Los masones se obligan a morir sin los Santos Sacramentos. César Parrini, profesor en Florencia y editor en esta ciudad de un diario de bastante circulación, pertenecía a la masonería, en la que ocupaba un lugar harto elevado. En su testamento del 13 de marzo de 1882 prohibió todo acompañamiento religioso en su entierro.
He aquí, pues, que el 18 de julio de 1884, este hombre sin creencia fue herido en un desafío, y su herida enconó se de tal manera que a los dos o tres días Parrini llegó próximo a morir. Al declarar el médico a la familia el peligro que corría el enfermo, oyólo Parrini y exclamó al punto: «Os ruego por Dios que mandéis a buscar un sacerdote, pues siento en mi espíritu una mudanza insospechada; creo ahora en todo aquello que mientras estuve sano combatí con tanta saña».
Ante el sacerdote se arrepintió Parrini con sinceras palabras de sus errores pasados, pidiendo perdón de tantos ultrajes como dirigiera a la Divinidad. Un camarada de masonería, que estaba presente, al verle faltar a la más importante promesa de un masón, la de morir sin Sacramentos, increpóle duramente por lo que él llamaba su poca palabra. Parrini le salió al paso diciendo: «Querido amigo, muy otra manera se ven las cosas en la plenitud de la vida, que en la vecindad de la muerte».
Difunto y amortajado ya el antiguo masón, presentóse un caballero, notorio como una de las altas dignidades de la masonería, y solicitó ver al cadáver. Introducido en la capilla ardiente con una nunca oída desvergüenza, abofeteó al muerto, ante los ojos atónitos de los presentes.
Es usanza de los masones la de afrentar a los cadáveres de de los que incumplen su promesa. Los masones son arrojados de la Iglesia, y, faltados como andan de la gracia de Dios, los más de ellos mueren sin reconciliarse con Él.
He aquí, pues, que el 18 de julio de 1884, este hombre sin creencia fue herido en un desafío, y su herida enconó se de tal manera que a los dos o tres días Parrini llegó próximo a morir. Al declarar el médico a la familia el peligro que corría el enfermo, oyólo Parrini y exclamó al punto: «Os ruego por Dios que mandéis a buscar un sacerdote, pues siento en mi espíritu una mudanza insospechada; creo ahora en todo aquello que mientras estuve sano combatí con tanta saña».
Ante el sacerdote se arrepintió Parrini con sinceras palabras de sus errores pasados, pidiendo perdón de tantos ultrajes como dirigiera a la Divinidad. Un camarada de masonería, que estaba presente, al verle faltar a la más importante promesa de un masón, la de morir sin Sacramentos, increpóle duramente por lo que él llamaba su poca palabra. Parrini le salió al paso diciendo: «Querido amigo, muy otra manera se ven las cosas en la plenitud de la vida, que en la vecindad de la muerte».
Difunto y amortajado ya el antiguo masón, presentóse un caballero, notorio como una de las altas dignidades de la masonería, y solicitó ver al cadáver. Introducido en la capilla ardiente con una nunca oída desvergüenza, abofeteó al muerto, ante los ojos atónitos de los presentes.
Es usanza de los masones la de afrentar a los cadáveres de de los que incumplen su promesa. Los masones son arrojados de la Iglesia, y, faltados como andan de la gracia de Dios, los más de ellos mueren sin reconciliarse con Él.
Revista El Cruzado Español, nº 404-5, 15 de enero a 1 de febrero de 1975.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)