Reflexión de Carlos Esteban para INFOVATICANA.
El Congo que visita el Papa posee el 80% del coltán que existe en el planeta, un componente esencial para baterías recargables de coches eléctricos, turbinas de parques eólicos y otros productos básicos de las energías renovables, y también la causa de unas de las situaciones de explotación más dramáticas (y silenciadas) del mundo.
Se le podría llamar “la cara oscura” –diabólica– de la ‘revolución verde’ que supuestamente debe salvarnos del apocalipsis climático contra el que todos claman, desde Greta Thurnberg al propio Pontífice. Es el coltán (columbita-tantalita), un material en el que, junto con el litio, es riquísimo el territorio congoleño que visita el Papa, y también motivo para incontables guerras continuas y un sistema implacable de explotación y esclavitud.
La República Democrática de Congo posee el 80% de las reservas mundiales de este nuevo ‘material milagroso’, pero cada kilo de coltán le cuesta la vida a dos personas en el Congo. El coltán financia la tragedia del país, donde más de 120 grupos armados se lucran de la extracción ilegal de coltán para comprar armas con las que cometen masacres masivas sobre poblaciones civiles, violan indiscriminadamente a mujeres y niñas y secuestran a niños para convertirlos en máquinas de matar.
Aunque la explotación infantil y el genocidio son los problemas más graves en el conflicto del coltán, paradójicamente la extracción de este material vital para la ‘energía verde’ está destruyendo el medio ambiente del país donde se extrae. El Congo alberga, después del Amazonas, el segundo pulmón más grande del mundo, con 100 millones de hectáreas de selva y el 70% del agua dulce de África. Según Greenpeace, los bosques de África Central retienen el 8% del carbono almacenado en el planeta, por lo que su deforestación liberaría 34.400 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO₂), 65 veces las emisiones de España en un año.
Y la minería del coltán hace inevitable la deforestación, no solo para acceder a los yacimientos sino, además, para aprovechar la madera con la que construir las barracas de los mineros, usar leña para cocinar y calentar, utilizar la corteza para fabricar las bandejas con las que se lava el coltán y las lianas para transportarlo.
En este sentido, el Congo es el país perfecto para recordar las paradojas de una revolución de la que solo quieren que veamos la parte más halagüeña. Y es también el ejemplo perfecto de una lección intemporal, a saber, no hay soluciones sencillas para problemas complejos.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)