«Entra en ti mismo, pues, y observa que tu alma se ama muy fervientemente, porque no podría amarse a sí misma a menos que se conozca, ni se conocería a sí a menos que se llame a la memoria consciente, porque no podemos aprehender una cosa con el entendimiento a menos que esté presente en nuestra memoria. Luego puedes observar, no con la vista corporal, [óculo carnis], sino con la vista de la razón [óculo ratiónis], que tu alma tiene tres potencias. Considera, por tanto, las operaciones de estas tres potencias y sus relaciones, y serás capaz de ver a Dios por ti mismo como por una imagen; y esto de hecho es ver a Dios como por un espejo y en enigma [in ænígmate].
[…]
Mira, pues, cuán cercana está el alma a Dios, y cómo, por medio de sus operaciones, la memoria nos lleva a la eternidad, el entendimiento a la Verdad, y la facultad electiva [= voluntad] al Bien sumo.
Además, si se considera el orden, origen y relación de estas facultades entre sí, uno es conducido a la Santísima Trinidad. Porque el entendimiento emerge de la memoria como su fuente, porque llegamos a entender solo cuando una semejanza que yace en la memoria emerge al primer plano del entendimiento. Y esto no es más que una palabra. De la memoria y el entendimiento, el amor es exhalado como el vínculo que los une. Estos tres, a saber, la mente generante, la palabra y el amor, están en el alma como la memoria, el entendimiento y la voluntad. Ellos son consubstanciales, coiguales y coevales, y circumincedentes. Por tanto, si Dios es el espíritu perfecto, no debe haber en Él solamente memoria, entendimiento y voluntad, sino que también debe haber el Verbo engendrado y el Amor exhalado, y estos se distinguen necesariamente porque uno es producido del otro, no por la esencia [essentiáliter] ni por los accidentes [accidentáliter], sino por la persona [personáliter].
Por ende, cuando el alma reflexiona sobre sí y a través de sí misma como por un espejo, se eleva a la consideración de la Santísima Trinidad del Padre, el Verbo [= Hijo] y el Amor [= Espíritu Santo]; tres personas que son coeternas, coiguales y consubstanciales en tan forma que cuanto está en una está en las otras, pero ninguna es la otra, y todas tres son un Dios».
SAN BUENAVENTURA, Itinerario del alma hacia Dios, cap. III, 2; 4-5.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)