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viernes, 24 de marzo de 2023

LA CONJURA DE LOS JUDÍOS CONTRA JESUCRISTO

«Respondió Jesús: “En verdad, en verdad os digo, que antes que Abrahán naciera, yo existo
”. Al oír esto, cogieron piedras para tirárselas. Mas Jesús se escondió, y salió del templo» (San Juan VIII, 59. Evangelio del Domingo de Pasión).
   
Punto I – Habiendo Jesucristo resucitado a Lázaro, y siendo divulgada la fama del milagro, que fue el último realizado por Él, y el más estrepitoso, reservado hasta entonces para sus altísimos fines, hubo muchos judíos convertidos, reconociéndolo verdadero Hijo de Dios; pero habiendo también ido algunos a referir a los fariseos el crédito que por esto se hacía a Jesucristo; pronto estos se se unen en la casa de Caifás con los primados de la Sinagoga para conjurarse contra Él. En otras veces habían buscado matarlo: mas ahora van a llegar a una resolución deliberada.
   
Reflexión – No puede negarse, ni ocultarse la verdad del milagro, y lo que a estos impíos debería ser motivo de más admirar y venerar a Jesucristo, es su ocasión de más endurecerse, y enfurecerse por el odio implacable, que  contra Él alimenta. ¡Oh, a cuál término llega una malnacida pasión! Un punto es este, sobre el cual debo conscientemente reflexionar al meditar en la Pasión de Jesucristo. ¿Quién fue la ocasión de esta en el Juicio del Mundo? Una ciega pasión en aquellos jefes de la judeidad. ¿Quién fue la ocasión de la misma en el Juicio de Dios? Mis pecados: ¿y de dónde nace mi pecado, si no de mis internas pasiones, y principalmente de aquella que predomina en mí todos los afectos del corazón?
   
Coloquio – Al leer las Vidas de los Santos, se encuentra que todos han devenido Santos por haber llegado a mortificar sus pasiones: pero de estas mismas pasiones, de las cuales los Santos se han servido para hacerse Santos, ¿cuántas veces no me he servido peor que los judíos, para conjurar contra Vos, oh Dios mío? Vos me habéis dado las naturales pasiones a fin que yo prevalezca sobre ellas para ejercitarme en la virtud: y yo de ellas hago un fomento, e instrumento del vicio. En mi corazón, como en la Sala de Caifás, llamo de cuando en cuando a estas mis pasiones a consulta, y no se resuelve al final sino a maquinar contra Vos ofensas mortales. Ah, ¿qué remedio, o qué alternativa sería para mí? No hay sino Vos, que pueda en esto ayudarme, oh Dios mío: y por esto humildemente os suplico concederme esta Gracia, que me aproveche de la Pasión de Jesucristo para moderar talmente mis pasiones, que estén siempre sujetas a la razón y a la Fe, en obediencia a Vuestros Mandamientos. Son muchas, y son graves mis languideces, por mis muchas inclinaciones viciosas: mas Vuestra Sabiduría, Vuestra Misericordia, Vuestra Gracia es tanto más potente para ayudarme y confortarme en el Bien, que yo para precipitarme en el mal. Temo en mí más que todo a mi soberbia, puesto que esta no es por mí conocida; pero ah, contra esta, que es la raíz de todos los vicios, dadme luz y fuerza Vos, que sois el Maestro de la humildad, y el Director de los humildes.
   
Práctica – Para esto precisamente, que no conozco mi Soberbia, debo aplicarme a investigarla examinando cuáles sean en mí los pensamientos, los deseos, las intenciones, las palabras, y las mismas obras que estimo más virtuosas.
   
Punto II – La pasión predominante que mueve a los sacerdotes y los fariseos contra Jesucristo, es la envidia. Ellos ven que la gente admira Sus milagros, y corre tras Él: celosos pues de temer perder la estima y el afecto de los pueblos, no menos que sus pingües ingresos que de elloa recogen, por mera envidia sostenida por la codicia y la ambición, concordemente resuelven reparar sus perjuicios quitando del mundo al Hombre más santo del mundo.
  
Reflexión – ¡Gran mal que hace la envidia para ruina de las almas, y de todo el mundo! Ni tampoco las personas espirituales están exentas; y en cuanto se refiere a ella, no sin embargo se le pone remedio. Ella es tenida comúnmente como poco mal: por ende, no es temida, y no es casi advertida siquiera; y sin embargo de esta deriva insensiblemente nuestra eterna ruina. Examinémonos a nosotros mismos en los secretos retiros de la conciencia; y tal vez hallemos escondida esta inicua pasión, que a guisa de lenta fiebre nos debilita y consume. Ardientemente deseo en ciertos encuentro que en mi estado se tenga estima de mí; y si a veces sucede que alguno, o igual, o tal vez incluso inferior a mí sea más estimado, más  honrado o más amado que yo, ¿tengo dentro de mí disgusto o pesar? En sustancia de todo bien, cualquiera que sea, que tenga mi prójimo, ¿me alegro con haberlo querido, como si lo tuviese yo mismo? La caridad lo exige así y me obbliga: y todo movimiento del corazón que se opone a esta caridad, es un verdadero acto de envidia. Siendo esto así, ¿cómo estamos nosotros, alma mía, ante los ojos de Dios?
  
Coloquio – Yo temo, oh Dios mío, de la maldad de mi corazón: muchas veces me entristezco del bien ajeno: y me duelo en cambio, casi que mi tristeza sea un efecto del celo; ¿pero quién me asegura que no sea un acto de envidia tanto más fina, cuanto más recubierta? Vos véis, oh Señor, mi viciosa pasión con vuestros luminosos ojos, que penetran los profundos abismos del corazon: y aunque no hago caso, ni me acuso de ello, ni me aplico puntualmente a reprimirla. Mi ciega envidia me enceguece; y ¡oh infeliz que soy! Podría ser Santo con el ejercicio de la Caridad en alegrarme del bien ajeno, y quiero más pronto con la envidia del bien ajeno, amargarme, y precipitarme a imitación de los desgraciados judíos. Dios mío, que me enseñáis en Vuestra Santa Escritura, ser la envidia un vicio propio del diablo, que odia y persigue al hombre por sola ocasión del bien que Vos hacéis al hombre, concededme Vuestra ayuda para conocer, y aborrecer siempre más este pésimo vicio.
  
Práctica – Reflexionaré sobre la envidia en mis exámenes cotidianos; y hallándome culpable, me arrepentiré y acusaré, y propondré estar atento en las ocasiones, y resistir a sus primeros movimientos.
   
Punto III – En esta Asamblea de los pontífices y fariseos se aportan contra Jesucristo, como principal acusación, Sus milagros, y se dice: ¿qué hacemos nosotros en tolerar más a este Hombre hacedor de maravillas superiores a toda humana virtud? Se rememoran los ciegos iluminados, los enfermos sanados, los muertos resucitados, y tantos otros prodigios conocidos para beneficio del público: y por todo esto, que debía obligarlos a tener a Jesucristo por el Mesías predicho antes por los Profetas, infieren que es necesario hacerlo morir.
   
Reflexión – ¿Se ha oído jamás que para ajusticiar a alguno se hiciese proceso de sus buenas obras? Así se hizo con Jesucristo, juzgado reo por sus evidentes milagros. Obsérvese la  ceguera de estos. Deseaban y rezaban que viniese el Mesías: y habiendo Él venido con todas las señales a hacerse conocer, Lo rechazan, y tratan con frenética furia arrancarlo del mundo. He aquí una imagen de aquello que también yo practico. Deseo y oro para tener la Humildad, la Caridad, la Paciencia y la Virtud necesarias para mi eterna Salvación: y cuando Dios me concede la gracia, mandándome las ocasiones, inspiraciones y auxilios para actualmente ser humilde, caritativo, paciente, etc., ¿qué hago? Rechazo aquella ocasión, resisto la inspiración, y desprecio el Divino auxilio, semejante en todo a aquellos réprobos, que a la beneficencia celestial son ingratos y rebeldes. Querían los judíos un Mesías que viniese a salvarlos, sin perjudicar ni sus mundanos intereses, ni a sus profanos apetitos: y así también yo quiero que se me conceda salvarme, pero sin ahogar mis concupiscencias y las inclinaciones viciosas.
  
Coloquio – ¿Qué decís de mí, oh Dios mío? ¿No soy como el judío en mis quiméricas ideas de querer un Salvador que me salve a mi manera? ¿Y que él me conceda las virtudes sin que yo abandone mis vicios; y me dé el Reino de los Cielos sin hacerme violencia desprendiéndome de mí mismo y del mundo? Dios mío, haced que sean conocidas por mí vuestras misericordias y vuestras gracias; y sea también conocida por mí mi malicia, que es plenamente conocida por Vos. Yo no deseo conocerla sino para deponerla y enmendarla con esfuerzos prácticos en desprecio de las dificultades y repugnancias de los sentidos. Sed Vos, Señor, quien me prevenís y me excitáis a haceros esta súplica: ¿y abandonaréis Vos a quien viene así a rogaros con Vuestro beneplácito en Vuestro Nombre? Esto es lo que humildemente os ruego, que no abuse para condenarme de las gracias y los medios que me dáis para salvarme. Es imposible que yo me salve en una manera diferente de aquella que me fue enseñada; y esta es que yo abrace con firme resolución el seguir a mi Señor Jesucristo en Sus doctrinas y en Sus ejemplos. Oh Jesús, que fuisteis reprobado por los judíos, sed de mí siempre amado, adorado e imitado.
  
Práctica – No podré excusarme en el Divino Tribunal de no haber practicado la virtud por haberme faltado la gracia. Mi propia acedia me hará reo, y como perezoso e infiel seré juzgado digno de los tormentos eternos.
   
Punto IV – Lo que se aduce por los sacerdotes contra Jesucristo es que si se Le deja vivir, todos creerán en Él, y vendrán después los romanos y devastarán la nación. Pero mientras que por unos y otros se exagera la situación, se alza el Primado de los políticos Caifás, y con un reproche a todos, que son charlatanes ignorantes, concluye ser este el principal motivo de hacer morir a Jesucristo, porque es expediente que muera para el bien público. No se ha de atender, dice, ni a la Inocencia, ni a la Justicia, ni a la Ley: sino que se hará aquello que más nos conviene y nos viene en cuenta: y ni bien había dicho esto, que todos se rinden a su parecer, y con los ficticios pretextos de celo se establece la fatal conjura.
  
Reflexión – Se reflexiona cómo al deliberar en esta Causa de Jesucristo se dejan a un lado la Conciencia y el Temor de Dios: y no se tiene la mira sino en los intereses y respetos humanos. Si estos hubiesen indagado la Verdad, les convenía absolutamente haber creído en el Mesías: pero por el amor que le tienen a la vanidad, Lo repudian, y conspiran contra Su Persona: y luego de ello se deriva la pérdida de los bienes temporales y eternos. ¿No es esto lo que precisamente también hago? En el momento en que me domina alguna pasión, me parece siempre tener en todo razón; y toda probabilidad no más que aparente, es para mí convincente, si es favorable al genio. Aun, cada vez que peco, busco lo que complace a mis apetitos sensibles, y estimando serme más ventajoso, ora un puntillo, ora un gusto, ora un mezquino interés, conjuro propiamente con mis pasiones a la muerte del Humanado Hijo de Dios. Yo amo demasiado a mí mismo al amar demasiado las comodidades y satisfacciones de mi vida temporal; siendo mi amor propio, que me encanta y me enceguece, y me ocasiona todo mi mal, ¡cuál miseria, que doquiera voy, tengo siempre conmigo el mayor de mis enemigos, que es el amor de mí mismo!

Coloquio – ¿Pero dónde tengo el juicio? ¿Dónde la Fe, oh Dios mío, para estimar que me sea más expediente un vano placer que Vuestra santísima Gracia y mi eterna Salvación? ¿Qué me aprovecha toda terrena consolación, si esta es con Vuestra ofensa, y con detrimento de mi alma? ¿Es él conveniente para mí gozar aquí unos momentos, y padecer en el más allá los eternos tormentos? Dadme un espíritu recto, cauto y fuerte, oh Dios mío, para dirigirme siempre con esta gran verdad, que no puedo encontrar nada mejor y más conveniente para mí, que en Vos solo, mi Sumo Bien y mi todo en el tiempo y en la Eternidad.
  
Práctica – Reflexionaré en qué cosas tengo particular genio o aversión; siendo fácil que en estas con una falsa opinión me engañe. Dios juzgará las teologías que formo a mi modo.
   
Punto V – Aquel Concilio de los jefes de la Sinagoga era un conventículo de malignidad contra la vida del Supremo Señor y Salvador del mundo, como había predicho el Profeta: precisamente no se determinó en él cosa alguna, que non fuese antes decretada en el Cielo. Dijo Caifás ser conveniente que muera un Hombre por la salvación del pueblo: y esto mismo precisamente fue establecido por los eternos Decretos de Dios: siendo sin embargo por divina sentencia condenados a muerte todos los hijos de Adán, no había otro modo para liberarlos y salvarlos sino que muriese un Hombre-Dios por ellos. Así dijo Caifás con intenciones perversas: pero su malicia sirvió a los altos designios de la Divina Sabiduría, y no se ejecutó sino aquello que en la Eternidad ya se había concluido.
  
Reflexión – Reflexiona, Alma mía, comó para Jesús todo es conocido, y lo que se trata en el mundo contra Él, y lo que se estableció en el Cielo; y oh, ¡con qúe sumisión Él se humilla profundamente para adorar la Justicia de Dios en la injusticia de los hombres, ejercitando su Corazón en los actos de las más sublimes virtudes! Señalado ejemplo para mí en la obligación que tengo de imitarlo. Sabiendo yo me despecho, me lamento y me indigno porque o de mí se habla, o me parece hacérseme agravio: y cuando cualquier adversidad me sucede, me entristezco y perturbo. ¿De dónde esto? No de otra cosa sino de mi vivir desconsiderado, no acordándome de levantar los ojos para considerar que todo ocurre por una justa y secreta disposición de Dios.
  
Coloquio – Dios mío, Dominador de la virtud, imprimid fuertemente en el alma esta verdad de la Fe, que es la de adorar vuestra Justicia y vuestra Misericordia en todo lo que es dispuesto por Vos. Ahora propongo humillarme ante vuestra Omnipotencia y someterme en todo. Así debo, y así quiero hacer: y temo solamente que esté por faltar la costancia en mantener lo que propongo. Conozco mi inestabilidad por una infinidad de experiencias: pero ¡ah!, soccorredme Vos con la fuerza de vuestros auxilios. En las cosas que me sucedan, o disgustosas al genio, o trabajosas al sentido, haced que yo las reconozca por Vos, a fin que las reciba con humildad y reverencia. Hacedme creer que son ordenadas por vuestra Misericordia, a fin que las soporte con virtuosa paciencia: y hacedme también siempre esperar en Vos, cuando también en los trabajos tenga que dejar la vida.
  
Práctica – A imitación de Jesucristo, extraeré bien del mal, y amaré a quien me odia, oraré por cualquiera que me ofende, y bendeciré al Señor en las ocasiones de impacientarme.
  
FRAY CAYETANO MARÍA DE BÉRGAMO (en el siglo Marcos Migliorini Maffeis) OFM Cap.Pensieri ed affetti sopra la Passione di Gesù Cristo per ogni giorno dell’anno, ricavati dalla Divina Scrittura e dai Santi Padri (Pensamientos y afectos sobre la Pasión de Jesucristo para todos los días del año, recabados de la Divina Escritura y de los Santos Padres), tomo I, págs. 25-41. Roma, Imprenta de Arcángel Casaletti, 1738, con permiso del Superior.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)