bernardo, escribe al emperador Mauricio en esta forma: “Está claro para todos ellos, que saben el Evangelio, que por la palabra del Señor el cuidado de toda la Iglesia ha sido confiado al apóstol Pedro, príncipe de todos los apóstoles” (Epístola al emperador Mauricio).
  
¿Qué diremos del santífico Pontífice León? Él, en el aniversario de su asunción al trono pontificio, habla así: “Por todo el mundo es elegido el único Pedro, para ser puesto al mando de la vocación de todas las gentes, y de todos los apóstoles, y de todos los Padres de la Iglesia. Así, aunque en el pueblo de Dios sean muchos los sacerdotes y muchos los pastores, todos sin embargo son dirigidos por Pedro aquellos que principalmente sono dirigidos por Cristo” (Sermón del aniversario de su asunción al Solio Petrino).
 
Pero tal vez San Gregorio y San León trataron la causa de la propia sede, y por eso inventaron ellos esta herejía por primera vez. ¿Qué responderemos por tanto al grandísimo y santísimo concilio de Calcedonia, que llamó al Pontífice León Patriarca universal, y la Iglesia Romana cabeza de todas las Iglesias? (Concilio de Calcedonia, epístola a San León I). ¿Qué al concilio de Nicea, primero y más antiguo de los concilios generales, que estableció que todos los Obispos de toda la tierra pueden apelar al Romano Pontífice, como a juez supremo, y recurrir a Roma como Madre (Cartas de Julio, 2 y 3)? Y así hicieron muchas veces Atanasio, Marcelo, Pablo, y Juan Crisóstomo; y Teodoreto y otros Padres, cuando fueron expulsados de sus sedes.
  
¿Qué responderemos a San Cirilo, obispo de Alejandría, que hablando en el «Tesoro» del Romano Pontífice, dice: “Permanezcamos como miembros en nuestra cabeza, el trono de los Romanos Pontífices; es nuestro deber el preguntarle aquello que debemos creer”? (Tesoro de San Cirilo).
 
¿Qué responderemos al gran Atanasio? En su carta a Marcos, él llama Papa de la Iglesia Universal al Romano Pontífice, y a la Iglesia Romana cabeza y maestra de todas las iglesias? (Carta de San Atanasio a Marcos).
  
¿Qué responderemos al gran Crisóstomo, que dice: “Cristo puso a Pedro a cabeza de todo el universo” (Homilía 55 en San Mateo), e incluso: “Padre y jefe de la Iglesia a un hombre pescador e innoble”?
  
¿Qué a San Optato obispo Milevitano, el cual dice: “No puedo negar, que tú bien sabes, que en la ciudad de Roma fue puesta por primera cátedra episcopal por Pedro, sobre cuya sede Pedro, cabeza de todos los apóstoles; donde también fue llamada piedra, a fin de que en una sola cátedra se conservase por todos la unidad; así que los otros apóstoles no ocuparon cátedra alguna para sí; una vez que sería cismático y pecador quien hubise colocado otra cátedra contra la única”? (Contra Parmeniano donatista, libro 2).
  
¿Qué responderemos al Santo Mártir Ireneo mientras enseña: “que a la Iglesia Romana, la más grande y la más antigua, por la más potente supremacía, es necesario que se una toda iglesia, esto es, los fieles que se encuentran donde quiera”? (Contra Valentín gnóstico, libro 1).
  
¿Qué responderemos a Anacleto, santísimo Pontífice y mártir, y discípulo de los apóstoles, que dice: “Esta sacrosanta Iglesia Romana y Apostólica ha obtenido, no por los Apóstoles, sino por el mismo Señor y Salvador nuestro, la eminencia de la potestad sobre todas las iglesias, y a consegudo toda la grey del pueblo cristiano?” (Epístola 3).
  
¿Qué responderemos a los demás antiquísimos y santísimos Padres Griegos y Latinos, de cuyos gravísimos testimonios abundamos tanto, que podemos sepultar a nuestros adversarios: y a uno que ellos lancen, nosotros podamos traer cien e incluso más? Bien, replicarán: muchos de los antiguos dijeron esto, pero adularon a los Pontífices. ¡Oh desfachatez herética! ¿Entonces Ireneo, Cirilo, Crisóstomo, Optato y demás Padres justísimos, sapientísimos y óptimos, habrían adulado a los Pontífices? ¿Y para qué, finalmente? ¿Para conseguir riquezas de ellos? Pero en aquel tiempo los Pontífices eran pobrísimos de riquezas temporales: y eran ricos de las solas virtudes. ¿Para obtener un episcopado? Pero entonces el episcopado era puerta a la muerte. Los primeros que eran arrastrados a la muerte y al martirio eran los obispos. No, porque aquellos santísimos Padres no adulaban a los Pontífices, los cuales con suma libertad les habrían resistido en la cara si hubiesen querido usurpar para sí alguna cosa, más allá de lo lícito y lo justo. Pero de todos modos, adulaban. ¿También Cristo adulaba a San Pedro? ¿Qué responderemos pues a Jesucristo? Como recuerda San Juan, él llamó a Pedro con su nombre propio, agregando el nombre del padre, y lo distingue así de otro Simón. Después le hace una interrogación, y lo separó netamente de los demás discípulos, diciéndolo: “Simón hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (San Juan 21). Y enseguida: “Apacienta mis corderos”. Después por segunda vez: “Apacienta mis corderos”. Y a una tercera pregunta: “Apacienta mis ovejas”. A ti, dice. Simón hijo de Juan, que me amas más que los otros, a ti confío el apacentar toda mi grey, esto es, los corderos y las ovejas. Por los corderos entiendo el pueblo hebreo y por los corderos aún el pueblo gentil: por las ovejas entiéndase los obispos, que son como madres y nutricios de los pueblos.
  
Decidme: ¿qué se podría decir con más claridad? ¿Qué con más evidencia? ¿Qué con mayor determinación? Recusan por tanto de ser corderos y ovejas de Pedro aquellos que no reconocen a Cristo como pastor primero y principal, desean en cambio ser colocados a la izquierda con las cabras en el día del juicio. De cierto que aquellos que no siguen sobre la tierra cual ovejas al Vicario de Cristo, en el día del juicio serán puestos a la izquierda junto con las cabras.
  
Y no se debe creer que este amplísimo poder fue conferido por Jesucristo a Pedro solo y no a sus sucesores. Cristo no instituyó la Iglesia para que durase solo veinte o treinta años. Y si en los tiempos apostólicos era necesario un jefe, a fin de que se quitase la ocasión de un cisma, como habla San Jerónimo contra Joviniano, cuando los cristianos eran pocos y buenos, y eran obispos los Apóstoles, que no podían errar contra la fe, ni pecar mortalmente; precisamente en los tiempos posteriores, la Iglesia necesitaba de un Sumo Pontífice no menos que un cuerpo necesitar de la cabeza, un ejército del general, las ovejas de un pastor, o una nave de un capitán y de un piloto.
  
De ahí viene por tanto, que el nuevo no es el Papismo, sino el Luteranismo. Y no nos hace que los herejes nos llamen ora omousianos, ora papistas. También estos vocablos designan la antigüedad y la nobleza de nuestra Iglesia. De hecho, ¿qué significa que Jesucristo es ‘omoúsios’ al Padre, si no que tiene en común con el Padre la sustancia y la divinidad? Por tanto, cuando somos llamados omousianos, somos apelados así por la sustancia y la divinidad de Cristo. Por igual razón, si nosotros somos dichos papistas por el Papa, como los Luteranos por Lutero, ¿quién no ve cuánto más antiguos son los Papistas que los Luteranos y los Calvinistas? En verdad que Clemente y Pedro y hasta Cristo, fueron Papas, esto es, Padres y Sumos Pontífices de los Padres. Los herejes nos llaman papistas, nos llaman omousianos, pero no nos podrán llamar con razón por cualquier hombre determinado, como nosotros los llamamos a ellos por Lutero y Calvino.
     
Así es, oh oyentes. Nosotros estamos seguros en la roca de la Iglesia, y nos reímos de todos los herejes, hombres nuevos, y decímosles con Tertuliano: “¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde y de cuándo habeis venido? ¿Dónde os hallábais hasta ahora? ¿Dónde estuvisteis escondidos por tanto tiempo? No habíamos oído hablar de vosotros hasta ahora” (De præscriptióne hæreticórum), con San Optato: “Mostrad el origen de vuestra cátedra, vosotros que queréis atribuiros la santa Iglesia” (Epístola milevitana contra Parmeniano donatista), y con el beatísimo Hilario: “Habéis llegado demasiado tarde, os habéis despertado con mucha pereza. Nosotros ya hemos sabido lo que debemos creer de Cristo, de la Iglesia y de los Sacramentos. ¿No por cierto es sospechoso que os dejéis ver ahora por primera vez? La buena semilla fue sembrada y nació, no después, sino antes de la cizaña”.
  
Justamente les advertimos con San Jerónimo: “Quien quiera que seas, oh sostenedor de nuevas doctrinas, te pido guardar respeto ante las orejas romanas: muestra respeto a la fe que fue reconocida con alabanzas por la boca apostólica. ¿Por qué tientas enseñarnos lo que antes no habíamos sabido? ¿Por qué pones fuera lo que Pedro y Pablo no han querido sacar? Hasta este día el mundo ha sido cristiano sin esta tu doctrina. En cuanto a mí, tendré en la vejez aquella fe en la cual nací de niño” (Epístola a Pamaquio y Océano). Y bien oímos al mismo Jerónimo advertir paternalmente así: “Si oyereis en algún lugar a aquellos, que se dicen cristianos, llamarse no por Jesucristo el Señor, sino por algún otro, como los marcionistas, los valentinianos, los campeses o sea monteses (arrianos), sabed que ellos no son la Iglesia de Cristo, sino la sinagoga del Anticristo. Por eso mismo de que se han establecido más tarde, se colige que es de ellos que habla el Apóstol claramente cuando dice que ellos habrán venido”. En fin, temamos justamente la terrible amenaza de San Pablo Apóstol: “Pero aun cuando nosotros, o un ángel del cielo, os anunciase un evangelio distinto al que os hemos enseñado, sea anatema” (Gálatas 1, 8).
    
Entended, finalmente, con cuánto temor, con cuánto cuidado, con cuánta solicitud, con cuánto celo se debe huir de la novedad: cuando no está libre, ¿está permitido ni a los Apóstoles ni a los ángeles mismos enseñar diversamente de lo que han enseñado una vez? “Aun cuando nosotros”, dice. ¿Qué quiere decir con este ‘nosotros’? Que, aunque Pedro, Andrés, Juan, yo, el coro Apostólico, incluso fuese todo el ejército de los ángeles, “os anunciase un evangelio distinto al que os hemos enseñado, sea anatema”. Y a fin que no creamos por ventura que esta palabra fue dicha incautamente, y que no tuvo razón para decirla, lo repite nuevamente: “Como lo dije antes, lo digo también ahora: si alguno os anunciase un evangelio distinto al que habéis recibido, sea anatema”. Porque una vez ni a los Apóstoles, ni a los Ángeles es lícito fundar una nueva fe; sin duda tampoco nos es lícito recibirla sin daño de nuestra salvación, y ruina de nuestra alma».
     
SAN ROBERTO BELARMINO SJ. Gran Catecismo de la Doctrina Cristiana, cap. II: «Antigüedad de la Iglesia Católica»

SAN VICENTE MARÍA STRAMBI, OBISPO Y CONFESOR

  
Poco antes de la medianoche del 23 de diciembre de 1823, San Vicente María Strambi fue despertado urgentemente, requerido por Su Santidad León XII, que se encontraba gravemente enfermo.
 
Desde finales de noviembre, habiendo renunciado el obispado de Macerata y Tolentino, habitaba en el palacio del Quirinal, llamado por Su Santidad como consejero particular y director espiritual de su alma.
 
Consternado por la infausta noticia, San Vicente María Strambi voló a la cabecera del augusto enfermo. Con afecto de hijo y corazón de santo preparó a Su Santidad a recibir el santo viático, decidido a quedarse a su lado para asistirle en los últimos momentos con el conforto espiritual.
 
Mientras la respiración del Santo Padre se hacía cada vez más afanosa, San Vicente, movido de sobrenatural impulso, pidió al Papa poder celebrar inmediatamente la santa misa para obtener su curación. Se notó que aquella misa votiva pro infírmo, celebrada en la misma capilla papal, fue más larga que de costumbre, y el rostro del Santo, transformado por el recogimiento, causó maravilla en los presentes. A la Víctima del Calvario se unió la personal de San Vicente por la salud temporal de León XII.
  
Al alborear del día el Santo pasionista visitó de nuevo a Su Santidad, y en íntima confidencia personal le reveló el secreto: curaría y su vida terrena se prolongaría cinco años y cuatro meses, Dios había aceptado la inmolación de San Vicente María Strambi; el ofrecimiento de su vida por la del Papa había sido satisfactoriamente recibido por la divina Justicia.
 
El 28 de diciembre San Vicente sufre un ataque apoplético y el 1 de enero de 1824 entrega su alma a Dios. Este acto sublime del venerable anciano de setenta y nueve años era el epílogo y recapitulación de una vida consagrada al servicio de la Iglesia y del Romano Pontífice.
 
Nacido en Civitavecchia el 1 de enero de 1745, le concedió Dios la gracia de ser educado por unos padres de acendrada piedad. Consiguió la realización de su vocación pasionista en 1769 a la hermosa edad de veinticuatro años, después de haber terminado la carrera sacerdotal y haber ocupado los cargos de prefecto y rector del seminario.
  
La herencia del crucifijo que pide de rodillas a su padre la recibe realmente de manos de San Pablo de la Cruz, que, a la hora de la muerte, le encarga el cuidado de la Congregación. Ocupa en ella los cargos más altos y delicados de educación y gobierno, admirado por su espíritu de observancia y de oración.
  
En la soledad de los “retiros” pasionisias intensifica su preparación a la futura vida apostólica con la oración y el estudio. Serán deliciosas las horas pasadas a los pies de Jesús crucificado, siempre sediento de la sangre divina, a la que honrará con particular devoción.
  
Pero sobre todo heredará de su santo fundador el espíritu apostólico. Será en este ancho campo de la predicación donde sus servicios a la Iglesia le conseguirían el renombre de santo y de misionero.
  
Orador por excelencia, dotado de una extraordinaria capacidad de adaptación al auditorio, procuraba no sólo dirigirse a la inteligencia de sus oyentes para instruirlos, sino llegar a lo más íntimo de su corazón y de su voluntad para arrastrarles.
 
Misionero de fama y de extraordinaria eficacia, fue reiteradamente escogido por los romanos pontífices para predicar las misiones en Roma y apaciguar las sediciones y motines populares. Preferido más de una vez para dar los ejercicios espirituales al Colegio Cardenalicio y al alto clero de la Ciudad Eterna, dejará admirada la selecta asamblea por su unción apostólica y por su exacta y vasta doctrina, confirmando el parecer común que le consideraba “sumo” en este género de predicación.
 
Durante veinticinco años recorrió la Italia central en todas direcciones, aclamado como uno de los mejores predicadores de la península y quizá el más grande catequista de su siglo. Volcaba en el púlpito su corazón de padre, de pastor, de apóstol y de santo; sobre todo de santo. El fuego divino que le abrasaba se comunicaba con fuerza irresistible a su auditorio, ablandando el corazón de los pecadores más endurecidos, que venían a descargar sus culpas a los pies de aquel hombre extraordinario.
 
Identificado con Cristo crucificado, el argumento de su pasión fue siempre el tema preferido de sus predicaciones y el secreto de su elocuencia dulce y avasalladora. Cuando San Vicente hablaba de la víctima divina no hacía más que descubrir los tesoros de vida eterna que su alma contemplativa había descubierto en las llagas del Redentor. Siempre presente en el Calvario, ocupado en la contemplación extática de su amor crucificado, no es de admirar que su caldeada palabra transmitiese al auditorio la virtud divina que irradia desde la cruz.
 
En el confesionario, donde recogía los frutos de los trabajos apostólicos, fue admirada su bondad, creyéndose cada penitente objeto especial de sus atenciones. Gaspar del Búfalo, Ana María Taigi y un nutrido grupo de almas selectas encontraron en San Vicente María Strambi al director eximio, práctico y experimentado en el camino de la perfección y en los recónditos secretos de la mística, que no sólo sabía calmar sus dudas con el consejo oportuno, sino también descubrirles los amplios horizontes de la santidad más encumbrada, lanzándoles resueltamente por las más altas vías del espíritu.
 
Dotado de una gran potencia asimiladora, sus incesantes lecturas le permitieron usar de la pluma para ensanchar y perfeccionar su acción apostólica. Inspirado en la santísima pasión de Cristo, ella fue el tema preferido de sus escritos. Nada de especulación árida, fría, de vana y ostentosa erudición. El descubrimiento de los tesoros que tenemos en Jesucristo no tenía en su pluma otro fin que convencer al alma cristiana del amor que debemos a Cristo y decidirla a la práctica de las virtudes que Él nos dio ejemplo.
 
En 1801 le imponía Pío VII la aceptación del obispado de Macerata y Tolentino. En vano se resistió. La voluntad decidida y terminante del Papa puede más que todo. Consagrado obispo, San Carlos Borromeo y San Francisco de Sales fueron desde entonces su modelo, copiando el celo apostólico del uno y la dulzura del otro.
  
Recibido como un don de Dios para ambas diócesis, comenzó su actividad episcopal organizando grandes misiones, que predicó personalmente. Con una entrega total y sin reserva a los suyos, procuró, ante todo, conocerlos, examinando de cerca todos sus problemas para darles la más perfecta solución. A este fin empezó casi inmediatamente la visita pastoral, que se puede decir fue continua e interrumpida solamente por el destierro.
 
Su unión con Dios, aun en medio de las más absorbentes ocupaciones del gobierno pastoral, era continua y profunda. Dedicaba no menos de cinco horas diarias a la oración, viviendo todo el día como en un ambiente místico y celestial en íntima unión con Dios. Este contacto ininterrumpido con la Divinidad envolvía su persona y sus actividades como en una atmósfera sobrenatural, imprimiendo a todos sus actos de gobierno un marcado tono de la más alta espiritualidad, a la vez que de la más escrupulosa justicia y exactitud, no buscando jamás otra cosa que la gloria de Dios.
 
Su primera preocupación fueron los eclesiásticos, a cuya elevación y santificación consagró sus mejores energías. Empezó por el seminario, renovando, además del edificio material, el programa escolar y el reglamento, deseoso de acomodarlo a las necesidades de su tiempo. El seminario, en su concepto, debía ser únicamente el semillero perpetuo de los ministros de Dios, excluyendo, contra la mentalidad reinante, todo joven que no diese pruebas claras de vocación divina.
 
Los dos puntos básicos de la formación espiritual de los futuros ministros del santuario eran la comunión fervorosa, que deseaba fuese cotidiana, y la oración mental. Consideraba este ejercicio de la meditación como algo indispensable y fundamental en la vida de un sacerdote, por lo cual sometía a los ordenandos a un riguroso examen, no sólo del conocimiento teórico de la meditación, sino también de la práctica y de los frutos reales en ella conseguidos. Para facilitar a su clero el cumplimiento de esta obligación compuso una serie de meditaciones sobre los principales deberes del estado clerical y otra sobre los novísimos, que en poco tiempo alcanzó la quinta edición.
 
Con estos medios y su asidua vigilancia consiguió, en un tiempo en que la formación sacerdotal dejaba mucho que desear, elevar su seminario a un nivel tal de ciencia y santidad, que no sólo se presentaba como modelo de organización y disciplina, sino también de la piedad más acendrada. Adelantándose a su tiempo como sagaz previsor de las necesidades de la Iglesia, instituyó prácticas y métodos entonces desconocidos y que son hoy normas corrientes de formación de nuestros mejores seminarios.
 
Durante los veintidós años que duró su episcopado no dejó un solo día de seguir con vigilante y escrutadora mirada, con los más asiduos cuidados y desvelos, la educación de sus queridos seminaristas, a los que amaba como a las niñas de sus ojos. Era un padre, y como tal deseaba estar junto a sus hijos. Con ellos convivió los últimos años de su vida, preocupándose personalmente por cada uno, formándoles con su ejemplo, su consejo y sus exhortaciones. Legando su herencia al seminario, quiso perpetuar su influjo benéfico hasta después de su muerte.
  
Al par que la santidad, exigió siempre de su clero la ciencia, mostrándose inflexible en el examen obligatorio para todos los sacerdotes antes de conferirles la cura de almas o la facultad de oír confesiones.
 
Diligentísimo en el cumplimiento de todos sus deberes de obispo, no perdonó sacrificio ni molestia cuando se trataba de la gloria de Dios o de la salvación de las almas. Precedido por la fama de su santidad, su presencia se consideraba como una gracia especial de Dios, y, bajo el influjo de aquella vida sobrenatural, que no podía ocultar su humildad, se entregó sin reservas a la reforma y saneamiento moral de sus diocesanos, consiguiendo una profunda transformación religiosa.
  
Experimentado misionero, se sirvió con profusión del ministerio de la palabra para enseñar a sus diocesanos el conocimiento de la religión, convencido ser éste el único fundamento para conseguir que la práctica religiosa fuese sólida y constante. Contra el parecer e inercia de muchos, restableció la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y al pueblo. Procuró ante todo el aumento numérico de asistencia, perfeccionó los maestros y hasta reeditó el catecismo, adaptándolo a las necesidades del tiempo e individuos.
  
Personalmente llevó la instrucción de la juventud que frecuentaba el liceo y la universidad de Macerata, predicándoles todos los domingos.
 
Confiando en que “Dios no es pobre” y convencido que los pobres eran los verdaderos “dueños” y sus “acreedores”, la generosidad de San Vicente María Strambi rayó frecuentemente en el heroísmo más sublime y desinteresado.
 
Vivía en extrema pobreza con el fin de economizar para los indigentes. Sus manos eran un canal que nada retenían. Se reconocía en él una gracia especial para pedir, que supo utilizar para alivio de los necesitados. Con frecuencia se hizo mendigo por amor de Cristo, llamando a las puertas de sus potentados amigos de Milán y de Roma, incluido el Romano Pontífice. Estará para abandonar definitivamente la diócesis camino de Roma, y dará en limosna el anillo episcopal, que era lo único que le quedaba.
  
En estas acciones caritativas era dominado por dos sentimientos diametralmente opuestos: extraordinario amor a la pobreza y un deseo vivísimo de poseer. El aparente contraste se reducía a perfecta unidad en el amor a los pobres, en quienes veía a Jesucristo. En las largas horas de oración a los pies del crucifijo, consiguió descubrir las sublimes e inefables relaciones que existen entre el Cuerpo real de Jesucristo y su Cuerpo místico, que es la Iglesia, entre el divino Paciente que agoniza en la cruz y sus miembros que sufren en los pobres.
 
Durante su vida religiosa la voz del Vicario de Cristo fue para San Vicente María Strambi la voz de Dios, y cuando los sucesores de Pedro le transmitieron su voluntad, el misionero pasionista cumplió los encargos con afectuosa y diligente sumisión filial.
 
Aceptado el obispado por directa intervención de Pío VII, que confesó hacerlo por inspiración divina, consideró como superior inmediato al Romano Pontífice. El respeto, amor y obediencia de San Vicente María Strambi al Papa es una de las notas más características de su santidad.
  
Su fe inquebrantable en la Cátedra de Pedro le hacia considerar al Santo Padre como el centro de la autoridad, el padre común de todos los fieles, el oráculo de la verdad. A toda orden del Papa, mejor, a la más mínima manifestación de su voluntad, San Vicente María Strambi repetía con fe viva y amor ardiente: “Voluntad de Dios”. A tal grado llegó esta obediencia, que, invitado por obispos y cardenales a predicar las misiones en sus diócesis, exigía antes de aceptar el consentimiento expreso del Romano Pontífice.
  
Sin miramientos humanos salía en defensa del Vicario de Cristo, y el general francés Lemarois se vio contradicho enérgicamente por el santo obispo, admirando los demás oficiales tan intrépida fortaleza.
  
La convicción que tenía del Primado de San Pedro le hacía hablar con tanta elocuencia, que causaba maravilla a sus auditores, mereciendo ser calificados estos discursos entre las mejores piezas oratorias del Santo.
 
Las circunstancias por donde le tocó atravesar le dieron ocasión de probar, con la heroicidad de los hechos, los sentimientos que albergaba en su corazón. Su amor a la Iglesia y al Papa debían pasar por el crisol de la prueba, dándonos la oportunidad de conocer su profundidad y su extraordinaria grandeza.
 
Como consecuencia de la conquista del Estado pontificio por las huestes napoleónicas en 1808, San Vicente María Strambi se vio condenado al destierro por no consentir en el juramento que se pretendía imponer a los obispos. Prefirió obedecer al Santo Padre antes que mancillar su alma con semejante cobardía. Intrépido defensor de los derechos del Papa y de la Iglesia, se vio arrancado violentamente de su amado pueblo, que le despidió con las lágrimas en los ojos, testimoniando con ello el afecto con que era circundado.
 
Durante los seis años que se vio relegado en Milán a forzado e involuntario reposo, ocupó su tiempo en obras de caridad. Pero sobre todo, como otro Moisés, no cesó de levantar los brazos y los ojos al cielo en continua oración para que Dios se apiadase de su esposa la Iglesia. Con el corazón desgarrado por los sufrimientos del supremo pastor Pío VII, al que veneraba como a un santo, le seguirá en todas las estaciones de su Viacrucis, buscando ocasión de hacerle menos dolorosos aquellos días de persecución.
 
El poder consolar con sus cartas al “dulce Cristo en la tierra” y socorrer con subsidio pecuniario al prisionero de Savona fue para San Vicente María Strambi, más bien que un simple acto de caridad, el cumplimiento de un acto de religión.
 
Lejos de los suyos corporalmente, siguió gobernando sus diócesis por medio de los vicarios generales, con los que se mantuvo en continuo contacto.
 
Volvió a Macerata en 1814; pero haciéndole ver su humildad que era incapaz para el gobierno de su grey, en 1823 insistió en la renuncia. León XII la aceptaba con la condición de que transcurriera los últimos días a su lado. En los planes de la divina Providencia el mismo Vicario de Cristo había escogido la víctima que se inmolaría por él, por el Santo Padre, para que la santa Iglesia no quedase en momentos tan borrascosos sin el capitán que la gobernase.
  
Y San Vicente María Strambi, como lo había hecho durante toda su existencia, apenas comprendió lo que Dios le pedía, se ofreció con la generosidad de hijo, que entonces se siente profundamente feliz cuando puede dar hasta la propia vida por su amado padre.
 
PAULINO ALONSO BLANCO DE LA DOLOROSA CP, Año Cristiano, Tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.
  
ORACIÓN (Del Común de los Confesores y Pontífices)
Rogámoste, Señor, que oigas benigno las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice San Vicente María, y que nos libres de todos nuestros pecados, por los méritos de aquel que te sirvió con tanta fidelidad. Por J. C. N. S. Amén.

sábado, 23 de septiembre de 2017

PROFANADA LA IGLESIA DE SAN ESTEBAN EN BEIT JIMAL

Nota previa: Beit Jimal (בַּיִת גִ׳מָאל/بَيْت جَمَال) es un monasterio salesiano erigido en la antigua Cafargamal (Villa de Gamaliel), lugar en el cual fueron sepultados los santos Esteban Protomártir, Nicodemo, Gamaliel y su hijo Abibas, y sus reliquias halladas por el sacerdote San Luciano el 3 de Agosto del año 415.

Traducción de la noticia publicada en AVVENIRE (Italia).
 
A los «daños ingentes» provocados por la destrucción de las estatuas y de las vidrieras, se agrega el profundo dolor causado «por el fanatismo de estos grupos de personas, que no quieren aceptar la diversidad y la fe del otro». Así comentó a la agencia AsiaNews monseñor Giacinto-Boulos Marcuzzo, nuevo vicario patriarcal para Jerusalén y e la Palestina, el ataque realizado en la tarde del miércoles 20 de Septiembre «por algunos fanáticos» (como él mismo los define y con toda probabilidad «extremistas judíos») a la iglesia de San Esteban en Beit Jimal. El lugar de culto es parte de un complejo gestionado por los salesianos que comprende un monasterio y un cementerio, teatro en el 2016 de una profanación.
  
Imágenes de la destrucción ocasionada en la iglesia de San Esteban (Fuente: Patriarcado Latino de Jerusalén)
 
«Estamos en un período de fiesta –agrega Marcuzzo– por el Año nuevo judío y musulmán. En este clima de alegría y celebraciones, habíamos recibido ayer la noticia de este nuevo ataque. Los vándalos han hecho irrupción en el interior de la iglesia y han destruido las cruces, la estatua de la Virgen y las vidrieras artísticas, además de los rostros de los santos». El daño, prosigue el obispo, no es solo económico sino que es debido «al mensaje fanático que este ataque contiene: una ideología que no acepta la fe, la visión del otro. En el Antiguo Testamento está escrito destruir las estatuas porque son símbolo de idolatría». Aquí, «estas personas distorsionan las Escrituras y promueven el fanatismo. Aunque no es un ataque directo a los cristianos, ciertamente es un mensaje contra los que no comparten su ideología y causan terror, porque muestra que no tienen respeto por los otros, amenazando la convivencia social».
 
La condena de la asamblea de los obispos católicos
También la Asamblea de los ordinarios católicos de Tierra Santa ha denunciado lo sucedido como “la desacración de la iglesia de San Esteban” que se encuentra en el Monasterio salesiano de Beit Jamal, no lejos de Jerusalén. «Supimos esta mañana –ha declarado Wadie Abunassar en nombre de la Asamblea– de la desacración de la iglesia por acción de desconocidos que han dejado gran destrucción más allá de haber roto las imágenes de vidrio de Cristo y de la Virgen María». «Es con disgusto y rabia –prosiguió– que nos vemos comprometidos a condenar semejantes actos criminales que se han repetido muchas veces en años recientes, mientras al mismo tiempo no vemos ni seguridad ni tratamiento educativo de apertura de las autoridades del Estado contra este fenómeno peligroso».
 
«Mientras demandamos al Estado, y a todas sus instituciones pertinentes, que trabajen para castigar a los autores del ataque y educar a la gente a no perpetrar ofensas similares, rogamos al Altísimo –siguió Abunassar– por la retirada de los autores esperando que todos los pueblos, especialmente en nuestra Tierra Santa, aprendan a coexistir el uno con el otro en amor y recíproco respeto, sin considerar la diferencia entre ellos».
 
El embajador italiano en Israel, Gianluigi Benedetti, ha hecho saber que habló esta mañana con el responsable del monasterio, don Antonio Scudo, informándose de los hechos y el lunes próximo (25 de Septiembre) se dirigirá allá para una visita de solidaridad. La policía israelí ha anunciado la apertura de una investigación sobre lo sucedido.
  
COMENTARIO DE FRATER JORGE: De hecho, con este se elevan los ataques vandálicos realizados a la iglesia de San Esteban en Beit Jimal durante los últimos cuatro años. El primero, en el año 2013, consistió en una bomba incendiaria que causó daños menores en el monasterio y pintadas con la frase “Etiqueta de precio” (תָּג מְחִיר) en un muro exterior. Y el segundo, en Junio de 2016, cuando varias lápidas cruciformes fueron derribadas por tierra.
  
Como siempre, la policía israelí dice que va a investigar, pero dudamos que se produzcan capturas por los hechos. Y para más variar, A BERGOGLIO ESO NO LE INTERESA. simplemente porque las víctimas no son ninguno de sus amigos (judíos, musulmanes, comunistas, homosexuales, etc.), sino sus súbditos, a los que SUPUESTAMENTE gobierna y apacienta. De razón que San Ignacio de Loyola dijera: “Más le vale a la grey no tener pastor, que tener de pastor a un lobo”.

LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL PADRE PÍO POR LA IGLESIA CONCILIAR PARA JUSTIFICAR LA FALSA OBEDIENCIA

Traducción del artículo publicado en NON PRÆVALEBUNT
  
Hoy es muy conveniente crear confusión al interior de la Iglesia. Los enemigos están bien contentos de ver a la Iglesia Católica presa de una profunda crisis doctrinal y disciplinaria, esperando que todo ello acelere su definitiva desaparición de la escena social y política. El último falso profeta en llevar agua a su molino es el prior Enzo Bianchi, que se presenta como el prior de la Comunidad de Bose, que algunos católicos consideran ser una nueva orden monástica, cuando canónicamente no lo es, porque no respeta las leyes de la Iglesia sobre la vida común religiosa. Algunos lo tienen como un maestro de espiritualidad… Enzo Bianchi viste los ropajes del “profeta” que lucha por la llegada de un cristianismo nuevo (un cristianismo que debe ser moderno, abierto, no jerárquico y no dogmático, esto es, en sustancia, no católico).
 
El hecho de que los media a servicio del género comprenda hasta qué punto de confusión doctrinal y de insensibilidad pastoral se ha llegado en la Iglesia.
  
No se enseña ni qué es el Evangelio, ni la obediencia, mucho menos el significado de la palabra humildad... Sabemos que muchos “católicos” en la Nueva Iglesia se sienten perfectamente en su camino. Es bello poder caminar libremente sin el temor de ofender a Dios; es bello sentirse predicar ciertas nuevas doctrinas que liberen de la obligación de poner en práctica la Santa y milenaria doctrina, es bello para muchos decir que el Evangelio había sido malinterpretado por dos mil años. Algunas personas me han dicho que si Bergoglio dice una cosa es seguramente justa porque existe el “dogma de la infalibilidad papal”; por lo que ¡Bergoglio sería hasta más infalible que el mismo Evangelio!
  
¿Tales creencias son debidas a la ignorancia? ¿O a la comodidad que las aperturas y el Sínodo pudieron dar a todos los pecadores impenitentes que podrán engañarse de salvarse sin el arrepentimiento y la generosa reparación por sus pecados?
  
A menudo tenemos la posibilidad de saber los nombres y apellidos de aquellos católicos protestantizados que votaron a favor del divorcio y del aborto y continúan siguiendo la utopía de un catolicismo englobado a las ideologías políticas liberal-siniestroide, invocando la infalibilidad de ciertos eclesiásticos y el querer abrir su misericordia a los pecadores impenitentes, que bajo la máscara de la falsa piedad desearían mostrarse aun más misericordiosos que Dios mismo (¡!)
  
Necesitaría recordar los pasajes del Evangelio y aquella puerta estrecha indicada por Jesús, mediante la cual nos ha exhortado entrar. ¡Pero seguir el Evangelio no es fácil! Lo sé, ¿quién ha dicho que lo sea? Quien escribe sabe muchísimo cuán difícil es caminar sobre la senda trazada por Cristo, cuán fácil es caer y cuán imposible sería levantarse si la Gracia de Dios no viniese en auxilio del penitente, que no obstante su pecado otra cosa no desea que levantarse y santificarse para poder así vivir eternamente en comunión con Él. Ah sí, porque el pecado es un problema nuestro y no de Dios, cuál humildad podría reivindicar el pecador que desea un Dios a la altura de sus tiempos, obviamente. La Humildad significa de hecho la gozosa sumisión a Dios y a Su Ley y el reconocimiento del don de la Gracia en el camino de Santidad, unido al Sacrificio de Cristo sin el cual ningún hombre puede salvarse.
  
Si algunos discípulos abandonaron a Jesús por la dureza de la Doctrina por Él predicada, y si Jesús no reclama que ellos permanecieran preguntando a los otros: “¿Vosotros también queréis iros?”. Hoy somos llamados a responder con las palabras de San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de Vida eterna”, agregando: “No gracias, no estamos en busca de ilusiones, queremos seguir la doctrina que ha sido fielmente transmitida por los Apóstoles y que la Iglesia ha custodiado por milenios”.
 
Buscamos por tanto entender a qué refiere exactamente el término “autoridad papal”, y explicar que ningún pontífice está por encima de la Verdad, desechando de nuestros corazones todo compromiso con el mundo moderno e ilusiones de Libertad sin Verdad.
 
El dogma de la infalibilidad papal (o infalibilidad pontificia) afirma que el papa no puede equivocarse cuando habla ex cáthedra, o sea, como doctor o pastor universal de la Iglesia (epíscopus servus servórum Dei). Aunque, el dogma vale solo cuando ejercita el ministerio petrino proclamando un nuevo dogma o definiendo una doctrina en modo definitivo como revelada.
  
De hecho, según la doctrina, el magisterio extraordinario de la Iglesia, ejercitado exclusivamente por el Papa, en ciertos casos no posee el carácter de la infalibilidad cuando el Papa mismo no usa explícita y declaradamente (en forma de hacerlo comprender enseguida a todos los fieles) este carisma, de que Cristo ha dotado a la Iglesia para que sea sacramento universal de salvación. Las enseñanzas de los obispos en cambio, no son cubiertas bajo la infalibilidad papal, y de hecho no son absolutamente citadas en la definición del dogma, así como lo expresa la constitución apostólica Pastor Ætérnus, tampoco si la totalidad de los obispos, que están en comunión con el papa, tiene este carisma.
  
De este importante documento del Concilio Vaticano -fácilmente descargable por internet- se evidencia claramente que la definición de “infalibilidad” papal es solo en condiciones determinadas, o sea, si está vinculada con el Evangelio y con la tradición de la Iglesia. Por tanto la pastoral de un Papa podría ciertamente NO SER INFALIBLE (clic aquí). En la acción pastoral el papa es falible como cualquier persona, como ha sucedido en los siglos pasados en el caso del Papa Pío VII, que cedió a los compromisos con Napoleón I, para después retractarse reconociendo el error.
  
El valor de la Tradición es tal que también las Encíclicas y los otros documentos del Magisterio ordinario del Sumo Pontífice en los cuales no se quiere definir ni obligar a creer son infalibles solamente en las enseñanzas confirmadas por la Tradición (Pío IX, Carta Tuas libénter, 1863), esto es, por una continua enseñanza de la doctrina, realizada por diversos Papas y durante un largo período de tiempo.
    
Después de haber explicado la “no infalibilidad” pastoral, pasemos a determinar el significado de la palabra “humildad”.
 
Está muy de moda por ahora hablar del Padre Pío y de su agonía de dos años en una celda de clausura del convento por órdenes de Juan XXIII bis.
  
Sabemos muy bien que el grandísimo santo, San Pío de Pietrelcina, desde el inicio señaló en el Concilio Vaticano II un posible gran peligro para la Iglesia de Cristo. La pregunta es: ¿Habría aceptado Padre Pío una doctrina diversa a la transmitida por los Apóstoles? ¡Obvio que NO!
  
Conocemos muy bien la intransigencia del Padre Pío en el defender la pureza de la doctrina y la pureza de las virtudes, como tuvieron modo de conocerla todos aquellos falsos penitentes que por la curiosidad se acercaban al confesionario quedando desenmascarados de su malicia, estando el padre Pío dotado del “don de conocimiento”.
  
La instrumentalización de la obediencia del Padre Pío es por tanto inoportuna y carente de sentido.
  
Primer argumento: los problemas que dieron inicio a la persecución contra el P. Pío no eran concernientes a cuestiones de Fe, sino a acusaciones relativas a su conducta de vida personal y la no autenticidad de los fenómenos místicos que le rodeaban.
  
En el caso de los tradicionalistas, la puesta en juego es en cambio tan diversa e incomparablemente más importante. Aquí se trata de defender el depósito de la Fe claramente puesto en peligro por doctrinas como el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad episcopal, la negación de la naturleza sacrifical de la Santa Misa y la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio compuesto por un hombre y una mujer.
   
Nadie tiene el derecho de vender estos valores fundamentales, ni parece justo delegar exclusivamente a la Divina Providencia un deber como es la defensa de la Fe, que corresponde, en realidad, a cada fiel individualmente considerado. Sería como pedirle a un padre que no trabaje, aunque esté en condiciones de hacerlo, porque, a fin de cuentas, se cree que Dios alimentará a sus hijos.
  
Segundo argumento. A quien objeta que las Verdades de Fe son exclusivamente las expresadas por el “Magisterio viviente” y no las que aparecen en el Catecismo, explicitadas constantemente por la Iglesia Docente y elaboradas por nuestra recta conciencia, se puede responder fácilmente que, si a tanto iban verdaderamente las cosas, no tendría sentido alguno la instrucción religiosa. Bastaría sintetizar todo catecismo en la fórmula: “¡Obedece a tu Párroco y… dobla la cerviz!”.
  
La Fe, como bien sabemos, trasciende nuestra razón pero no la contradice. La razón también es un don de Dios, y tanto quien no la utiliza, como, al contrario, quien la absolutiza, no puede ser agradable al Altísimo.
  
Como se puede ver, por tanto, quien invoca, a menudo en mala fe, al Padre Pío para convencer a clérigos y fieles a la aquiescencia pasiva frente a órdenes claramente injustas, habla a despropósito y busca hacer hincapié inopinadamente sobre la gran devoción popular de la cual está rodeado el gran místico capuchino. Él fue, al contrario, siempre muy intransigente en la defensa de la Fe Católica y no faltaron, en su vida, episodios en que él reprobó ásperamente a hombres de Iglesia rehusando sujetarse a sus pretensiones.
 
Basta recordar, para tal propósito, el claro rechazo opuesto por el fraile, en 1920, al padre Agostino Gemelli que, por encargo del Santo Oficio, le había perentoriamente ordenado de mostrar sus heridas.
   
Fidelidad, por consiguiente, es no modernidad, la palabra de Dios es eterna, Dios no cambia de opinión.
 
«[Jesús dijo a los judíos que creían en él]: “Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis de veras mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Le respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y no hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: ‘Seréis libres’?”. Jesús respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo del pecado”». (Juan 8, 31-34).
  
Floriana Castro

NOVENA EN HONOR AL SANTO ÁNGEL CUSTODIO

Novena compuesta por el Padre Fray Manuel Espinosa OFM, e impresa en Palma de Mallorca en 1856.
 
MODO DE REZAR LA NOVENA
Todas las devociones, súplicas y rogativas con que imploramos el patrocinio de los santos, deben tener por objeto primero a nuestro Dios y Señor, y su mayor honra y gloria, que resplandece en tan perfectas criaturas. David dirige a Dios las alabanzas y bendiciones continuas, las que llenan su corazón y ponen en movimiento su lengua: canta las maravillas del Altísimo en presencia de los ángeles, esto es, dice San Hilario, le da gracias por la vigilancia de estos bienaventurados espíritus sobre nuestra vida y costumbres. Después de esto se dirigen los elogios al Ángel, no solo para alabarle y agradecerle lo que hace por nuestro verdadero bien, sino para excitarnos a la imitación de sus virtudes en cuanto podemos con el auxilio de la gracia, y conseguir así nuestro último y dichoso fin.
 
Este Ángel nos muestra el camino de la virtud, nos guía en él, nos alienta, nos conduce como por la mano hasta la perfección, nos representa detestables los deleites de la carne, inútiles los cuidados del mundo, peligrosas las riquezas, vanas las honras mundanas: nos lleva por la verdad de la fe a Jesús, nos une con él por amor, nos estimula, y como que nos fuerza a procurar la exaltación de su nombre; todo esto hace en pocas palabras que hable a nuestro corazón, y en pocas significó Dios esto mismo a Moisés en el Éxodo, asegurándole que destinaría un Ángel, y señalando los oficios que había de hacer con él.
  
Será cosa importuna y aun temeraria que buscándonos a nosotros mismos, y no a Jesucristo, pretendiésemos por la intercesión del Ángel Custodio lo que no fuera conveniente para nuestra eterna salud, o que lo pidiésemos con fe muerta y alma manchada con el horror de la culpa.
 
Por tanto, el que hubiere de hacer esta novena procure ante todas cosas limpiar con la confesión su conciencia de toda mancha de pecado, y disponerse así para comulgar dignamente; y si tiene que hacer al santo Ángel alguna petición particular y avive su confianza, y no dude que se cumplirá si le conviene. Un hombre confía su salud a un médico, su proceso a un abogado, su vida, si es ciego, a un niño, y alguna vez a un perro; ¿y hallaremos dificultad en abandonarnos a la dirección del Ángel que Dios señaló por nuestro conductor? Para la consecución del mismo fin fuera muy del caso ejercitarse cada día de esta novena en actos de aquellas virtudes que el Ángel ama particularmente y de que hablo en el discurso que precede.
 
El tiempo para hacer esta novena será el que inspirare a cada uno su devoción, o el que tuviere por más conveniente según las necesidades en que se halla. Por lo demás se podrá empezar nueve días antes de la fiesta del mismo Ángel, y seguirla por el orden que se pondrá aquí. Sobre la distribución de los beneficios del Ángel, en los dios de la novena, advierto que el P. Jeremías Drexelio SJ los deduce de aquel suceso tan sabido como maravilloso, del arcángel San Rafael en casa de Tobías; pero dejando este caso, me ha parecido seguir al doctísimo Juan Gerson canciller de París, quien cuenta estos mismos beneficios que nos hace nuestro Ángel; por lo que hizo el Ángel con San Pedro cuando le visitó en la cárcel, y se refieren en el capítulo 12 de las Actas de los Apóstoles. Lo mismo que hizo el Ángel en esta ocasión de un modo exterior y sensible con San Pedro, hace todos los días invisiblemente cada Ángel de Guarda con su encomendado. David y San Pablo llamaron cárcel o destierro a esta vida: el demonio nos procura la muerte en todos los momentos: nosotros dormimos con seguridad, estando muchas veces presos con dos cadenas, que son la presunción de la divina misericordia y el ejemplo de otros; y estando también entre dos soldados, que son la esperanza de una vida larga y la costumbre de pecar; pero el Ángel se presenta al corazón del hombre, llama a sus puertas, le despierta, le ilumina para que conozca su situación, le libra de las cadenas, le saca de la cárcel, y restituye a la antigua y dichosa libertad de los hijos de Dios.
  
NOVENA EN HONOR AL SANTO ÁNGEL CUSTODIO
 

Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta: ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
  
ORACIÓN PARA CADA DÍA
Oh Dios de bondad, Dios de misericordia y padre de toda consolación, que no contento con velar continuamente sobre nuestros intereses, nos señaláis un gobernador, un preceptor, una guía, escogiéndole de vuestra misma corte y de entre vuestros más favorecidos príncipes de la celestial Jerusalén, que asisten de oficio delante de vuestro trono, enviándole desde que nacemos al mundo, y aun antes de ver la luz de él, para que nos preceda, nos acompañe y nos conduzca a la patria, para la cual nos habéis criado, sin excluir de esta amable providencia ni al pobre mendigo, ni al pecador miserable, ni al justo débil, ni al varón robusto: es cierto, Señor, que si estuviese en nuestra mano esta elección no nos atreveríamos a pedir, ni aun imaginaríamos sin temeridad, que un Ángel nos cuidase; y Vos le habéis señalado con paternal desvelo y solicitud de cariñosa madre para la custodia de vuestros hijos. Alaben vuestra inefable bondad los espíritus bienaventurados, reconózcanla todas las criaturas, hagan digna acción de gracias a vuestro infinito amor los hombres favorecidos. Yo os las doy por este inestimable beneficio, y os suplico que no sea infructuoso en mi alma. Concededme una disposición agradable a Vuestros ojos, dadme un corazón agradecido para cantar vuestras alabanzas y corresponder a los saludables oficios de mi Ángel Custodio, para que oyendo su voz y obedeciéndole fielmente en esta vida, os alabe en su compañía en la bienaventuranza. Amén.
 
DÍA PRIMERO - 23 DE SEPTIEMBRE
  
El Ángel está presente: “Ángelus Dómini astítit” (Acta Apostolórum 12).
Oh santo Ángel, fiel custodio de mi alma, que como si fuerais inmenso, no solo estáis conmigo, sino que habláis dentro de mí; que sois por delegación lo que Dios es por naturaleza; que si Dios es la vida de mi alma, vos sois mi compañero de habitación y de viaje; que me seguís día y noche a donde quiera que vaya; que me veis, aunque yo no os vea; que cuando hablo, cuándo descanso, cuando paseo, cuando me retiro a los lugares más ocultos estáis a mi lado, recogiendo mis palabras, observando mis acciones, y refiriendo cuánto ejecuto con igual facilidad que lo conocéis: ¿cuántas veces he despreciado vuestra presencia, o he pretendido cerrar los ojos del alma para no veros y correr libremente en seguimiento de mis pasiones? ¿Cuántas veces os he ofendido con palabras y acciones desordenadas? Yo me he sujetado delante de cualquier persona a quien trataba con alguna veneración, he compuesto mi semblante, he arreglado las acciones, he moderado la vista; y si por descuido la he hecho testigo de alguna cosa que le pudiera servir de escándalo, me he lamentado de mi imprudencia, he mostrado sentimiento y he suplicado me perdonase; y delante de vos, en cuya comparación los mayores príncipes son gusanos de la tierra, no he guardado ningún respeto. Pero perdonad, glorioso Ángel mío, mi grosería y mi desatención: interceded con el Señor que os destinó, para que abra mis ojos, como los del criado de Eliseo, y renovando la fe de vuestra presencia me haga repetir muchas veces: “El Ángel está presente, él me observa, y no olvidará nada de cuanto hago”; y con esta justa y saludable consideración me arregle en todas mis operaciones a la voluntad de Dios. Y también os suplico me consigáis la gracia que pido en esta novena, si ha de ser para gloria del mismo Señor y bien de mi alma. Amén.
 
Se dirá tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, y puede recogerse inmediatamente por un rato y hacer a Dios la petición del beneficio particular, que espera conseguir por la intercesión del santo Ángel.
 
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Oh fidelísimo compañero y custodio mío, destinado por la divina providencia para mi guarda y tutela, protector y defensor mío, que nunca os apartáis de mi lado: ¿qué gracias os daré yo por la fidelidad que os debo, por el amor que me profesáis, y por los innumerables beneficios que cada instante estoy recibiendo de vos? Veláis sobre mí cuando yo duermo, me consoláis cuando estoy triste, me alentáis cuando estoy desmayado, apartáis de mí los peligros presentes, me enseñáis a precaver los futuros, me desviáis de lo malo, me inclináis a lo bueno, me exhortáis a penitencia cuando he caído y me reconciliáis con Dios. Mucho tiempo ha que estaría ardiendo en los Infiernos, si vuestros ruegos no hubieran detenido la ira de Dios. Quizá estaba para darse la sentencia contra este árbol estéril, y vos la habéis prevenido, orando ante el trono supremo y diciendo al Señor: “Dejadle por otro año, que yo le beneficiaré con nuevas inspiraciones, le regaré con avisos celestiales, y le cuidaré para que produzca el debido fruto”. Hacedlo así, Espíritu soberano, y nunca me desamparéis. Consoladme en las cosas adversas, moderadme en las prosperas, libradme en los peligros, ayudadme en las tentaciones para vencerlas. Presentad ante los ojos de Dios mis oraciones, mis gemidos y todas las buenas Obras que hiciere, para que siéndole agradables en esta vida, me consigan después la eterna, donde le alabe en vuestra compañía. Amén.
  
GOZOS EN HONOR DEL SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
   
Hoy gozosa el alma mía,
Ángel puro, a ti humillada,
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
En la triste cárcel dura,
Donde el alma sufre tanto,
Sin amparo, mal segura,
Combatida y sola está;
Mas por ti, del ciego encanto
En que yace, alivio espera,
Y por ti su pena y llanto
Fin dichoso hallar podrá.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Nace el hombre a ser vencido
En sangrienta lid dudosa:
El averno enfurecido
Su poder apresta ya:
Tú con mano poderosa
Le libertas de su furia,
Él con planta temerosa
Su peligro huyendo va.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Mal conoce en cortos años
La virtud el niño tierno,
Del Infierno los engaños
¡Oh, qué mal evitará!
A su bien o mal eterno
Se encamina presuroso:
Débil planta, que al gobierno
Del cultor responderá.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Oprimido siente y llora,
De fatigas rodeado:
¿Quién su clara alegre aurora
A sus ojos volverá?
Tú, señor, que siempre al lado
Le acompañas amoroso,
Tú le amparas, y el cuitado
Corazón aliento da.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Cuando siente el peso grave
De la edad, que ve cumplida,
Cuando ya la frágil nave
Largo rumbo acabará.
¡Cual dolor en tal partida
Hallará de sustos lleno!
Si al pasar a eterna vida
Recto juez le aguarda ya.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Tú, ¡oh Ángel bello!, la muerte
Tornarás descanso puro,
Que a su brazo siempre fuerte
Vano impulso se opondrá.
Él al puerto más seguro
Llegará si tú le guías,
Y el dragón del seno obscuro
Quebrantado gemirá.
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Hoy gozosa el alma mía,
Ángel puro, a ti humillada,
Dulces himnos de alegría
En tu honor repetirá.
   
Antífona: Oh Santos Ángeles de nuestra Guarda, defendednos en el último combate, para que no perezcamos en el tremendo juicio de Dios.
 
℣. Te alabaré Dios mío, en presencia de los ángeles.
℞. Te adoraré en tu santo templo, y confesaré tu santo nombre.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que con inefable providencia te dignas enviar tus Santos Ángeles para que nos guarden: concede a nuestros humildes ruegos, que después de defendidos por su continua protección en la tierra en la tierra, seamos por toda la eternidad compañeros suyos en la Gloria. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo; que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
DÍA SEGUNDO: 24 DE SEPTIEMBRE
Por la Señal...
Acto de Contrición y Oración Inicial   
  
Consuela al alma: “Ángelus Dómini astítit”
Oh santo Ángel, consolador de mi alma y fiel amigo en todas mis tribulaciones, el amor que tenéis por mí os trae solícito en procurarme lo que me conviene: me dais aliento contra mis cobardías, reparo contra mis flaquezas, luz en mis dudas, consuelo en mis tristezas. En medio de este valle de lágrimas, entre los lazos de que está sembrado el mundo, entre las contradicciones de las criaturas, entre la variedad de sucesos percibo vuestra delicada voz en el fondo de mi corazón: voz que me instruye, me conforta y me enseña a hacer buen uso de todo, refiriéndolo a mi Dios. “Ea, me decís, que no padeces sino lo que es conveniente a la gloria del Señor y necesario a tu corona: no desmayes, ten paciencia, el remedio llegará, esos trabajos tendrán por fruto un eterno consuelo, ellos son una parte de satisfacción por tus culpas pasadas; y así debes recibirlos y decir como los hermanos de José: es justo que padezca, porque ofendí a mi redentor y hermano”: muchas veces he andado, o poseído de tristeza por una persecución, como Elías; o como Agar, errante por el desierto y reducido a la última necesidad en fuerza de la tribulación: yo no veía camino ni senda; pero vos no estabais lejos de mí, ni os han faltado medios y recursos para mi consuelo. Vos sois el amigo ilustrado y prudente, que tomando sobre mí una razonable libertad, me dais siempre buenos consejos; el amigo inseparable, tan igual en la adversa como en la próspera fortuna; el amigo incorruptible, cuya fidelidad es superior a todas las pruebas. Vos me habláis siempre de Dios, y por Dios me representáis su bondad, sus beneficios y mi obligación. Haced que yo aprecie debidamente estos amorosos oficios, y que cooperando a vuestros deseos, nada me cause horror, tristeza ni amargura, sino el pecado; y sufra con gusto las tribulaciones por amor de mi Redentor, que las santificó en sí mismo; para que siendo aquí conforme a él, cante después sus alabanzas en vuestra presencia por todos los siglos. Y alcanzadme la gracia que os suplico, si es voluntad de mi Señor. Amén.
  
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.
  
DÍA TERCERO: 25 DE SEPTIEMBRE
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Acto de Contrición y Oración Inicial   
 
Ofrece a Dios nuestras obras: “Ángelus Dómini astítit”
Oh santo Ángel, celador ardentísimo de mi verdadero bien, que después de enseñarme por medio de las inspiraciones, de guiarme con vuestra luz, y de alentarme con la esperanza del premio, no cesáis de ofrecer y presentar a Dios mis obras, suplicándole que las reciba con agrado; ¿cómo agradeceré yo este vuestro amoroso cuidado? Bajáis del cielo a la tierra para acompañarme, defenderme, instruirme, llevarme al bien, y subir de la tierra al cielo para tratar el negocio de mi salud; hacer de abogado en mi causa, y presentar el amor de Jesucristo a mi alma, su pasión, su muerte, y la preciosa sangre que derramó por ella, para volverle propicio. No ignora el Señor las obras de sus criaturas; pero quiere que vos le hagáis relación, y encomendéis lo mismo que conoce y que le es agradable, así como lo eran en su presencia las limosnas de Cornelio, las obras de Tobías y las oraciones de sus siervos; así como lo es el sacrificio de su precioso Hijo, que la Iglesia pide sea llevado de este a aquel supremo altar por vuestra mano. ¡Ah, si yo acertara a emplearme siempre en obras dignas de mi profesión, y capaces de llenaros de gozo y de alegría, supliendo vuestra mano las imperfecciones que hace como necesarias mi miseria! Interceded con el mismo Señor, en cuya presencia estáis, para que me dé hambre y sed de justicia, que me traiga siempre dedicado a su santo servicio; de manera que obrando con una perfecta ambición, tengáis que recoger y ofrecer a mi Dios el amor con que le respeto, adoro y obedezco sobre todas las cosas; las obras de misericordia espiritual y corporal a favor de mi prójimo, las lágrimas que derramo en este lugar de destierro, las gotas de sudor que caen de mi frente en el cumplimiento de mis obligaciones, la mortificación de mi cuerpo, la paciencia en los trabajos, el cuidado en la pureza de mi conciencia, y los continuos gemidos por la patria. Todo esto será obra de mi Dios por vuestra intercesión y amparo, y siéndole fiel siervo en esta vida, le alabaré con vos en la gloria; y también imploro vuestra poderosa mediación para alcanzar la gracia particular que pido en esta novena, si así conviene a la gloria del Señor y utilidad de mi alma. Amén.
 
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.
 
DÍA CUARTO: 26 DE SEPTIEMBRE
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Ilumina al hombre: “Lumen refúlsit in habitáculo”
Oh santo Ángel, ayo y maestro de mi alma, ¡cuántas luces celestiales derramáis en ella, para que yo conozca de dónde vengo, en dónde estoy, y adonde camino! Mil veces escucho en el fondo de mi corazón vuestras palabras, que son las mismas que decía el ángel san Gabriel a Daniel: “Yo he salido del cielo para enseñarte a despreciar lo terreno y aborrecer el pecado, a abrazar la virtud; y te alumbro, como la estrella que guió a los Magos, para que adorando al Salvador, dejes el camino del pecado, vuelvas a tu región, que es la bienaventuranza, por distinto camino, que es el de la humildad, de la pureza, de la paciencia, de la caridad”. Esta amable luz que ponéis delante de mis ojos, oh sagrado Ángel, luce en medio de las tinieblas de este mundo, en medio del comercio de las criaturas, en medio de la contradicción de mis pasiones, me instruye y me desengaña: unas veces me hace conocer que no estoy en la tierra sino como peregrino, y que es muy importante adelantar el paso mientras dura la luz; otras veces me propone que trastorne todo el orden de mis afectos, que es preciso aborrecer lo que amo, el exceso, el placer, la tibieza; y amar lo que aborrezco, el recogimiento, la moderación, la penitencia; otras veces me ofrecéis esta luz en una lección espiritual, en las palabras de un ministro de Dios, en los actos heroicos de muchas personas de mi mismo estado y condición, que no tienen otra ley que observar, ni otro Infierno que temer. ¿Y qué haría yo sin estas luces, sino caminar al precipicio, como un ciego abandonado a su propia conducta? Continuad vuestras inspiraciones, llamad por medio de ellas repetidas veces a las puertas de mi corazón, y no ceséis hasta que éste se levante de la habitación terrena, y suba a aquel grande monte, desde donde se descubre la ciudad santa de Jerusalén; y también os suplico me consigáis el favor que pido en esta novena, para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
 
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.
  
DÍA QUINTO: 27 DE SEPTIEMBRE
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Despierta al hombre: “Excitávit eum, dicens: surge velóciter”.
Oh santo Ángel, centinela vigilante y despertador infatigable de mi alma, que viéndome encerrado en la obscura prisión de mis culpas, cargado de las cadenas de mis desordenadas pasiones, y poseído del sueño de una vida descuidada y tibia, me habéis excitado, poniendo en movimiento todas las causas y medios convenientes para avisarme y despertarme, representándome mi propio peligro en el sueño, reconviniéndome con la bondad de mi Dios a quien ofendía, y con la dificultad que cada día se aumentaba, haciéndose más fuertes las pasiones; no me habéis abandonado como yo merecía. Destinado para mi custodia hasta el fin, habéis acreditado de muchas maneras el aprecio que tenéis por mi alma en repetidos avisos y llamamientos; enviándome a los tribunales de la penitencia que están abiertos, a los sacerdotes que tienen la potestad de reconciliarme con Dios y me esperan; declarándome la necesidad de este asilo, que es el único que me resta, y amenazándome con aquella separación de buenos y malos, que vos mismo habéis de hacer por orden de Dios. Sí, Espíritu piadosísimo, yo no puedo negar esta voz suave y fuerte con que me habéis llamado, diciendo: “Levántate luego, sal de ese miserable estado”: he percibido esta voz en mi habitación, en la calle, en la compañía, en la soledad, en el día y en la noche; y aun me parece que oía vuestros gemidos sobre mi funesto estado, a la manera que un padre suspira y se aflige sobre los desórdenes y desdichas de un hijo, y le dice: “¡Ah, hijo mío, en cuántas tribulaciones me has puesto!” Vuestra ardentísima caridad ha suplicado a Dios que me enviase enfermedades, pobreza, persecuciones y trabajos, para que como otro pródigo volviera a mi padre: otras veces me habéis hablado como Jonatás a Saúl, respecto de David, y me habéis dicho: “No quieras ofender a tu Redentor Jesús que no te ha hecho ningún mal, antes sus obras son para ti muy preciosas. Ofreció su vida por salvarte, todo lo dio por bien empleado: mira que es muy amable este Señor”. ¿Y no me daré yo por entendido a estas tan dulces y saludables voces? ¿No prometeré el no ofender a mi Dios? ¿No derramaré lágrimas a vista de los beneficios de Dios, y de mi ingratitud? Continuad en llamar y excitar este corazón, Ángel mío, hasta penetrarlo, para que aborrezca la culpa, ame a su Criador y persevere en su gracia; y alcanzadme la particular que deseo, si es voluntad del Altísimo. Amén.
  
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.
  
DÍA SEXTO: 28 DE SEPTIEMBRE
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Aparta las ocasiones del pecado: “Præcíngere, et cálcea te cáligas tuas”.
Oh santo Ángel piadosísimo, interesado en mi verdadero bien, no solo me persuadís el horror a la culpa, sino que apartáis todas las ocasiones que me pueden precipitar en ella, procurando que no queden mis vestidos en la cárcel de este mundo, mi lecho en la piscina del vicio, ni la más pequeña prenda en este Egipto, para que no haga memoria de él, y pretenda volver a su comercio. Mil veces me han vuelto al pecado las ocasiones peligrosas. Aunque yo me asustaba de él cuando oía la voz de Dios por vuestra inspiración, o por la predicación de sus ministros, así como el ave se separa del nido al ruido de la piedra que le disparan; pero la fuerza de las inclinaciones y mi falta de resolución me volvían al antiguo estado. No obstante esto, como médico que obra por pura caridad, no os habéis enojado con este enfermo rebelde y frenético, que os injuriaba, que despreciaba vuestros consejos y remedios, que tenía en poco vuestra dignidad; antes excitado de la compasión a la vista de mi peligro, habéis velado con mayor solicitud, si lo puedo decir así, por darme la salud y asegurarme en ella; y conociendo mi debilidad natural, y haciendo la voluntad del Altísimo, quitáis las piedras que se hallan en el camino de esta vida, los escándalos, los lazos de que está lleno el mundo, o los ocultáis como la madre esconde el cuchillo, para que no lo vea el niño y quiera tomarlo para su daño. ¿De cuántos beneficios de este género os soy deudor sin conocerlo? ¿Cuántas veces habéis quebrado el lazo en que iba a caer, y he quedado libre? ¿Cuántas me habéis retirado de una conversación con que hubiera manchado mi conciencia, de una compañía en que hubiera perdido este tesoro que traigo en vaso frágil, y que debo conservar a todo coste? ¿Cuántas habéis impedido el mal que iba a cometer, y me habéis enseñado a despreciar los preceptos humanos, a no hacer caso sino de lo que Dios me manda, y a volver a mi prójimo bien por mal? Continuad estos generosos oficios, Ángel mío. Vos sois el tutor de este huérfano: yo os ofrezco un amor respetuoso y una obediencia puntual, para corresponder a vuestro cuidado y para que tengan efecto vuestras piadosas diligencias. Instruid mi ignorancia, confortad mi debilidad, avisadme los peligros, para que sean rectos mis pasos en esta vida, y alabe con vos a mi Criador en la gloria; y alcanzadme del mismo la gracia que pido en esta novena. Amén.
  
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.
   
DÍA SÉPTIMO: 29 DE SEPTIEMBRE
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Alienta al progreso en las virtudes. “Séquere me”.
Oh santo Ángel, fuego abrasador, que procediendo de la caridad increada, deseáis comunicar este mismo fuego a mi corazón, para que siga con alegría el verdadero camino, alentándome con aquellas palabras que oyó Elías cuando se le mandó seguir sus jornadas hasta el monte de Dios, y Gedeón para pelear contra Madián. Vos me decís que os siga; y si me causa horror el camino, si hallo dificultades que me espantan como el monstruo marino a Tobías, vos me confortáis y aliviáis con una dulzura espiritual, que todo lo hace suave. Ya me exhortáis a resistir al enemigo, que se opone a los progresos del edificio místico que debo levantar en mi corazón, pasando de una virtud a otra con la bendición de mi Dios: ya me proponéis el aprovechamiento de otras almas, que siendo más delicadas, menos favorecidas, y en situación menos proporcionada que la mía para la virtud, la practicaron exactamente e hicieron su carrera: ya me mostráis la suavidad del yugo de Dios, cuya carga es peso puesto sobre las ruedas de su gracia, que se lleva con facilidad: ya me hacéis ver que la virtud, a diferencia del vicio, aunque tenga en el principio alguna aspereza, en el fin es suavísima y amabilísima, y que el gozo de recoger copiosos frutos recompensa superabundantemente la fatiga con que se sembró, sufriendo vientos, lluvias y escarchas. Así dilatáis mi corazón para que corra como David el camino de los mandamientos de Dios. ¿Y cómo no seré yo fiel en seguir vuestros avisos? Las veces que os habéis dejado ver de los ojos mortales ha sido en la forma de un joven, y en traje de caminante, para enseñarme que la renovación de mi juventud, a que me exhortáis, consiste en los repetidos deseos de servir a Dios con más fervor, en reparar cada día las fuerzas del alma con nuevos afectos y testimonios de amor a mi Criador, en quebrantar mi amor propio hasta en las cosas más pequeñas, en decirme a mí mismo todos los días: “Nada he hecho hasta aquí, hoy comienzo a servir a mi Dios”. ¿Y qué progreso no han hecho en las virtudes muchas almas con esta consideración práctica? Yo quiero seguir sus pasos y vuestras exhortaciones interiores, aborreciendo la ociosidad, amando el trabajo, buscando en todo a mi Dios, y siguiendo el camino que me inspiráis, sin que me merezca atención alguna ni la multitud, que regularmente yerra el camino, ni la relajación que sigue las leyes de la pasión. Asistidme para ejecutar lo que prometo; y alcanzadme el favor que solicito, especialmente en esta novena, para honra y gloria de Dios, y bien de mi alma. Amén.
   
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DÍA OCTAVO: 30 DE SEPTIEMBRE
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Debilita las fuerzas de la tentación. “Transeúntes autem primam, et secúndam custódiam”.
Oh santo Ángel, defensor valeroso de mi alma, ¡quién podrá contar vuestra vigilancia contra mis enemigos invisibles! Desde que Lucifer y los ángeles apóstatas fueron arrojados del Paraíso y precipitados en el Infierno, no hay medio, ni artificio de que no se valgan para hacernos participantes de su eterna desdicha. Desde la cuna nos arman lazos, los peligros nacen con nosotros mismos. ¿A cuántos he estado yo expuesto antes de desenvolverse el uso de mi razón? La vigilancia de mis padres era muy limitada para prevenirlos todos, si vos no desviarais los perniciosos intentos de los espíritus malignos, siempre inclinados a mi ruina; y después que fui crecido, ¿qué sería de mí, sitiado de tan crueles enemigos, que me inspiran un amor desordenado a los bienes de la tierra, que me tientan por la gula, que me corrompen por la impureza, que derraman en mi alma la ponzoña de una mortal envidia; que para este fin observan mis humores, examinan mis ocupaciones y cuidados, sondean mis movimientos y afectos más secretos? ¿Qué sería de mí, si vuestra bondad no contrastara su crueldad y su furor? Vos sois el enviado de Dios para rodear, auxiliar y defender las almas que le temen, como dijo David: el que defendió por vuestros compañeros a Moisés, a Elías y a los tres jóvenes hebreos: el que defendió a Judit en medio de un ejército pagano, a Inés de la violencia, a Cecilia de la infidelidad, y a Tobías de los peligros de un largo viaje: defendedme por vuestra custodia de los insultos de mis enemigos. Vos no dormís en esta batalla, peleáis como soldado valeroso y custodio de Israel, desarmáis el furor de mi adversario y volvéis contra él mismo sus flechas. Yo confieso lleno de dolor que he dormido en medio del riesgo, que he abandonado el sitio en que me mandabais estar, que he atado muestras manos y me he entregado en las de mis enemigos, y así he experimentado y sentido todos los trabajos de un infame y duro cautiverio; pero ya lloro las ofensas que cometí contra mi Dios, desertando de su amabilísima compañía y haciendo infructuosos vuestros tiernos cuidados. Confieso que erré como la oveja, que apartándose del rebaño va a perecer. Buscadla vos como pastor caritativo: yo prometo no separarme en adelante de vuestro lado: en todas mis tentaciones, peligros y adversidades imploraré vuestra protección: alumbradme, alentadme, asistidme, salvadme porque perezco; y conducido por vuestra mano serviré a mi Dios en esta vida, para ocupar en la otra una de aquellas sillas, de que se hicieron indignos los ángeles rebeldes. Vos deseáis esto con una santa impaciencia, y que alabando al Señor para siempre, merezca por vuestra intercesión la gracia que pido en todos los días de esta novena. Amén.
  
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DÍA NOVENO: 1 DE OCTUBRE
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Conduce a la Bienaventuranza. “Venérunt ad portam férream, quic ducit ad civitátem, qum ultro apérta est eis”.
Oh santo Ángel, compañero inseparable del alma, que os encargó el Altísimo hasta presentarla en sus divinas manos, vos habéis de sacar la mía por la puerta de la muerte y por la calle del juicio particular a la Jerusalén celestial, y a la libertad segura. En aquellos críticos momentos, cuando mis enemigos emplearán contra mí todo su furor, porque se les acaba el tiempo; son superiores vuestras fuerzas a su arrogancia, vos los arrojaréis de mi habitación, y quedaréis en ella para guardarme en paz. En aquella última hora, cuando se retira el mundo, cuando se alejan los parientes, cuando acaban los amigos, cuando todo se desvanece como el humo, cuando me dejan solo en mi lecho de dolor; vos lleno de caridad no os separáis de mí, me asistís, me habláis con nueva fuerza al corazón, me inspiráis la repetición de los actos de las virtudes teologales, me excitáis dolor de mis culpas, alentáis mi confianza, me exhortáis a repetir los dulcísimos nombres de Jesús y María, a adorar mi Salvador crucificado, a esconderme en sus llagas, a lavarme en su Sangre preciosísima, a pedirle muchas veces misericordia: vos me llamaréis y yo responderé, alargaréis vuestra mano al alma que os siguió, se abrirán las puertas de esta cárcel, y yo iré con vos a la casa de mi Dios, como Lázaro fue al seno de Abrahán, y tantos otros siervos del Señor han ido a su presencia conducidos por vuestra mano, como el joven Tobías volvió con sanidad a la casa de su padre de un viaje tan largo y peligroso: vos habéis asistido a mi alma, la habéis guardado cuando iba, cuando volvía, cuando estaba entre los escollos del mundo, y no habéis permitido que se manchase, o la habéis convidado a purificarse en las saludables aguas de la penitencia. “Ahora conozco con toda claridad que Dios envió su Ángel para librarme de las peligros, y ponerme en salvo”; y ¡cuánto gozo para vos, Ángel glorioso! Ya habéis cumplido el designio del Altísimo, que os envió para guardarme en esta peregrinación, y volverme al lugar que me tenía preparado. Ya estamos en él; alegraos de ver bien logrados vuestros cuidados; alegraos por Dios que me ama, y me creó a su imagen; por Jesucristo, que me compró con su Sangre; por vos mismo, porque se aumenta vuestro número. Haced, Custodio mío, que tengan efecto todas estas palabras que habéis puesto en mi corazón y en mis labios; y para que sea así, alcanzad me todo lo que quiere mi Dios, lo que vos deseáis y lo que me importa: una pronta obediencia a vuestra voz, una reverencia continua a vuestra presencia, una imitación fervorosa de las virtudes que más amáis; con la gracia particular que pido en esta novena, para que sirva a Dios con fidelidad en esta vida, y le bendiga y alabe para siempre en la bienaventuranza. Amén.
  
Tres Padre Nuestros, con Ave María y Gloria. La Oración y los gozos se rezarán todos los días.