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viernes, 16 de abril de 2021

CARTA APOSTÓLICA “Epístola Tua”, SOBRE LA SUMISIÓN AL PAPA EN MATERIA RELIGIOSA

Sucedió un incidente: el cardenal Jean-Baptiste-François Pitra OSB, obispo suburbicario de Porto y bibliotecario de la Iglesia, escribió una carta el 4 de Mayo de 1885 al sacerdote holandés Johannes Wilhelmus Brouwers, director del diario De Amstelbode, donde evocaba el recuerdo de las persecuciones sufridas por la prensa católica, no tanto a manos de los enemigos seglares, sino de la misma Iglesia a la que ellos defendían:
  • el padre Paul Majuncke (editor del diario Germania, condenado a dos años de prisión por presuntas faltas de prensa y lesa majestad, no obstante ser diputado en el Reichstag por el Partido del Centro) en Alemania,
  • el padre Davide Albertario (perseguido, difamado y censurado por denunciar en el Osservatore Cattolico como liberales al padre Antonio Stoppani –discípulo del liberal Antonio Rosmini Serbati, que será condenado en 1887 por 40 proposiciones modernistas– y a los obispos Geremia Bonomelli Zanolla de Cremona y Juan Bautista Scalabrini de Plascencia, que eran partidarios de la reconciliación entre el Vaticano y la Casa de Saboya) en Italia,
  • Ramón Nocedal y Romea (que desde el diario El Siglo Futuro combatió el liberalismo de Alejandro Pidal y Mon, el cardenal Mariano Rampolla del Tíndaro –a la sazón nuncio en España– e incluso del pretendiente carlista Carlos VII) en España,
  • Luis Veuillot en Francia (atacado por los católicos liberales que él combatió con L’Univers, como el periodista Charles de Montalembert –discípulo del apóstata Lamennais, y defensor la separación Iglesia-Estado– y el obispo orleanista Félix Dupanloup –que durante el Vaticano I se opuso a la definición dogmática de la infalibilidad papal–),
  • Jan Willem Cramer (que tuvo fuertes conflictos con Johannes Zwijsen –que aunque renunció a la archidiócesis de Utrecht y permaneció en la más pequeña diócesis de Bolduque, seguía influyendo en la Iglesia holandesa– y el obispo de Haarlem Franciscus Jacobus van Vree, que se oponían a la creación de un Movimiento Católico) y el propio Brouwers en el diario De Tijd en Holanda.

La misiva (publicada en el Journal de Rome dirigido por  Henri Durand Morimbau “Henri des Houx”, cuya polémica con el liberal Le Moniteur de Rome fundado por Mons. Luigi Galimberti –que León XIII creará cardenal–, hizo que el Papa adquiriera el Osservatore Romano, del cual el Journal de Rome era parte) causó controversia en aquellos países y en la misma Roma, visto que fue interpretada como una crítica contra León XIII por sus actuaciones en materia política, conciliatoria con los gobiernos liberales (acatólicos y anticatólicos por igual), lo que molestaba al partido ultramontano (que llamaba a sus enemigos como la «facción perusina» –Vicente Joaquín Pecci, antes de ser Papa, fue obispo de Perusa–). El cardenal Joseph Hippolyte Guibert Pecourt OMI, arzobispo de París, publicó una carta el 4 de Junio, exhortando a clérigos y fieles a rodear al Papa León XIII, cuya autoridad preveía amenazada por la carta del cardenal Pitra (más exactamente, la interpretación que se le podía dar), porque se le estaba comparando con su antecesor Pío IX.
   
León XIII en respuesta a ello, publicó “Epístola Tua”, reiterando la distinción entre «las obligaciones fundamentales que impone a todo Pontífice el ministerio apostólico» y las soluciones concretas que cada Papa tiene que dar a los problemas que presenta «la situación de conjunto de la Iglesia» en un momento dado, por lo que es erróneo comparar a un Pontífice con otro, y demandando a los fieles, en especial a la prensa, a someterse a la autoridad eclesiástica (el cardenal Pitra, por ejemplo, expresó en su carta del 20 de Junio su sumisión). Pero como «la verdad es hija del tiempo», la política de “Ralliement” de León XIII probó ser una contradicción con su magisterio doctrinal antiliberal, y causó males peores a la Iglesia en dichos países (particularmente en Holanda con la Pilarización/Verzuiling, y en Francia con la Ley de separación del 9 de Diciembre de 1905).

La carta fue publicada en Acta Sanctæ Sedis XVIII (1885), págs. 3-9. La traducción proviene de la Revista Agustiniana, vol. X, n.º 60 (5 de Julio de 1885), Valladolid, Colegio de los Agustinos Filipinos 1885, págs. 92-94. Esta revista incluye además las cartas generadoras de la polémica, y la carta de sumisión del cardenal Pitra.
   
Junto a “Est sane moléstum”, “Epístola Tua” es un golpe mortal contra la posición “Reconocer y Resistir”, que pretende reconocer como autoridad legítima al Concilio Vaticano II, sus Papas y sus obispos, pero afirmando al mismo tiempo que sus mandatos pueden ser dañosos para la Iglesia y oponiéndole una suerte de “Magisterio paralelo”, cánones paralelos, tribunales paralelos e incluso ¡santidad paralela! Conducta que encuadra con el tipo penal de CISMA, como indicara el padre Ignatius Joseph Szal Sowinski en su tesis de 1947 The Communication of Catholics with Schismatics (La comunicación de los Católicos con los cismáticos), y que sin embargo es sostenida (en distintas proporciones) por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, la Resistencia de Mons. Richard Williamson, Mons. Joseph Pfeiffer, los padres François Chazal, Brian Harrison y Chad Ripperger; Roráte Cæli, Atila Sinke Guimaraes y Marian T. Horvat de Tradition in Action, Henry Sire, Louie Verrecchio, John Salza, Robert W. Siscoe, Eric Gajewski, Christopher A. Ferrara, Michael J. Matt de The Remnant, Matthew Gaspers, Brian McCall, y los fallecidos Nicholas Gruner (y su Fátima Crusader) y John Vennari y su Catholic Family News, entre otros [en Hispanoamérica están Adelante la FeInfovaticanaAdoración y LiberaciónRazón+Fe y otros sitios y bitácoras conservadoras “vergonzantes”].
   
CARTA APOSTÓLICA “Epístola Tua”, SOBRE LA SUMISIÓN DE LOS ESCRITORES EN MATERIA RELIGIOSA, Y LA ACCIÓN DE LA IGLESIA EN RELACIÓN CON LA SOCIEDAD CATÓLICA

LEÓN, OBISPO, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, PARA PERPETUA MEMORIA

MOTIVO DE LA CARTA
Tu cariñosa carta, mensajera y testigo al mismo tiempo de tu devota voluntad para con Nos, ha aliviado una reciente y no pequeña pena de nuestro espíritu. Fácilmente puedes comprender que no hay para Nos pena más difícil de soportar que la merma de la concordia entre los católicos, o la perturbación de la tranquilidad de los espíritus y de la segura confianza propia de los hijos que se someten de grado a la potestad del padre que los rige. No podemos dejar de conmovernos profundamente con la sola significación de estos daños, ni podemos dejar de cortar rápidamente su peligro.
   
Se ha publicado recientemente una carta escrita por quien no debía haberlo hecho, cosa que lamentamos; se ha alzado un griterío a consecuencia de ella y han surgido las más variadas interpretaciones de su contenido. Estos hechos no nos permiten callar, porque se trata de un asunto que puede ser desagradable, pero que, sin embargo, tanto en Francia como en otras regiones es oportuno tratar.
    
OBEDIENCIA A LA JERARQUÍA
Ciertos indicios nos demuestran con claridad que no faltan entre los católicos, tal vez por influjo de la época, quienes, descontentos de la obediencia, que es su función, juzgan que pueden tener cierta intervención en el gobierno de la vida cristiana o, al menos, piensan que pueden juzgar a su antojo las decisiones de los que gobiernan la Iglesia.
   
Criterio totalmente equivocado que, si prevaleciera, causaría un gravísimo daño a la Iglesia de Dios, pues ésta fue establecida por su divino Fundador sobre la base de la distinción de personas y la orden expresa de que unos deben enseñar y otros obedecer; que hay rebaño y hay pastores; y entre los mismos pastores existe uno que es el supremo y el principal de todos ellos. Sólo a los pastores les ha sido dado todo el poder de enseñar, juzgar y regir; al pueblo se le ha mandado que obedezca los preceptos de los pastores, someta su juicio al de éstos, y se deje gobernar, corregir y conducir hacia la salvación.
   
Es, por consiguiente, absolutamente necesario que todos y cada uno de los cristianos se sometan voluntariamente a sus pastores; y que éstos se sometan a su vez y con ellos al supremo y principal Pastor. En esta obediencia y reverencia voluntarias consiste el orden y la vida de la Iglesia, y son estas virtudes, al mismo tiempo, el presupuesto necesario para obrar rectamente y de acuerdo con el fin a que tendemos. Por el contrario, si se atribuyen autoridad los que carecen de ella, si pretenden ser maestros y jueces al mismo tiempo, si los inferiores en el gobierno de la vida cristiana pretenden seguir un camino distinto del señalado por la legítima autoridad, entonces el orden se rompe, el juicio de la mayoría se perturba y quedan todos desviados del camino.
    
EL BIEN COMÚN DE LA IGLESIA ESTÁ A CARGO DEL ROMANO PONTÍFICE
Y en esta materia se incumple el deber no solamente con el repudio franco de la obediencia debida a los obispos y al mismo Príncipe de la Iglesia, sino también con reticencias y conductas oblicuas, tanto más peligrosas cuanto más ocultas son. Incurren en el mismo pecado los que defienden la autoridad y los derechos del Romano Pontífice, pero no obedecen a sus respectivos obispos, o no aprecian su autoridad en la medida debida, o interpretan sus decretos o decisiones de mala manera, anticipándose así al juicio de la Sede Apostólica.
   
Denota igualmente cierta insinceridad en la obediencia comparar a un Pontífice con otro. Quienes, ante dos distintas maneras de proceder, rechazan la actual y alaban la pasada, muestran poca obediencia a aquel a quien por derecho deben obedecer para ser gobernados; y tienen, además, cierta semejanza con aquellos que al verse condenados apelan a un futuro concilio o al Romano Pontífice para que examinen de nuevo su causa. En este punto, tengan todos bien presente que, en el gobierno de la Iglesia, exceptuando las obligaciones fundamentales que impone a todo Pontífice el ministerio apostólico, es cada Pontífice dueño de seguir la vía que le parezca más oportuna, a la luz de los tiempos y de todas las demás circunstancias. Esta es competencia exclusiva del Romano Pontífice, porque es él el que tiene para estos casos una singular luz en el don de consejo, y el que tiene una visión más completa de la situación de Iglesia, para ajustar a ella una respuesta que esté de acuerdo con su apostólica providencia. Es el Pontífice el que cuida del bien común de la Iglesia, al cual se subordina la utilidad de sus distintas partes; los demás, todos sin excepción, deben colaborar con las iniciativas del rector supremo y seguir con obediencia los planes que éste traza. La Iglesia es una; es uno también el que preside; uno debe ser también el gobierno al que todos deben necesariamente someterse.
        
Si esta doctrina se olvidara, no quedaría en el católico ni la reverencia hacia el guía dado por Dios, ni la confianza, ni el respeto; relajaríase el vínculo de la obediencia amorosa que mantiene unidos a los fieles con sus obispos, y a éstos y aquéllos con el supremo Pastor de todos, vínculo de cuya existencia depende fundamentalmente la incolumidad de la salud pública. Igualmente, se abriría amplio camino para la división entre los católicos, con la muerte de la concordia, que debe ser considerada siempre como característica de los seguidores de Jesucristo y que, en todo tiempo, pero principalmente ahora, cuando tantos enemigos se coaligan, debe ser ley suprema de todos, ante la cual todo interés personal debe ceder por completo.
   
ADVERTENCIA A LOS PUBLICISTAS CATÓLICOS
Esta obligación toca a todos, pero muy especialmente a los periodistas, porque si éstos no tienen un ánimo pronto a la obediencia y dócil a la disciplina, tan necesaria en todo católico, es muy probable que los males que lamentamos sean alimentados y esparcidos por la propia prensa. En todo lo referente a la acción religiosa de la Iglesia en la sociedad, es obligación del periodista, como de cualquier otro católico, someterse completamente al episcopado y al Romano Pontífice, cumplir y divulgar los mandatos de éstos, adherirse de pleno corazón a sus iniciativas, obedecer sus decretos y procurar que todos los demás los obedezcan. Si alguno obrase en contrario para ayudar a los proyectos de aquellos cuyos propósitos reprobamos en esta carta, se apartaría de su noble función y no podría en modo alguno alabarse de servir a la Iglesia, pues obraría de un modo parecido al que tiene el que ama la verdad católica a medias o disminuida, o la ama con límites.
   
Para hablar contigo de estos asuntos, querido hijo nuestro, nos han movido la confianza de que esta carta sería oportuna en Francia, el conocimiento que de ti tenemos y la manera de obrar que has seguido en estos difíciles tiempos. Con tu acostumbrada constancia y fortaleza has querido defender con virilidad y públicamente los valores de la religión y los sagrados derechos de la Iglesia. Pero has sabido unir la serenidad de juicio, digna de la noble causa que defiendes, con la fortaleza necesaria, y siempre has dado a entender que procedes con espíritu libre de pasión y plenamente sumiso a la Sede Apostólica, y devotísimo de nuestra persona. Gustosamente manifestamos con esta carta nuestra aprobación y nuestra benevolencia; sólo lamentamos que tu salud no sea del todo cual Nos desearíamos. Con intensa oración pedimos a Dios que te la restituya y que una vez restituida te la confirme.
    
Como augurio de los beneficios divinos, cuya abundancia imploramos para ti, impartimos con cariño la bendición apostólica sobre tu persona, querido hijo nuestro, y sobre todo el clero y pueblo de tu archidiócesis.
  
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 17 de Junio de 1885 año octavo de nuestro pontificado. PAPA LEÓN XIII.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)