Por Andrea Cionci* para LIBERO QUOTIDIANO. Traducción de RELIGIÓN LA VOZ LIBRE.
La última encíclica de Francisco “Fratres omnes” (Hermanos todos) ha suscitado no pocas irritaciones en la parte conservadora del país: se trata, en efecto, de un documento esencialmente político, con pocas referencias al Dios católico-cristiano, pero un fuerte promotor de instancias que, de hecho, constituyen una “declaraciones de guerra” a Italia como Estado-nación.
Es del todo legítimo que el Papa Francisco exprese sus ideas, incluso, a 150 años de [la toma de] la Puerta Pía, la Iglesia tiene todo el derecho de intentar un movimiento neo-giobertiano para implementar su liderazgo a nivel internacional, aunque, esta vez con una cierta inspiración de “imperio jesuítico”: desde el Nuevo Mundo a la China del Gran Kan.
El contenido de la nueva encíclica empuja, de hecho, como un tren, hacia la recepción total de los migrantes, corredores humanitarios, fronteras abiertas, lluvia de visados, reuniones familiares ad líbitum, jus soli y así sucesivamente, con el derecho a todo para todos. La viabilidad, los recursos disponibles y los deberes de los migrantes apenas se tratan, lo que hace que el documento sea una invitación formal a todos los pueblos menos ricos del mundo para que se trasladen a Italia. Además, Fratres omnes aparece como un viático moral definitivo a la Unión Europea para hacer del Bello País el campo de refugiados del continente.
No es casualidad que, según Bergoglio, el contrabando de migrantes también deba ser gestionado por entidades supranacionales: “Conviene, sobre todo –se lee en el documento– una legislación global, una colaboración internacional para las migraciones que tenga proyectos a largo plazo, yendo más allá de las simples emergencias, en nombre de un desarrollo solidario de todos los pueblos que esté basado en el principio de la gratuidad”.
Por tanto, es claro el programa de Francisco.
Así como es igualmente claro e indiscutible que esta política llevaría AUTOMÁTICAMENTE a la aniquilación, no sólo del concepto genérico de nación, sino también y sobre todo del concepto de ITALIA.
El nuestro es, de hecho, un país de crecimiento cero, con poca identidad, poca cohesión, políticamente obsecuente con la UE, con un 12% de la población ya extranjera sin olvidar que es una península situada en el centro del Mediterráneo, en una turbulenta falla geopolítica, donde el terrón tectónico cristiano-occidental choca con el islámico.
Si se sometiera a la política ultra-inmigratoria deseada por Bergoglio, Italia quedaría completamente CANCELADA en pocos años y en todos los aspectos: político, social, económico, demográfico, geopolítico, lingüístico, étnico-antropológico, cultural, artístico, mediático e incluso alimentario. No estamos hablando de algo por venir, sino de un proceso YA EN MARCHA. El futuro esperado es el de una península ex-italiana, abierta al tránsito de hombres y bienes, crisol de pueblos, lenguas, etnias y cepas diferentes sin, todavía, garantía alguna que tal “súper-mestizaje” pueda llevar a una sociedad mejor y más pacífica. Por otro lado, según Francisco, también el concepto de “minoría” –considerado ofensivo en homenaje a la más ortodoxa corrección política– debe ser superado. Por consiguiente, perdería también valor el de “mayoría”, poniendo en discusión la base misma de nuestra democracia. Pero, en este punto, sería un detalle.
Entonces, ¿este nuevo pueblo itálico y multiétnico, sin identidad, se reuniría al menos al pie de la cruz? No: incluso la pequeña identidad cristiana que queda se disolvería en un magma multi-religioso. De hecho, Francisco –con una estrategia cuyos objetivos se nos escapan– insiste mucho en la libertad de culto concedida a los recién llegados. Es inevitable hacerse preguntas sobre el antiguo objetivo de la Iglesia de la conversión universal al catolicismo: ¿el imperativo de Cristo: “Id y predicad mi Evangelio” significaba por tanto “Venid y traed a vuestros dioses”?
Entendámonos, tal vez tenga razón Francisco, tal vez la idea de estado-nación ya tuvo su tiempo y realmente, el Nuevo Orden Mundial –que hasta hoy ha sido tachado de ser un proyecto satánico-masónico, podría configurarse como plan vencedor, según lo que ya esperaba el cardenal Scola. He aquí el detalle.
Cada uno es libre de pensar como quiera, y no seremos nosotros quienes den dirección.
Con todo, para muchos ciudadanos italianos, al mismo tiempo católicos y amantes de su propio país, ha llegado el momento de una elección sufrida e ineludible: O DE UNO, O DE OTRO.
Como en el 1870: o con Pío IX, o con Víctor Manuel. O con Bergoglio, o con Italia.
A partir de ahora ya no será posible conciliar el amor a la Patria con el [impuesto] 8×1000 a un país extranjero que está catequizando a mil millones de personas y con los organismos internacionales hacia una política que sin duda conducirá a la disolución completa de la nación italiana.
Por desgracia, es una cuestión lógica de la que no se puede escapar, e incluso nuestro mundo político soberano o conservador no podrá continuar por mucho tiempo sin evitar la pregunta: Francisco tomó el campo definitivamente en la política, puso el papel de pontífice entre Dios y los hombres para construir puentes mucho más terrenales. Es un interlocutor político a todos los efectos, y no se puede seguir ignorándolo, también por una cuestión de respeto.
Atención: una elección de campo a favor de la Patria no significa en sí misma la renuncia a Dios y a la fe: como hace 150 años, uno puede permanecer católico mientras se opone al PODER TEMPORAL del Papa (hoy político-mediático). Esto no debería causar una gran agitación espiritual porque es difícil encontrar fundamentos dogmáticos-doctrinales para esta encíclica.
Así que, en esencia: o se trabaja para Italia, o para la nueva iglesia de Bergoglio. No puede haber ningún compromiso. Cada uno elige de qué lado está, los equipos son estos y que gane el mejor.
* Historiador del arte, periodista y escritor, se ocupa de historia, arqueología y religión. Cultor de obra lírica, proponente del método “Mimerito” experimentado por el Ministerio de Educación, Universidad e Investigación italiano y promotor del proyecto de resonancia internacional “Plinio”, fue reportero desde Afganistán y el Himalaya. Acaba de publicar la novela “Eugénie” (Bibliotheka). Investigador de lo bello, lo sano y lo verdadero –en cuanto incómodo–, vive una relación complicada con la Italia que ama con locura si bien, no pocas veces, le rompe el corazón.
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