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sábado, 1 de febrero de 2020

EL PADRE NUESTRO EXPLICADO POR SAN LUIS MARÍA DE MONTFORT

"Padre Nuestro, que estás en los cielos"
El más tierno de todos los padres, omnipotente en la creación, admirable en la conservación de las creaturas, sumamente amable en su providencia e infinitamente bueno en la obra de la redención. ¡Dios es nuestro padre! Entonces, todos somos hermanos y el cielo es nuestra patria y nuestra herencia. ¿No bastará esto para inspirarnos, a la vez, amor a Dios y al prójimo y desapego de todas las cosas de la tierra? ¡Padre nuestro! Es decir, Padre de los hombres por la creación, la conservación y la redención; Padre misericordioso de los pecadores, Padre amigo de los justos, Padre magnífico de los bienaventurados. Recordemos nuestro origen celestial, vivamos como verdaderos hijos suyos, y avancemos siempre a Él con todo el ardor de nuestros anhelos. Amemos, pues, a un Padre como éste, y digámosle millares de veces: "Padre nuestro, que estás en los cielos".

"Santificado sea tu nombre"
El nombre del Señor es santo y terrible, dice el profeta rey. Con estas palabras pedimos que toda la tierra reconozca y adore los atributos de un Dios tan grande y santo. Adoramos su santidad al desear que su nombre sea santificado. Que sea conocido, amado y adorado por los paganos, los judíos, los musulmanes, los herejes y todos los infieles. Que todos los hombres lo sirvan y glorifiquen con fe viva, con esperanza firme y caridad ardiente. En una palabra, que todos los hombres sean santos, porque Él mismo lo es.

"Venga a nosotros tu reino"
Es decir, reina, Señor, en nuestras almas con tu gracia en esta vida a fin de que merezcamos reinar contigo, después de la muerte, en tu Reino, que es la suprema y eterna felicidad, en la cual creemos, esperamos y deseamos. Felicidad que la bondad del Padre nos ha prometido, los méritos del Hijo nos han adquirido y la luz del Espíritu Santo nos ha revelado.

"Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo"
Reconocemos su soberanía y la justicia de sus leyes, ansiando que lo obedezcan los hombres en la tierra como lo obedecen los ángeles en el cielo. Nada escapa a las disposiciones de la Divina Providencia, que lo ha previsto y dispuesto todo antes de que suceda. Ningún obstáculo puede apartarla del fin que se ha propuesto. Y cuando pedimos que se haga su voluntad, no es porque temamos que alguien se oponga eficazmente a la ejecución de sus designios, sino que aceptamos humildemente cuanto ha querido ordenar respecto a nosotros. Y que cumplamos siempre y en todo su santísima voluntad, manifestada en sus mandamientos, con la misma prontitud, amor y constancia con la que los ángeles y santos lo obedecen en el cielo.

"El pan nuestro de cada día dánosle hoy"
Jesucristo nos enseña a pedir a Dios lo necesario para la vida del cuerpo y del alma. Con estas palabras confesamos humildemente nuestra miseria y rendimos homenaje a la Providencia, declarando que creemos y queremos recibir de su bondad todos los bienes temporales. Con la palabra "pan" pedimos a Dios lo estrictamente necesario para la vida y excluimos lo superfluo. Este pan lo pedimos "hoy", es decir, limitamos al presente nuestras solicitudes, confiando a la Providencia el mañana. Pedimos el pan de "cada día", confesando así nuestras necesidades, siempre renovadas, y proclamamos la continua dependencia en que nos hallamos de la protección y socorro divinos.

"Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores"
Nuestros pecados, dice San Agustín, son deudas que contraemos con Dios, y su justicia exige el pago hasta el último céntimo. ¡Y todos tenemos estas tristes deudas! Pero, no obstante nuestras numerosas culpas, acerquémonos a Él confiadamente y digámosle con verdadero arrepentimiento: Padre nuestro, que estás en los cielos, perdona los pecados de nuestro corazón y nuestra boca, los pecados de acción y omisión, que nos hacen infinitamente culpables a los ojos de tu justicia. Porque, como hijos de un Padre tan clemente y misericordioso, perdonamos, por obediencia y caridad, a cuantos nos han ofendido.

"Y no nos dejes caer en la tentación"
Del mundo, del demonio y de la carne. Pedimos a Dios que nos libre de las tentaciones, o no permitiendo que seamos tentados o dándonos gracia para no ser vencidos.

"Mas líbranos del mal"
Que nos libre de los males pasados, presentes y futuros, especialmente del sumo mal que es el pecado, y de la pena temporal y eterna que hemos merecido por él.

"¡Amén!"
Expresión muy consoladora, dice San Jerónimo. Es como el sello que Dios pone al final de nuestra súplica para asegurarnos que nos ha escuchado. Es como si respondiera: "Amén" Sí, hágase como has pedido, lo has conseguido. Porque esto es lo que significa el término "Amén".
 
¿Estáis en la miseria del pecado? Invocad a la divina María; decidle: “Ave”, que quiere decir: “Te saludo con profundo respeto, oh Señora, que eres sin pecado, sin desgracia.” Ella os librará del mal de vuestros pecados.

¿Estáis en las tinieblas de la ignorancia o del error? Venid a María; decidle: “Ave, María”, es decir: “Iluminada con los rayos del sol de justicia.” Ella os comunicará sus luces.

¿Estáis separados del camino del cielo? Invocad a María, que quiere decir:Estrella del mar y Estrella polar que guía nuestra navegación en este mundo. Ella os conducirá al puerto de eterna salvación.

¿Estáis afligidos? Recurrid a María, que quiere decir: “mar amargo”, que fue llena de amarguras en este mundo, al presente cambiada en mar de purísimas dulzuras en el cielo. Ella convertirá vuestra tristeza en alegría y vuestras aflicciones en consuelos.

¿Habéis perdido la gracia? Honrad la abundancia de gracias de que Dios llenó a la Santísima Virgen; decidle: “Llena de Gracia” y de todos los dones del Espíritu Santo. Ella os dará sus gracias.

¿Os sentís solos y abandonados de Dios? Dirigíos a María y decidle: “El Señor es contigo” más noble e íntimamente que en los justos y los santos, porque eres con Él una misma cosa; pues, siendo tu Hijo, su carne es tu carne, y, dado que eres su Madre, estás con el Señor por perfecta semejanza y mutua caridad. Decidle, en fin: “Toda la Trinidad Santísima está contigo, pues Tú eres su Templo precioso.” Ella os colocará bajo la protección y salvaguardia de Dios.

¿Habéis llegado a ser objeto de la maldición de Dios? Decid: “Eres bendita entre todas las mujeres” y de todas las naciones por tu pureza y fecundidad; Tú cambiaste la maldición divina en bendición. Ella os bendecirá.

¿Estáis hambrientos del pan de la gracia y del pan de la vida? Acercaos a la que ha llevado el pan vivo que descendió del cielo; decidle: “Bendito es el fruto de tu vientre”, que concebiste sin detrimento de tu virginidad, que llevaste sin trabajo y que diste a la vida sin dolor. Sea bendito “Jesús”, que rescató del cautiverio al mundo, que curó al mundo enfermo, resucitó al hombre muerto, hizo volver al desterrado, justificó al hombre criminal, salvó al hombre condenado. Sin duda vuestra alma será saciada del pan de la gracia en esta vida y de la gloria eterna en la otra. Amén.

Concluid vuestra oración con la Iglesia, y decid: “Santa María”, santa en cuerpo y alma, santa por tu abnegación singular y eterna en el servicio de Dios, santa en calidad de Madre de Dios, que te ha dotado de una santidad eminente, como convenía a tan infinita dignidad.

“Madre de Dios” y también Madre nuestra, nuestra Abogada y Mediadora,Tesorera y Dispensadora de las gracias de Dios, procúranos prontamente el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación con la Majestad divina.

“Ruega por nosotros, pecadores”, pues tienes tanta compasión con los miserables, que no desprecias ni rechazas a los pecadores, sin los cuales no serías la Madre del Salvador.

“Ruega por nosotros ahora”, durante el tiempo de esta corta vida frágil y miserable; “ahora”, porque sólo nos pertenece el momento presente; ahora, que estamos acometidos y rodeados noche y día de poderosos y crueles enemigos.

“Y en la hora de nuestra muerte”, tan terrible y peligrosa, en que nuestras fuerzas estarán agotadas, en que nuestros espíritus y nuestros cuerpos estarán abatidos por el dolor y el terror; en la hora de nuestra muerte, en que Satanás redoblará sus esfuerzos por nuestra eterna perdición; en esa hora en que se decidirá nuestra suerte dichosa o desgraciada para toda la eternidad. Ven en auxilio de tus pobres hijos; Oh Madre compasiva, abogada y refugio de los pecadores; aleja de nosotros en la hora de la muerte a los demonios, enemigos y acusadores nuestros, cuyo aspecto horroroso nos espanta. Ven a iluminarnos en las tinieblas de la muerte. Condúcenos, acompáñanos al tribunal de nuestro Juez, tu Hijo, intercede por nosotros para que nos perdone y nos reciba en el número de tus escogidos en la mansión de la gloria eterna.“Amén.” Así sea.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)