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martes, 25 de febrero de 2020

Mons. SCOTTI CONTRA EL ESTADO LAICO

Por Massimo Micaletti para RADIO SPADA.
  
   
Angelo Antonio Scotti (1786 – 1845), Arzobispo de Tesalónica, Prefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana y de la Real Biblioteca Borbónica, fue preceptor de Fernando II de Borbón y primer intérprete de los Papiros de Herculano. Hombre de inmensa erudición, con la profundización de las letras clásicas y de la filosofía griega afianzaba diversas reflexiones sobre la política: sobre este tema, su obra más conocidas son “Teoremi di politica cristiana” (1839). Muy precioso también el “Catechismo medico, ossia sviluppo delle dottrine che conciliano la religione colla medicina”, tratado de ética médica y, ante lítteram, de bioética.
   
De los “Teoremi”, editados en el 1839, retomo este pasaje iluminador sobre la insostenibilidad, por un católico, de la separación entre fe y política: en los primeros decenios de aquello que será un dramático Siglo XIX, ya intrisi también en Italia de las ideas revolucionarias, Scotti comprende que el concepto de “Estado laico” deviene fatalmente instrumento de anticatolicismo y de ruina para la comunidad y critica in radice la idea que quien se ocupe de los asuntos públicos debe tener fuera de sus cuidados y de su formación la religión católica.
   
El pensamiento de Mons. Scotti es decididamente refinado y actual porque no diserta sobre la teocracia en sentido estricto, excepto sobre la necesidad de que el hombre de estado tenga una formación católica y que sobre ella modele todas sus acciones, en cuanto moral más perfecta en promoción del individuo y de la colectividad. Para Scotti, por tanto, un princeps (o igualmente un político) cristiano es la más importante protección para todo el pueblo y no sólo para los creyentes.
  
Los “Teoremi di politica cristiana” se pueden descargar gratuitamente de Google Books[1], como también el “Catechismo medico[2].
«Si la filosofía hoy en día considera como fruto de los propios sudores toda la ética cristiana, ella se demuestra ingrata a la Revelación su benefactriz; y hace como aquel viandante, que atribuye todo a su vigor la celeridad del camino, sin considerar raro, cuanto habían fatigado para él antes y quien aplanó las calles y quien hizo los puentes; y quien lo aseguró con ladrillos, y quien le suministró los caballos, y quien le preparó el camino. O por tanto, si la política es la parte más sublime de la ética, y que pone en provecho las doctrinas para el bienestar de las poblaciones; ¿cómo nunca la reconoceremos independiente de la religión revelada, y no necesitaría de sus altas luces? ¿Y cómo al menos no diremos, que apareciéndose las doctrinas del cristianismo por sus santos códices, se pueda también encontrar la ciencia de guiar a las gentes a la pública felicidad? Si la religión cristiana es la religión del hombre y de la razón; porque ella sola que es digna del hombre, es dictada por Dios para hacerla conocer evidentemente por la razón; ciertamente, quien no aprovecha sus instrucciones, no podrá regir a los hombres, ni sabrá perfeccionar la propia razón para conocer bien la ciencia.
   
Aparte, sin esto que la religión nos enseña, mal se entiende el fin del hombre y de la sociedad: ella planta, digamos así, el verdadero fundamento de las reglas que el hombre debe seguir para promover su privada felicidad: así que la más bella institución de economía es aquella precisamente, que de la fuente de la Biblia puede extraerse. O si la pública felicidad, que es el objeto de la política, resulta de la expansión de la privada; bien se entiende que meditándose las verdades en aquel sumo libro contenidas se aprende esta otra ciencia: también puede así fácilmente puede superarse la mayor dificultad del gobierno, que precisamente consiste en conciliar los medios humanos con la ley divina. Al contrario, quien no tiene presentes las enseñanzas del Evangelio suele reducir la política a un misterio de iniquidad, al arte no tanto de regir, sino de engañar a los hombres; la hace consistir en el esforzarse de igualar a los animales, de procurarse el más grande poder, los más grandes honores, los más grandes placeres que se pueden obtener; y asegura impudentemente, que lo más sublime de esta ciencia es el portarse como el león de Esopo en la división de la presa».
  
NOTAS

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)