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jueves, 26 de octubre de 2023

LA SAGRADA COMUNIÓN, FORTALEZA EN VIDA Y MUERTE

  
Cuando el profeta Elías tuvo miedo y se desanimó porque el pueblo elegido había abandonado a Dios y había matado a todos los demás profetas, huyó al desierto. Un día estaba cansado y abatido y se acostó a dormir a la sombra de un enebro. Lo despertó repentinamente un ángel del Señor que le mostró en dos ocasiones sucesivas una torta hecha en el hogar y lo obligó a comer. El profeta comió y bebió “y caminó con la fuerza de aquel alimento cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios” (Cf. 3 Reyes 19, 4-8).
   
Algunos comentaristas ven en este pan que comió Elías una imagen de la Santísima Eucaristía, y en su viaje al monte de Dios nuestro propio viaje por la vida hacia la eternidad. A veces también nos sentimos cansados ​​en el camino y nos parece que Dios nos ha abandonado. A menudo estamos preocupados y tristes, humillados por nuestras muchas caídas en el pecado, y desesperados de llegar a ser santos. En tales ocasiones, como Elías, necesitamos alimento, el alimento de la Santísima Eucaristía. Este alimento espiritual, que contiene a Jesús vivo y real, el autor de la gracia, es todo lo que puede darnos el valor y la fuerza para continuar nuestro camino y superar los obstáculos que encontramos en el camino. Recurramos frecuentemente a este maravilloso medio de sustento, a través del cual Jesús nos proporciona la fuerza sobrenatural que necesitamos. Entonces podremos repetir las palabras de San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Filipenses 4, 13).
   
Aunque la Sagrada Eucaristía nos sostiene a lo largo del camino de la vida, la necesitamos sobre todo cuando nos acercamos al final y por fin tenemos a la vista nuestro hogar celestial.
   
Los hombres no pueden hacer más por nosotros en estos momentos finales. Nuestros amigos, si nos quedan, no tendrán nada que darnos excepto su cariño. Los médicos nos habrán abandonado una vez que hayamos superado la etapa en la que la ayuda médica nos resulta útil. La vida se habrá convertido en un recuerdo esquivo, un recuerdo triste si recuerda una larga sucesión de pecados, pero consolador si nos recuerda buenas obras y actos de mortificación.
   
Por regla general, un moribundo siente el anhelo de algún tipo de ayuda. Nuestro anhelo quedará satisfecho si tenemos el privilegio de recibir en nuestros momentos finales al divino Sanador que es también nuestro Salvador y Redentor. Sin embargo, como la muerte puede sorprendernos, no podemos depender demasiado de este último consuelo. Siempre que recibamos la Sagrada Comunión, debemos pedir a Jesús que no nos prive del Santo Viático en la hora de la muerte.
   
Si deseamos que Jesús nos asista en nuestra última batalla contra la tentación, recibámoslo tantas veces como sea posible en la Sagrada Comunión con el mismo fervor con el que quisiéramos recibirlo en nuestra agonía final. Entonces podemos esperar que nuestra larga fidelidad sea coronada por la gracia del Viático. Qué maravilloso sería si al final de la vida pudiéramos estrechar a Jesús en nuestro corazón y decirle que siempre lo hemos amado, o al menos que siempre hemos hecho todo lo posible para amarlo y servirlo. 
    
CARDENAL ANTONIO BACCI.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)