Para
celebrar la misa es también necesaria la reverencia y la devoción.
Sabemos que el uso del manípulo fue introducido para enjugar las
lágrimas, porque antiguamente, tal era la devoción de los sacerdotes que
celebrando no hacían otra cosa que llorar. El celebrante, según ya se
ha dicho, representa la misma persona de Jesucristo: Sacérdos vice Christi vere fúngitur. (San Juan Crisóstomo, epístola 63 a Cecilio) La persona de Jesucristo profiere el sacerdote las palabras: Hoc est corpus meum: hic est calix sánguinis mei.
Esto no obstante, si bien se considera el modo con que muchos
sacerdotes celebran la misa, es cosa de llorar, y llorar lágrimas de
sangre.
Causa lástima el ver el desprecio que hacen de Jesucristo muchos
sacerdotes y aun algunos religiosos de las mismas órdenes reformadas.
Considérese cuál es la ordinaria atención de muchos eclesiásticos al
celebrar la misa. Perfectamente les cuadraría lo que de los sacerdotes
gentiles decía Clemente Alejandrino, esto es, que convertían el
cielo en una escena, y a Dios en el protagonista de la comedia: O impietatem! scenam cœlum fecístis, et
Deus factus est actus (Exhortación a los griegos)
Pero ¡que digo una comedia! ¡Oh, qué cuidado pondrian estos tales si
hubiesen de representar en la comedia! Y al celebrar la misa ¿qué
atención ponen? Palabras mutiladas, genuflexiones que tienen más visos
de desprecio que de reverencia, bendiciones que no puede conocerse que
lo sean: se mueven y se vuelven de un modo que casi provoca a risa;
complican las palabras con las ceremonias, anticipándolas antes del
tiempo que prescriben las rúbricas, las cuales según la recta opinion
son todas preceptivas, porque San Pío V en la bula que va unida al
misal, manda distrícte in virtúte sanctæ obœdiéntiæ, que la misa se celebre segun las rúbricas: Juxta ritum, modum et normam in Missáli præscríptam. Por
cuya razon el que falta en las rúbricas incurre en pecado, y este será
mortal si falta en materia grave. Y todo nace de la prisa que se trae
para concluir pronto.
¿Cómo dicen muchos la misa? como si el templo
amenazase desplomarse por momentos, o estuviese a punto de llegar una
cuadrilla de forajidos y no hubiese tiempo de huír. El mismo que habrá
perdido dos horas charlando inútilmente, o tratando de asuntos mundanos,
reserva toda la precipitación ¿para qué? para decir la misa. Y por
el mismo estilo que la comienzan, así siguen los tales a consagrar, y a
tomar entre las manos a Jesucristo, y a comulgarse, con tan poca
reverencia como si en verdad comiesen un pedazo de pan.
Convendría que
tuviesen siempre al lado quién les hiciese la advertencia que hizo el
venerable Juan de Ávila acercándose al altar, a un sacerdote que celebraba de
aquella manera: «Por caridad tratadle mejor, porque es Hijo de un buen
Padre». A los sacerdotes de la antigua ley les ordenó el Señor que
temblasen de reverencia al acercarse al santuario: Pavéte ad sanctuárium meum (Lev. XXVI, 2). ¿Y
en un ministro de la ley de gracia, que en el altar está en la
presencia real del mismo Dios, hablándole, teniéndole en sus manos,
ofreciéndole y alimentándose con su mismo cuerpo, es concebible tanta
irreverencia? El Deuteronomio (XXVIII, 15 y 16) amenaza con las más
terribles maldiciones al sacerdote negligente en observar las ceremonias
de unos sacrificios que no eran más que meras figuras del nuestro: Quod si audíre nolúeris vocem Dómini tui, ut custódias… cæremónias… vénient super te omnes maledictiónes iste… maledíctus eris in civitáte, maledíctus in agro. Santa Teresa decía: «Yo daría la vida por una sola ceremonia de la Iglesia». ¿Y
el sacerdote puede despreciarlas? Es doctrina del P. Suarez que la
omisión de una ceremodia prescrita en la misa no puede excusarse de
pecado; y según el parecer de muchísimos autores, un notable desprecio
de las ceremonias puede muy bien llegar a ser pecado mortal.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Selva de materias predicables (Joaquín Roca y Cornet, trad.), segunda parte, instrucción 1.ª “De
la celebración de la Misa”, numeral 10. 3ª
edición corregida y ampliada. Barcelona, Librería Católica de Pons y Cª,
1864. Págs. 131-133.
Reimprimátur por el P. José Senmartí, Vicario General del Obispado de
Barcelona, dado en Vich el 6 de Septiembre de 1864.
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