Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 1.ª: Et incarnátus est de Spíritu Sancto, et homo factus est (Y encarnóse por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre).
Considera
cómo habiendo criado Dios al Primer hombre para que le sirviese y amase
en esta vida, y después conducirle a la vida eterna, a reinar en el
paraíso; a este fin le enriqueció de luces y de gracias. Pero el hombre
ingrato se rebeló contra Dios, negándole la obediencia que le debía de
justicia y por gratitud, quedando de esta suerte el miserable, privado
con toda su descendencia de la divina gracia y excluido por siempre del
paraíso. Mira después de esta ruina del pecado perdidos a todos los
hombres. Todos vivían ciegos entre las tinieblas, en las sombras de la
muerte. Mas Dios, viéndolos reducidos a este miserable estado, determina
salvarlos. ¿Y cómo? No manda ya a un Ángel o a un Serafín; sino que
para manifestar al mundo el amor inmenso que tenía a estos gusanos
ingratos, envió a su mismo Hijo a hacerse hombre, y a vestirse de la
misma carne de los pecadores, para que satisficiese con sus penas y con
su muerte a la justicia divina por los delitos de ellos, y así los
librase de la muerte eterna; y reconciliándolos con su divino Padre, les
alcanzase la divina gracia, y los hiciese dignos de entrar en el reino
eterno. Pondera aquí de una parte la ruina inmensa que trae el pecado,
privándonos de la amistad de Dios y del paraíso, y condenándonos a una
eternidad de penas.
Pondera
de la otra el amor infinito que Dios mostró en esta grande obra de la
Encarnación del Verbo, haciendo que su Unigénito viniese a sacrificar su
vida divina por manos de verdugos sobre la cruz en un mar de dolores y
vituperios, para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna.
¡Ah!
Que al contemplar este gran misterio y este exceso de amor cada cual no
debería hacer otra cosa que exclamar: ¡Oh Bondad infinita! ¡Oh
misericordia infinita! ¡Oh amor infinito! ¿Un Dios hacerse hombre, para
venir a morir por mi?…
AFECTOS Y SÚPLICAS
Pero,
¿cómo es, Jesús mío, que aquella ruina del pecado, que Vos habéis
reparado con vuestra muerte, yo tantas veces he vuelto después a
renovármela voluntariamente con tantas injurias como os he hecho? ¡Vos a
tanta costa me habéis salvado, y tantas veces yo he querido perderme,
perdiéndoos a Vos, bien infinito! Pero me da confianza lo que Vos habéis
dicho: que cuando el pecador que os ha vuelto la espalda, se convierte
después a Vos, no dejáis de abrazarlo: volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, decís por el profeta Zacarías (Cap. I, 3). Habéis dicho también: si alguno me abriere la puerta, yo entraré a él (Apoc. III, 20).
He
aquí, Señor, que soy uno de estos rebeldes, ingrato y traidor, que
muchas veces os ha vuelto la espada y os he desechado de mi alma; mas
ahora me arrepiento con todo el corazón de haberos de tal manera
maltratado, y despreciado vuestra gracia. Me arrepiento y os amo por
sobre todas las cosas. Ved la puerta de mi corazón ya abierta; entrad,
Señor, pero entrad para no salir jamás. Yo sé que Vos nunca saldréis, si
yo no vuelvo a desecharos; pero ¡ah! Este es un temor, y esta es
también la gracia que os pido, y espero siempre pediros: hacedme morir,
antes que yo use con Vos esta nueva y mayor ingratitud. Amable Redentor
mío, por la ofenda que os he hecho no merecería ya amaros; pero os pido
por vuestros méritos el don del santo amor. Para esto hacedme conocer
cuán gran bien es el amor que me habéis tenido, y cuánto habéis hecho
para obligarme a amaros.
¡Ah!
Mi Dios y Salvador, no me hagáis vivir más tiempo ingrato a tanta
bondad vuestra. Yo no quiero dejaros jamás, Jesús mío. Basta cuanto os
he ofendido. Razón es que estos años que me restan de vida los emplee
todos en amaros y daros gusto. Jesús mio, Jesús mio, ayudadme; ayudad a
un pecador que quiere amaros. ¡Oh María, Madre mía! Vos todo lo podéis
con Jesús, sois su madre. Decidle que me perdone; decidle que me
encadene con su santo amor. Vos sois mi esperanza, en Vos confío.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)