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miércoles, 30 de marzo de 2022

AZAÑA, SECTARIO, RESENTIDO Y FRÍVOLO

Por César Cervera para ABC (España).
   
En ‘La República de Azaña’ (Ciudadela), que acaba de reeditarse, el escritor y periodista profundiza en la personalidad de una figura brillante y llena de contradicciones, hoy objeto de una mitificación que roza lo religioso.

CÉSAR CERVERA
Actualizado: 25/03/2022, 00:30h
  
Manuel Azaña dando un discurso, en 1930

Un escritor sin lectores. Un líder de la República sin votantes. Un demócrata nada democrático. Un moderado presidiendo un gobierno cada vez más radical… Las contradicciones personales de Manuel Azaña fueron también las de una Segunda República que empezó como el recipiente de cristal de todas las expectativas pendientes y terminó estallando en mil frustraciones. La personalidad del político terminó impregnada de manera trágica en el régimen que sustituyó a la Monarquía, lo que incluyó muchas virtudes y también muchos defectos.
   
Al menos esa es la tesis de Juan Carlos Girauta, que acaba de reeditar su biografía ‘La República de Azaña’ (Ciudadela), donde presenta al político alcalaíno como alguien brillante y lúcido, pero «terriblemente sectario, terriblemente resentido y terriblemente frívolo».
  
Portada del libro
    
Dieciséis años después de publicar la primera edición, el periodista y escritor vuelve a poner en el mercado un libro que en su ‘epílogo urgente’ advertía del peligro de una memoria histórica que estaba, en tiempos de Rodríguez Zapatero, simplificando los hechos y carcomiendo la convivencia de los españoles bajo la falsa premisa de que solo la izquierda puede ser puramente democrática.
   
Esta tendencia solo ha hecho por agudizarse hasta el extremo de que contarla ahora resulta reiterativo, por lo que Girauta ha eliminado de la nueva edición ese epílogo tan profético: «No quería llevarlo al terreno de la política actual. Si vas a buscar lo que estaba haciendo Zapatero cuando yo publiqué la primera edición y lo que está haciendo Sánchez es la misma operación de simplificación binaria, estúpida, de buenos contra malos, con una República intachable en todos los sentidos y una derecha que no se considera legítima. Desde el punto de vista político, toda esta historia es muy deprimente y no aporta gran cosa».
    
Fotografía de Juan Carlos Girauta Vidal. - Ignacio Gil
   
El columnista de ABC, portavoz de Ciudadanos en el Congreso entre 2016 y 2019, prefiere que el foco se ponga en el personaje histórico, «uno de los mayores intelectuales de su época», en el único hombre capaz de inyectar en las venas de la República sus rasgos y sus traumas. «Azaña era un hombre resentido en lo personal, que había perdido la fortuna familiar en un negocio y que en lo amoroso no le salían las cosas. Se planta en los 50 años, convencido, sin razón o con razón, de que es un fracasado y se comporta como un fracasado», apunta Girauta.
    
Azaña se había sacado unas buenas oposiciones y era un buen jurista, un mejor escritor, ganador de un Premio Nacional de Literatura y el traductor de la Biblia de George Borrow en España, pero el poder real le esquivaba. «Es un erudito, cuyo mundo mental se mueve por el Ateneo, en las conspiraciones de rebotica, alguien convencido de que la Monarquía y la Iglesia son un mal para España. Y, lo más importante de todo, estaba frustrado porque no mandaba y quería hacerlo. Reivindica el modelo platónico, el gobierno de los sabios de Platón donde él representaba la inteligencia», considera el autor de su biografía.
   
Aquel hombre pasó en dos años de gobernar intelectualmente el Ateneo a hacerlo sobre España y también a casarse. El giro le convenció de que, efectivamente, era un sabio capaz de manejar a las masas: «Si lees sus diarios comprendes que estaba convencido de que todos los que le rodeaban eran unos imbéciles, unos inútiles, unos ignorantes. Se tenía, a pesar de sus frustraciones, en una altísima estima».
    
–¿Cómo un intelectual tan teórico acaba metido en el epicentro de la política estatal?
–Azaña no conquistó el poder de una forma, digamos, grandiosa, emocionante o épica. De hecho, cuando se va el 14 de abril a la Plaza de Sol a tomar el poder con Miguel Maura y compañía, él iba en el último taxi, convencido de que lo iban a matar. Aterrorizado. Y no es la única vez. Si te vas hacia atrás, Azaña, que formó parte de la conjura de San Sebastián, se encerró tras la rebelión de Jaca y estuvo tres meses desconectado del resto de conjurados, que vivieron como si fuera una fiesta lo que parecía la disolución de la Monarquía. Mentalmente se puso a escribir una novela
   
–¿Esa actitud frívola también le acompaña en otras circunstancias dramáticas?
–Sí, otro caso similar fue cuando Azaña, nombrado presidente de la República en febrero del 36 hasta la guerra, se mostró completamente inconsciente del ambiente que se está respirando en España y ocupó sus preocupaciones en hacerse con un modelo de coche muy especial, que solo lo tenían ciertos mandatarios en el mundo; en conseguir unos tapices específicos para sus estancias en el palacio presidencial; en ir a a los toros, que no lo había hecho nunca, o en formar una guardia de corps para su protección. Está en la más pura frivolidad.
    
–La Monarquía perdió el poder por unas simples elecciones municipales, ¿cómo fue posible un derrumbe tan pronunciado?
–Empiezo el libro diciendo que a Alfonso XIII lo derribó un gran artículo de prensa de Ortega y Gasset. La influencia de ese artículo titulado ‘El error Berenguer’ no se puede exagerar. Porque impregnó el espíritu de la gente, incluido el de los monárquicos, que se sintieron derrotados. De hecho, las elecciones municipales las ganó la Monarquía y, aunque es verdad que en las grandes ciudades ganaron los partidos republicanos, jamás se les hubiera ocurrido ponerse en movimiento otra vez a los conjurados si no hubiera salido el almirante Aznar, presidente del Gobierno, a decir su famosa frase de «¿qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano?». Tan madura estaba la fruta que los republicanos se plantaron allí en una hilera de taxis, en Sol, y Maura gritó «¡Paso al gobierno de la República!», y la Guardia Civil se le cuadró. Realmente la República advinó.
   
–Lo primero que hacen los republicanos es una constitución que Alcalá Zamora definió como un texto diseñado para una guerra civil. ¿Cómo Azaña no lo entendió así?
–Lo vio don Niceto, pero Azaña vio lo que quería ver… Él tiene un problema ahí de algo que le debió pasar en la adolescencia. Algo malo que le hicieron los curas y que se le debió quedar atravesado, y eso luego lo va sublimando culturalmente. En el libro he adjuntado un discurso en el Ateneo un año antes de que se proclamase la Segunda República porque se ve con claridad pasmosa lo que pensaba. Ahí se ve hacia donde va, a prohibir las órdenes religiosas que se dedicaban a la enseñanza, lo cual es un auténtico disparate por la falta de alternativas. Cierto que, a largo plazo, los proyectos pedagógicos propios de la República fueron excelentes, pero no había necesidad de aplastar todo aquello que existía previamente solo porque no le gustaba debido a razones personales. Cuando es ministro de la Guerra, aborda la racionalización del Ejército y, al mismo tiempo, se saca de la manga una forma de que los militares monárquicos se marchen. Es una manera indirecta de incentivar retiros remunerados.
  
–Es responsable de la frase «España ha dejado de ser católica», ¿qué buscaba con un anuncio tan alejado de la realidad?
–Hay dos interpretaciones. Una que le presenta como un insensato que lo primero que hace es cargarse cualquier posibilidad de entendimiento con una España que era católica en su mayoría. Y hay otra interpretación, que viene a decir que solo estaba describiendo una España que ya no era católica. ¿Qué explicación prefieres? Da igual. Quédate con la que quieras. Hay un hecho: España no había dejado de ser católica.
   
–¿Se le puede definir como una persona democrática?
–Azaña cree que la Monarquía y la Iglesia han jugado un mal papel para España y cree que hay que librarse del influjo de ambas. Él invoca a la República para conseguirlo. No invoca la democracia, sino a la República, como una especie de fuerza inversa contra la Monarquía. La República tiene un sistema de representación democrática donde se concurre a elecciones y se forman gobiernos de acuerdo con mayoría en las cortes y tal, pero esa es la parte que a él no le gusta mucho. Cuando ganan otros le niega el título de entrada, aunque en el caso de Lerroux no lo puede hacer porque tiene un partido republicano desde 1908. Lo que sí puede hacer y hace es hundirlo, porque tú piensa que Lerroux tenía 104 diputados y, después de que le destroce su carrera con el tema del estraperlo, saca cinco escaños. Y eso es una operación concebida por Azaña y por Indalecio Prieto.
    
–Tampoco era un radical y, sin embargo, acabó rodeado de radicales. ¿Por qué?
–Él es un republicano de izquierdas, un burgués, no un exaltado. Pero está convencido de que un tipo como él era capaz de utilizar a las masas en su beneficio. Y la realidad es que la masa siempre se te va a comer cuando tú juegas con ella. Cuando ocurren los hechos de 1934, durante la Revolución de Asturias y el golpe en Cataluña, en un discurso vuelve a apelar a la masa y dice algo así como que hay que recuperar la República de las masas, la única República que él entiende. En este sentido, sí es un radical, no un radical de extrema izquierda, sino un radical en el sentido de apropiación de la República. Cree que sólo algunos tienen derecho a gobernar y le da igual quién gane las elecciones o quién las pierda.
   
–Con Azaña y la inteligencia, o contra ella y la República…
–En eso es muy platónico. Viene a decir que «yo soy quien representa la inteligencia y a este régimen, que es el régimen de nosotros, los republicanos, y los demás no son republicanos». Cuando se hacen cantos a la Segunda República, que no se puede negar que trajo muchas ilusiones, se olvida al gusano en la manzana. ¿Qué democracia es esa que no acepta como legítimo al partido de la CEDA, que ganó las elecciones, porque es un partido ‘accidental’, no republicano, centralista? Y fíjate cómo acabará la República y cómo empezará la guerra, con el asesinato por parte de escoltas de Indalecio Prieto al líder monárquico. Si no mataron también al líder de la CEDA fue porque no lo encontraron en casa, pero a por él iban también.
   
Acto conmemorativo en el cine Olympia de Madrid organizado por Izquierda Republicana en ocasión del 6.⁰ aniversario de la proclamación de la República. - José Díaz Casariego
   
–Otro de sus problemas es que no le votaban. ¿Cómo podía estar al frente de la República alguien sin el apoyo del electorado?
–Azaña pensaba que con un pequeño partido republicano, que es un partido que tiene el apoyo de las clases cultas, formadas, urbanas, podía gobernar valiéndose del respaldo de los partidos de masas como el PSOE. Hay que recordar que si Azaña consigue acta parlamentaria en el 33 es porque va con Indalecio Prieto, al que le une una gran amistad, en la lista del PSOE por Bilbao.
   
–Es un hombre de grandes contrastes y contradicciones. ¿Cómo se puede desentrañar su personalidad?
–Azaña es un personaje que no se puede despachar sin más. Sus mítines son los más arrebatadores, los que más mueven y conmueven a la gente. Cuando llega la guerra, interioriza España y le duele con genuino dolor lo que está ocurriendo. Hace unos discursos impresionantes, donde demuestra su peso moral y que había interiorizado completamente su trágico papel. Sin embargo, depende del prisma verás a un político marrullero, verás a un tipo frívolo, verás a un escritor excelente, verás a un cobarde, verás a un hombre muy culto… Siempre es lúcido, pero tiene una lucidez afectada por el sectarismo y la parcialidad.
   
–Si no se hubiera inmiscuido en política activa, ¿recordaríamos hoy en día su obra literaria e intelectual?
–Se habría olvidado. En el año 26 le dieron un Premio Nacional de Literatura y era un intelectual que en la literatura se desenvolvía bien; traducía maravillosamente del inglés y el francés, escribía crítica literaria y relacionaba conocimientos con muchísima altura. Sin embargo, no tenía público y las novelas no las conseguía acabar. Y eso a él le mataba. Decían en su círculo que era capaz de hacerse ministro solo para que lo leyera alguien…

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