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lunes, 24 de abril de 2023

PAGLIA: «EL SUICIDIO ASISTIDO AYUDARÍA AL BIEN COMÚN»


En el marco del Festival de Periodismo de Perusa (Italia) el 21 de Abril, el arzobispón Vincenzo Paglia Cinelli, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, participó en el debate sobre «El último viaje (hacia el final de la vida)», donde dio la siguiente intervención (texto tomado de IL RIFORMISTA; traducción de INFOCATÓLICA):
HA LLEGADO EL MOMENTO DE UNA LEY SOBRE EL SUICIDIO ASISTIDO
   
En primer lugar, quisiera señalar que la Iglesia católica no tiene un paquete de verdades preconfeccionado, como si fuera una distribuidora de píldoras de verdad. El pensamiento teológico evoluciona en la historia, en diálogo con el Magisterio y la experiencia del pueblo de Dios (sensus fídei fidélium), en una dinámica de enriquecimiento mutuo. La intervención y el testimonio de la Iglesia, en la medida en que participa también en el debate público, intelectual, político y jurídico, se sitúa en el plano de la cultura y del diálogo entre las conciencias. La aportación de los cristianos se realiza dentro de las distintas culturas, ni por encima –como si poseyeran una verdad dada a prióri– ni por debajo –como si los creyentes fueran portadores de una opinión respetable, pero ajena a la historia, «dogmática» de hecho, por tanto inaceptable–. Entre creyentes y no creyentes existe una relación de aprendizaje mutuo.
     
Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurrió con el tema de la pena de muerte: debido al cambio de las condiciones culturales y sociales, debido a la maduración de la reflexión sobre los derechos, el Papa cambió el catecismo. Mientras que antes no se excluía que hubiera circunstancias en las que pudiera ser legitimada, hoy ya no la consideramos permisible, bajo ninguna circunstancia. Como creyentes, nos planteamos, pues, las mismas preguntas que preocupan a todos, sabiendo que estamos en una sociedad democrática pluralista. En este caso, en relación con el final de la vida (terrenal), nos encontramos, como todos, ante una pregunta común: ¿cómo podemos (juntos) lograr la mejor manera de articular el bien (nivel ético) y lo justo (nivel jurídico), para cada persona y para la sociedad?
    
Para responder a esta pregunta, un primer punto fundamental es cómo entendemos la libertad. La reflexión teológica ha desarrollado una concepción de la persona que parte de un dato reconocible para todos, a saber, que estamos, desde el principio, insertos en un contexto de relaciones que nos hacen solidarios unos de otros. Nuestra identidad personal es estructuralmente relacional. Nos dimos cuenta de ello con una evidencia casi brutal durante la pandemia: el comportamiento de cada uno tiene (tenía) repercusiones en los demás. Todos somos interdependientes, estamos vinculados unos a otros.
   
Incluso la vida humana, que cada uno de nosotros (en tanto que generada) recibe de los demás, no es por tanto reducible únicamente al objeto de una decisión que se limita a la esfera privada e individual: somos responsables ante los demás, sobre los que repercuten nuestras elecciones (y viceversa). La libertad humana, para ejercerse correctamente, debe tener en cuenta las condiciones que le han permitido surgir y asumirlas en su quehacer: en la medida en que está precedida por otros, es responsable ante ellos. Por eso la autodeterminación es fundamental, pero al mismo tiempo no es absoluta, sino siempre relativa (a los demás). En lo que respecta a las decisiones sobre la muerte, esto no significa volver al viejo paternalismo médico, sino hacer hincapié en una interpretación de la autonomía relacional y responsable.
    
Hacer hincapié de forma abstracta en la autodeterminación lleva a subestimar la influencia recíproca que se produce a través de la cultura compartida y las circunstancias concretas: las peticiones aparentemente libres son en realidad el resultado de un mandato social [a menudo impulsado por la conveniencia económica]. Como se desprende de la experiencia de los países en los que se permite la «muerte médicamente asistida (médica)», el número de personas ingresadas tiende a ampliarse: a los pacientes adultos competentes se suman pacientes cuya capacidad de decisión está mermada, a veces gravemente [pacientes psiquiátricos, niños, ancianos con deterioro cognitivo]. Así, han aumentado los casos de eutanasia involuntaria y de sedación paliativa profunda sin consentimiento. El resultado global es que estamos asistiendo a un resultado contradictorio: en nombre de la autodeterminación, se está estrangulando el ejercicio real de la libertad, especialmente para los más vulnerables; el espacio de autonomía se está erosionando gradualmente.
    
En un momento en que la muerte se acerca, creo que la principal respuesta es la del acompañamiento. Y el primer paso para acompañar es escuchar las preguntas, a menudo muy incómodas, que surgen en esta fase tan delicada. Debemos admitir que no estamos preparados para morir, es más, quizá podríamos decir que cierta superficialidad en la forma de afrontar las cuestiones fundamentales del sentido de la existencia también nos hace no estar preparados para vivir. Sin embargo, permanecer cerca (convertirse en prójimo) nos lleva a cuestionarnos a nosotros mismos. Los acompañantes se ven invadidos por las mismas preguntas que experimentan los acompañados: el sentido de la vida y del sufrimiento, la dignidad, la soledad y el miedo a ser abandonados.
    
Se trata, sin duda, de aliviar el dolor y de promover la cultura de la medicina paliativa, que renuncia a curar y sigue ocupándose de la persona enferma, con todas sus necesidades, y de su familia. Sabemos que así en muchos casos desaparece la demanda de eutanasia; pero no siempre. Y es una cuestión con muchas implicaciones, en la que juegan diversos factores relativos a la culpa, la vergüenza, el dolor, el control, la impotencia. El juego de proyecciones entre el enfermo y el cuidador es muy intrincado: distinguir entre «sufre demasiado» y «sufro demasiado para verle así» no es nada fácil, del mismo modo que es muy exigente tomarse en serio la petición de una relación que ayude a vivir la radical soledad del morir. El acompañamiento en este contexto exige, pues, un gran trabajo sobre uno mismo, no sólo a nivel personal, sino también a nivel social y cultural, sobre el propio ser solidario en la limitación, la separación y el paso de la muerte.
    
En este contexto, no hay que descartar que en nuestra sociedad sea factible una mediación legal que permita la asistencia al suicidio en las condiciones especificadas por la Sentencia 242/2019 del Tribunal Constitucional: la persona debe estar «mantenida en vida mediante tratamiento de soporte vital y afectada por una patología irreversible, fuente de sufrimiento físico o psíquico que considere intolerable, pero plenamente capaz de tomar decisiones libres y conscientes». El proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados (pero no por el Senado) iba básicamente en este sentido. Personalmente, no practicaría la asistencia al suicidio, pero entiendo que la mediación legal puede ser el mayor bien común concretamente posible en las condiciones en que nos encontramos.
   
Mons. Vincenzo Paglia
En su intervención, donde toda mención a Dios y la Escritura brillan por su ausencia, se observa a boca de cañón que Paglia niega que la Iglesia Católica es Columna y Apoyo de la Verdad (1.ª Timoteo III, 15), sino que sus posiciones teológicas evolucionan con el tiempo y que son apenas una opción entre tantas. Resumido, Paglia reafirma la herejía modernista y el relativismo.
   
A efectos de ilustrar su punto, Paglia trae a colación el tema de la pena de muerte, que Bergoglio había declarado inadmisible, contrariando la doctrina católica al respecto. Posteriormente pasa al tema de la eutanasia presentándola como «un tema de interés común» y del cual se deben tomar decisiones teniendo en cuenta que la vida es simplemente una red de relaciones y roles, usando la coronaplandemia como ejemplo.
  
Hablando del acompañamiento a los enfermos en estado terminal y que optan por el suicidio asistido, en Enero de 2020, refiriéndose al documento «Actitud pastoral sobre la práctica del suicidio asistido»  de la Conferencia de Obispos Católicos de Suiza (es de advertir que en el art. 115 del Código Penal suizo, el suicidio asistido está despenalizado siempre que sea por razones «no egoístas»), en el cual se establece que el agente pastoral debe retirarse de la habitación, no asistir al paciente mientras el pentobarbital hace efecto, y hasta negarle los últimos ritos, Paglia dijo: «Acompañar o coger de la mano a alguien que está muriendo es un deber de todo creyente. Nadie puede ser abandonado, incluso si estamos en contra del suicidio asistido».
  
Finalmente, Paglia dice que el suicidio asistido debe ser ley, y cita el proyecto de ley que se debatía en el Parlamento italiano, luego de la sentencia 242/2019 del 25 de Septiembre de 2019 por el Tribunal Constitucional sobre el “caso Marco Cappato-Fabio Antoniani” (Fabio Antoniani sufrió en 2014 un accidente de tráfico que lo dejó tetrapléjico, ciego y con fuertes dolores, y viajó a Suiza acompañado del activista pro-eutanasia y miembro del Partido Radical Marco Cappato para practicarse la eutanasia allá), que declaró inexequible el artículo 580 del Código Penal en el caso que la persona que solicite el suicidio asistido esté «mantenida en vida mediante tratamiento de soporte vital y afectada por una patología irreversible, fuente de sufrimiento físico o psíquico que considere intolerable, pero plenamente capaz de tomar decisiones libres y conscientes».
  
Paglia dice que, ante el actual estado de cosas en Italia, legalizar el suicidio asistido sería la solución que más ayuda al «bien común». Bueno, entonces según su planteamiento pagliano, la «Aktion T4», el programa de eutanasia de la Alemania nazi que mató entre 275.000 y 300.000 enfermos mentales y personas en discapacidad recluidas en hospitales y asilos bajo el concepto que era una «vida indigna de ser vivida», era una medida en pro del «bien común» de la raza aria y de la nación alemana (su contemporánea, la Aktion 14f13, no lo fue tanto: simplemente, si los prisioneros no podían trabajar en el campo de concentración, los mataban en la cámara de gas –de hecho, 14f13 significaba “muerte en el campo de concentración por la cámara de gas” en el código de las SS–). Programa que fue enérgicamente condenado por el cardenal Clemente Augusto von Galen en su sermón del 3 de Agosto de 1941:
«¿Tenemos tú y yo derecho a vivir sólo mientras seamos “productivos”, sólo mientras seamos considerados como tales?
  
Pobres de nosotros si se llega a aceptar como principio fundamental que está permitido matar a las personas “improductivas”; ¡pobres de nosotros, cuando seamos viejos y débiles! Si está permitido matar a las personas “improductivas”, entonces, ¡pobres de los inválidos, que habiendo entregado sus fuerzas, sus huesos sanos a los procesos de la producción, quedaron ahí mismo inválidos! Si se puede eliminar violentamente a nuestros prójimos improductivos, entonces, ¡pobres de nuestros valientes soldados que regresan del campo de batalla como inválidos, y gravemente heridos!
     
Cuando se comienza a aceptar que los hombres tienen derecho a matar vidas “improductivas” –y cuando esto sucede con pobres e indefensos enfermos mentales–, entonces se despenaliza básicamente el crimen frente a todos los que puedan parecer improductivos, es decir, los enfermos incurables, los inválidos imposibilitados de trabajar, los inválidos a causa de las guerras o de accidentes laborales, y todos nosotros cuando seamos ancianos y débiles, y por lo mismo incapaces de producir. Entonces sólo se necesita una orden secreta diciendo que lo que se decide respecto de los enfermos mentales hay que extenderlo a todos los otros improductivos, ya sean ellos enfermos del pulmón incurables, ancianos débiles, inválidos por causas de su trabajo, soldados gravemente heridos en la guerra. Entonces ninguno de nosotros, nadie, puede estar seguro de poder seguir viviendo. Cualquier comisión está facultada para ponernos en la lista de los improductivos, juzgándonos indignos de vivir, porque nuestra vida ya no vale nada. ¡Y ninguna policía podrá protegernos, y ningún tribunal se encargará del crimen buscando y castigando a los asesinos!
  
Si es así, ¿quién puede seguir confiando en los médicos? Tal vez ellos declaran al enfermo como “improductivo” y reciben la orden de matarlo. No podemos imaginarnos en qué medida se corromperán las costumbres, en qué medida va a crecer la desconfianza entre las personas, incluso en las familias, si se tolera esta práctica espantosa, si se la acepta y se la lleva a cabo. ¡Ay de las personas, ay de nuestro pueblo alemán si se viola el santo mandamiento de Dios: ”No matarás”, proclamado por Él como nuestro Dios y Creador e inscrito en la conciencia de los hombres en la teofanía del Sinaí, y si esta violación se tolera y se practica impunemente!
   
[…]
   
“¡No matarás!”. Dios ha escrito este mandamiento en la conciencia de los hombres mucho antes de que un código penal amenazara el crimen con la pena máxima, mucho antes de que la fiscalía estatal y los tribunales investigaran y castigaran el crimen. Caín, quien mató a su hermano Abel, fue declarado criminal mucho antes de que existieran la institución del estado y de los tribunales. Y él, acosado por su propia conciencia, reconoció: “Mi falta es más grande que el perdón que yo pudiera obtener… todo el que me encuentre me matará por criminal” (Gén. 4, 13).
 
“¡No matarás!” Este mandamiento de Dios, el único Señor que posee el derecho de decidir acerca de la vida y de la muerte, ha sido inscrito en el corazón de los hombres desde el principio, muchísimo antes de que el mismo Dios les anunciara a los hijos de Israel en el Sinaí su código moral con esas breves sentencias lapidarias, grabadas en la piedra, que la Biblia ha conservado, que nosotros aprendimos en el catecismo siendo todavía niños».
Tanta fue la polémica que la Academia contra (que no para) la Vida salió a defender a su presidente con el siguiente comunicado:
   

TRADUCCIÓN
En relación con el discurso de Mons. Vincenzo Paglia, Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, pronunciado el miércoles 19 de abril en el Festival Internacional de Periodismo de Perusa, y con respecto a las interpretaciones incorrectas del pensamiento de Mons. Paglia, la Oficina de Prensa de la Pontificia Academia para la Vida especifica lo siguiente.
   
Mons. Vincenzo Paglia, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, reitera su «no» a la eutanasia y al suicidio asistido, en pleno apego al Magisterio.
    
En su discurso, en el que abordó todo el tema del final de la vida, Monseñor Paglia finalmente mencionó, sin desarrollarlo, la Sentencia del Tribunal Constitucional italiano 242/2019 y la situación específica italiana. El Tribunal Constitucional confirma el suicidio asistido como delito. Luego enumera cuatro condiciones específicas y particulares en las que se despenaliza el delito. En este contexto preciso y específico, Monseñor Paglia explicó que a su juicio es posible una «mediación jurídica» (ciertamente no moral) en el sentido señalado por la Sentencia, manteniendo el delito y las condiciones en que se despenaliza, ya que el mismo Tribunal Constitucional pidió al Parlamento que legisle. Para monseñor Paglia es importante que la Sentencia afirme que el delito sigue siendo el mismo y no está abolido. Cualquier otra consideración es engañosa.
   
Ciudad del Vaticano, 24 de Abril de 2023
En una palabra: «todo es un gran mal entendido». Sin embargo, NO LO ES. No es la primera vez que Paglia ha usado tácticas del libro de jugadas de propaganda (que también es seguido por la Oligarquía y por Bergoglio):
  1. Producir un escándalo propagando el mal.
  2. Apaciguar el escándalo alegando haber sido «mal entendido».
  3. Reforzar el mal con distinciones fraudulentas.
  4. Así, se acostumbra al público al mal.
Sr. Paglia, y adláteres de su Academia: la Sagrada Escritura y la Iglesia Católica condenan el suicidio (sea hecho por propia mano o asistido por un tercero), como un acto contra el 5.º Mandamiento de la Ley de Dios, y un acto de desconfianza frente a Su providencia. Además, la misma razón natural lo rechaza al ser un producto de desesperación y señal de poca paciencia ante el sufrimiento y la contrariedad. Y ante ello, las opiniones vuestras no tienen ningún valor. Punto.
  
Un dato final: un 24 de Abril, del año 1870, el Concilio Vaticano presidido por el Papa Pío IX promulgó la constitución dogmática “Dei Fílius” sobre la Fe Católica. Esta Constitución, en su último canon sobre la Fe y la Razón, dice:
«Si quis dixérit, fíeri posse, ut dogmátibus ab Ecclésia propósitis, aliquándo secúndum progréssum sciéntiæ sensus tribuéndus sit álius ab eo, quem intelléxit et intélligit Ecclésia; anathéma sit» [Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema].

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)