Cada
vez son menos las hogueras que, el 5 de Noviembre, iluminan algún
rincón de la geografía británica. También es verdad que cada vez son
menos los británicos que quedan en La Pérfida Albión y más los recién llegados, provenientes de diversas y “enriquecedoras” culturas.
El
caso es que los ingleses, que son un pelín rencorosos, se han pasado
los últimos 400 años mofándose de la detención, tortura y ejecución de
un capitán católico que habría pasado desapercibido para el resto del
mundo, de no haber sido elegido como icono por la marca “antisistema”
más de moda. Incluso, entre 1606 y 1859, en el anglicano Libro de Oración Común le dedicaban una liturgia especial donde daban gracias por preservar a Inglaterra de la “perfidia y tiranía papística”.
Hace unos años, el grupo de piratas informáticos Anonymous
alcanzaba altas cotas de popularidad realizando ciberataques a lo que
ellos consideraban lo más emblemático de la globalización. Su símbolo,
una máscara basada en el cómic V de Vendetta que se inspiraba en
los rasgos faciales del malogrado capitán Fawkes. Pero ¿qué tiene que
ver este señor con los autodenominados antisistema? Pues más bien poco.
Guido
Fawkes era un católico inglés que nació a finales del siglo XVI. Mal
momento para ser católico por aquellas latitudes. A los 21 años, Guido
se alista en un tercio español y marcha a luchar a los Países Bajos
contra el hereje. Después de combatir durante 10 años, vuelve a su
tierra con la idea de acabar con la opresión de las autoridades
anglicanas sobre los católicos, así que organiza lo que se conoce como
la Conspiración de la Pólvora. El planteamiento era simple y
demoledor (nunca mejor dicho): volar el parlamento inglés con los lores y
la familia real dentro.
Y lo habría
conseguido, de no haber sido detenido la madrugada del día en que iba a
detonar los 36 barriles de pólvora que había logrado colocar en los
sótanos del parlamento.
Los motivos de su
detención aquel 5 de Noviembre aún no están claros, pero el hecho de que
lord William Parker, IV barón de Monteagle (cuñado de Francis Tresham,
uno de los cómplices de Fawkes) recibiera un anónimo pidiéndole que no
acudiera al parlamento el día 5, podría ser la causa fundamental. Sobre
todo porque el tal Monteagle corrió a enseñárselo a las autoridades
inglesas.
En fin, que después de dos días de
torturas, Fawkes no dijo ni pío. En su declaración sólo citó los
cómplices que ya habían sido descubiertos. No contentos con la tortura,
condenaron a Fawkes a ser destripado, a ver cómo ardían sus testículos
amputados en vida (y sin anestesia, faltaría más) y a ser descuartizado.
Ahora nos parece un poco desagradable, sobre todo porque en la España
del siglo XXI, a los traidores se les obsequia con pagas vitalicias,
pero en aquel entonces era la condena estándar por traición (así mataron
a William Wallace, por ejemplo).
Sin embargo,
Guido Fawkes no tuvo que pasar por semejante trance, ya que, como buen
capitán de Tercios, supo encontrar una muerte más honrosa y se lanzó por
las escaleras que le llevaban al patíbulo, rompiéndose el cuello.
Tras
el fallido atentado, los ingleses aprobaron leyes aún más represivas
contra los católicos: no podían votar ni ser oficiales del ejército.
Leyes que hoy también resultan inconcebibles en una España que, ante la
amenaza terrorista, apuesta por el buen rollo y los abrazos gratis.
Guido
Fawkes era un auténtico antisistema en su época, y también lo sería hoy
en día. De hecho, es la antítesis de los chavales malcriados,
hedonistas y pretendidamente anarquistas que se enfundan la careta con
su efigie. Como los negros que llevan camisetas del Che, sin
saber lo racista que era, o los homosexuales que se declaran admiradores
de Stalin, desconociendo el exquisito trato que recibirían en la Rusia
estalinista.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)