La primera noticia escrita de la Virgen de las Lajas y su santuario la realizó fray Juan de Santa Gertrudis OFM en el tomo tercero de su obra Maravillas de la naturaleza, en 1759, donde recoge su viaje sobre el sur del Reino de la Nueva Granada.
La
tradición recogida por Justino Mejía y Mejía, historiador y capellán
del santuario entre 1944 a 1977, cuenta que María Mueses de Quiñonez y
su hija Rosa, emprenden su viaje a pie, desde Potosí a Ipiales y en el
camino entran a la cueva para escamparse de la lluvia; la niña que era
sorda, empieza a juguetear entre las piedras junto al río Pastarán (hoy
Guáitara –en Ecuador es llamado Carchi–), y al ver la aparición, le
habla por primera vez a su madre diciendo: «Mamita, vea a esta mestiza
que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los
lados». María cuenta lo sucedido a sus patrones y allegados, pero no
encontró quien le creyese.
En
su retorno a Potosí, María Mueses y su hija Rosa, sin tener más vías
para regresar, toman el mismo camino de tal manera que al pasar por la
cueva, la niña vuelve a hablarle a su madre diciendo «Mamita, la Mestiza
me llama», María sale precipitada a contar nuevamente este primer
milagro a sus conocidos y patrones de la familia Torresano.
Mientras
María emocionada por el milagro, corre a contar nuevamente lo ocurrido,
Rosa su hija sale a atender el llamado de la Mestiza, desapareciendo de
su madre. Pasan las horas y María sale a buscarla a la cueva, donde la
encuentra arrodillada a los pies de la Mestiza, jugando con el rubio
mestizito que se había desprendido de los brazos de su madre. Este acto
tan sublime, María lo mantuvo en secreto, guardándolo en su corazón.
Desde entonces Rosita visitaba la cueva llevando flores y velas para
obsequiar a la Virgen.
Pasa
el tiempo, Rosa cae enferma y fallece. María en su desesperación, corre
con el cuerpecito de su hija hacia la cueva suplicando a la Virgen que
interceda ante su Hijo para que le conceda el don de la vida para su
hija. Tanto le conmovió a la Virgen las lágrimas y la fe de esta madre,
que fue concedido este segundo Milagro y Rosita volvió a la vida.
María,
exaltada de alegría, viaja a Ipiales y comenta con sus patrones de la
familia Torresano el nuevo prodigio con pruebas contundentes. El voz a
voz corre rápidamente de tal manera que sale una comitiva hacia Potosí
con Juan Torresano y el dominico Fray Gabriel de Villafuerte al día
siguiente de enterados de semejante testimonio, acaecido el 15 de
septiembre de 1754, se emprende una gran peregrinación para comprobar
que la Virgen se encuentra en ese lugar. Al llegar «El milagro fulge
ante sus ojos y ante su corazón. No es posible dudar: la Santísima
Virgen ha sentado sus reales en las rocas del Pastarán».
Alrededor
de la imagen los fieles devotos le han erigido cuatro templos
sucesivamente cada vez más grandes, hasta culminar en el actual
santuario cuya construcción duró 30 años siendo terminado en 1949. La
iniciativa para este último había surgido de una carta pastoral de 1899
por el bienaventurado obispo de Pasto fray Ezequiel Moreno y Díaz, pero
los conflictos políticos lo pospusieron hasta 1916.
El
15 de setiembre de 1952, en una imponente celebración a la que
asistieron casi todos los obispos de Colombia, el Papa Pío XII le otorgó
a la imagen la coronación canónica, y al santuario el título de
basílica menor en 1954.
La figura impresa en
la piedra laja representa a Nuestra Señora del Rosario, de pie sobre la
media luna, llevando al Niño Jesús en el brazo izquierdo y el santo
rosario en el derecho. A uno y otro lado, aparecen las figuras de San
Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán. La roca mide 3,20 metros de
alto por dos de ancho; y las imágenes abarcan una superficie de dos
metros de alto por 1,20 de ancho.
A diferencia
de otras advocaciones marianas, en Las Lajas no hubo testigos: se
desconoce cómo es que se formó la imagen. Nadie se arrogó o se le
atribuyó con fundamento su manufactura, aunque hay quienes la atribuyen a
fray Pedro Bedón y Díaz de Pineda (1555-1621), provincial dominico de
Quito desde 1618 a 1621, pintor, misionero caminante y viajero por la
región. Aun así, hace algunos años, un grupo de geólogos alemanes visitó
el Santuario de Las Lajas para efectuar diversas pruebas científicas,
llegando a la conclusión de que no existía en la imagen el menor
fragmento de pintura o pigmento de cualquier clase. Al perforar
minúsculos orificios en la laja, descubrieron que la imagen y todos sus
admirables colores ¡penetraban varios centímetros en la roca!, cosa
imposible si fuera obra meramente humana. El hallazgo y preservación de
la imagen muestran sin duda que hubo intervención de Dios nuestro Señor.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)