Por Austreberto Martínez Villegas
(Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta - Ciudad de Méjico) para
PERIÓDICO LA ESPERANZA (Parte 1 y Parte 2).
La Reforma y caída del Imperio (José Clemente Orozco, pintura al fresco, 1948). Puebla, Museo Nacional de Historia.
Como
es costumbre cada 21 de marzo, el Estado mejicano conmemoró el
natalicio del principal cabecilla del bando liberal decimonónico:
Benito Juárez. Sean gobiernos liberales o revolucionarios, de la
derecha de Acción Nacional, del nacionalismo revolucionario del PRI o
de la izquierda Morenista; toda la clase política considera una
obligación ineludible postrarse ante la memoria del principal artífice
de las llamadas Leyes de Reforma que consumaron la apostasía del Estado
en el siglo XIX, privándolo de su carácter confesional e implementando
el laicismo, como un avance decisivo en el proceso de fortalecimiento
de la modernidad política.
No
obstante, es necesario clarificar las razones por las cuales, desde la
perspectiva de la Tradición política, el legado de Juárez fue altamente
pernicioso tanto para el desarrollo normal de la vida espiritual de los
mejicanos como para su desenvolvimiento político y económico. Por otro
lado, sus alianzas y contubernios con el gobierno de Estados Unidos
pusieron en grave riesgo tanto la independencia política mejicana, como
la integridad del territorio.
Benito
Juárez, miembro desde hacía años atrás de la masonería, llegó a puestos
relevantes de la administración pública a partir de 1855 después de la
Revolución de Ayutla, en donde fungió como ministro de justicia e
instrucción pública. Una de sus primeras disposiciones fue promover en
noviembre de 1855 la llamada “Ley Juárez”, la cual estableció la
renunciabilidad del fuero eclesiástico (contraviniendo el derecho
canónico) y militar, ordenando que los tribunales civiles juzgaran a
clérigos y militares en casos de delitos civiles. Esta ley vendría a
imponer la centralización jurídica propia de la modernidad, eliminando
los últimos rastros de las leyes forales que habían estado presentes en
el derecho novohispano durante la época de unidad de la Nueva España con
la Monarquía Católica.
La
Reforma liberal desde luego no fue obra exclusiva de Benito Juárez,
pero su nombre se asocia con este periodo, debido a que la camarilla
que gobernaba el país compartía con el personaje mencionado, un mismo
odio revolucionario y antirreligioso, que pretendía borrar de la faz de
la comunidad política mejicana la saludable influencia de la religión,
para lo cual comenzaron a aprobarse nuevas disposiciones con la
aprobación del presidente liberal Ignacio Comonfort. Otra de las leyes
que se expidieron por esta época fue la Ley Lafragua de diciembre de
1855 que proclamó la libertad de prensa, dejando vía libre a la prensa
anticlerical, a la vez que se mantuvo una cláusula contra los que
atacaran la ley o los actos de autoridad, que sirvió como herramienta
de represión contra la oposición antiliberal.
Sin
embargo, la que sería una de las disposiciones más perniciosas fue la
llamada Ley Lerdo o de desamortización de bienes de «manos muertas» de
junio de 1856. Con ella se despojaba de la mayor parte de sus bienes
tanto a la Iglesia, so pretexto de su supuesta improductividad, como a
otras corporaciones civiles y a las comunidades indígenas. El golpe
contra la Iglesia tenía el objetivo de ahogarla económicamente e impedir
su obra de beneficencia social que realizaba a través de hospicios,
casas de menesterosos, asilos, hospitales, etc. Por otro lado, la
agresión contra las corporaciones civiles pretendían liquidar los
últimos gremios y cofradías. Esta ley también afectó gravemente a los
indígenas que fueron despojados de las tierras comunales que desde la
era novohispana les garantizaba el sustento, otorgándose así a unos
cuantos particulares, ligados al régimen liberal, la concesión de
amplias extensiones de tierra marcando el inicio del auge de los
latifundios y condenando a la miseria a los indígenas. Este proceso
destructivo tuvo su complemento con la promulgación de la Constitución
de 1857, en cuya redacción también participó Benito Juárez. Este
documento ahondó la descatolización de Méjico al proclamar la libertad
de enseñanza y su laicidad, la desautorización de los votos religiosos,
la supresión definitiva del fuero eclesiástico y los tribunales
especiales, y la negación de la capacidad de las corporaciones civiles y
eclesiásticas de poseer bienes raíces a excepción de los edificios
dedicados al servicio u objeto de la institución. Como puede observarse,
avanzaba a grandes pasos las tentativas de control absoluto del Estado
liberal sobre la institución eclesiástica.
Esta
situación suscitó amplias protestas de valientes prelados como
Clemente de Jesús Munguía de Michoacán, Antonio Plancarte y Labastida,
entonces obispo de Puebla, y del arzobispo de la Ciudad de Méjico Lázaro
de la Garza y Ballesteros, quien declaró que los funcionarios
católicos no podían jurar la Constitución. Inclusive el papa Pío IX se
pronunció contra las leyes liberales y contra la misma Constitución. Un
sector importante de mejicanos decidió enfrentarse con las armas ante
estas arbitrariedades del liberalismo y desde finales de 1857, se
proclamó el Plan de Tacubaya en donde el Partido Conservador encabezado
por Félix Zuloaga, Luis Gonzaga Osollo, Antonio de Haro y Tamariz y el
destacado militar Miguel Miramón decidió enfrentar con gallardía a la
tiranía anticatólica.
Después de una serie de acciones contradictorias de parte del presidente Comonfort, este terminó abandonando el poder y Benito Juárez quien a inicios de 1858 se desempeñaba como presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió el cargo presidencial, el cual conservó, no sin acciones autoritarias e ilegales, durante 14 años hasta su muerte en 1872.
Las acciones militares favorecieron gradualmente al bando conservador a lo largo de 1858 y 1859. Juárez terminó casi aislado en el puerto de Veracruz, en donde en julio de 1859 expidió las propiamente dichas Leyes de Reforma, que representaron un golpe decisivo en contra del papel primordial que hasta entonces había tenido la religión en la comunidad política mejicana. Dichas leyes establecieron la nacionalización de todos los bienes del clero, la supresión de todas las órdenes religiosas masculinas, la declaración del matrimonio como contrato civil, invalidando su carácter sacramental, el establecimiento del registro civil para controlar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones, la secularización de cementerios, la supresión de descansos laborales en diversas fiestas religiosas, la prohibición a funcionarios de gobierno de asistir como tales a ceremonias religiosas y la implantación de la libertad de cultos. Como se puede observar, estas leyes pretendían despojar a la Iglesia de buena parte de su influjo en los acontecimientos centrales de la vida de las personas y sustituir sus funciones a través de la acción del Estado.
Estando casi rodeado por los conservadores en Veracruz, Benito Juárez buscó el apoyo de Estados Unidos y firmó el llamado «Tratado Mc-Lane-Ocampo» con el cual Estados Unidos reconoció al gobierno de Juárez, y le daría su apoyo político, económico y en materia de armamento. A cambio, el tratado concedía a EE.UU. derechos perpetuos de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, y por caminos que irían de Nogales a Guaymas y de Camargo a Mazatlán. Adicionalmente se daba derecho a que estas vías estuvieran custodiadas por soldados estadounidenses quienes tendrían libertad para efectuar acciones militares cuando lo considerasen necesario. Otras disposiciones eran que los derechos aduanales cobrados en los puntos mencionados serían asignados según la decisión de Estados Unidos. Finalmente, el Tratado no se ratificó por el Congreso estadounidense, entre otros factores por las crecientes rivalidades entre el norte y el sur de dicho país; no obstante, se puso en grave riesgo la integridad territorial mejicana que pudo haber caído en manos del país norteamericano.
Aunado a lo anterior, el hecho decisivo en donde se mostró con claridad el apoyo de EE.UU., fue la Batalla de Antón Lizardo. A inicios de 1860, Miramón estuvo a punto de tomar el puerto de Veracruz por vía marítima, sin embargo, frente a las costas del poblado cercano de Antón Lizardo, tres embarcaciones estadounidenses; el Saratoga, el Wave, y el Indianola, atacan ilegalmente a las embarcaciones del ejército conservador obligándolo a retirarse. A partir de ese momento, aumentan los flujos de armamento para los liberales y da inicio el repliegue conservador que se consumará con la victoria juarista a finales de 1860.
No es ocasión en este artículo de hablar acerca de la actuación de Juárez frente al Segundo Imperio Mejicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo ni de los últimos años de vida en los que el caudillo liberal se aferró con firmeza y arbitrariedades al poder. No obstante, es viable al analizar lo narrado, concluir que Benito Juárez no fue el héroe que el sistema político mejicano pretende, sino que fue uno de los principales artífices de la consolidación del liberalismo enemigo de la religión y un hombre servil hacia los Estados Unidos, que fue capaz de poner en grave riesgo la integridad territorial mejicana.
Quizás las motivaciones del culto que las autoridades le rinden a Juárez, no son otra cosa que un símbolo de la triste aceptación y continuidad en la promoción de la laicidad de una comunidad social y política, lo cual representa la apostasía del Estado mejicano.
Después de una serie de acciones contradictorias de parte del presidente Comonfort, este terminó abandonando el poder y Benito Juárez quien a inicios de 1858 se desempeñaba como presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió el cargo presidencial, el cual conservó, no sin acciones autoritarias e ilegales, durante 14 años hasta su muerte en 1872.
Las acciones militares favorecieron gradualmente al bando conservador a lo largo de 1858 y 1859. Juárez terminó casi aislado en el puerto de Veracruz, en donde en julio de 1859 expidió las propiamente dichas Leyes de Reforma, que representaron un golpe decisivo en contra del papel primordial que hasta entonces había tenido la religión en la comunidad política mejicana. Dichas leyes establecieron la nacionalización de todos los bienes del clero, la supresión de todas las órdenes religiosas masculinas, la declaración del matrimonio como contrato civil, invalidando su carácter sacramental, el establecimiento del registro civil para controlar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones, la secularización de cementerios, la supresión de descansos laborales en diversas fiestas religiosas, la prohibición a funcionarios de gobierno de asistir como tales a ceremonias religiosas y la implantación de la libertad de cultos. Como se puede observar, estas leyes pretendían despojar a la Iglesia de buena parte de su influjo en los acontecimientos centrales de la vida de las personas y sustituir sus funciones a través de la acción del Estado.
Estando casi rodeado por los conservadores en Veracruz, Benito Juárez buscó el apoyo de Estados Unidos y firmó el llamado «Tratado Mc-Lane-Ocampo» con el cual Estados Unidos reconoció al gobierno de Juárez, y le daría su apoyo político, económico y en materia de armamento. A cambio, el tratado concedía a EE.UU. derechos perpetuos de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, y por caminos que irían de Nogales a Guaymas y de Camargo a Mazatlán. Adicionalmente se daba derecho a que estas vías estuvieran custodiadas por soldados estadounidenses quienes tendrían libertad para efectuar acciones militares cuando lo considerasen necesario. Otras disposiciones eran que los derechos aduanales cobrados en los puntos mencionados serían asignados según la decisión de Estados Unidos. Finalmente, el Tratado no se ratificó por el Congreso estadounidense, entre otros factores por las crecientes rivalidades entre el norte y el sur de dicho país; no obstante, se puso en grave riesgo la integridad territorial mejicana que pudo haber caído en manos del país norteamericano.
Aunado a lo anterior, el hecho decisivo en donde se mostró con claridad el apoyo de EE.UU., fue la Batalla de Antón Lizardo. A inicios de 1860, Miramón estuvo a punto de tomar el puerto de Veracruz por vía marítima, sin embargo, frente a las costas del poblado cercano de Antón Lizardo, tres embarcaciones estadounidenses; el Saratoga, el Wave, y el Indianola, atacan ilegalmente a las embarcaciones del ejército conservador obligándolo a retirarse. A partir de ese momento, aumentan los flujos de armamento para los liberales y da inicio el repliegue conservador que se consumará con la victoria juarista a finales de 1860.
No es ocasión en este artículo de hablar acerca de la actuación de Juárez frente al Segundo Imperio Mejicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo ni de los últimos años de vida en los que el caudillo liberal se aferró con firmeza y arbitrariedades al poder. No obstante, es viable al analizar lo narrado, concluir que Benito Juárez no fue el héroe que el sistema político mejicano pretende, sino que fue uno de los principales artífices de la consolidación del liberalismo enemigo de la religión y un hombre servil hacia los Estados Unidos, que fue capaz de poner en grave riesgo la integridad territorial mejicana.
Quizás las motivaciones del culto que las autoridades le rinden a Juárez, no son otra cosa que un símbolo de la triste aceptación y continuidad en la promoción de la laicidad de una comunidad social y política, lo cual representa la apostasía del Estado mejicano.
Austreberto Martínez Villegas, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.
A un odiador de la Iglesia como Benito Juárez, que quiso extirparla del corazón del pueblo mexicano con sus leyes inicuas y su apoyo a la herejía protestante procedente del vecino del Norte, le correspondió un final atroz: murió un día como hoy, 18 de Julio de 1872, a las 23:35h de un infarto cardíaco, privado de los sacramentos. Pero antes de esto, ya se sabía de dónde iría a parar su alma como el masón y anticatólico que fue:
ResponderEliminarEl primer obispo de León, monseñor José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos, oficiaba la Santa Misa en un templo de la ciudad de Irapuato y, de improviso, su semblante se cubrió de tristeza.
Una vez terminada la celebración, se le acercan sus familiares preguntándole la causa por la que había perdido tan de repente su tranquilidad habitual.
«He visto caer al infierno el alma de Benito Juárez», respondió el prelado.
Pocas horas después, al abrirse la oficina telegráfica, apareció la fatal noticia: «ANOCHE FALLECIÓ BENITO JUÁREZ».
Este relato lo recogió el sacerdote (luego obispo de Peoria, Estados Unidos) e historiador Joseph Henry Schlarman en su libro México, tierra de volcanes, libro que por años ha sido una alternativa a la “historia oficial” que ha dado a distintos monumentos, calles, plazas, ciudades, y al billete de 500 pesos mexicanos el nombre y el rostro de semejante ídolo con semejantes pies de barro.
Aun sin que mediase fenómeno sobrenatural, tiene sentido que se haya condenado. Por lo general, los pecadores obstinados mueren en impenitencia final; y en caso de los masones, sus hermanos de logia los rodean en sus lechos de muerte para impedir que un sacerdote católico los confiese y absuelva de la excomunión en que se encuentran.
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