Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 34.ª (DÍA SÉPTIMO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús que llora.
Las
lágrimas del Niño Jesús fueron muy diferentes de los otros niños que
nacen. Estos lloran por dolor, Jesús no, sí que llora por compasión de
nosotros y por amor, según San Bernardo (Sermón III sobre la Natividad).
Gran señal de amor es el llorar. Esto precisamente decían los judíos
luego que vieron al Salvador llorar en la muerte de Lázaro: Ved cómo le
amaba (San Juan XI). Lo mismo podían decir los Ángeles, mirando las
lágrimas que derramaba Jesús niño: Ecce quómodo amat Vos. Ved
cómo nuestro Dios ama a los hombres, cuando por amor de ellos le vemos
hecho hombre y niño llorando. Lloraba Jesús, y ofrecía al Padre sus
lágrimas, para alcanzarnos el perdón de los pecados. Aquellas lágrimas,
dice San Ambrosio, lavaron mis delitos. Él con sus vagidos y lloros
pedía piedad para nosotros condenados a muerte eterna, y así aplacaba la
indignación de su Padre. ¡Oh, y cómo sabian las lágrimas de este Niño
perorar en favor nuestro! ¡Oh! ¡Cuán preciosas fueron ellas para Dios!
Entonces fue cuando el Padre hizo publicar por los Ángeles que Él ya
hacía paz con los hombres, y los recibía en su gracia: Et in terra pax
homínibus bonæ voluntátis. Lloró Jesús por amor, pero también por dolor,
al ver que tantos pecadores, aun después de tantas lágrimas y Sangre
derramadas por la salud de ellos, habían de seguir despreciando su
Gracia. Ahora bien, pues, ¿quién será tan duro que viendo llorar a un
Dios niño por nuestras culpas, no llore él también, y no deteste
aquellos pecados que tanto han hecho llorar a este amante Señor? ¡Ah! No
aumentemos más penas a este Niño inocente; consolémosle sí, uniendo
nuestras lágrimas con las suyas; ofrezcamos a Dios las lágrimas de su
Hijo, y roguémosle que por ellas nos perdone.AFECTOS Y SÚPLICAS
Niño
mío amado, ¿con que mientras estábais llorando en la gruta de Belén
pensábais en mí, considerando desde allí mis pecados que eran los que os
hacían llorar? Y yo, Jesús mío, en vez de consolaros con mi amor y
gratitud a vista de lo que habéis padecido por salvarme, ¿he aumentado
vuestro dolor y la causa de vuestras lágrimas? Si menos hubiese yo
pecado, menos habríais Vos padecido. Llorad, pues, llorad, que tenéis
razón de llorar, viendo tanta ingratitud en los hombres a un amor tan
grande. Mas ya que llorais, llorad aun por mí: vuestras lágrimas son mi
esperanza. Lamento los disgustos que os he dado, Redentor mío, los odio,
los detesto, me arrepiento de ellos con todo el corazón. Lloro por
todos aquellos días infelices en que viví enemigo vuestro, y privado de
vuestra hermosa gracia; pero mis lágrimas, oh Jesús mío, ¿para qué
servirán sin las vuestras? Padre eterno, yo os ofrezco las lágrimas de
Jesús, y por ellas os pido el perdón. Vos, Salvador mío, ofrecedle todas
las lágrimas que por mí derramasteis en vuestra vida, y con ellas
aplacadle por mí. Os ruego todavía, oh amor mío, que enternezcais con
estas lágrimas mi corazón y le inflaméis de vuestro santo amor. ¡Ah! ¡Si
pudiera yo de hoy en adelante consolaros con mi amor, tanto cuanto os
he causado pena con mis ofensas! Concededme, pues, oh Señor, que estos
días que me restan de vida no los haga servir para disgustaros más, sí
solo para llorar el sentimiento que os he ocasionado, y para amaros con
todos los afectos de mi alma. ¡Oh María!, os suplico por aquella tierna
compasión que tantas veces tuvísteis viendo llorar a Jesús, me alcanceis
un continuo dolor de las ofensas que yo ingrato os he hecho.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)