Durante su discurso al Colegio Cardenalicio el sábado 10 de Mayo, el pseudopapa León XIV Prévost esbozó sus prioridades:
«Quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangélii gáudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n. 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n. 9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n. 33); la atención al sensus fídei (cf. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf. 123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n. 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n. 84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gáudium et spes, 1-2)».
Evangélii gáudium contiene blasfemias, errores históricos y sesgos ideológicos. Para muestra:
«Una mirada muy especial se dirige al pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada, porque “los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Rm 11,29). La Iglesia, que comparte con el Judaísmo una parte importante de las Sagradas Escrituras, considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz sagrada de la propia identidad cristiana (cf. Rm 11,16-18). Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios (cf. 1 Ts 1,9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada.El diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús. El afecto que se ha desarrollado nos lleva a lamentar sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto, particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos [sic, non vicevérsa].Dios sigue obrando en el pueblo de la Antigua Alianza y provoca tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del Judaísmo. Si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo [sic, non vicevérsa], y la Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos» (nn. 247-249).
La Alianza que había con los judíos fue revocada con la muerte en la Cruz de Jesucristo, el Verbo de Dios revelado a los hombres y en quien la Ley y los Profetas hallan cumplimiento, con la cual se estableció un Nuevo Testamento y Reino (Hebr. 8, 13), al cual (salvo las excepciones que confirman la regla) no quisieron entrar y perseguían a los que de entre ellos y las naciones querían entrar (cf. Matth. 23, 13; 1.ª Tes. 2, 14), manteniéndose voluntariamente en la oscuridad de la perfidia, «para ir colmando la medida de sus pecados a que los ha abandonado la justicia divina, por lo cual la ira de Dios ha caído sobre su cabeza, y durará hasta el fin» (1.ª Tes. 2, 16).
Por otro lado, como dijo San Pío X a Teodoro Herzl el 26 de Enero de 1904, «La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo y no podemos admitir que hoy día tenga alguna validez. Los judíos, que debían haber sido los primeros en reconocer a Jesucristo, no lo han hecho hasta hoy».
Con todo, no se debe entender sin faltar a la honestidad e insultar a la inteligencia que la Iglesia Católica incurra o defienda el racismo o el “antisemitismo” (nociones ambas nacidas del protestantismo calvinista y que calaron en la Europa laicista de los siglos XIX y XX). Muy al contrario, ha mantenido la caridad al orar por la conversión de los judíos (siendo el mayor ejemplo la oración del Viernes Santo, la respuesta a las maldiciones judías en el Aleinu, la Birkat haMiním y el himno Maoz Tzur) y condenado las persecuciones que les movieron en la Guerra Mundial, labor reconocida en Pío XII por personalidades judías como Albert Einstein, Golda Meir e Israel Zolli (el cual se convirtió al catolicismo y se bautizó como Eugenio Pío, en honor de su benefactor).
Acto seguido, explicó por qué su elección del nombre León XIV (aunque podía quedarle mejor Francisco II ó Juan Pablo III):
«Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novárum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo».
Con todo y el fracasado ralliement que que promovió en su pontificado (valgan verdades), León XIII Pecci condenó (igual que sus antecesores desde 1738) la francmasonería y el americanismo, el “pelagianismo contemporáneo” Yankee version y antesala del modernismo del Vaticano II que Prévost (cuyo parecido con él solo es en la cara) llamó a seguir párrafos arriba.
Neocones todos y cuantos abandonaron el sedevacantismo nada más salir Prévost al balcón, ABANDONAD TODA ESPERANZA… SERÁ MÁS DE LO MISMO.
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