Rescatado de ACCADEMIA NUOVA ITALIA. Traducción propia.
EL PADRE PÍO MURIÓ DE DOLOR VIENDO LA SECTA CONCILIAR
Por Francesco Lamendola.
Hay una cosa que todos, o casi todos, los devotos y los admiradores del Padre Pío de Pietrelcina saben, pero que nadie, o casi nadie, osa expresar en alta voz. Podremos expresarla mediante una serie de preguntas: ¿Por qué el padre Pío, con un temperamento sereno y afectivo por naturaleza, aparecía tan frecuentemente turbado y sufriente? ¿Por qué aquel velo de melancolía posado casi constantemente sobre su mirada buena? ¿Qué provocaba en él aquellas tristezas improvisas, aquellos desconciertos y aquellos silencios cargados de preocupación? En resumen: ¿Qué volvía su mirada tan angustiada, casi una máscara de dolor? Es fácil responder: el sufrimiento físico ligado a su condición de estigmatizado. Y se puede agregar: la amargura por la persecución que viene, por décadas, sometida, y las sospechas malévolas envenenaron su existencia terrena. Más: su ardiente misticismo y su espíritu ascético, que lo empujaba a identificarse con la Pasión del Señor, en particular cada vez que celebraba la santa Misa (y que, con él, podía durar hasta tres horas, tanto era arrebatado en éxtasis, que perdía la noción del tiempo.
El padre Pío de Pietrelcina: la suya no fue una muerte natural: murió de angustia por lo que estaba sucediendo en la Iglesia, ¡se ofreció en holocausto, víctima inocente por las culpas de los católicos apóstatas!
Los más audaces se impulsan a admitir que él se había ofrecido a Dios en holocausto, que había ofrecido sus sufrimientos cual reparación por los pecados de los hombres y para interceder por su salvación. Y sin duda alguna que esta respuesta contiene una parte de verdad. Ninguna, sin embargo, a nuestro modesto parecer, da plenamente en el signo: la respuesta más precisa no es ninguna de estas. La respuesta más completa es esta: él sufría atrozmente, en lo profundo del alma, porque presentía que tiempos terribles se estaban avecinando no solo para toda la humanidad, que se estaba alejando siempre más de Dios, pero especialmente para la santa Iglesia, en la cual una secta malvada estaba tramando por poseerla, con el fin preciso y diabólico de subvertirla desde adentro. ¿Y cómo habría podido no tener plena consciencia, precisamente él, que, más allá de las visiones y a la cercanía espiritual con el Señor, había experimentado sobre sí, por gran parte de su vida, la malevolencia, la perfidia, la calumnia y la persecución sistemática y despiadada por parte de sus mismos superiores, y con el bienestar, o con la culpable indiferencia, de las más altas esferas eclesiales?
Cuando después vino el Concilio Vaticano II; cuando vino la denominada reforma litúrgica, en realidad una revolución ideada y efectuada por el arzobispo masón Annibale Bugnini, con la tácita o explícita cobertura de Pablo VI; cuando en la verdadera religión católica inició a sustituirse una nueva y falsa religión, la religión modernista y conciliar, que ignoraba o rechazaba casi todo de la Tradición y que, como el protestantismo, ponía en el centro el hombre y reducía la fe a una relación subjetiva y sentimental entre el hombre y Dios, él vio confirmados sus temores y comprendió que el veneno de la herejía, que por décadas arrastraba dentro del cuerpo de la Iglesia para hacerse su camino hasta el vértice, había llegado hasta el corazón de la Esposa de Cristo y que la pérfida secta estaba triunfando en su intento, gozando, como caballo de Troya, un falso espíritu de conciliación con el mundo, y ondeando palabras como ecumenismo, diálogo interreligioso y libertad religiosa, que hasta aquel momento habían tenido, en la teología y en la doctrina católica, un significado diametralmente opuesto. Y para tener claro lo que el Padre Pío de Pietrelcina pensaba del Concilio y de todas sus abrumadoras novedades, sea suficiente esto: que él pidió y obtuvo, hasta el último día de su vida, poder seguir la celebración de la Santa Misa según el rito antiguo y no según el novus ordo de Pablo VI. Pues pensamos que el ver, único o casi único en medio de los ciegos, el mal que avanzaba a grandes pasos; el ver el espectáculo miserable de una turba de clérigos irresponsables que acogían festivos todas las innovaciones, hasta las más horribles y repulsivas, como otros tantos dones del “espíritu”, mas no se sabe bien de cual espíritu, no ciertamente del Espíritu Santo; el ver la culpable imprudencia y el general oscurecimiento que hacía cambiar la toma al mundo de la Iglesia por el inicio de una nueva y extraordinaria etapa de evangelizacióne, había hecho sangrar el corazón del santo fraile de Pietrelcina y había acelerado su muerte.
El Padre Pío de Pietrelcina sufría atrozmente, en lo profundo del alma, porque presentía que tiempos terribles se estaban avecinando no solo para toda la humanidad, que se estaba alejando siempre más de Dios, ¡pero especialmente para la santa Iglesia, en la cual una secta malvada estaba tramando por poseerla, con el fin preciso y diabólico de subvertirla desde adentro!
Quien sí está mayormente cercano a este secreto de la vida del Padre Pío, que después no era tan secreto porque el santo no escondió lo que pensaba de la denominada renovación conciliar, sino que siempre fue políticamente incorrecto hacer explícito, es el periodista Antonio Socci, el cual identifica el “punto de ruptura” entre el Padre Pío y la “nueva” iglesia que avanza en las reacciones indignadas y descompuestas de una parte del clero y del mundo católico a la encíclica Humánæ vitæ del 25 de Julio de 1968 –el santo capuchino habría muerto apenas algunos meses después, el 23 de Septiembre– y que escribió en su libro Il segreto di Padre Pio (Milán, Rizzoli, 2007, pags. 259-260):
«Las mismas circunstancias de la muerte del fraile estigmatizado podrían ocultar un misterio, una oblación de sí mismo que mira precisamente al Papado. De hecho, la situación de la Iglesia, en aquel otoño de 1968, era tensísima. Precisamente diez días antes de morir, el 12 de Septiembre de 1968, el Padre enviaba una carta pública alpapaPablo VI.El hecho es del todo insólito y va comprendido. Nunca el Padre Pío había hecho algo semejante. ¿Cuáles eran las razones? Principalmente la terrible crisis que estaba explotando en la Iglesia. El postconcilio, como llegó a decir Pablo VI, se reveló ser, en vez de la aurora de un día soleado, una jornada oscura y tempestuosa. Sobre todo con la publicación de la enciclica “Humánæ vitæ”, sobre el crecimiento demográfico del mundo y sobre la moral sexual, explotó toda la carga de rebelión al papado que estaba incubando dentro de la Iglesia, también entre teólogos y pastores».
El Padre Pío de Pietrelcina dio al padre Luigi Villa su bendición y el mandato espiritual de conducir sus peligrosas investigaciones para desenmascarar a los clérigos felones, como Bugnini.
Y siempre el mismo Socci, en su libro sucesivo I segreti di Karol Wojtyła (Milán, Rizzoli, 2008, págs. 98-100; 101):
«El Padre Pio, con aquel gesto clamoroso de la carta, corrió en defensa del papado y de la Iglesia amenazada por una de las peores crisis de su historia. Esto explica la excepcionalidad de su iniciativa.El Padre Pio invitó a la orden capuchina a estar cerca del Santo Padre, después ofreció sus oraciones y sufrimientos cotidianos “como pequeño, pero sincero pensamiento” del último de sus hijos, en reparación de los tantos sufrimientos infligidos al papa que padecía “por los destinos de la Iglesia, por la paz del mundo, por las tantas necesidades de los pueblos, pero sobre todo por la falta de obediencia de algunos, incluso católicos”.A este propósito le agradeció por la “palabra clara y decidida” pronunciada con la “Humánæ vitæ” y solemnemente escribió: “Reafirmo mi fe, y mi obediencia incondicionada a Vuestras directrices iluminadas”. Pidiendo finalmente su bendición apostólica para sí, sus cofrades, para los hijos espirituales, los grupos de oración y las iniciativas de caridad.No era solo un respaldo: Padre Pío se ofrecía ahora, y esta vez en modo definitivo, como víctima en defensa del Papa y de la Iglesia en un momento dramático de su historia. Y en realidad así inmoló su vida como había pedido caai desde su consagración sacerdotal (después de 50 años exactos de crucifixión, como le fue predicho). De hecho, diez días después de aquella carta a Pablo VI, transcurrido el 50° aniversario de sus estigmas (el 20 de Septiembre), el Padre Pío murió improvisamente.El sentido de aquella muerte ofrecida se colige por las palabras de Pablo VI, el 15 de Febrero de 1970: “También la Iglesia tiene la necesidad de ser salvada por alguien que sufre, por alguien que lleve dentro de sí la Pasión de Cristo”.Una hija espiritual del capuchino como Cleonice Morcaldi testificó que entonces un prelado vaticano, poco después de la muerte del fraile, le dijo: “El Padre Pío ha muerto de angustia por lo que sucede en la Iglesia de Dios”. Y otros testimonios han añadido las consideraciones dramáticas que el santo hacía sobre el extravío del mundo ecclesiastico: “Un hecho en los últimos días de la vida lo hacía sufrir: ‘¡Se calla frente al mal! ¡No se habla más del más allá; no existen más los Novísimos!’”.(…)No podemos saber de cuántos males el sacrificio del padre Pío había protegido la Iglesia y el papa. De seguro en aquellos años el asalto al papado y a Iglesia fue tal que se podía temer pudiese verdaderamente prevalecer. Del resto fue la Virgen en persona, apareciendo a la mística Luigina Sinapi, hija espiritual del padre Pío cuyo proceso de beatificación está en curso, a revelar el sentido y el valor del sacrificio del padre Pío en aquel tiempo: “Quería una gran víctima en los momentos actuales de la Iglesia”».
El Padre Pío estaba literalmente angustiado por la deriva modernista de la Iglesia católica, aparecida en toda su dramática evidencia después de la publicación de la Humánæ vitæ. ¡Era 1968, y comenzaban a despuntar, como homgos venenosos después de la lluvia, los primeros frutos del Concilio!
Este es un aspecto que, no por casualidad, viene omitido por la mayoría de los estudiosos católicos, y particularmente de aquellos del área progresista, vale decir el 90% y más de cuantos tienen acceso al gran público mediante las grandes casas editoriales, las revistas y las redes televisivas: el Padre Pío estaba literalmente angustiado por la deriva modernista de la Iglesia católica, aparecida en toda su dramática evidencia después de la publicación de la Humánæ vitæ. Era 1968, y comenzaban a despuntar, como homgos venenosos después de la lluvia, los primeros frutos del Concilio. Teólogos como Rahner, Küng o Schillebeeckx, desafiaban abiertamente el Magisterio y pretendían modificarlo y rehacerlo cada vez que no se adaptaba a sus planes revolucionarios. En efecto, el papado era ya “suyo”, porque sería un gravísimo error de perspectiva histórica considerar a Juan XXIII y Pablo VI extraños a la revolución modernista y a la penetración de las logias masónicas en la cima de la Iglesia; y aun los primeros papas de la nueva era, digamos también de la nueva religión conciliar, tal vez apuntaban los pies, hacían un poco de resistencia, como en el caso de Pablo VI con la Humánæ vitæ en el ámbito de la cuestión demográfica y de la esfera sexual; entonces pronto la secta conciliar se ponía a gruñir y a mostrar los dientes. Lo hemos visto, en formas aún más explícitas y desconcertantes, durante el pontificado de Benedicto XVI, cuando no había casi un acto o palabra suya del pontífice que no desencadenase las furias del infierno parte dei teólogos y de obispos ultraprogresistas, ecumenistas y fautores de la “iglesia en salida”, los cuales veían en él a un protervo reaccionario, un obstáculo en el camino de la plena aplicación del Concilio, también un fomentador de odio hacia los no católicos. Piénsese solo en las reacciones de ciertos prelados alemanes al discurso de Ratisbona, cuando, totalmente en mala fe, alguno pensó de acusar al papa de anti-islamismo e hizo en modo que medio nundo se movilizase contra él, comenzando por la canciller Ángela Merkel, que nunca perdió la ocasión para señalarlo con el dedo, bien por un presunto comportamiento anti-islámico, bien por una presunta complacencia hacia los negadores de la Shoá, como se vio en la época del caso Williamson.
Para tener claro lo que el Padre Pío de Pietrelcina pensaba del Concilio y de todas sus abrumadoras novedades, sea suficiente esto: que ¡él pidió y obtuvo, hasta el último día de su vida, poder seguir la celebración de la Santa Misa según el rito antiguo y no según el novus ordo de Pablo VI!
Pues bien, el Padre Pío vio avanzar la fangosa marea negra: no la previó, la vivió y consideró todo su trágico alcance; comprendió que para la Iglesia se estaba avecinando a grandes pasos la hora del cimiento supremo, y que el peligro mortal estaba llegando desde su interior, no de fuera; y sufrió como una verdadera pasión, como sufría física y moralmente por la Pasión de Cristo cada vez que celebraba el Sacrificio eucarístico. Por esto se ofreció en holocausto, víctima inocente por las culpas de los católicos apóstatas. La suya no fue una muerte natural: murió de angustia por lo que estaba sucediendo en la Iglesia. Había sopportado la propia persecución por toda la vida, sin protestar; pero no soportó ver que, en la persona del papa, se quería perseguir otra vez a Jesucristo. Recuérdese que era un místico, pero con pies bien plantados en la tierra: estaba bien informado y poseía una no escasa cultura teológica, por lo que entendía perfectamente que la secta conciliar estaba realizando una verdadera y propia distorsión de la doctrina; sabía además que esto se debía a un factor preciso: la masonería infiltrada en la Iglesia. Por esto dio al padre Luigi Villa su bendición y el mandato espiritual de conducir sus peligrosas investigaciones para desenmascarar a los clérigos felones, como Bugnini. Pero el mal era ya demasiado avanzado: la B’nai B’rith había ya impuesto la su agenda en el Concilio, y ahora era imposible volver atrás y recuperar la justa perspectiva, no tanto hacia el judaísmo, sino hacia el mismo concepto de libertad religiosa, plegado a una terrible falsificación en nombre del dialágo. Nosotros personalmente hemos conocido sacerdotes ancianos y santos, cultos y llenos de caridad, que murieron de angustia ante el espectáculo de la Iglesia ocupada y desfigurada por estos criminales. Estamos persuadidos que también los cardenales Caffarra y Meisner murueron por el mismo motivo: de dolor y angustia, después que Bergoglio había rechazado responderles e incluso recibirlos en privado. Y estamos otro tanto convencidoa que Socci ha dado en el blanco: el gran corazón del padre Pío, que había enfrentado impácido cien batallas, incluso con el diablo en persona, no resistió ante el pensamiento desgarrador que satanás entraba triunfante en la Iglesia…
Este es otro elemento que a grandes rasgos se suma al caso del Padre Pío. La angustia que sentía por la situación de la Iglesia como se muestra en este artículo, sumado al envenenamiento perpetrado por el guardián del convento, Fray Carmelo de San Giovanni al Galdo, siguiendo órdenes que se remontan al mismo Montini (lo más probable y factible, como quiera que se negaran a hacerle la necropsia que solicitó su hermana Sor Pía de la Virgen Dolorosa OSS), como las causas de su muerte, como se dijo en su momento: https://caballerodelainmaculada.blogspot.com/2018/07/no-es-cuerpo-incorrupto-del-padre-pio.html
ResponderEliminarA los tartufos que les parezca escandaloso y nos desean tanto el Infierno (como que de estar allá conocen cada pie de aquella república), sepan que si el Padre Pío en vida no transó en materia doctrinal y moral, mal se puede esgrimirlo después de muerto (y encima usando historias falsas como el inexistente “exhorto a la obediencia” que le dirigió a Mons. Lefebrve cuando éste fuera a visitarlo a San Giovanni Rotondo) para demandarnos obediencia a los usurpadores conciliares, quienes por sus apostasías y herejías se han hecho inmerecedores de esta: https://wwwmileschristi.blogspot.com/2017/09/la-instrumentalizacion-del-padre-pio.html
Excelente, como todos los contenidos del blog.
ResponderEliminarJarabo