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domingo, 20 de marzo de 2022

DE LA IRREVERENCIA EN CELEBRAR LA MISA

Para celebrar la misa es también necesaria la reverencia y la devoción. Sabemos que el uso del manípulo fue introducido para enjugar las lágrimas, porque antiguamente, tal era la devoción de los sacerdotes que celebrando no hacían otra cosa que llorar. El celebrante, según ya se ha dicho, representa la misma persona de Jesucristo: Sacérdos vice Christi vere fúngitur. (San Juan Crisóstomo, epístola 63 a Cecilio) La persona de Jesucristo profiere el sacerdote las palabras: Hoc est corpus meum: hic est calix sánguinis mei. Esto no obstante, si bien se considera el modo con que muchos sacerdotes celebran la misa, es cosa de llorar, y llorar lágrimas de sangre.
    
Causa lástima el ver el desprecio que hacen de Jesucristo muchos sacerdotes y aun algunos religiosos de las mismas órdenes reformadas. Considérese cuál es la ordinaria atención de muchos eclesiásticos al celebrar la misa. Perfectamente les cuadraría lo que de los sacerdotes gentiles decía Clemente Alejandrino, esto es, que convertían el cielo en una escena, y a Dios en el protagonista de la comedia: O impietatem! scenam cœlum fecístis, et Deus factus est actus (Exhortación a los griegos) Pero ¡que digo una comedia! ¡Oh, qué cuidado pondrian estos tales si hubiesen de representar en la comedia! Y al celebrar la misa ¿qué atención ponen? Palabras mutiladas, genuflexiones que tienen más visos de desprecio que de reverencia, bendiciones que no puede conocerse que lo sean: se mueven y se vuelven de un modo que casi provoca a risa; complican las palabras con las ceremonias, anticipándolas antes del tiempo que prescriben las rúbricas, las cuales según la recta opinion son todas preceptivas, porque San Pío V en la bula que va unida al misal, manda distrícte in virtúte sanctæ obœdiéntiæ, que la misa se celebre segun las rúbricas: Juxta ritum, modum et normam in Missáli præscríptam. Por cuya razon el que falta en las rúbricas incurre en pecado, y este será mortal si falta en materia grave. Y todo nace de la prisa que se trae para concluir pronto.
   
¿Cómo dicen muchos la misa? como si el templo amenazase desplomarse por momentos, o estuviese a punto de llegar una cuadrilla de forajidos y no hubiese tiempo de huír. El mismo que habrá perdido dos horas charlando inútilmente, o tratando de asuntos mundanos, reserva toda la precipitación ¿para qué? para decir la misa. Y por el mismo estilo que la comienzan, así siguen los tales a consagrar, y a tomar entre las manos a Jesucristo, y a comulgarse, con tan poca reverencia como si en verdad comiesen un pedazo de pan.
   
Convendría que tuviesen siempre al lado quién les hiciese la advertencia que hizo el venerable Juan de Ávila acercándose al altar, a un sacerdote que celebraba de aquella manera: «Por caridad tratadle mejor, porque es Hijo de un buen Padre». A los sacerdotes de la antigua ley les ordenó el Señor que temblasen de reverencia al acercarse al santuario: Pavéte ad sanctuárium meum (Lev. XXVI, 2). ¿Y en un ministro de la ley de gracia, que en el altar está en la presencia real del mismo Dios, hablándole, teniéndole en sus manos, ofreciéndole y alimentándose con su mismo cuerpo, es concebible tanta irreverencia? El Deuteronomio (XXVIII, 15 y 16) amenaza con las más terribles maldiciones al sacerdote negligente en observar las ceremonias de unos sacrificios que no eran más que meras figuras del nuestro:  Quod si audíre nolúeris vocem Dómini tui, ut custódias cæremóniasvénient super te omnes maledictiónes istemaledíctus eris in civitáte, maledíctus in agro. Santa Teresa decía: «Yo daría la vida por una sola ceremonia de la Iglesia». ¿Y el sacerdote puede despreciarlas? Es doctrina del P. Suarez que la omisión de una ceremodia prescrita en la misa no puede excusarse de pecado; y según el parecer de muchísimos autores, un notable desprecio de las ceremonias puede muy bien llegar a ser pecado mortal.
   
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIOSelva de materias predicables (Joaquín Roca y Cornet, trad.), segunda parte, instrucción 1.ª “De la celebración de la Misa”, numeral 10. 3ª edición corregida y ampliada. Barcelona, Librería Católica de Pons y Cª, 1864. Págs. 131-133. Reimprimátur por el P. José Senmartí, Vicario General del Obispado de Barcelona, dado en Vich el 6 de Septiembre de 1864.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)