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lunes, 27 de diciembre de 2021

LA UNIÓN DE BREST, O EL RETORNO DE LOS RUTENOS A LA IGLESIA CATÓLICA

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
   
Medalla conmemorativa de la unión de los rutenos a la Iglesia Católica: «Ruthénis Recéptis CIↃIↃXCVI» (Rutenos recibidos, 1596).
  
El 12 de Junio de 1595 (antiguo estilo), el metropólita de Kiev, Miguel Rahoza, reunió a los obispos de Volodímir, Lutsk y Pinsk y al archimandrita de Kóbryni, en Brest. Donde ellos redactaron una lettera para Clemente VIII. En esta declararon que, después que los Patriarcas de Constantinopla, sujetos a los turcos, no estaban en capacidad de hacer nada para restablecer la unión eclesiástica, en el interés de la salvación de sus propias almas y las de sus diocesanos, quisieran adherir, con el consenso de su rey Segismundo III Vasa, a la unión concluida en Florencia, por la cual habían profesado sus padres, para que el papa les asegurase que conservarán su propia liturgia oriental y todo su rito eclesiástico. Para la implementación de esta unión fue deliberado enviar a Cirilo Terlecki e Hipacio Pociej a Roma para el Santo Padre. Después que los dos mencionados determinaron también que los obispos rutenos asintieran firmar este acto, se pusieran de acuerdo con el nuncio pontificio Germánico Malaspina y con el rey Segismundo. Estos concedieron el 2 de Agosto cuanto les pidieron. Conforme a este privilegio conseguido este mismo día, la Iglesia rutena tuvo todos los derechos y privilegios de la Iglesia latina y protección de eventuales castigos del patriarca de Constantinopla; los obispados desde entonces no serían ocupados sino por rutenos de nacimiento, esto es, elegidos por el rey entre cuatro candidatos, propuestos por el episcopados. Se restituyó a los obispos los bienes que les fueron quitados y también las cofradías fueron puestas de nuevo bajo su jurisdicción. Además tuvieron curul y voto en el senado, pero antes este punto debía ser presentado a la dieta.
   
Después que las negociaciones llegaron a este punto, se pudo revelar el secreto mantenido hasta entonces. Los obispos de Lutsk, Chełm, Przemyśl y Leópolis hicieron conocer a sus diocesanos, el 27 de Agosto, mediante carta pastoral, que todo el episcopado, comprendido el metropolitano, decidió para la salvación de las almas a ellos confiadas, prestar obediencia al pontífice de Roma. El rey Segismundo dirigió una carta a los Rutenos el 24 de Septiembre, en la cual hizo conocer su voluntad y deseo que todos sus súbditos alabasen a Dios con una sola voz y un solo corazón, que los fieles siguiesen a su pastor, cuyos representantes partieron a Roma para efectuar la reunión de la Iglesia rutena con la Sede Apostólica, bajo la condición de mantener su rito.
   
Era necesaria esta palabra del rey, puesto que el temeroso metropólita Rahoza, que no quería habérselas con los magnates rutenos, adversarios de la unión, estaba ya vacilando.
   
Clemente VIII, instruido por su nuncio en torno a los acontecimientos importantes en Polonia, asistió con una tensión, fácil de entender, la presencia de los obispos rutenos en Roma. Él, que en el pasado fue legado en Polonia, apreciaba plenamente la importancia de este gran reino como baluarte de la cristiandad frente al oriente turco, como también frente al norte separado.
   
La unión de millones de rutenos ortodoxos con la Iglesia debía no solo reforzar políticamente el reino, sino procurar a los católicos la preponderancia absoluta sobre el protestantismo dividido en tantas sectas. Ella podía convertirse de hecho en un puente natural hacia Rusia. Desde el momento de la audiencia del obispo de Płock, venido a Roma, durase tres horas enteras el 12 de Noviembre de 1595, se podía deducir cómo fuese inminente una importante decisión respecto a Polonia. Pocos días después llegaron los obispos Terlecki y Pociej a la ciudad eterna. Clemente VIII les asignó morada en un palacio especial. El 17 de Noviembre tuvieron su primera audiencia. El papa, refirieron así los obispos, los acogió como un padre a sus hijos, con indecible afecto y gracia.
   
El asunto fue asignado por Clemente, a causa del su importancia, a la Congregación de la Inquisición, sobre todo para su examen. Los obispos rutenos estaban prontos a renunciar a su cisma, y a las doctrinas reprobadas por la Iglesia Católica Romana, pero ellos pidieron que, conforme al Concilio de Florencia, permaneciesen inmutados la administracion de los santos sacramentos sacramentos y todo el rito bizantino, y que también en el futuro permaneciesen sin cambios.
   
De acuerdo con la mencionada congregación, Clemente VIII concedió esta solicitud, que correspondía absolutamente al principio emanado por el concilio de Florencia: unidad de fe no obstante la diversidad del rito. En su solicitud para la obra de la unión, desistió el papa de la solicitud de la introducción inmediata del celibato obligatorio; él se abandonó en esto a la esperanza aparentemente fundada que el renacimiento de la decaída Iglesia rutena, iniciada con la unión, llegaría con el paso del tiempo por sí misma. Clemente VIII renunció pues a la adopción del calendario gregoriano, luego que Terlecki y Pociej declararon que esto habría encontrado una oposición tenaz. El papa fijó para el 23 de Diciembre de 1595 la ejecución definitiva de la unión. Él reunió en aquel día los treinta y tres cardenales presentes, toda la corte y el cuerpo diplomático en la sala de Constantino en el Vaticano. El historiador César Baronio, elevado poco antes a la púrpura, describió como testigo ocular el acontecimiento de la unión.
   
Después que los dos obispos rutenos prestaron el obsequio usual, el canónigo de la catedral de Vilna, Eustacio Wołowicz, leyó primero en lengua rutena, después en lengua latina, la carta sinodal del 12 de Junio de 1595 dirigida al papa, que fue firmada por todos los obispos rutenos. A continuación, por encargo del papa, Silvio Antoniano saludó a los obispos rutenos los cuales, por su bien y por el de su nación, y con indecible alegría del Santo Padre, regresaban después de una separación de 150 años, nuevamente a la roca sobre la cual Cristo fundó su Iglesia, a la madre y maestra de todas las Iglesias, a la Santa Chiesa Romana. «Oh, cuán justa es la alabanza que vosotros mismos tributais a la bondad y la sabiduría de Dios, la cual os iluminó, para reconocer que los miembros divididos de la cabeza no pueden mantenerse en vida, y que aquel que no tiene por madre a la Iglesia, no puede tener a Dios por padre», exclamó Antoniano, que concluyó invitádolos a profesar el acto de fe católica.
  
Entonces Pociej leyó en su nombre y en el de todos los obispos rutenos la profesión de fe católica en lengua latina en una fórmula compuesta por la de Nicea, de Florencia y de Trento y sobre esta prestó el juramento. Lo mismo hizo Terlecki en lengua rutena.
   
Pronto entró el papa a la iglesia para acoger a los obispos rutenos. En sus ojos brillaban lágrimas de alegría. «El gozo recolma hoy Nuestro corazón que por vuestro retorno a la Iglesia no se puede expresar con palabras. Nos damos especiales gracias a Dios inmortal, el cual por medio del Espíritu Santo ha guiado vuestra mente así para haceros buscar vuestro refugio en la Santa Iglesia Romana, madre vuestra y de todos los creyentes, la cual os acoge de nuevo con amor entre sus hijos», dijo. En modo significativo, el papa exhortó paternalmente a los hijos retornados a él a la humildad como base de la obediencia debida a la Iglesia «puesto que por orgullo la Grecia, digna de llanto, y cuya desventura Nos deploramos profundamente, ha perdido la luz de la verdad y suspira ahora bajo el yugo de la más dura esclavitud». Con la ratificación que él nunca les haría faltar su protección y su ayuda, y con la impartición de la bendición, concluyó esta solemnidad memorable. En la vigilia de la Natividad aparecieron en San Pedro para las vísperas, los obispos rutenos con sus ornamentos. Al día siguiente recibieron el nombramiento como asistentes al trono pontificio.
   
Por medio de una bula de fecha 23 de Diciembre, comunicó Clemente VIII al mundo católico el retorno de los Rutenos a la unidad eclesiástica; en este documento confirmó en todas sus partes el rito de ellos a excepción de lo que podría ser eventualmente contrario a la verdad y a la doctrina de la fe católica. Una medalla conmemorativa eternizó el importante acontecimiento por el cual, siglo y medio después de la unión de Florencia, había de nuevo reanudado el vínculo de unidad entre la Iglesia rutena y la Iglesia romana. A este fin debía servir una constitución del 23 de Febrero de 1596, que concedía al metropólita de Kiev la facultad de consagrar sus obispos, pero le obligaba a él mismo hacerse confirmar por el papa.
   
Cuando Pociej y Terlecki emprendieron, en Febrero de 1596, el viaje de regreso, Clemente VIII les entregó cartas para el rey Segismundo, para los senadores civiles y eclesiásticos, para el metropólita Rahoza y para los obispos rutenos. A todos les fue fervorosamente recomendado sostener la gloriosa obra de la unión, haciendo recomendaciones particulares al rey de admitir a los obispos rutenos en el senado, como lo había prometido, y concederle los mismos derechos al clero ruteno como al latino. El papa obligó al metropólita a convocar cuanto antes un Concilio para la proclamación solemne de la unión lograda con la Santa Sede.
   
Mientras el débil Rahoza dudaba hasta el otoño para cumplir esta obligación, indugiava sino all’autunno per adempiere quest’obbligo, desplegaron los adherentes del cisma, bajo la dirección del viejísimo príncipe Constantino Ostrogski, en unión a los herejes declarados, una fiera agitación contra la obra de la paz. Afortunadamente Segismundo permaneció firme, no obstante se intentaron todos los medios para sublevar a la población contra Roma. Más que cualquier otro, Cirilo Lucaris, inclinado al calvinismo, alimentaba el odio cismático, al cual daba su ayuda un aventurero griego, de nombre Nicéforo, el cual debió dejar Constantinopla por distintos hurtos.
   
Contra la prohibición del rey, llegó Nicéforo a Brest y, en oposición a la prohibición real, apareció también el príncipe Ostrogski con un séquito armado con Lucaris, que explicaba su acción contra la unión por encargo del patriarca de Alejandría. Habiéndose unido los obispos de Leópolis y Przemyśl al partido de Ostrogski, crecieron las esperanzas de los fautores del cisma. Este partido se reunió en una casa protestante en Brest y se constituyó como sínodo de oposición, bajo la presidencia de Nicéforo, Niceforo, el cual se difundió, contra la verdad, como enviado del patriarca de Constantinopla, aunque aquella sede estuviese vacante en aquel momento. Pero ni él ni sus compañeros pudieron impedir que el sínodo legítimo no tuviese lugar. En este participaron además del metropólita Rahoza, el arzobispo de Pólatsk, los obispos de Volodímir, Lustk, Pinsk, Chełm y, como delegados papales, también los obispos latinos de Leópolis, Lustk y Chełm, y como consejeros teológicos, los jesuitas Pedro Skarga, Justino Rabe, Martín Laterna y Gaspar Nahaj. El 9 de Octubre (estilo antiguo), el metropólita celebró la divina liturgia en la iglesia de San Nicolás después que Hermógenes, arzobispo de Pólatsk, leyó en su nombre y en el de los obispos rutenos restantes una declaración sobre su unión con Roma. Se dijo: «Nosotros sabemos bien que la monarquía de la Iglesia de Dios, según el evangelio y las palabras de Cristo, fundada únicamente como roca sobre Pedro, debía ser dirigida y administrada por uno solo, que sobre un solo cuerpo debía haber una sola cabeza, sobre una casa ordenada un solo patrón y administrador de los tesoros de la gracia divina para la dirección de la grey, y el cual proveyese al bien de todos, y que debía permanecer así, desde el tiempo de los apóstoles, por todos los siglos».
  
Después de la lectura de esta declaración se abrazaron los obispos latinos y rutenos y se dirigieron, en señal de su hermandad, en una procesión común a la iglesia latina de la Madre de Dios, donde fue entonado el «Te Deum». El sínodo destituyó después a los obispos de Leópolis y Przemyśl, los cuales habían apostatado de la unión, y declaró a Nicéforo, como todos los participantes del sínodo de oposición, excluidos de la comunión eclesiástica. Por su parte, estos respondieron con la destitución de los adherentes a la unión. Pero el rey Segismundo hizo citar a Nicéforo ante el tribunal, que lo condenó como impostor y espía turco, a prisión de por vida. En un mensaje de fecha 15 de Diciembre de 1596 dirigido a la nación rutena, el rey invitó a esta nación a reconocer solo a los obispos unidos con Roma.

BARÓN LUDWIG VON PASTOR, Historia de los Papas desde el fin del medioevo, Volumen XI: “Historia de los Papas en el período de la Reforma y restauración católica. Clemente VIII (1592-1605)”. Versión italiana de Mons. Prof. Pio Cenci, Arcihvista del Archivo Secreto Vaticano, Roma, 1929, págs. 415-420.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)