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jueves, 28 de octubre de 2021

PROFECÍA DEL PADRE LORENZO RICCI


Lorenzo Ricci Gianni nació en Florencia en agosto de 1703 y murió en noviembre de 1775 en la prisión del Castillo de San Ángel en Roma. Provenía de una distinguida familia italiana.
   
Había recibido órdenes para convertirse en jesuita y fue elegido general de la Compañía de Jesús el 21 de mayo de 1758.
 
El hecho más grave de su generalato fue la destrucción del instituto jesuita. Los jesuitas ya habían sido expulsados ​​de Portugal en 1759 y, unos años más tarde, de Francia, España y Nápoles.
   
Los ministros de las cortes borbónicas se reunieron para exigir su total extinción al Papa Clemente XIV. Este pontífice firmó el escrito que abolió la Compañía de Jesús el 22 de julio de 1773.
   
El Padre Ricci, General de la Orden, acompañado de sus ayudantes y varios otros jesuitas fue trasladado al Castillo de San Ángel, después de haberle hecho firmar una circular a todos los misioneros sometidos a su autoridad, para darles a conocer la supresión.
   
Lo mantuvieron prisionero en el castillo con el pretexto de llevarlo a juicio.
   
Mientras se investigaba este juicio (que, según la expresión de uno de los jueces, podría servir más para su beatificación que para su condena), golpeado en su prisión por una enfermedad que consideró fatal, pidió los últimos sacramentos de la Iglesia.
   
Antes de recibirlos, pronunció su protestación que había escrito 3 tres meses antes en presencia del castellano que le administró, del vicecastellano, de su secretario el padre Giovanni, de Francesco Orlandi, ex-jesuita, del sargento Venini, del caporal Pianazza, de los soldados Ebel, Pach, Pulcher, Egremann, Petara, Rebna, Giacchini, Ferri y Paolini, de 2 domésticos del castellano, Camillo y Pietro, del apotecario y de un prisionero, que todos acompaaron el Santísimo Sacramento en su habitación.
  
Aquí está palabra por palabra:
«La incertidumbre del momento en que Dios tendrá a bien llamarme a Sí, y la certeza de que este momento supremo se acerca, atendida mi edad avanzada, los muchos, prolongados y graves males que he sufrido harto superiores a mi debilidad, me advierten que llene de antemano mis deberes, puesto que puede fácilmente suceder que la naturaleza á mi última enfermedad me impida cumplirlos en la hora de la muerte. (Lo siguiente fue escrito y dicho ante el santo viático): Por lo tanto, considerándome a punto de comparecer ante el tribunal de la verdad y justicia infalibles, que es el solo tribunal de Dios; después de una larga y madura deliberación, y de haber rogado humildemente a mi misericordiosísimo Redentor y supremo Juez que no permita que me deje arrastrar por la pasión, especialmente en uno de los últimos actos de mi vida, ni por ningún resentimiento, ni por otro afecto o fin vicioso, sino solamente porque es mi deber ofrecer un testimonio a la verdad y a la inocencia, hago las dos protestas y declaraciones siguientes:
   
Primeramente declaro y protesto que la extinguida Compañía de Jesús no ha dado motivo alguno para su supresión, y lo declaro y protesto con esa certeza que puede tener moralmente un superior que está bien informado de lo que pasa en su Orden.
   
En segundo lugar declaro y protesto que no he dado motivo alguno, ni aun el más leve, para mi prisión, y lo declaro y protesto con esa certeza y evidencia que tiene cada cual de sus propias acciones. Hago esla segunda protesta únicamente porque es necesaria a la reputación de la extinguida Compañía de Jesús, cuyo superior general era. Por lo demás, no pretendo que en consecuencia de estas mis protestas se pueda juzgar culpable delante de Dios a ninguno de los que han perjudicado a la Compañía de Jesús o a mí, como asimismo me abstengo yo de semejante juicio. Solo Dios conoce los pensamientos del hombre; únicamente Él ve los errores del entendimiento humano, y sabe si son tales que disculpen el pecado; solo Él penetra los motivos que hacen obrar, el espíritu con que se obra, los afectos y movimientos del corazón que acompañan el acto; y puesto que la inocencia o la malicia de una acción externa depende de todo eso, dejo que los juzgue AQUEL que interrogará las obras y sondeará los pensamientos.
   
Para cumplir con los deberes de cristiano, protesto que con el auxilio de Dios he perdonado siempre y perdono sinceramente a todos los que me han atormentado y afligido; primeramente por todos los males que se han causado a la Compañía de Jesús, y por el rigor con que se ha tratado a los religiosos que la componían; en seguida por la extincioó de esta misma Compañía y por las circunstancias que han acompañado dicha extinción, y en fin, por mi encierro y por la dureza con que se me ha tratado, y por lo que eso haya perjudicado a mi reputación; hechos que son públicos y notorios en todo el universo.
   
Ruego al Señor que por su bondad y misericordia, y por los méritos de Jesucristo perdone, primero mis numerosos pecados, y luego que perdone a todos los autores y a los que han cooperado a dichos males o injusticias; y quiero morir con este sentimiento y plegaria en el corazón.
  
(Aquí termina lo dicho en presencia del santo Viático).
   
Finalmente ruego y conjuro a todos los que vean estas mis declaraciones y protestas, que las den toda la publicidad posible; y lo ruego y conjuro por todos los títulos de humanidad, justicia y caridad cristiana que puedan inclinar a cada uno a que cumpla ese mi deseo y voluntad.- De mi propia mano.--Lorenzo Ricci».
   
El padre Ricci murió en su prisión el 24 de noviembre de 1775, a la edad de 72 años.
  
Poco antes de su muerte, firmó este memorando hecho público de acuerdo con sus intenciones.
 
PROFECÍA
La siguiente profecía fue escrita durante el cautiverio de su autor:
«Vendrá a este mundo un nuevo Lucifer, después de la extinción de mi Orden.
      
Al comienzo de la quinta época del estado de la Iglesia, alrededor de 1800 años después del nacimiento de Jesucristo, los ancianos y los jóvenes serán seducidos por un demonio de la “secta de los Iluminadores” (francmasones). Este demonio será el espíritu del orgullo, el desenfreno y la irreligión que, bajo el nombre de filosofía, reinará durante algún tiempo sobre gran parte del universo.
   
Lutero había arrancado el techo del santuario, Calvino las paredes; pero la filosofía y el iluminismo la hundirán hasta sus cimientos.
     
Nacerán en Francia, entregados a todos los delitos y a todos los delitos, “gallos” (los revolucionarios) que, con sus gritos físicos, prenderán fuego a todo y fascinarán tanto a los hombres en el sistema de libertad e igualdad, que todos los Estados serán destruidos, reyes matados, lirios marchitos y la religión católica totalmente oprimida.
   
La Iglesia será perseguida con tanta crueldad como en los días de Nerón, Diocleciano y Tiberio.
   
Los sacerdotes, los ministros de religión, serán asesinados, martirizados, inmolados; el altar del Señor será profanado por los apóstatas, y esta banda que se hace llamar los filósofos seducirá tanto a los pueblos, cuya juventud será corrompida por el materialismo y la irreligión, que ya no querrán obedecer, ni a los pontífices, ni a los soberanos. y que harán despreciable a la verdadera religión: su principal objetivo será destruir todo y erigir repúblicas en todas partes.
   
Se matarán unos a otros en robo y atraco.
  
Derrocarán al papado, obligarán a los pastores a huir y dispersarán el rebaño.
   
Será durante este período, que en la crueldad y el miedo nunca habrá tenido su igual, que sucederá el segundo. En él, la humanidad afligida por las guerras creerá, al final, poder disfrutar del descanso. No será así porque la miseria y el bandolerismo seguirá siempre y se diferenciará solo en el nombre.
     
Los príncipes alemanes, ya desunidos entre sí por el luteranismo y el calvinismo, y conquistados nuevamente por la “secta de los Portadores de Luz” (masones), se separarán de su emperador y se unirán, bajo la protección de un país injusto, contra la religión católica. Se apoderarán de todos los arzobispados y obispados, comunidades religiosas, todo lo que haya fundado la piedad de sus predecesores.
    
Compartirán entre ellos lo que aún quedaba, después de la paz destructora de Westfalia, para la munificencia de las iglesias y para la gloria de Dios.
   
Pero en ese tiempo llegará un hombre cuyo nombre, que parecerá increíble, difícilmente habrá sido conocido. Originario de un país insignificante. Este hombre conquistará “Autanis” (¿Austria?), Italia y varios otros poderes que la justicia divina ha querido castigar.
   
Llevará el nombre de Monarca Fuerte, estará rodeado por una poderosa espada.
     
No sólo destruirá, en muy poco tiempo, todas las repúblicas que se basaron en su antigüedad, sino también las que habían sido erigidas por los discípulos corruptos de los llamados filósofos, que no escucharon ni leyes ni iglesias, y los convertirá en la fábula y el hazmerreír de todos.
   
Muy pronto restablecerá en medio de estos pueblos impuros y corruptos la religión católica, aunque más a favor de sus opiniones políticas, y para fortalecer la corona en su familia, que por una intención pura y verdadera proveniente de la fe.
    
Escogerá el águila arrebatadora para su signo y, provisto de este signo, reinará sobre Francia con diez veces más rigor del que ella sentía bajo sus reyes.
   
Así demostrará a los pueblos sometidos a su autoridad, que alguna vez gozaron de libertad y que no debieron haber querido otra.
   
La asistencia de Dios se declarará precisamente en los tiempos aquellos en que llegará a creerse que el mundo entero va a derrumbarse. Habrá un cambio tan asombroso, que ningún mortal lo hubiera imaginado… La palabra del Señor, en cuanto a ser el mundo suficientemente castigado, se habrá cumplido, y entonces vendrá el Duque Fuerte (Gran Monarca), vástago de una de las nobles razas que durante muchos siglos permanecieron fieles a la religión de sus padres, y cuya casa habrá sido muy afligida y reducida por la necesidad a una dura servidumbre.
   
Las manos de este Duque serán admirablemente fortalecidas, y su brazo vengará la Religión, la Patria y las Leyes. Desde que este Monarca Fuerte se dé a conocer, en general se hará causa común contra el y contra los reyes y príncipes que con él se unan. Se empleará todo el dinero y todos los medios posibles para hacerle guerra; pero él vencerá en batalla campal a sus enemigos, y los anonadará así en Oriente como en Occidente
   
Entonces la Francia, dividida y privada de toda defensa, verá al Duque fuerte tomar de los malos una venganza inaudita, por medio de batallas y fuego y otros castigos. El Duque Fuerte allanará todos los obstáculos, y dará una parte de su imperio, situada hacia el Norte, a un hijo de la raza de los antiguos Reyes, que arrojado de su herencia y privado de su bien propio, tuvo que huir, siendo niño, a un país extranjero
   
¡Ay de aquellos que habrán hecho traición a la flor de Lis, privada de su corona! ¡Ay de los que se habrán apoderado de un bien que no era suyo! Ya no habrá ningún nuevo Acab, ninguna nueva Jezabel. El Duque Fuerte se tomará una terrible venganza de los traidores a la Patria. ¡Ay de los reyes y de los príncipes que hubieren despojado a la Iglesia y de los que se hubieren apoderado de los Estados que rigieron los antepasados del Duque! Tendrán que devolver el céntuplo; ninguna de sus casas subsistirá, y hasta sus nombres serán borrados. No podrán evitar el castigo, porque el Duque Fuerte ha jurado ante Dios que no pondrá la espada en la vaina hasta tanto que haya obtenido una reparación suficiente para la Patria ultrajada…
   
La gran Babilonia (París) será destruida. El Duque Fuerte acabará con el judaísmo y aniquilará el imperio de los turcos. Será el Monarca más poderoso del universo, y su cetro se parecerá al de Manases, en la asamblea de los fieles que se hayan distinguido por su piedad y conducta fiel. Honrado por todas las naciones y auxiliado por un Papa santo, hará leyes nuevas y dará una nueva constitución a la sociedad
   
Los religiosos de mi Orden florecerán y extinguirán la “secta de los Iluminadores” (masones)».
 
Fuentes:
“Nouveau Liber Mirabilis”, Adrien Peladán, 1871.
"Vida del padre Lorenzo Ricci, último general de la Compañía de Jesús", Louis-Antoine de Caraccioli, (traducido del original italiano), en el castillo de Saint Ange, 1776.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)