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lunes, 18 de agosto de 2025

LA EXTRAÑA AUDIENCIA DE PRÉVOST SOBRE JUDAS ISCARIOTE


Durante su Audiencia general del pasado 13 de Agosto, León XIV Riggitano-Prévost pronunció un extraño sermón sobre la traición de Judas según el Evangelio de San Marcos, usando un lenguaje terapéutico y sentimental para enviar mensajes mixtos.

Durante la Última Cena en «la habitación del piso superior, donde poco antes se había preparado todo con atención, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad. […] La reacción de los discípulos no es rabia, sino tristeza. No se indignan, se entristecen. Es un dolor que nace de la posibilidad real de ser involucrados».

Riggitano-Prévost continúa: «para ser salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado a pesar de todo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra».

Luego, Bob comenta las palabras de Cristo: «El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!; ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!» (Mc 14,21). 

Él entiende esto como  «palabras duras», que «no se trata de una maldición, es más bien un grito de dolor»: «En griego, ese “ay de aquel” (Οὐαί δὲ τῷ) suena como un lamento, como un “ay”, una exclamación de compasión sincera y profunda».

«Nosotros estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el mal, no se venga, sino que se entristece», dijo el sucesor de Bergoglio, olvidándose que en Deuteroniomio 32, 34-36 está escrito: 
«¿Y acaso no tengo yo reservado todo esto, dice el Señor, acá en mis adentros, y sellado en mis tesoros para el debido castigo? Sí: mía es la venganza, y yo les daré el pago a su tiempo, para derrocar su pie: cerca está ya el día de su perdición, y ese plazo viene volando. El Señor juzgará a su pueblo, y será misericordioso con sus siervos, cuando verá debilitada su fortaleza, y que aún los encastillados desmayaron, y que fueron consumidos los que quedaron» (versión de Mons. Félix Torres Amat).
Y esto lo cita el Apóstol San Pablo en el capítulo 10, 30-31 de la Carta a los Hebreos:
«Pues bien conocemos quién es el que dijo: “A mí está reservada la venganza, y yo soy el que la ha de tomar”. Y también: “El Señor ha de juzgar a su pueblo”. Horrenda cosa es por cierto caer en manos del Dios vivo, ya no como Padre misericordioso, sino como Juez inexorable» (versión de Mons. Félix Torres Amat).
Continúa Riggitano-Prévost:
«Y aquel “más le valdría a ese hombre no haber nacido” no es una condena impuesta a prióri, sino una verdad que cada uno de nosotros puede reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación».
Judas Iscariote no se condenó (no “se autoexcluyó de la salvación” como dijo Prévost) por “volverse infiel a sí mismo”, sino por ser infiel a Nuestro Señor Jesucristo, por concebir en su corazón la traición dos años antes, cuando vio que la realeza de Nuestro Señor no se compaginaba con sus ideas mundanas de un reino mundano, ideas comunes a los judíos de su tiempo. Y aun más, se condenó porque él incurrió en desesperación por su crimen, al que coronó con el suicidio, yéndose al Infierno como declaró San Pedro en Hechos 1, 27.
  
El papa León XIV continúa contradictorio: «Sin embargo, precisamente allí, en el punto más oscuro, la luz no se apaga. Es más, comienza a brillar».

Su Jesús «no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará».

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)